Siete

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Desesperado por saber de ti, con los ojos más abiertos que un viejo ciego empecé a recorrer la ciudad de madrugada silente, donde solo los vendedores y locos despertaban.
De tí no oí ni una sola palabra, ni de las ancianas más chismosas logré conseguir una señal tuya.
Debería recurrir a la siguiente opción, ir a buscarte yo mismo.
Fui preguntando de casa en casa tú parada, tu lugar, tu casa. Hasta que en la decimocuarta me dio una respuesta, después de muchas explicaciones, exigencias y de ser tan pesado e insistente. Y sin miedo alguno iré a buscarte.

Louis aceleró sus pasos que se dirigían a la dirección que le dieron. Sudando frío, con los nervios a corazón abierto y los puños cerrados y sudados. Con los pies adoloridos y una migraña fue a buscar a su amante.
Después de un tiempo caminando se encontró con una gran casa sin portón, grandes murallas  de ladrillo cubiertas de plantas y enredaderas que cubrían también toda la gran casa, tanto que apenas se distinguía el color crema de esta.
Sigiloso se adentró al patio delantero Observando la gran puerta de madera que le daba la bienvenida. Sin embargo, él no era tan tonto como para no saber que no podía entrar por ahí.
Desde abajo observo un gran balcón, con las ventanas de esta abiertas, haciendo que las cortinas de seda y tul bailen al compás de las olas del viento. Al lado de esta, un poco más lejos había otro ventanal, este sin balcón ni cortinas. Allí pudo adivinar cuál era el de Harry.
Trepó el gran árbol que estaba casi pegado al primer balcón, para su suerte.
Se preguntó qué habría hecho que Harry sea tan descuidado al dejar la ventana abierta y vulnerable.
Al fin llego arriba, salto hasta el piso del balcón y observo la habitación sin entrar, confirmando que era la de Harry.
Con cuidado se adentro a la pieza, para darse cuenta un poco después que esta estaba desolada. Esta vez, y sin miedo de nada salió de la habitación y recorrió cada rincón de la casa, cada uno.
Y no vio nada.
Empezó a ponerse nervioso y enojado.
Bajo corriendo las escaleras de caracol y volvío a salir hasta el patio delantero.
Vengare tu nombre, tu inexistente presencia.
Agarró unas cuantas piedras, las más grandes que encontró y empezó a tirarlas en el ventanal sin balcón. Descargó toda su ira, ignorando el sueño y cansancio que tenía.
Unas cuantas mujeres que paseaban lo vieron, enojadas llamaron a los fiscales.
Ahora Louis, gracias a ellas, sabe que no fue un sueño, porque estaba siendo esposado por los oficiales.
No se arrepiente de absolutamente nada.
Y no lo hará hasta que encuentre justicia y al menos sepa dónde está su amado.
No se rendiría ni desistirá hasta encontrarlo.

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