Epílogo

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... Dame tu mano, sálvame, sálvame,

Necesito tu amor antes de que caiga, caiga...

Haerin pegó un grito de ánimo cuando la ceremonia se dio por finalizada, observando a ambas alfas sonreír junto al resto de sus compañeros luego de haberse graduado con honores. Dio un grito de apoyo, sin importarle llamar la atención a su alrededor y, mucho menos, ignorando las miradas que las madres de sus novias le dirigían.

―Doctora Marsh ―escuchó que reflexionaba el padre de Danielle―, suena bastante atractivo, ¿es por eso por lo que te enamoraste de mi hija, Haerin?

La omega suspiró al escuchar esas palabras. A pesar de los años, el padre de Danielle no parecía haber cambiado ni un poco... Así como el padre de Minji tampoco, que no había ido a la ceremonia al no considerarlo importante. Haerin lo había conocido cuando cumplió un año con ellas y no fue una experiencia demasiado agradable.

―Me enamoré de su dinero, señor Marsh ―le dijo al adulto, que enarcó una ceja con elegancia, mientras la madre de Danielle bufaba por la molestia.

―Por supuesto ―razonó el hombre―, el dinero siempre enamora. Una pena que te hayas fijado en la hija y no en el padre.

En definitiva, ese alfa jamás cambiaría.

Volvió a poner una sonrisa cuando las vio bajar del estrado, adelantándose para ir a darles un beso y abrazo por su graduación. Ambas alfas no tardaron en alcanzarla, primero Minji, que le estampó un sonoro beso en la boca, y luego le tocó a Danielle, que la hizo girar antes de hacer lo mismo.

Al separarse, notó las miradas que varios compañeros de las alfas le dirigieron, pero las pasó por alto. Al fin y al cabo, ya se había acostumbrado a ellas, pues a donde quiera que iban, siempre se les quedaban mirando. A la gente parecía sorprenderles demasiado que una omega anduviera de la mano con dos alfas.

―Se veían muy guapas allí ―comentó Haerin.

―Siempre estamos guapas, en especial cuando sabemos que estarás aquí ―dijo Danielle, inclinándose a darle otro beso.

―Quítate ―Minji la empujó, haciendo que Haerin sacudiera su cabeza en una negativa―. ¿Te quedarás toda la semana, bebé? Te extrañamos mucho.

―Conversemos de eso después ―dijo Haerin, ignorando las quejas de Danielle―, sus madres han venido y no quiero más motivos para que me odien.

Escuchó sus resoplidos, pero simplemente las ignoró para volver a ir hacia donde estaban ambas omegas con expresiones de haber olido mierda. No era ninguna novedad y, con el pasar de los años, Haerin simplemente se había acostumbrado y llegó a la conclusión de que era mejor ignorarlas. Mientras no soltaran sus comentarios imbéciles, podía soportarlas.

Pronto iban a cumplirse cuatro años de esa calurosa tarde de agosto, en la boda de sus amigas, cuando oficializó la relación con ambas alfas. A veces, Haerin miraba hacia atrás y pensaba en todo lo que había pasado, todo lo que sintió, y lo comparaba en cómo estaba ahora. Esa chica deprimida y monocromática había ido cambiando con el pasar de los años, ahora tan llena de colores propios, y estaba satisfecha con eso, con la vida que llevaba ahora. Era... sanador.

El padre de Danielle les dio un regalo a las dos chicas, con Minji algo conmovida gracias al tierno gesto. A pesar del retorcido humor que poseía, se notaba que quería tanto a Danielle como a Minji, y eso ya era algo de admirar en opinión de Haerin. Además de que tenía bien sujeta la lengua afilada de la madre de Danielle, que ante la imposibilidad de decir algo, simplemente miraba con desprecio a Haerin.

Además, no es como si pudiera decir mucho (y lo mismo pasaba con la madre de Minji), pues al fin y al cabo... Haerin lucía sus dos marcas con orgullo desde hacía dos años atrás. La esperanza de esas mujeres de que esa relación extraña pudiera terminar se murió cuando la vieron la semana después de que ocurrió, con las bocas abiertas y gestos fuera de sí.

Fue todo un tema, además. Cuando Danielle y Minji cumplieron los veintidós, producto de la ley sobre tener una omega a esa edad, tuvieron que apelar e iniciar todo un trámite para comprobar que estaban en proceso de tener una. A los jueces no les había hecho ninguna gracia la existencia de esa relación poliamorosa, pero ante la ausencia de una ley que lo regulara, poco pudieron hacer. Fue algo agotador y extenuante, sin embargo, a esas alturas, la pareja estaba feliz por haberlo hecho.

Más tarde, fueron a cenar las tres juntas a un bonito y familiar lugar. Haerin entonces les dio sus regalos.

―Los hice yo ―confesó, mientras Danielle era cuidadosa para abrir el papel de regalo, en tanto Minji lo destrozaba―, si no les gusta...

―No digas eso ―dijo Kim―, todo lo que venga de ti, nos encanta.

La omega sacudió la cabeza, sin poder creer que a pesar de los años, siguieran siendo tan... románticas con ella. No es como si le molestara, sólo que le resultaba un poco extraño. A veces, la omega todavía pensaba... Tenía esos pensamientos intrusivos sobre que todo eso iba a terminar en algún momento, que ellas nunca iban a contentarse sólo con una omega...

Y luego, las alfas parecían percibir esa idea, ese pensamiento, e iban hacia ella para abrazarla, besarla y recordarle, entre suaves caricias y toques, que Haerin era la única omega de sus corazones.

―¡Vaya!

El grito de Danielle la sacó de sus pensamientos. Observaba el cuadro con admiración, ese cuadro que la omega trabajó con tanto ahínco. Era de Danielle, hecho primero con carboncillo y luego pintado en algunas partes con acuarelas. Mono y policromático.

―Está hermoso ―dijo Minji, también admirando el suyo con esos ojos brillantes.

―¿De verdad? ―Haerin sintió un golpe de ansiedad―. Mi profesor me preguntó si los iba a exponer, pero le he dicho que no... Son muy privados. Son... Es la forma en que las
veo. Con tantos colores, incluso negro y blanco...

Su barboteo torpe se vio callado cuando Danielle le agarró la mano, mientras que Minji se estiraba para agarrarle de la barbilla.

―Los amamos, Haerin―le aseguró Danielle―, así como te amamos a ti.

Asintió, sintiendo sus ojos ligeramente llorosos ante esas palabras. Ante lo que era ya obvio para muchos, pero a ella le encantaba escuchar cada día, porque volvía loco su corazón. Porque le hacía ver...

―Tenemos una exposición en la universidad la siguiente semana ―les dijo con timidez, con esa sonrisa que las hacía sonreír de manera inevitable.

Le hacía ver que ella era la primera de una alfa. De sus alfas. La primera y la única. Y siempre lo sería.

¡Gracias por haber leído, votado y comentado, espero hayan disfrutado esta historia! 💖

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