Capítulo 6

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—Tú, pedazo de mierda despreciable... —Jin soltó una serie de maldiciones que harían sonrojar a un marinero.

Los ojos de Nam se agrandaron. No supo qué lo sobresaltó más, si Jin atacando al motociclista desconocido o el lenguaje que usó. Mientras golpeaba al motociclista, el hombre se defendió, pero sus habilidades de lucha no eran ni de cerca mejores que las de Jin.

Nam se olvidó de Hoseok y corrió hacia ellos, con el corazón desbocado mientras intentaba pensar en lo que debía hacer. No había forma de que pudiera interponerse entre los dos hombres. No al ritmo que intentaban matarse el uno al otro.

—¡Jin, detente antes de que lo lastimes! —el hermoso chico rubio gritó. Nam se congeló ante sus palabras.

¿Cómo supo el nombre de Jin?

El rubio se movió como si tratara de ayudar al motociclista a detener a Jin.

—Cariño, ten cuidado, él va a... ¡Ay, eso tuvo que doler! —El chico se encogió de dolor comprensivo después de que Jin golpeara al motociclista en la nariz. —¡Jin, deja de golpearlo así! Vas a hacer que se le hinche la nariz. ¡Ouch, bebé, ¡agáchate!

El motociclista no se agachó y Jin le propinó un fuerte golpe en la barbilla que le hizo tambalearse hacia atrás. Totalmente aturdido, Nam miró de un lado a otro entre el chico rubio y Jin.

¿Cómo es posible que se conozcan?

—Eros, bebé. ¡No! —volvió a gritar el pequeño rubio, agitando las manos alrededor de la cara como un pájaro a punto de levantar el vuelo. Hoseok se movió para pararse al lado de Nam.

—¿Es ese el Eros que Jin estaba tratando de convocar? —preguntó Nam.

Hoseok se encogió de hombros. —Tal vez, pero nunca pensé que Cupido fuera un motociclista.

—¿Dónde está Príapo? —Jin exigió mientras agarraba a Eros y lo obligaba a retroceder contra la barandilla de madera sobre el agua.

—No lo sé —dijo Eros mientras luchaba por soltar las dos manos de Jin de su camiseta negra.

—No te atrevas a mentir —gruñó Jin.

—¡No sé! —repitió Eros. Jin apretó su agarre mientras dos mil años de dolor y rabia lo invadía. Sus manos temblaban mientras sostenía a Eros en sus puños.

Pero peor que su deseo de matar eran las preguntas implacables que lo atravesaban.

¿Por qué nadie había respondido a su llamado antes? ¿Por qué Eros lo había traicionado? ¿Y cómo pudieron haberle hecho esto, luego irse y dejarlo sufrir todo este tiempo?

—¿Dónde está? —Jin preguntó de nuevo.

—Comiendo, eructando, demonios, no lo sé. Hace siglos que no lo veo —Jin apartó a Eros de la barandilla. Toda la ira del infierno estaba marcada en su rostro cuando lo soltó.

—Tengo que encontrarlo —dijo Jin entre dientes. —Ahora —Un músculo en la mandíbula de Eros se contrajo cuando se pasó las manos por la parte delantera de la camiseta para enderezarla.

—Bueno, sacarme la mierda no va a llamar su atención.

—Pero matarte quizá sí lo haga —Jin volvió a alcanzarlo. De repente, los otros motociclistas se dirigieron hacia Jin. Cuando los hombres se acercaron, Eros esquivó el golpe de Jin y giró para detener a sus amigos.

—Déjenlo en paz, muchachos —dijo Eros, agarrando al que estaba más cerca de él por los brazos y empujándolo hacia atrás. —No quieres pelear con él. Confía en mí. Podría arrancarte el corazón y dártelo de comer antes de que caigas muerto al suelo —Jin observó a los motociclista con una mirada que desafiaba a cualquiera de ellos a acercarse a él.

La mirada fría y letal aterrorizó a Nam y no tuvo ninguna duda de que él podía hacer exactamente lo que decía Eros.

—¿Quién demonios eres, lunático? —preguntó el más alto mientras dirigía una mirada incrédula a Jin. —A mí no me parece gran cosa. —Eros se limpió la sangre de la comisura de los labios y esbozó una media sonrisa al ver la sangre en su pulgar.

—Sí, bueno, confía en lo que te digo. El hombre tiene puños como un mazo y la capacidad de moverse mucho más rápido de lo tú puedes esquivar—. A pesar de sus polvorientos pantalones de cuero negro y su camiseta rota, Eros era increíblemente guapo y no tenía el aspecto desgastado de sus compañeros. Su rostro juvenil habría sido muy bonito si no fuera por el gesto engreído que parece no abandonarlo sin importar cuanto Jin lo golpeara, gesto que acompañado de su largo cabello, que lleva despeinado, le da un aspecto casi vandálico. Bastante lejos de lo que esperarías para un dios, sobre todo uno tan conocido como Cupido.

—Además, es solo una pequeña pelea familiar —dijo Eros con un brillo extraño en los ojos. Palmeó al motociclista en el brazo y se rió. —Mi hermano mayor siempre ha tenido un temperamento desagradable.

Nam intercambió una mirada de asombro e incredulidad con Hoseok. —¿Escuché bien eso?— le preguntó a Hoseok. —No puede ser hermano de Jin. ¿O sí?

—¿Cómo voy a saberlo? —contesta Hoseok igual de sorprendido. Jin en ese momento le dijo algo a Eros en griego antiguo. Los ojos de Hoseok se desorbitaron y la sonrisa se desvaneció instantáneamente del rostro de Eros.

—Si no fueras mi hermano, te mataría por eso —La mirada de Jin se clavó como una daga en el otro.

—Si no te necesitara, ya estarías muerto —soltó Jin. En lugar de enojarse, Eros se rió.

—No te atrevas a reírte —le dijo el rubio enojado a Eros. —Será mejor que recuerdes que es una de las pocas personas capaces de llevar a cabo esa amenaza—. Eros asintió y luego se volvió hacia los otros cuatro motociclistas.

—Adelante —les dijo a sus amigos. —Yo los alcanzaré más tarde.

—¿Estás seguro? —preguntó el más alto, dirigiendo una mirada nerviosa a Jin. —Podemos quedarnos si lo necesitas.

—Nah, está bien —dijo Eros con un gesto indiferente. —¿Recuerdas que te dije que había quedado con alguien aquí? Mi hermano está molesto conmigo, pero se le pasará—. Nam dio un paso atrás cuando los motociclistas pasaron junto a él. Todos se fueron menos el rubio deslumbrante. Quién cruzó los brazos sobre su pecho firme cubierto por cuero y miró a los dos hombres con cautela. Ajeno a él, a Hoseok y al rubio, Eros caminó lentamente en círculos alrededor de Jin, mirándolo de arriba abajo.

—¿En compañía de mortales? —Jin preguntó mientras dirigía una mirada igualmente fría a Eros. —Vaya, Cupido, ¿Se ha congelado el Tártaro mientras yo estaba fuera? —preguntó Jin con desdén. Eros hizo caso omiso de sus palabras de enfado.

—Maldita sea, hombre —dijo con incredulidad Eros. —No has cambiado ni un poco. Pensé que eras mortal.

—Se suponía que lo era, tú... —Jin se fue de nuevo en un frenesí de maldiciones en griego antiguo. Los ojos de Eros brillaron.

—Con una boca como esa, deberías pasar el rato con Ares. Joder, hermanito, no creía que supieras el significado de todo eso —Jin agarró a su hermano por la camisa. Pero antes de que pudiera hacerle algo más a Eros, el rubio estiró el brazo y levantó la mano. Jin se quedó inmóvil como una estatua. Por la expresión de su rostro, Nam supo que no estaba contento.

—Suéltame, Psique —gruñó Jin.

Nam se quedó boquiabierto. ¿Psique? ¿Podría ser posible?

—Solo si prometes no volver a golpearlo —dijo el chico rubio, quien aparentemente era no otro que Psique, la personificación griega del alma. —Sé que ustedes dos no han estado en los mejores términos, pero respeta el hecho de que me gusta bastante su cara tal como está y no voy a soportar que la dañes más.

—Li-be-ra-me —dijo Jin de nuevo, enfatizando cada sílaba.

—Será mejor que lo hagas, Psique —dijo Eros. —Ahora mismo está siendo amable contigo, pero puede romper tu control incluso con más facilidad que yo, gracias a mamá. Y si lo hace, te hará daño —Psique bajó la mano. Y entonces Jin soltó a su hermano.

—No te encuentro divertido, Cupido. No encuentro nada de esto divertido. Ahora, dime ¿dónde está Príapo?

—¡Diablos, que no lo sé! Lo último que supe es que estaba viviendo en el sur de Francia.

La cabeza de Nam zumbaba por la cantidad de información recibida. Miró de un lado a otro entre Cupido y Psique. ¿Podría ser? ¿Podrían realmente, ser Cupido y Psique? ¿Y podrían realmente estar relacionados con Jin? ¿Era posible algo así? Por otra parte, suponía que era tan probable como que dos amigos borrachos invocaran a un esclavo griego de un libro antiguo.

Captó la mirada encantada y ansiosa de Hoseok —¿Quién es Príapo? —Nam le preguntó a Hoseok.

—El dios de la fertilidad que siempre fue retratado caminando con una erección —susurró.

—¿Por qué lo necesita Jin? —preguntó Nam. Hoseok se encogió de hombros.

—¿Quizás fue él quien lo maldijo? Pero aquí está el hecho divertido. Príapo es el hermano de Eros, así que si Jin está relacionado con uno, hay una gran posibilidad de que esté relacionado con el otro.

¿Maldito a una eternidad de esclavitud por su propio hermano? La sola idea enfermó a Nam.

—Invócalo —dijo Jin sombríamente a Eros.

—Llámalo tú. Está enfadado conmigo.

—¿Enfadado? —preguntó Jin. Cupido respondió en griego. Con la mente abrumada por todo esto, Nam decidió interrumpirlos y obtener algunas respuestas.

—Perdona, pero ¿qué está pasando aquí? —le preguntó a Jin. —¿Por qué lo golpeaste? —Jin le dirigió una mirada divertida.

—Porque me dio mucho placer hacerlo. —contestó como si nada.

—Qué bonito —dijo Cupido lentamente a Jin, sin mirar ni una sola vez en la dirección de Nam. —Hace cuánto que no me ves, ¿dos mil años? En vez de un abrazo fraternal y amistoso, me das puñetazos —dijo Cupido con sarcasmo y luego le sonrió a Psique. —Y mamá se pregunta por qué no soy más cercano a mis hermanos.

—No estoy de humor para tu sarcasmo, Cupido —escupió Jin entre dientes. Cupido resopló.

—¿Podrías dejar de llamarme con ese nombre tan espantoso? Nunca lo he soportado, y no puedo creer que tú lo uses, teniendo en cuenta lo mucho que odiabas a los romanos. —se quejó. Y Jin sonrió con frialdad.

—Lo uso sólo porque sé cuánto lo desprecias, Cupido —volvió a soltar Jin con desdén. Cupido apretó los dientes y Nam pudo ver que apenas se contuvo para no golpear a Jin.

—Dime, ¿me has invocado sólo para poder darme una paliza? ¿O hay una razón más productiva para que esté aquí? —preguntó Cupido.

—Sinceramente, no pensé que te molestaras en venir ya que me ignoraste las últimas tres mil veces que te llamé.

—Eso es porque sabía que ibas a pegarme —Cupido señaló su mejilla hinchada. —Lo cual hiciste.

—Entonces, ¿por qué te has molestado en venir ahora? —preguntó Jin.

—Sinceramente —dijo, repitiendo las palabras de Jin. —Supuse que a estas alturas ya estarías muerto, y que se trataba de algún otro mortal que casualmente sonaba como tú.

Nam observó cómo todas las emociones abandonan a Jin. Era casi como si las palabras hirientes de Cupido hubieran matado algo dentro de él. Las palabras también parecieron quitarle algo de entusiasmo a Cupido.

—Mira —le dijo a Jin, —sé qué me culpas, pero lo que le pasó a Sun-hee no fue culpa mía. No tenía forma de saber qué iba a hacer Príapo cuando se enterara.

Jin hizo una mueca como si Cupido lo hubiera golpeado. Una agonía cruda y atormentada brillaba en sus ojos y en las líneas de su rostro. Nam no tenía idea de quién era Sun-hee, pero era obvio que había significado mucho para Jin.

—¿No lo sabías? —Jin preguntó, su voz era ronca.

—Te lo juro, hermano —dijo Cupido en voz baja. Miró a Psique y luego a Jin. —Nunca quise que ella saliera lastimada, y nunca quise traicionarte.

—Claro —se burló Jin. —¿Esperas que me crea eso? Te conozco demasiado bien, Cupido. Te deleitas causando estragos en las vidas de los mortales.

—Pero él no lo hizo contigo, Jin —dijo Psique, su tono era de súplica. —Si no le crees, créeme a mí. Nadie tuvo la intención de que Sun-hee muriera de esa manera. Tu madre aún llora sus muertes. —La mirada de Jin se endureció.

—¿Cómo puedes siquiera soportar hablar de ella? Afrodita estaba tan celosa de ti que primero trató de casarte con un hombre horrible, y luego matarte para evitar que te casaras con Cupido. Para ser la diosa del amor, ciertamente tiene muy poco amor para alguien más que no sea ella misma. —Psique apartó la mirada.

—No hables de ella de esa manera —espetó Cupido. —Ella es nuestra madre y merece tu respeto. —La ira sombría en el rostro de Jin habría asustado al mismo diablo y Cupido se encogió ante él.

—Ni se te ocurra defenderla en mi presencia —gruñó Jin. Fue entonces cuando Cupido notó a Nam y Hoseok. Hizo una doble toma como si ellos acabaran de aparecer en el grupo.

—¿Quiénes son?

—Amigos —dijo Jin para sorpresa de Nam.

El rostro de Cupido se volvió duro, frío. —Tú no tienes amigos.

Jin no respondió, pero la expresión tensa de su rostro conmovió profundamente a Nam. Aparentemente sin darse cuenta de lo mordaces que habían sido sus palabras, Cupido casualmente se movió para pararse al lado de Psique.

—Todavía no me has dicho por qué es tan importante que te contacte con Príapo. —preguntó Cupido. La mandíbula de Jin se contrajo en un tic.

—Porque Príapo me maldijo a una eternidad de esclavitud, y no puedo escapar. Lo quiero aquí el tiempo suficiente para comenzar a arrancarle partes que no le vuelven a crecer.

El rostro de Cupido palideció. —Hombre, tuvo las pelotas para hacer eso. Mamá lo habría matado si lo hubiera sabido.

—¿De verdad esperas que me crea que lo hizo sin que ella lo supiera? No soy tan estúpido, Eros. A esa mujer le importa un bledo lo que a mi me pase. —Cupido negó con la cabeza.

—No empieces con eso. Cuando te ofrecí sus regalos, me dijiste que me los metiera por el orificio trasero. ¿Te acuerdas?

—Me pregunto por qué —Jin dijo sarcásticamente. —Zeus me expulsó del Olimpo a las pocas horas de nacer, y Afrodita nunca se molestó en discutir. La única vez que alguno de vosotros se acercó a mí fue para encontrar alguna nueva forma de tortura con la que molestarme. —Jin dirigió una mirada asesina a Cupido. —Hay un número limitado de veces que puedes patear a un perro antes de que este se vuelva violento.

—Está bien, concedido, algunos de nosotros podríamos haber sido un poco más amables contigo, pero...

—Pero nada, Cupido. Ninguno de ustedes nunca se preocupó por mí. Y menos ella.

—Eso no es cierto. Mamá nunca superó que le dieras la espalda. Eras su favorito.

Jin se burló. —¿Por eso he estado atrapado en un libro durante los últimos dos mil años?

Nam sufría por él. ¿Cómo podía Cupido quedarse allí, escuchando esto y no hacer todo lo que estaba a su alcance para salvar a su hermano de un destino peor que la muerte? No es de extrañar que Jin los maldijera. De repente, Jin agarró el cuchillo del cinturón de Cupido y se cortó la muñeca. Nam jadeó horrorizado, pero antes de que terminara de hacer el ruido, la herida de Jin se curó sin siquiera derramar una gota de sangre.

Los ojos de Cupido se agrandaron. —Santa mierda —dijo en un suspiro. —Esa es una de las dagas de Hefesto.

—Lo sé. —Jin le devolvió la daga a Cupido. —Incluso tú puedes ser asesinado por una de esas, pero yo no. He sido completamente condenado por Príapo. —Nam vio el terror en los ojos de Cupido cuando se dio cuenta de la profundidad de la sentencia de Jin.

—Sabía que te odiaba, pero nunca pensé que caería tan bajo. Hombre, ¿en qué estaba pensando?

—No me importa lo que estaba pensando. Solo quiero ser libre. —Cupido asintió. Por primera vez, Nam vio simpatía y preocupación en el rostro de Cupido.

—Está bien, hermano. Lo primero es lo primero. Quédate aquí y déjame ir a buscar a mamá a ver qué tiene que decir de todo esto.

—Si me ama tanto como dices, ¿por qué no la llamas aquí y me dejas hablar directamente con ella? —preguntó Jin. Y Cupido le dirigió una mirada de obviedad.

—Porque la última vez que mencioné tu nombre, ella lloró durante un siglo. Realmente lastimaste sus sentimientos. —Aunque la postura y el rostro de Jin eran rígidos y fríos, Nam sospechaba en su corazón qué Jin debía haber sufrido tanto como su madre. Si no más. —Consultaré con ella y volveré contigo en breve —dijo Cupido, colocando un brazo sobre Psique. —¿Okay?

Jin extendió la mano y agarró el collar del cuello de Cupido. Se lo quitó de un tirón.

—¡Oye! —Cupido gritó. —Cuidado con eso. —Jin hizo una bola con la cadena en su puño y dejó que el pequeño arco colgara de su mano.

—De esta manera, sé que volverás —aseguró Jin. Y luciendo muy molesto, Cupido se frotó el cuello.

—Solo cuídalo. Ese arco es peligroso en las manos equivocadas.

—No temas. Recuerdo muy bien su efecto —murmuró Jin. Los dos hermanos intercambiaron una mirada de comprensión cautelosa.

—Hasta luego —Cupido aplaudió, luego él y Psique desaparecieron en una bocanada de humo dorado.

Nam dio un paso hacia atrás, su mente dando vueltas. No podía creer lo que acababa de escuchar y ver.

—Tengo que estar soñando —susurró Hoseok. —Es eso o he visto demasiados episodios de Xena. —Nam se quedó quieto mientras luchaba por digerir todo lo que había visto y oído.

—Eso no pudo haber sido real. Tuvo que haber sido algún tipo de alucinación.

Jin suspiró con cansancio. —Ojalá tuviera la opción de creer eso.

—¡Dios mío, ese era Cupido! —Hoseok dijo emocionado. —¡El de verdad! ¡El lindo querubín que reparte corazones!

Jin se burló. —Cupido es cualquier cosa menos lindo. En cuanto a repartir corazones, es más probable que los arranque y los destroce.

—Pero él puede hacer que la gente se enamore. —cuestionó Hoseok.

—No —dijo Jin, apretando con más fuerza el collar en su puño. —Lo que ofrece es una ilusión. Ningún poder superior puede hacer que un ser humano ame a otro. El amor viene del interior del corazón. —Su voz tenía un tono inquietante.

Nam encontró su mirada. —Lo dices como si lo hubieras experimentado.

—Es porque si lo hice. —Nam podía sentir su dolor como si fuera el suyo propio. Alargó la mano para tocarle ligeramente el brazo.

—¿Es eso lo que le pasó a Sun-hee? —Nam preguntó en voz baja. Con los ojos atormentados, Jin apartó la mirada de él.

—¿Hay algún lugar donde pueda cortarme el pelo? —preguntó inesperadamente.

—¿Qué? —Nam preguntó, sabiendo que estaba cambiando de tema para no responder a su pregunta. —¿Por qué?

—No quiero que nada me recuerde a ellos. —El dolor y el odio en su rostro eran tangibles. A regañadientes, Nam asintió.

—Hay un lugar cerca de la cervecería.

—Por favor, llévame allí —Nam lo hizo. Lo condujo a él y a Hoseok de regreso a la cervecería, al Salón. Nadie volvió a hablar hasta que la estilista lo tuvo bien sentado en la silla.

—¿Seguro que quieres que te lo corte? —preguntó la mujer mientras pasaba las manos con adoración por los largos mechones oscuros. —Es precioso. La mayoría de los hombres tienen un aspecto horrible con el pelo largo, pero a ti te sienta realmente bien, ¡Y es tan sano y suave! Me encantaría saber qué usas para acondicionarlo.

El rostro de Jin era inexpresivo. —Córtalo.

La pequeña morena miró por encima del hombro a Nam. —Sabes, si tuviera acceso a este cabello por las noches, creo que estaría un poco enojada de que él quisiera quitármelo —Nam sonrió para sí mismo.

Si la mujer supiera.

—Es su cabello.

—Está bien —dijo ella con un suspiro nostálgico. Ella lo cortó a sus hombros.

—Más corto —dijo Jin mientras ella se alejaba.

La estilista parecía escéptica. —¿Estás seguro?— Jin asintió.

Nam observó en silencio mientras la estilista le cortaba el cabello en un corte favorecedor que caía con gracia alrededor de su apuesto rostro, recordándole a Nam al David de Miguel Ángel. Increíblemente, se mira aún más deslumbrante que antes.

—¿Qué tal? —la mujer le preguntó por fin.

—Está bien —dijo Jin. —Gracias.

Nam le dio una propina a la mujer y luego pagó el corte. Mirando a Jin, él sonrió.

—Ahora, si pareces de esta época —Él giró la cabeza hacia la izquierda como si lo hubiera abofeteado. —¿Eso te ofendió? —preguntó Nam, preocupado de haberlo lastimado sin darse cuenta de alguna manera. Dios sabía que eso era lo último que él necesitaba.

—No. —contestó Jin. Pero por dentro, Nam sabía que no era así. Algo en su inocente comentario le había herido. Profundamente.











—Entonces —dijo Hoseok lentamente mientras regresaban a la multitud en el centro comercial. —¿Eres el hijo de Afrodita? —Él lo miró de reojo.

—No soy el hijo de nadie. Mi madre me abandonó, mi padre me repudió y me crié en un campo de batalla espartano bajo el puño de quien quiera que estuviera alrededor. —Sus palabras llegaron directamente al corazón de Nam. No es de extrañar que fuera tan duro. Tan fuerte. Se preguntó si alguna vez alguien lo había abrazado con cariño. Sólo una vez, sin exigirle que les complaciera primero.

Jin caminó delante de ellos. Nam observó la forma sinuosa en que se movía. Como un depredador mortal y elegante. Tenía los pulgares metidos en los bolsillos delanteros de sus vaqueros y parecía ajeno a la forma en que las personas lo miraban boquiabiertos y suspiraban a su paso. En su mente, Nam podía imaginarse el aspecto que debió de tener en su época, vestido con armadura de combate. Dada su arrogancia y sus movimientos, debía de ser un luchador feroz.

—Hoseok —dijo Nam en voz baja. —¿No leí en la universidad que los espartanos golpeaban a sus hijos todos los días solo para ver cuánto dolor podían soportar? —Jin respondió por Hoseok.

—Lo hacían. Y una vez al año, organizaban concursos para ver quién podía soportar la paliza más dura antes de romperse.

—Y varios de ellos murieron a causa de los concursos —agregó Hoseok. —Ya sea durante la golpiza, o más tarde por las heridas. —Todo cobró sentido para Nam. Sus palabras anteriores sobre haber sido entrenado en Esparta y su odio por los griegos. Hoseok dirigió una mirada triste a Nam antes de hablar con Jin.

—Siendo el hijo de una diosa, me imagino que soportas bien los golpes.

—Sí, lo hago —dijo simplemente, su voz carente de emociones. Nam nunca había querido extender la mano y abrazar a nadie tanto como deseaba abrazar a Jin en ese momento. Pero sabía que su gesto no sería bien recibido.

—Sabes —dijo Hoseok, y por la mirada en sus ojos, Nam supo que estaba tratando de levantarles el ánimo. —Tengo un poco de hambre. ¿Por qué no vamos por unas hamburguesas al Hard Rock?

Jin frunció el ceño en una profunda línea. —¿Por qué siento constantemente que todos ustedes están hablando un idioma completamente extraño? ¿Qué se supone que significa "ir por unas hamburguesas al Hard Rock"? —preguntó Jin con frustración. A lo que Nam se rió.

—El Hard Rock Café es un restaurante —Jin parecía horrorizado ante la explicación.

—¿Comes en un lugar que anuncia que su comida es dura como una roca? —Nam se rió más fuerte. ¿Por qué nunca había pensado en eso?

—Es realmente bueno. Vamos, te mostraré. —Salieron del centro comercial y cruzaron el estacionamiento hacia el Hard Rock Café. Afortunadamente, no tuvieron que esperar mucho antes de que la camarera los llamara para que se sentaran.

—¡Oye! —dijo un chico mientras se acercaban a la camarera. —Nosotros llegamos primero.

La camarera le dio al hombre una mirada cortante. —Su mesa aún no está lista. —Luego, miró a Jin con un par de ojos brillantes y sonrió ampliamente. —Si es tan amable de seguirme... —La mujer balanceó sus caderas como si nada.

Nam miró divertidamente a Hoseok mientras indicaba en silencio las acciones de la chica. —No la critiques tanto —dijo Hoseok. —Nos metió aquí delante de una fila de otras diez personas.

La camarera los acompañó a un reservado. —Espera aquí —dijo tocando ligeramente a Jin en su brazo, —me aseguraré de que un mesero venga de inmediato a atenderte.

—¿Qué, acaso somos invisibles? —Nam preguntó cuando la camarera los dejó.

—Empiezo a pensar que sí —dijo Hoseok mientras tomaba asiento frente a la pared del fondo. Nam se deslizó en el asiento opuesto. Como era de esperar, Jin se sentó a su lado. Y Nam le entregó un menú.

—No puedo leer esto —dijo Jin antes de devolvérselo.

—Oh —dijo Nam, avergonzado de no haber pensado en eso. —Supongo que no enseñaban a leer a los antiguos soldados. —Él se acarició la barbilla con la mano y pareció un poco molesto por su comentario.

—En realidad, lo hicieron. El problema es que me enseñaron a leer y escribir griego antiguo, latín, sánscrito, jeroglíficos egipcios y otros idiomas que murieron hace mucho tiempo. En tus propias palabras, ese menú está en griego para mí —Nam se encogió.

—No vas a dejar que olvide el hecho de que escuchaste todo lo que dije sobre ti antes de que aparecieras, ¿verdad? —cuestionó Nam avergonzado.

—Lo más probable es que no —dijo a la vez que apoyó su brazo sobre la mesa.

Hoseok despegó la vista de su menú y jadeó. —¿Es lo que creo que es? —Y de inmediato tomó la mano de Jin. Para asombro de Nam, Jin dejó que Hoseok levantara su mano derecha hacia la de él y mirara el anillo en su dedo.

—Namjoonie, ¿viste? —Nam se inclinó hacia adelante donde pudiera verlo.

—No realmente. He estado un poco distraído. —Un poco distraído, sí, claro. Eso sería como llamar al Monte Everest un obstáculo en el camino. Incluso en la penumbra, el oro brillaba. La parte superior era plana y tenía grabada una espada rodeada de hojas de laurel e incrustaciones de lo que parecían ser rubíes y esmeraldas. —Es hermoso —dijo Nam.

—Es el anillo de un general, ¿verdad? —preguntó Hoseok. —No eras solo un soldado común y corriente. ¡Eras un maldito general! —gritó Hoseok emocionado. Jin asintió sombríamente.

—Los términos son equivalentes —Hoseok dejó escapar un suspiro de asombro.

—¡Namjoonie, no tienes idea! Para tener un anillo así, tenía que ser alguien importante en su época. No se los daban a cualquiera. —Hoseok negó con la cabeza. —Estoy impresionado.

—No lo estés —dijo Jin.

Por primera vez, Nam envidió a Hoseok por su doctorado en historia antigua. Hoseok sabía mucho más sobre Jin y su mundo de lo que Nam podía imaginar. Pero no necesitaba ese título para comprender lo terrible que debió haber sido para Jin pasar de ser un comandante de hombres a ser esclavizado por la eternidad.

—Apuesto a que eras un gran general —dijo Nam. Jin volvió su atención a Nam y la cruda sinceridad que había escuchado en su voz cuando dijo eso. Por alguna razón inexplicable, su cumplido lo llenó de calidez.

—Me defendí bien.

—Apuesto a que pateaste un montón de traseros. —dijo Nam. Y Jin sonrió. No había pensado en sus victorias en siglos.

—Le pateé el trasero a un par de romanos. —Nam rió por oírlo utilizar con tal facilidad expresiones relativamente nuevas para él.

—Aprendes rápido.

—Oye. —dijo Hoseok, interrumpiendolos. —¿Puedo ver el arco de Cupido?

—Oh, sí —dijo Nam. —¿Podemos verlo? —Jin lo sacó de su bolsillo y lo puso sobre la mesa.

—Con cuidado —le advirtió a Hoseok mientras él lo alcanzaba. —La flecha dorada está cargada. Un pinchazo y te enamorarás de la próxima persona que veas. —Él apartó la mano. Nam tomó su tenedor y lo usó para arrastrar el arco hacia él. —¿Se supone que sea tan pequeño?

Jin sonrió. —¿Nunca has escuchado la frase "el tamaño no importa"?

Nam puso los ojos en blanco. —Si, pero escucharlo de un hombre tan grande como tú, debería ser un delito.

—¡Namjoon! —Hoseok jadeó escandalizado. —Nunca te había escuchado hablar de esa manera antes.

—Eso no es nada comparado con lo que ustedes dos me han dicho en los últimos días.

Jin deslizó su cabello hacia atrás, despejando su frente con delicadeza. Nam no se inmutó esta vez. Estaba progresando.

—Entonces, ¿cómo usa Cupido esta cosa? —preguntó Nam.

Jin dejó que sus dedos se deslizaran suavemente por los sedosos mechones del cabello de Nam. Incluso en la penumbra, brillaba. Anhelaba sentirlo sobre su pecho desnudo. Enterrar su rostro en él y dejar que este acaricie sus mejillas. Cerrando los ojos, imaginó la sensación de su cuerpo rodeándolo. El sonido de su respiración en su oído.

—¿Jin? —preguntó Nam, sacándolo de su ensimismamiento. —¿Cómo usa Cupido esto?

—Puede reducirse al tamaño del arco o puede hacerlo más grande para adaptarse a su objetivo.

—¿En serio? —preguntó Hoseok. —No sabía eso. —La camarera vino corriendo hacia ellos, sacó su libreta y miró a Jin con ojos brillantes, como si él fuera el especial del día. Disimuladamente, Jin deslizó el arco de la mesa y lo devolvió a su bolsillo.

—Lamento mucho haberte hecho esperar. Si hubiera sabido que no habías sido atendido, te aseguro que habría estado aquí en el momento en que se sentaron. —Nam frunció el ceño a la chica.

Maldición, ¿no podía tener Jin cinco segundos sin que una persona se le arrojaran encima?

¿Eso te incluye a ti? Hizo una pausa ante el pensamiento.

Él no era mejor que todas esas personas. Mirando su trasero constantemente, babeando sobre su cuerpo. Era un milagro que Jin pudiera soportar estar cerca de él. Nam se prometió a sí mismo que no lo trataría de esa manera. Él no era un pedazo de carne. Era una persona y merecía ser tratado con respeto y dignidad. Pidió para los tres, y cuando la mesera regresó con sus bebidas, también trajo una orden de alitas de pollo.

—Nosotros no pedimos esto —dijo Hoseok.

—Oh, lo sé —respondió la chica. Y le sonrió a Jin. —Estamos saturados en la cocina, así que tardaremos unos minutos más en sacar la comida. Pensé que tendrías hambre, así que te he traído esto. Si no te gustan, puedo traerte otra cosa. Pero no te preocupes, son cortesía de la casa. Así que, ¿te gustaría otra cosa?

Oh, el doble sentido era obvio e hizo que Nam quisiera arrancarle el cabello rubio rojizo de raíz.

—Esto está bien, gracias —dijo Jin con voz neutra.

—Oh, Dios mío, ¿podrías decirme algo más? —preguntó la chica, prácticamente derritiéndose en el lugar. —¡Oh, di mi nombre! Es Eun-bi.

—Gracias, Eun-bi.

—¡Guau! —canturreó la chica. —Eso me dio escalofríos—. Con una última mirada hambrienta a Jin, la chica los dejó.

—No puedo creer esto —dijo Nam. —¿Las personas siempre te hacen esto?

—Sí —dijo Jin, su tono muy cercano a la ira. —Es por eso que odio ir a lugares públicos.

—No lo odies tanto —dijo Hoseok mientras alcanzaba un ala de pollo. —Definitivamente es útil. De hecho, propongo que lo saquemos más a menudo. —Nam se burló al escuchar a su amigo.

—Sí, bueno, sí se atreve a escribir su nombre y número en la cuenta antes de entregarla, no me hago responsable de lo que pueda hacer. —Hoseok estalló en carcajadas.

Antes de que Nam pudiera preguntar nada más, Cupido entró al restaurante y se acercó a su mesa. El lado izquierdo de su cara tenía un ligero hematoma donde Jin lo había golpeado. Cupido trató de parecer casual, pero Nam sintió su tensión, como si estuviera listo para huir en cualquier momento. Arqueó una ceja ante el cabello corto de Jin, pero no mencionó nada mientras se sentaba junto a Hoseok.

—¿Y bien? —preguntó Jin. Cupido dejó escapar un largo suspiro.

—¿Quieres las malas noticias, o las realmente malas noticias?

—Veamos... ¿Qué tal si hacemos que mi día sea especial, y empezamos con lo peor, y luego seguimos subiendo?

Cupido asintió. —Está bien. En el peor de los casos, lo más probable es que la maldición nunca se rompa—. Jin tomó la noticia mejor que Nam. Él simplemente asintió en aceptación. Nam entrecerró los ojos hacia Cupido.

—¿Cómo puedes hacerle esto? Dios mío, mis padres habrían movido el cielo y la tierra para ayudarme y, sin embargo, aquí estás sentado sin siquiera un "Lo siento" para él. ¿Qué clase de hermano eres?

—Nam —dijo Jin con un tono afilado de voz. —No lo desafíes. No se sabe qué consecuencias podría traer eso.

—Así es, mort... —estuvo por decir Cupido con tono amenazante de voz.

—Tócalo —le dijo Jin a Cupido, interrumpiéndolo. —Y tomaré esa daga que llevas al costado y te arrancaré el corazón—. Cupido se deslizó más lejos de Jin.

—Por cierto, te olvidaste de algunos detalles realmente importantes—. Mencionó Cupido. Jin le dio una mirada defensiva.

—¿Cómo cuáles?

—Como el pequeño hecho de que te acostaste con una de las vírgenes de Príapo. Hombre, ¿en qué estabas pensando? Ni siquiera te molestaste en quitarle la túnica cuando la tomaste. Eres mejor que eso. ¿Por qué hiciste tal cosa?

—Si lo recuerdas, estaba bastante enojado con él en ese momento —dijo Jin con amargura.

—Entonces deberías haber elegido a uno de los seguidores de mamá. Para eso estaban allí.

—Ella no fue quien mató a mi esposa. Fue Príapo. —Nam sintió que sus pulmones se paralizaban ante sus palabras. ¿Hablaba en serio?

Cupido ignoró su hostilidad. —Bueno, Príapo todavía está enojado por eso. Parece verlo como el último insulto en lo que a ti respecta.

—Ya veo —gruñó Jin. —¿El hermano mayor está enojado conmigo por atreverme a acostarme con una de sus vírgenes consagradas cuando se suponía que yo solo me sentaría y dejaría que asesinara a mi familia por su capricho?— La furia en el tono de Jin envió un escalofrío por su espalda. —¿Te molestaste en preguntarle a Príapo por qué los asesinó?

Cupido se pasó una mano por los ojos mientras dejaba escapar un suspiro entrecortado. —Sí, ¿recuerdas cuando derrotaste a Livius en las afueras de Conjara? Livius pidió venganza contra ti justo antes de que lo decapitaras.

—Era la guerra.

—Y sabes cuánto te odió siempre Príapo. Estaba buscando una oportunidad para ir tras de ti sin temor a represalias, y tú se la diste.

Nam miró a Jin, pero este no mostró ninguna emoción en su rostro.

—¿Le dijiste a Príapo que quería verlo? —preguntó Jin.

—¿Estás, loco? Demonios, no. Mencioné tu nombre y él casi explotó. Dijo que podrías pudrirte en el Tártaro para siempre. Créeme, no quieres estar cerca de él.

—Oh, confía en mí, si quiero. —Cupido asintió.

—Sí, pero si lo matas, tendrás que lidiar con Zeus, Tisiphone y Némesis.

—¿Crees que me importa? ¿O que ellos me asustan?

—Sé que no lo hacen, pero realmente no quiero verte morir de esa manera. Y si dejaras de ser terco por tres segundos, te darías cuenta por ti mismo. Vamos, ¿de verdad quieres provocar la ira de los grandes dioses? —Por la mirada en el rostro de Jin, Nam diría que a él realmente no le importaba ni lo uno ni lo otro.

—Pero... —continuó Cupido, —mamá señaló que hay una manera de romper la maldición. —Nam contuvo la respiración mientras la esperanza cruzaba el rostro de Jin. Ambos esperaron a que Cupido se explicara. En cambio, Cupido arrastró su mirada sobre el oscuro interior del restaurante.

—¿Cómo es que la gente come esta mierda...? —Jin chasqueó los dedos frente a la cara de Cupido.

—¿Cómo rompo la maldición? —Cupido se recostó en el asiento de la cabina.

—Sabes que todo en el universo es cíclico. Tal como comenzó, así terminará. Dado que Alexandria causó la maldición, tienes que ser convocado por otra persona de Alejandro. Alguien que también te necesite. Debes hacer un sacrificio por esta persona y... —Cupido se echó a reír. Hasta qué Jin se inclinó sobre la mesa y agarró su camisa con el puño.

—¿Y? —preguntó Jin ansioso. Cupido apartó su agarre y se puso serio.

—Bueno... —La mirada de Cupido se deslizó hacia Nam y Hoseok. —¿Nos disculparían por un minuto?

—Soy terapeuta sexual —le dijo Nam. —No hay nada que puedas decir que me escandalice.

—Y yo no me voy a ir de este puesto hasta que escuche todas las cosas jugosas que estás por decir —dijo Hoseok.

—De acuerdo entonces. —Volvió a mirar a Jin. —Cuando la persona de Alejandro te convoque, no puedes poner tu cuchara en su tarro de miel hasta el último día de tu encarnación. Entonces, los dos deben unirse carnalmente antes de la medianoche y deben mantener sus cuerpos unidos hasta que salga el sol. Si te apartas o sales de tu convocador en cualquier momento, sin importar el motivo, volverás inmediatamente al libro y la maldición continuará.

Jin maldijo y apartó la mirada.

—Exactamente —dijo Cupido. —Sabes lo fuerte que es la maldición de Príapo. No hay manera en el infierno de que llegues a los treinta días sin follarte a tu invocador.

—Ese no es el problema —dijo Jin entre dientes. —El problema es encontrar una persona de Alejandro que me invoque.

Con el corazón latiendo nerviosamente, Nam se inclinó hacia adelante. —¿Qué significa eso? ¿Una persona de Alejandro? —Cupido se encogió de hombros.

—Alguien que tenga Alejandro en su nombre.

—¿Como apellido o nombre? —Nam preguntó.

—Puede ser cualquiera de los dos —contestó Cupido, sin más.

Nam levantó la vista y captó la mirada atormentada de Jin.

—Jin, mi nombre es Kim Namjoon Alexander.


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⛓️ 🩵 ⛓️

© 2024 JinNam Adapt/Ver.

Nuevo capítulo y a tiempo yeii~ espero esten disfrutanto de la historia, ya nos estamos acercando a casi la mitad de esta :)

Puede que no lo recuerden o noten pero si releen el cap anterior, notarán que cambié un poco los últimos párrafos para integrar a todos los chicos y meter al último ship que faltaba jejeje

¿Quién de los chicos creen que son Cupido y Psique, respectivamente?

Hasta la siguiente actualización el próximo viernes. Gracias por leer <333

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