𝐃𝐈𝐄𝐙

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10. EL CAMPAMENTO

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           CUANDO desperté a la mañana siguiente, me encontré con Lucy sentada a mi lado. Estaba con un montón de margaritas en sus manos, las contaba y soplaba, después hablaba con ellas. Sonreí ligeramente.

La noche anterior me había bañado en el río y no cené nada por el sueño que tenía, razón por la que en ese momento mis tripas rugían. Llevaba un camisón blanco que una ninfa del bosque me dio.

—Buenos días —le dije a Lucy con una sonrisa.

Lucy me miró emocionada al ver que estaba despierta.

—¡Has despertado! Edmund ya habló con Aslan. Ahora te toca a ti. Ha pedido que te avisáramos en cuanto despertaras.

—¿Has estado esperando a que me despierte?

—Ajá.

Sonreí con ternura y le di un rápido beso en la mejilla a la niña, consiguiendo que ella riera y me mirara contenta. No la conocía de hacía mucho, mucho tiempo. Pero podía afirmar que la quería como una hermana pequeña, era adorable y una de las mejores personas que conocía. Nunca dejaría que nada le pasara, era un alma demasiado pura. Me daba miedo que el mundo pudiese destrozar ese corazón tan grande.

—Lu, eres increíble. Lo sabes, ¿no?

—Tú eres increíble, Drey —sonrió— ¡Eres una bruja!

—Eso está por ver... No lo tengo tan claro.

En ese momento, las cortinas de la tienda se abrieron dejando paso a Susan. Llevaba un vestido de color verde oscuro, y Lucy uno de color lavanda. Ambas estaban preciosas. Susan me sonrió y se agachó junto a nosotras.

—¿Has descansado?

—Como nunca —respondí incorporándome.

—Ahora debes hablar con Aslan y más tarde comeremos.

—¿Qué debo ponerme? —pregunté levantándome.

Susan se dirigió hacia una parte de la tienda donde había un biombo o algo parecido, de ahí colgaba una prenda larga. Susan la agarró y la extendió sujetándola de los hombros con sus dedos. Era un vestido medieval precioso.

Era de color amarillo mostaza, con la cintura apretada gracias a unas cuerdas que se ajustaban en los lados del torso y en la cintura. Era de cuello cuadrado, con mangas largas y acampanadas. En la parte del pecho había un rectángulo con una tela de un dibujo en forma de mosaico. La falda era ajustada en la cintura pero suelta a medida que baja por las piernas, con una tela marrón en la parte trasera encima de la falda mostaza. Era el típico vestido medieval que yo veía en las películas o en ilustraciones y del que me enamoraría.

—Había pensado en éste para ti— me dijo Susan, entregándomelo— Si no te gusta, podemos escoger otro.

—Me encanta —dije asintiendo.— Es perfecto, gracias Susan.

Después de vestirme y de que Lucy me cepillase el cabello, por petición suya, las tres salimos de la tienda. Al salir, pude ver que Edmund y Peter hablaban con unos centauros que forjaban armas. Parecían reír de algo y la conversación era animada. En cuanto un centauro nos señaló al ver  que los mirábamos, mi corazón latió con rapidez en cuanto Peter posó su mirada sobre mi.

Nos quedamos mirándonos durante segundos desde la distancia hasta que escuché una risa a mi lado. Era Susan, que parecía muy divertida.

—Vamos, tortolita, Aslan te espera.

—No soy una tortolita... —murmuré tratando de no sonrojarme, y comencé a andar mirando mis pies.

Cuando llegamos a la tienda de Aslan, las dos me avisaron de que me esperarían en el exterior y les agradecí. Abrí las cortinas y dentro vi que Aslan estaba sentado en el suelo. No había cama (por obvias razones) pero había muchas cosas. Era una tienda acogedora.

Aslan me miró y yo volví a sentir esa corriente que inundaba mi cuerpo de manera positiva.

—Bienvenida, hija de Eva —me saludó, asintiendo— Espero que hayas podido reponer fuerzas.

—Así es, he descansado como no lo hacía desde hace días —respondí, tratando de no parecer nerviosa—. Lucy y Susan me han dicho que pedías hablar conmigo.

—En efecto, pequeña bruja —me dijo con esa voz tan afable—. Siéntante frente a mí y hablaremos.

Hice lo que me pedía, agachándome y arrodillándome frente a él. Lo miré y me sentí segura. 

—¿Llegaste a escuchar la profecía sobre los hermanos Pevensie?— me preguntó. Yo negué con la cabeza—. ¿Quieres escucharla?

—Por supuesto.

—Bien. Esta profecía tiene muchos años ya. Ésta dice que a la llegada de dos hijos de Adán y dos hijas de Eva a Narnia, derrotarían a la Bruja Blanca y se convertirían en reyes y reinas. Así traerían la paz al reino.

—O sea, que los Pevensie acabarán derrotando a la Bruja Blanca.

—Exacto -eso me hizo sentir muy bien-. Pero necesitan la ayuda de alguien muy importante. Y ahí entras tú, Audrey.

— ¿Yo?

— Sí. Supongo que ya te has enterado de que posees dones de la naturaleza. Eres una bruja.

— Es lo que todos me dicen, pero yo aún no lo he experimentado. No sé si llego a creérmelo.

— Tienes que explorar dentro de ti, Audrey. Tienes que buscar en lo más profundo de tu ser, aquel don, y dejarlo salir. Esta tarde tendremos una sesión para ayudarte a comenzar a aprender a utilizar tu habilidad.

—Gracias, Aslan. Lo estaré esperando con ansias —suspiré, después lo miré con interés—. ¿Qué dice la profecía sobre mi?

—Habla sobre cómo llegarás junto a los reyes de Narnia y derrotarás a la bruja Blanca consiguiendo destrozar su bien más preciado —conforme me iba relatando aquello, yo sentía cómo un escalofrío recorría mi espina dorsal—. Le arrebatarás su título como reina y bruja de Narnia, convirtiéndote en la Bruja Legítima del reino.

—Vaya...

—Para eso, necesitas entrenar tu mente. ¿Lo entiendes? —asentí, emocionada—. Sé que eees capaces de cosas grandes, sólo debes creer en ti misma. Narnia te necesita. Tú eres Narnia.

Sonreí al escuchar esas palabras. Me gustaba cómo sonaban. Aunque aún me sentía cohibida e impresionada por la mala primera impresión que había recibido del reino gracias a Jadis y sus secuaces, ahora estaba más calmada y tranquila.

Aquel reino nos necesitaba y no les daría la espalda.

Pero... aún así me seguía preguntando sobre mis padres, sobre mi vida en Inglaterra. ¿Cuándo volvería? ¿Acaso volvería algún día?

—Creo que es suficiente charla por esta mañana —acabó diciéndome el león, y me levanté con cuidado—. Recuerda que esta tarde tendremos nuestra clase para practicar.

—Lo recordaré. Gracias, Aslan.

Me marché de allí, sintiéndome muy contenta de poder ir por fin a comer, y recibí con una sonrisa abierta y sincera a las hermanas Pevensie. Nos dirigimos hacia los chicos, que ya no hablaban con los centauros, mientras les contaba lo que Aslan me había dicho.

—Ojalá sea verdad y seas una bruja poderosa -me decía Lucy con mucha emoción.

—Yo también lo espero. Vengarme de Jadis es una necesidad ahora mismo.

Llegamos hasta Edmund y Peter, el cual se había comenzado a colocar bien el cabello en cuanto vio que me acercaba. No dejé pasar ese detalle por alto.

—¿Cómo estás, Drey?— Me preguntó Edmund. Tenía un corte en el labio, pero en general tenía mucho mejor aspecto que cuando nos encontrábamos en el trineo de la reina Jadis.

—Mucho mejor. Veo que tú también.

Miré a Peter, que analizaba mi vestido, mi cabello y mi rostro.

—Tienes una herida en la ceja y en el pómulo —comentó el rubio, sin dejar de mirarme. Yo también lo analicé, a pesar de que él no tenía rasguños—. Quizá deberías curarlas.

—Ya las curó una ninfa esta noche mientras dormía— le respondió Susan por mi, sonriendo divertida al ver la expresión de su hermano—. Deberíamos ir a comer.

Nadie le negó eso, y comenzamos a andar en dirección a la zona donde teníamos una mesa de piedra pequeña con comida en ella. No perdimos el tiempo; Edmund y yo comíamos todo lo que podíamos y con mucha velocidad. Estábamos hambrientos.

Había mucho pan, mermelada, queso, embutido, fruta y carne. Estaba todo delicioso y parecía tener incluso más sabor después del hambre que habíamos pasado. El campamento de Aslan nos proporcionaba de todo lo que carecíamos junto a Jadis.

También teníamos huevos pasados por agua, patatas asadas, puré e incluso tomates frescos. Creía que se me hacía la boca agua.

Lucy miró divertida a Edmund, que comía sin parar y como si la vida le fuese en ello.

—No se acabará el pan en Narnia —le dijo haciendo sonreír al moreno.

Yo sentí mucha dulzura al ver que los dos pequeños sonreían juntos y hablaban pacíficamente, era como si a la vuelta de Edmund esto hubiese traído buen ambiente y hubiese mejorado su relación con sus hermanos. Era algo maravilloso de presenciar. Edmund realmente había cambiado después de su experiencia con Jadis.

—Y habrá provisiones para el viaje de vuelta —dijo Peter detrás de nosotros, pues bebía de una copa de metal de pie apoyado en una gran piedra. Nos miraba comer sin decir una palabra hasta ese momento.

—¿Volveremos a casa?— preguntó Susan con sorpresa.

—Vosotros –respondió Peter acercándose a nosotros, lo miré desconcertada mientras veía cómo se agachaba y se sentaba a mi lado–. Le prometí a mamá cuidar de los tres, pero... yo puedo quedarme rezagado y ayudarles.

—Pero nos necesitan a los cinco —Lucy miró a su hermano con confusión.— ¿qué hará Drey?

—Drey puede hacer lo que quiera, por desgracia yo no puedo decidir por ella y hacer que vuelva sana y salva. —me miró y puso una mueca—Aunque lo único que quiera hacer ahora mismo sea protegerte. No puedo decidir por ti.

—Es la bruja legítima —respondió rápidamente Lucy, alterada—, debe estar aquí. Igual que nosotros.

—Lucy, es muy peligroso ¡casi os ahogáis y a Edmund casi lo matan! -intentó convencerle Peter.

Entendía su punto de vista, pues estaba preocupado por el bienestar de sus hermanos y una guerra se aproximaba. Pero la profecía hablaba de los cuatro hermanos, no de uno. No podían marcharse sin más. No cuando les necesitaban.

—Por eso debemos quedarnos —nos sorprendió a todos Edmund—. He visto actuar a la Bruja Blanca. Yo la he ayudado, Drey lo ha visto. Y no podemos dejar a toda esta gente a su merced.

Peter no pudo evitar sonreír un poco mirando a su hermano por las palabras que salían de él. Realmente había cambiado a mejor y eso nos alegraba a todos. Lucy apoyó su mano sobre la de Edmund como gesto de apoyo. Susan miró a la mesa, pensativa, y después se levantó con determinación.

—Bueno, no se hable más.

—¿A dónde vas? —le preguntó Peter al ver que ella andaba hacia un punto exacto.

Susan agarró un carcaj lleno de flechas y un arco. Eran preciosos y era la primera vez que los veía.

—A practicar —Susan nos miró con diversión.

Todos nos miramos sonriendo, pensando en que quizá era hora de luchar, o al menos intentarlo. Me levanté sacudiendo la falda de mi vestido y mis manos. A pesar de lo deliciosa que estaba la comida y de lo mucho que podía seguir engullendo, caminé con rapidez hacia una espada que Peter afirmaba que el mismo Papá Noel me había regalado.

Me habría gustado conocerlo.

Llegamos a un claro donde unas piedras altas descasaban dispersadas. Edmund y Peter marcharon a por Oreius para ir a por los caballos, y Susan y Lucy corrieron hacia las dianas. Me di la vuelta y me encontré cara a cara con Aslan, que me miraba esperando a que yo dijera algo.

— ¿Empieza el entrenamiento?

— Sí, sígueme.

Hice lo que me pidió y lo seguí por el campo del campamento. Hacia un día espectacular y todas las criaturas del ejército de Aslan parecían de buen humor. El hecho de que los Pevensie se encontraran allí parecía tenerlos muy emocionados y esperanzados. La Narnia que yo veía en ese momento no era la misma que días atrás. No era la misma que cuando llegamos.

En especial el estado de ánimo de esta, de la tierra en general. Yo podía sentirlo. Pude sentir la tristeza, la depresión y la oscuridad que transmitía la tierra narniana cuando llegamos desde el armario del profesor Kirke. Al igual que ahora podía sentir la esperanza, la luz y la alegría que emanaba el césped y las copas de los árboles que danzaban. Antes sólo silbaban y susurraban.

Llegamos hasta un punto donde había un círculo. Estaba compuesto por troncos de árbol donde había posados en ellos cuencos con diferentes cosas. Aslan me llevó hasta el primer cuenco.

Miré el interior de éste y encontré en él agua. Agua cristalina e intacta.

—Verás, Audrey. Lo que os diferencia a Jadis y a ti es algo muy importante: La bruja blanca sólo puede controlar el hielo, la nieve y el estado de paralización de todos por su cetro. La bruja legítima puede controlar el clima de la tierra de Narnia. Puede manejar cualquier elemento, puede crear tormentas, huracanes, tsunamis, el rayo de Sol más potente e incluso la nevada más arrolladora.

—¿Yo puedo hacer eso?

—Si crees en ti misma y pones en ti todo el esfuerzo posible, lo podrás hacer. Pero debes saber controlarlo y utilizarlo en los momentos necesarios.

Yo era una persona que podía enfadarse con facilidad, pero no me imaginaba lanzándole un rayo a una persona que me molestaba. No era así, no llegaba a ser tan impulsiva.

—Quiero que pongas toda tu mente en intentar mover el agua dentro del cuenco. No puedes tocarla. —le miré con confusión y apuro—Confío en ti. Tomate tu tiempo. Cierra los ojos y cuando creas estar relajada, trata de hacerlo.

Inspiré y exhalé. Cerré mis ojos y traté de despejar mi mente lo máximo posible, sólo debía centrarme en el agua del cuenco. Yo podía hacerlo.

Abrí los ojos, cuando me sentí calmada, y los entrecerré mirando el agua del cuenco. Hice toda la fuerza posible. Tanto mental como física, pues apretaba mi mandíbula y mis puños. El agua era lo único que tenía en mis pensamientos, y no paraba de imaginar que esta se movía. Aslan no me decía nada y hubo un momento en el que hice tanta fuerza que comenzó a dolerme la cabeza; sentí una presión fuerte en los ojos y de repente salgo en mi se desprendió en el interior. Comencé a marearme a la vez que notaba el aire silbar en mis oídos con una fuerza increíble.

Salí de mi trance a la vez que veía cómo las copas de los árboles se mecían con ímpetu y el viento salvaje hacía que mi vestido y mi cabello ondease.

—No has podido controlar el agua, pero sí el viento. Te felicito, Audrey.

Sonreí sin poder evitarlo. Aunque no había conseguido lo principal que me había propuesto, había conseguido sacar algo igual de importante. Era un comienzo.

Un comienzo que afirmaba nuestras sospechas, y que me hizo creer lo que todos me decían.

Quizá sí era la Bruja Legítima.

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