Nueve

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Louis siempre había sido un hijo de puta en el amor, le apenaba decirlo, pero era la verdad.
Todas sus amantes tenían razón cuando le culpaban de ser malo, pero la realidad es que nunca estuvo en ninguna relación seria. Siempre fueron noches fugaces para saciar su necesidad de placer, el problema es que Louis era un hombre atrapante, y todas las personas con las que quedaba querían más de él, y Louis simplemente no estaba dispuesto a entregarse. A veces podía ser muy duro, hasta malo y hasta parecía que carecía de sentimientos.
Pero él siempre supo que con la persona correcta iba a ser diferente, él sentía en su corazón que tenía mucho amor por dar, pero sólo con el amor de su vida, la persona correcta. Él lo sabría cuando llegara.
Así que llegó Harry.
Un chico de cachetes regordetes y pelo rizado, demasiado risueño para la vida que le había tocado y siempre con una tonta anécdota que contar.
De un día para otro estaba completamente devoto a él. Y ahora quedó como un tonto, tal vez Harry le hizo lo mismo que él le había hecho a todos, tal vez había algo mal en él o tal vez no le demostró lo suficiente lo mucho que daría por él.
Harry era lo único que tenía.
Ahora se siente como una celebridad, todos hablan de cómo él está viviendo "enojado", que no sale de su departamento, que canceló todos sus planes desde que volvió de Italia.
Todos sus vecinos creen que se volvió loco, pero ellos no entienden, no entienden porqué cuando todas la luces se apagan, muy en la madrugada las únicas luces prendidas son las suyas. Porqué cuando es ya muy de noche sale a contemplar las estrellas, se sienta en el piso y habla con la Luna.
Habla con la Luna, intentando contactarse con él, esperando que él esté del otro lado, donde sea que esté, hablando con él también.
Porque sabe que Harry está en algún lado, tal vez pensando en él, o tal vez ni siquiera recordándolo en absoluto.
Tal vez alguna vez lo escuche hablando, cantándole las canciones que le compone, o simplemente lo oye sollozar, extrañándolo.

Possitano, Italia (presente)

Harry se sienta en la mesa del comedor de la pequeña y humilde casita cerca del lago. Se encuentra cabizbajo y de alguna manera se siente pequeño, como si lo hubieran encogido.
Al atreverse a subir la mirada ve que su padre ya se está levantando, llevando sus cubiertos sucios hacia la cocina, que tan solo está a unos 3 o 4 metros de distancia.
No le sorprende, evita cualquier clase de acercamiento hacia él, cualquier contacto sea físico o verbal.
Harry le resta importancia y se centra en comer el caldo de verduras que él mismo preparó. No es muy fan de ese platillo, pero con lo poco que su padre le provee no hay mucho que cocinar.
Cuando su padre va hacia la sala Harry se toma la libertad de girar su cabeza hacia la ventanilla enrejada que está al lado de la mesa. Observa la luna y sus ojos de repente se encuentran aguados. No entiende bien por qué, tal vez porque quiere volver a sentir esa brisa nocturna que hace danzar a sus rizos con cada movimiento, tal vez porque la Luna es lo único que puede ver del exterior, lo único que esa pequeña ventana le permite. Pero siente que está lo atrae, que le hace un llamado, le da fe y esperanza de que todo va a estar bien.
No quiere llorar porque sabe que le traerá consecuencias, así que solo evita mirarla una vez más y come.
A pesar de sus grandes intentos por minimizar su pena y ansiedad el pensamiento de que le prometió a Louis volver y no lo cumplió lo atormenta cada segundo de su existencia.
Para este punto la vida que está llevando lo está autoconsumiendo, lo está volviendo miserable y sin vida.
El poco color que tenía en sus mejillas desapareció, tiene grandes ojeras debajo de sus ojos y su pelo es de todo menos limpio o formado.
Solo espera que algún día todo esté bien, reencontrarse con Louis, explicarle que todo fue un error. Que lo perdone.
Que aún lo ame.

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