𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐞𝐱𝐭𝐫𝐚

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


Una inusual invitación me ha llegado en un sobre blanco impoluto lacrado con un majestuoso templo de elevadas columnas. Abrí el sobre con impaciencia y leo con atención su contenido.

𝘌𝘴𝘵𝘪𝘮𝘢𝘥𝘢 𝘊𝘩𝘢𝘰𝘴, 𝘵𝘦 𝘪𝘯𝘷𝘪𝘵𝘰 𝘢 𝘢𝘤𝘶𝘥𝘪𝘳 𝘢𝘭 𝘖𝘭𝘪𝘮𝘱𝘰 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘤𝘰𝘯𝘤𝘦𝘳𝘵𝘢𝘳 𝘶𝘯𝘢 𝘦𝘯𝘵𝘳𝘦𝘷𝘪𝘴𝘵𝘢.𝘐𝘳é 𝘢 𝘳𝘦𝘤𝘰𝘨𝘦𝘳𝘵𝘦. 𝘕𝘰 𝘴𝘦𝘢𝘴 𝘪𝘮𝘱𝘶𝘯𝘵𝘶𝘢𝘭.

𝘈𝘵𝘦𝘯𝘵𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦, 𝘈𝘵𝘦𝘯𝘦𝘢.

***

La diosa cumplió su palabra y apareció para llevarme con ella al Olimpo. Cuando la veo ante mí no puedo hacer otra cosa que guardar silencio y seguir al pie de la letra sus instrucciones para que el viaje sea seguro para mí. Tan nerviosa estoy que me quedo quieta cuando me invita a abandonar su espléndido carruaje dorado porque ya hemos llegado a nuestro destino. Atenea esboza una sonrisa y supongo que he despertado su compasión porque me ofrece su mano para ayudarme a bajar. Acepto la mano que me ofrece y le doy las gracias. Una vez que he descendido del carro separo mi mano de la suya con temor a que otros dioses hayan visto ese gesto y, lo malinterpreten. Me asusta reconocer que me ha gustado más de lo que pensaba el tacto de su piel sobre la mía.

— Nadie va a molestarnos si es eso lo que te preocupa. Sígueme— me pide en un tono dulce.

Camino a su lado y no puedo evitar contemplarla. Su espléndida melena está recogida en una perfecta trenza que cae por su espalda. El peplo que lleva es exquisito y es verde como el mar. Cierro los ojos y aspiro su olor. Atenea huele a algo que no puedo describir con palabras, algo que me resulta muy agradable y atrayente.

— Toma asiento— me indica recordándome el propósito por el que estoy allí.

Me siento en un comodísimo butacón dorado y mullido con una tela similar al terciopelo. Sus ojos grises conectan con los míos y trago saliva. Con gesto nervioso abro el cuaderno en el que llevo anotadas las preguntas que quiero hacerle. Por el contrario, ella cruza una de sus piernas por encima de la otra, adoptando una postura en la que se ve cómoda y sobre todo muy segura de sí misma. Las palabras se quedan atoradas en mi garganta y soy incapaz de hablar.

— Te noto tensa en mi presencia, ¿deseas una copa de vino u otra cosa? — me ofrece con gentileza.

Me remuevo incómoda en mi asiento y noto que mis labios están completamente secos. Me los humedezco con la lengua antes de pedirle un vaso de agua. Atenea se levanta y me acerca un vaso colmado de agua fresca. Nuestras manos vuelven a rozarse por un segundo y yo ignoro el cosquilleo que siento.

— Muchas gracias— le agradezco una vez que he bebido un poco de agua.

Después, dejo la copa en la mesa que se halla ante nosotras y abro el cuaderno en busca de las preguntas que anoté para la entrevista. Mientras lo hago, siento los ojos de Atenea, demandantes, clavados en mí y opto por fingir que no me doy cuenta de que me está observando. Finalmente alzo la cabeza una vez que tengo claro el orden de las preguntas y cuando lo hago, rehúye mi mirada mientras se lleva una uva a la boca con gesto desinteresado.

— Deduzco por tu invitación que leíste mi obra y me gustaría saber qué te ha parecido— estas palabras abandonan mis labios y me espero la peor de las respuestas.

Atenea vuelve a mirarme y se relame los labios con aire pensativo.

— No ha estado mal. Me sorprendió para bien la forma en la que construiste mi manera de ser. No obstante, lo que no esperaba era encontrar una escena de sexo digamos... un poco explícita— me confiesa y noto cómo se sonroja.

— Discúlpame, Atenea, mi intención jamás ha sido la de ofenderte o avergonzarte— respondo inmediatamente.

Ella recupera la compostura y esboza una sonrisa tranquilizadora.

— Tranquila, sé que tu intenciones son buenas y eso es suficiente para mí. Sólo quería recalcar que me sorprendió leer dicha escena, eso es todo— responde escuetamente y me hace un gesto con la cabeza para que formule otra pregunta.

Me permito sonreír y prosigo con la entrevista.

— En las numerosas historias que he escrito en las cuales eres protagonista, muestro múltiples facetas que podrían conformar tu personalidad. En ese punto lo que mis lectores se preguntan al igual que yo es: ¿cómo eres realmente?

Atenea me mira a los ojos un instante para después desviar la mirada. Me doy cuenta de que mira un punto lejano en el horizonte, siendo muy evidente que está inmersa en hallar la respuesta que me quiere dar, por lo que para no agobiarla permanezco callada y aprovecho para admirar el Olimpo.

— Me considero una diosa cercana y benévola con los mortales, excepto en aquellos casos en los que despiertan mi ira. Creo que la frialdad y racionalidad que he mostrado en demasiadas ocasiones ha provocado que muchos mortales me malinterpreten y me vean con malos ojos, olvidando que a diferencia de otros dioses, soy misericordiosa con aquellos que lo merecen— reconoce la diosa.

— Me parece que eso es cierto. Eres una diosa compleja e incomprendida por muchos mortales porque se han quedado con una versión de un mito mal contado.

Bebo otro sorbo de agua y al notar su interés, sigo hablando.

— Claro está que eres la diosa más lógica y racional de todo el panteón olímpico y estas cualidades se suelen asociar con la frialdad, pero eso no quita que eres benévola y pacífica. Ahora dime, ¿cuál ha sido el detonante que te ha hecho mostrarte así ante todo el mundo? — le pregunto con genuino interés.

Parece removerse incómoda en su asiento y cambia de postura. Me percato de que en sus ojos se vislumbra la tristeza como consecuencia de haber recordado algo sumamente doloroso.

— No tienes que responder si no lo deseas— le indico en un tono de voz dulce y esbozo una tímida sonrisa en un intento de reconfortarla.

Por un momento la veo dudar en contestarme pero al final, lo hace.

— Es la muerte de Palas— confiesa y recuesta su cabeza en el butacón con abatimiento.

— No esperaba tanta franqueza por tu parte...— reconozco bebiendo otro sorbo de agua.

— Te he observado lo suficiente como para saber que eres buena persona y la gente buena me inspira confianza, es así de simple— reconoce ella y se lleva otra uva a la boca.

No sé qué responderle y me pongo tan nerviosa de repente que abro de nuevo mi cuaderno de anotaciones porque se me han olvidado las demás preguntas y busco con desesperación alguna para llenar el silencio que impera ahora en el ambiente. De pronto noto que ella está delante de mí y que sin mediar palabra cierra mi cuaderno. Me pongo alerta y deduzco que al haber formulado esa pregunta he sobrepasado un límite infranqueable. Debe ser que vio el pánico en mis ojos porque una vez que me quita con delicadeza el cuaderno se aleja de mí y vuelve a tomar asiento en su espléndido butacón.

— Pregúntame lo que realmente deseas saber— me propone dejando el cuaderno cerrado encima de la mesa.

Respiro hondo y acepto el reto.

— ¿Te arrepientes de lo que le hiciste a Myrmex? — le pregunto y al instante me arrepiento de haberlo hecho porque su semblante cambia.

— No. Ella cometió una falta de hybris, traicionando a su paso mi lealtad y por eso recibió un castigo— responde con frialdad.

Cambio mi postura al percibir la frialdad en su voz y pienso en alguna pregunta más trivial que relaje el ambiente.

— Según tengo entendido el néctar de los dioses es una bebida deliciosa y refrescante ¿estás de acuerdo? — le pregunto con gran curiosidad.

— Sí. Es una de las mejores cosas que un dios puede llevarse a los labios— reconoce llevándose una espléndida copa a la boca.

Atenea sonríe y parece que su cuerpo se destensa porque baja los hombros y se recuesta de nuevo en el butacón. Unos pocos minutos después me percato de que se ha puesto de pie otra vez y que se aproxima hacia mí llevando su copa con ella. Su inesperada cercanía me pone tensa hasta el punto en el que mi respiración se entrecorta. Un miedo irracional me invade. Llego a pensar que he cometido un nuevo error y que si ella lo deseara, podría aniquilarme en cuestión de segundos sin que nadie reparara en ello.

— Perdón por la pregunta que te hice antes— reconozco con gran culpabilidad mientras me pierdo en sus bellos ojos.

— Perdonada— contesta en tono conciliador y me tiende su copa.

Mientras la entrevistaba no he parado de pensar en volver a sentir su tacto y en un acto de impulsividad me atrevo a dejar una suave caricia en una de sus manos y la miro intensamente. Ella parece haberse dado cuenta de mi gesto, pero de momento no dice ni hace nada y no sé cómo interpretar esto. Al final es ella la que aparta la mano abruptamente, como si mi tacto le incomodara.

— ¿Por qué me ofreces tu copa? — le pregunto con nerviosismo.

— Para que degustes el néctar de los dioses— me explica como si no fuera lo suficientemente obvio.

Hago lo que me dice. Me llevo su copa a mis labios y degusto un pequeño sorbo de néctar. El sabor es indescriptible y pienso que jamás he bebido algo que se le asemeje en sabor y frescura. La diosa me mira, su mano roza la mía cuando toma su copa y sin mediar palabra se la lleva a sus labios. Yo no puedo evitar fijarme en ellos. Son carnosos y tan hermosos que me pregunto cómo sería besarla. Aparto rápidamente ese pensamiento de mi cabeza y noto mi mente embotada por el néctar y por su proximidad.

— El néctar de los dioses te embota la mente si no estás acostumbrada a degustarlo— me explica mientras se aleja de mí y vuelve a sentarse en su butacón.

Asiento con la cabeza volviendo a centrarme en la conversación y viendo lo relajada que se muestra, me animo a plantearle otra pregunta.

— ¿Los dioses os habéis planteado manifestaros a los actuales mortales como hacías antes de que dejaran de creer en vosotros? — le pregunto.

— No nos volveremos a manifestar en ese sentido. Si bien hemos acordado que si un mortal es de nuestro agrado, podemos manifestarnos de la forma que consideremos siempre que no revelemos nuestro aspecto divino— me explica ella.

De nuevo reina el silencio entre nosotras. Ella me mira y yo con disimulo aparto la mirada porque su belleza es hipnótica, tanto que ninguna de las numerosas estatuas que han hecho en su honor refleja con total precisión su elegancia, majestuosidad y belleza. Pienso con amargura que al igual que el dios Hefesto, he caído bajo su hechizo. Sacudo mi cabeza y busco desesperadamente cualquier cosa que distraiga mi atención y por suerte me percato de que ya ha comenzado a atardecer. Las nubes han adquirido un tono rosado y anaranjado y no puedo hacer otra cosa que contemplar el maravilloso espectáculo que tengo ante mis ojos.

— Me parece que la entrevista ya ha llegado a su fin— anuncia mientras se pone de pie.

Recupero mi cuaderno, que hasta este momento estuvo en la mesa completamente cerrado y también me pongo de pie. Atenea me insta a seguirla, cosa que hago sin dudar. En el camino reina un silencio sepulcral y llego a creer que puede escuchar los latidos de mi corazón. Hago un repaso de todas nuestras interacciones y llego a la conclusión de que pese a lo seria e intimidante que se ve, ha sido muy amable y educada conmigo. Me permito admirar con disimulo su singular belleza para rememorar este encuentro para siempre. Ella me mira con gesto preocupado y siento cómo su mirada me escudriña en busca de una respuesta que yo desconozco, razón por la que me detengo en seco. Me imita y posa su mano en la parte alta de mi pecho, yo me sobresalto.

— Tu corazón va muy deprisa— afirma con rotundidad y percibo preocupación en su voz.

— ¿Qué se dice en estos casos? — me pregunto en silencio porque no me atrevo a contestar pese a saber la respuesta.

Escucho su respiración, errática, como si estuviera inquieta por alguna extraña razón. Atenea reafirma su agarre y me pide que respire hondo, inhalo y exhalo aire ante su atenta mirada. Este ejercicio funciona porque noto cómo los latidos de mi corazón se ralentizan un poco.

— ¡¡Atenea!! — exclama alguien desconocido para mí interrumpiendo el momento.

La diosa se aparta abruptamente de mí como si hubiera hecho algo impensable e inapropiado. Yo me giro en busca de la voz que nos ha interrumpido y me doy cuenta de que se trata del dios Dioniso, el cual parece estar borracho como una cuba. Atenea pone los ojos en blanco y pienso que le ha molestado la impertinencia de Dioniso, al igual que a mí.

— Dioniso, márchate de aquí— le ordena con frialdad.

— Oh, hermana, no sabía que habías invitado a una mortal— responde él posando sus ojos en mí.

Atenea no se molesta en responderle y me ordena que le siga. En cuestión de pocos segundos nos alejamos de él. Una vez que estamos lo suficientemente alejadas parece calmarse y yo también.

— Creo que he sentido ansiedad. Por eso mi corazón se aceleró tanto— miento.

Ella me mira intensamente a los ojos y recuerdo que no se le puede mentir, pues es capaz de desenmascarar las mentiras más complejas. En sus grandes ojos grises leo el reproche que me hace por haberle mentido y me veo forzada a reconocer una verdad a medias.

— Es cierto, te he mentido. Mi corazón no se aceleró por eso precisamente— reconozco en voz alta.

Parece que entiende las palabras que he omitido deliberadamente porque ahora es incapaz de sostenerme la mirada. Noto su incomodidad y me arrepiento al instante de lo que he insinuado con mis palabras. La culpabilidad me invade tanto que lo único que se me ocurre es pedir perdón por algo que ni siquiera puedo controlar.

— Perdóname, por todo. Lo último que quiero es incomodarte— le digo con mucha tristeza.

Ella niega con la cabeza, mostrando disconformidad. Hace el amago de tocarme y yo deseo en silencio que lo haga. Al final desecha la idea y para disimular estira una arruga imaginaria de su peplo.

— No hay nada que perdonar. Intuyo por qué tu corazón se ha acelerado y no pasa nada— apunta ella.

Parece que intenta reconfortarme pero más bien su respuesta me suena a reproche y su expresión facial se endurece.

No puedo evitar preguntarme cómo habría seguido esta conversación de no ser interrumpidas por las numerosas voces que comenzamos a escuchar en la lejanía. Escuchamos los pasos de los dioses con más intensidad, señal inequívoca de que están cada vez más cerca. Sabemos que nuestro encuentro ya toca a su fin. Ahora se atreve a mirarme y no sé qué vislumbra en mis ojos porque su expresión se suaviza un poco. Las voces de los dioses resuenan con más fuerza y ella tira de mi mano derecha para que la siga.

— Debes marcharte ya si no quieres verte acorralada por mi familia— me aconseja como si hubiera leído mis pensamientos.



Nota de la autora: Tengo que reconocer que me daba vergüenza publicar este especial porque por primera vez aparezco como protagonista. Espero que os haya gustado mucho🤗💫

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro