10: Agrietar

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Un ambiente frígido dominaba cada centímetro de aquella habitación. El ventanal que actuaba como la única fuente de iluminación se hallaba cubierto por una gruesa cortina de tonalidad parda, causando que todo estuviese sumido en espesas tinieblas. Las grisáceas paredes de hormigón y la casi total carencia de muebles hacían parecer a la estancia mucho más grande de lo que realmente era, a pesar de que ni siquiera alcanzaba las dimensiones de un departamento convencional. Lo único que destacaba en aquel tétrico espacio cuasi vacío era un camastro metálico con un delgado colchón encima, ubicado justo al lado de la ventana.

Nirvana, acostada en el referido lecho, abrió los ojos de golpe y se retorció con suavidad mientras intentaba desprenderse de los últimos retazos de sueño. Cada uno de sus movimientos era acompañado por fuertes chirridos del catre, como si gruñera anunciando su inminente colapso. A la chica nunca le habían gustado ese tipo de sonidos tan agudos, pero en aquellos momentos apenas podía percibirlos como lejanos tintineos. A fin de cuentas, su completa atención había sido acaparada por el intenso dolor punzante que recorría su cuerpo de pies a cabeza.

Sentía frío y calor al mismo tiempo, además de un intenso mareo que la asaltaba por oleadas cada vez que parpadeaba o tomaba bocanadas de aire. Poco a poco fue capaz de regularizar su respiración entrecortada, hasta finalmente tener las fuerzas necesarias para sentarse al borde de la incómoda cama. Era probable que cualquier otra persona no hubiese sido capaz de resistir un padecimiento tan intenso sin desmayarse, pero ella estaba más que acostumbrada. Desde que tenía memoria, siempre había sufrido ataques de dolor a esa escala, en especial durante las primeras horas del día. En consecuencia, su nivel de resistencia se encontraba muy por encima de lo normal, aunque eso no restaba lo desagradable de la rutina que se veía obligada a soportar.

De cualquier forma, prefería descansar el mayor tiempo posible antes de tener que empezar sus actividades diarias. Tuvo que desistir luego de girar el cuello para echar un vistazo a la ventana cubierta que tenía tras de sí: la luz mortecina que se colaba por las rendijas de la cortina le permitió suponer que era más tarde de lo previsto. Resopló con molestia y apoyó ambos pies sobre el suelo sin mucha seguridad, para luego forzar a sus piernas a sostener el peso del resto del cuerpo. Tal como temía, fue incapaz de concretar la acción antes de perder el equilibrio y derrumbarse de bruces sobre la dura superficie de concreto.

Dejó escapar un segundo resoplido complementado por un gemido de dolor y se resignó a continuar el resto del camino arrastrándose. De esa manera pudo trasladarse hasta la otra esquina de la habitación, con el objetivo de alcanzar una mini nevera que emitía un incesante ronroneo. La abrió y observó su contenido sin muchos ánimos: estaba repleta a más no poder de carne cruda, tanto de res como aviar. Tomó algunas de las presas al azar y lanzó una fugaz mirada a una cocinilla portable que se hallaba a un costado. Usualmente se aseguraba de consumir sus alimentos bien cocinados para sentirse como una persona normal, pero no contaba con el tiempo suficiente en esos momentos.

Luego de comer hasta sentirse satisfecha, Nirvana asumió que se encontraba en mejores condiciones. Logró ponerse de pie con algo de dificultad y procedió a caminar tambaleante en dirección al cuarto de baño, mientras se desprendía de las escasas ropas que usaba como pijama. Ingresó al minúsculo recinto sin molestarse en encender la luz, que de todas formas no funcionaba, y siguió de largo hasta detenerse bajo la ducha. Se mantuvo estática luego de girar la llave con suavidad, permitiendo que la helada lluvia que empezó a caer sobre ella se encargara de despertarla por completo.

Tras detener la corriente de agua y apartar los mechones rubios que le cubrían el rostro, se concentró en dar una revisión general a su cuerpo. Las delgadas marcas negruzcas que plagaban la piel de sus brazos y piernas, como siempre, no mostraban cambios destacables. Se esparcían por sus extremidades hasta conectarse en su espalda y vientre formando largas líneas como las del pelaje de las cebras, aunque en lugar de tratarse de acumulaciones de melanina, eran producto de una reacción particular del oxígeno con la sangre transportada por determinados vasos capilares. Si bien en unas pocas zonas se organizaban como si siguieran un caótico sentido estético, en general resultaban muy similares al desagradable efecto de una necrosis temprana.

Cuando creyó que su minucioso examen corporal no iba a arrojar resultados negativos, tuvo la desgracia de hallar una irregularidad a la altura de su abdomen. Una pequeña grieta circular se había abierto en su piel, dejando al descubierto un áspero tejido color ébano que se escondía por debajo. A pesar de que su aspecto era tan encantador como el de una mancha de septicemia terminal, de entre sus rugosos pliegues brotaba un placentero aroma similar al de una ensalada de frutas cítricas cargadas de azúcar. Nirvana se limitó a chasquear la lengua, asqueada por el indeseado descubrimiento, y decidió dedicarle toda su atención cuando tuviera tiempo libre.

Puso pie fuera de la ducha y se encaminó a la puerta del baño, todavía con cierta dificultad para mantener el equilibrio. Antes de salir, lanzó un breve vistazo al espejo resquebrajado que estaba colgado sobre el lavabo. Ella misma se había encargado de romperlo de un puñetazo el día en el que comenzó a vivir en aquel apartamento; nunca le había gustado ver su propio reflejo. Para su mala suerte, a pesar del deplorable estado del cristal, pudo distinguir el inconfundible fulgor dorado de sus ojos acrecentado por la espesa oscuridad que la rodeaba, como si se tratara de un par de tristes luciérnagas.

Luego de secarse con una toalla que halló tirada cerca de la cama, aplicarse el suficiente maquillaje para no parecer un cadáver viviente y vestirse con la mayor cantidad de ropa posible con tal de ocultar las rayas negras de su piel, pudo finalmente iniciar el trayecto a la universidad. Incluso si su cuerpo todavía era aquejado por agudas oleadas de dolor y apenas podía coordinar sus pasos sin trastabillar, se negó a dejarse amilanar por el suplicio. La vida le había enseñado que mostrar debilidad o lamentarse no brindaba ningún alivio a corto ni a largo plazo, por lo que apretó la mandíbula antes de tomar mayor velocidad.

Conforme avanzaba, no pudo evitar perderse en sus reflexiones. Pronto tendría que mudarse de nuevo, tal vez a otra ciudad, tal vez a otra región. Había tenido mucho tiempo para concretar al menos una parte del objetivo que se había propuesto al llegar a Londres, pero hasta el momento no había logrado obtener el más mínimo resultado. La gente que la apoyaba en términos económicos le había dado un ultimátum y se sentía obligada a reconocer que estaban en su derecho. Tenía que irse antes de que alguien peligroso descubriera el secreto que ocultaba o las consecuencias serían atroces para todos, especialmente para ella.

Aunque, sin importar a dónde fuera, estaba segura de que las cosas nunca llegarían a mejorar.

Semejante idea le generó una honda angustia, incluso mayor que el dolor físico que la invadía. Estaba acostumbrada a tener que ir de un lugar a otro, siempre evadiendo el contacto con los demás, con un perfil bajo que le permitiera pasar desapercibida, incapaz de sentir la calidez de un hogar. Era un estilo de vida poco convencional, pero de lo más eficiente dado el contexto que su simple existencia implicaba. Bien hubiera podido seguir así hasta el último día de su vida, si acaso las cosas no hubiesen cambiado de manera inesperada. Su plan inicial de alcanzar su objetivo en el menor tiempo posible y, de paso, obtener un título universitario que le brindaría independencia económica, se había visto alterado por obra y gracia del primer conocido cercano que había hecho en su vida.

En un inicio, había percibido a Alexander Hound como una insoportable molestia y un posible obstáculo. Ya en ocasiones anteriores se había topado con individuos lo suficientemente valientes o desquiciados como para atreverse a interactuar con ella, aunque todos terminaban por tirar la toalla luego del tercer intento. Por eso, lo que había sucedido con Alex había resultado demasiado inesperado. Antes de darse cuenta, su presencia dejó de parecerle exasperante e incluso llegó a sentir cierta satisfacción cada vez que entablaban conversación, ya fuese sobre temas académicos o simples tópicos banales.

Nirvana no era tonta, sabía que aquel joven noble fingía ingenuidad y guardaba más de un secreto, pero estaba convencida de que ninguno podía ser tan oscuro como el suyo. Que él no se los contara se debía a que no le tenía total confianza, lo cual resultaba natural gracias a lo confusa que era su relación. Ella reconocía que tenía toda la culpa dado su comportamiento pasivo-agresivo, mas había decidido que aquel día las cosas cambiarían. Estaba dispuesta a compartir con Alex todo lo que ocultaba y luego le pediría su sincera amistad. Sabía de antemano que las posibilidades de ser aceptada resultaban escasas, aunque la verdad era que el resultado final tenía poco valor. Ya fuese que saliera todo increíblemente bien o terriblemente mal, muy pronto no podrían verse nunca más.

Nirvana meneó la cabeza intentando disipar su abatimiento, lo que casi la hizo caer de espaldas al suelo. Se apoyó en una pared cercana y, víctima de una horrible jaqueca, prefirió pensar con algo de optimismo. Aún guardaba frágiles esperanzas y no le quedaba más que aferrarse a ellas para no sufrir un colapso emocional.

A fin de cuentas, su situación no podría empeorar más.

No de momento.


...☠...


Alex colocó sus manos bajo el chorro de agua que salía del grifo y se mojó el rostro varias veces. Tras sentirse más fresco, salió del baño con suma lentitud y se dedicó a deambular por los pasillos del pabellón. La descarga de adrenalina generada durante el fatídico evento de la noche del viernes había tenido consecuencias nefastas en su organismo, a tal punto que incluso luego de casi tres días todavía se sentía mortalmente agotado. Aunque su verdadero problema se concentraba a nivel psicológico: al disiparse la fugaz emoción que lo había embargado en el momento, se había visto a merced del horror absoluto.

Resultaba indiscutible que su ascendencia Hound y Basilisk le permitía regodearse del peligro y el estrés, mas era su fobia natural a los depredadores salvajes la que primaba. Lo peor de todo era que no había tenido la ocasión de compartir nada de lo sucedido con su padre, quien se encontraba en un viaje de negocios y recién regresaría ese día al anochecer. Mandarle un mensaje o hacerle una llamada estaba fuera de discusión; debía evitar que la información llegara a oídos de terceros y no tenía suficiente experiencia encriptando comunicaciones. Tampoco contaba con la opción de narrárselo a su madre, la cual enfurecería al descubrir cuán riesgosa era la situación.

Para bien o para mal, ni la prensa ni la red habían hecho mención del caso a pesar de las múltiples víctimas que, a todas luces, demostrarían que el verdadero asesino seguía suelto. Alex era el único que lo sabía; estaba por su cuenta y no tenía la más mínima idea de qué pasos debía seguir como respuesta. Durante los ya casi siete años que llevaba "trabajando" se había malacostumbrado a depositar su entera confianza en los designios de su padre. No se debía a que le faltase capacidad de pensar por su cuenta o por carecer de astucia, sino que prefería ceder el papel de "mente maestra" al cazador veterano. Para empeorar las cosas, el año que había pasado internado en el hospital había mermado sus habilidades físicas, además de que la amnesia parcial que sufría también había hecho mella en él, lo que en conjunto había terminado por degradarlo al nivel de un vil novato.

Pero sabía que no era momento de buscar excusas, debía analizar a fondo el escenario y actuar de acorde a ello.

Aquel viernes por la noche se había topado con algo que, sin lugar a discusión, entraba en el ámbito de lo sobrenatural. No solo por la presencia de la bestial criatura de los ojos color ámbar, sino por la oportuna aparición del anciano que parecía gritar "perverso brujo oscuro" por sus cuatro costados. Era este último quien más le preocupaba, dado que no sabía cómo incluirlo en el contexto que había ido formando gracias a las distintas pistas que tenía en su poder. Los elementos imprevistos eran los que más riesgos implicaban y Alex no estaba dispuesto a fracasar por una interferencia tan fortuita.

Suspiró, consciente de que no ganaba nada dándole más vueltas al asunto. En esos momentos, lo único que quería era regresar a su hogar para preparar el informe que debía presentar a su padre, pero antes debía reunirse con Nirvana tal como habían acordado. Le envió un mensaje por celular para confirmar el punto de encuentro y ella respondió al instante, pidiéndole que se acercara a la plazuela que adornaba una de las entradas de la universidad. El joven Hound se puso en marcha y, al llegar a su destino, le resultó sencillo distinguir el inconfundible cabello dorado de su compañera, resaltando por sobre la multitud.

—¡Hola! —saludó tras aproximársele por la espalda, causando que ella pegara un sobresalto—. ¿Y esa reacción de gatito asustado? Vas a despertar mis instintos de sabueso.

—Me tomaste por sorpresa... Gracias por venir, Alex.

—Un buen Hound siempre cumple su palabra mientras no haya dinero de por medio. Mencionaste que querías hablar de algo importante, ¿de qué se trata?

—Ah, sí. Estaba pensando en eso...

Nirvana frunció el ceño y bajó la mirada, intentando ordenar sus pensamientos. Alex aguardó en silencio por algunos segundos, pero la rubia no daba señales de decidirse a hablar. Ante semejante situación, él consideró que tal vez sería viable tomar control de la conversación para obtener información útil de su interlocutora. Estaba convencido de que Nirvana sabía más de lo que aparentaba, así que mejor informante no podría conseguir.

—¿Estás mejor de salud? —preguntó, buscando una forma natural de llegar al punto que le interesaba—. El viernes me dijiste que te sentías mal...

El muchacho calló de improviso. Había recordado el intercambio de mensajes que había mantenido con ella durante el trayecto a la casa del líder de su grupo. No tenía ni idea de cómo no se había percatado en el momento, pero era un tanto sencillo hilar los detalles. Nirvana le había preguntado por la dirección exacta de su destino, luego él se había topado con la criatura de los ojos amarillos y con el brujo oscuro. Como ya sospechaba que este último era un conocido de la chica dada su reacción durante su primer encuentro, una interferencia de aquel misterioso anciano cobraba mucho más sentido.

—Ahora que estoy contigo me siento mejor —musitó Nirvana y se atrevió a levantar la mirada—. Quiero contarte algunas cosas sobre mí... Pero aquí hay demasiada gente, ¿qué te parece si vamos a comer algo? Y luego podríamos buscar algún lugar privado...

Alex tragó saliva al observar aquellos afligidos ojos, cuya tonalidad dorada le recordó vagamente el matiz amarillento de los de la bestia que lo había emboscado la noche del viernes. Nirvana estaba coludida con el brujo, tenía cada vez menos dudas sobre eso, y tal situación lo ponía en extrema desventaja. Incluso era posible que aquel malicioso viejo los estuviese vigilando en aquellos precisos instantes, con quién sabe qué clase de intenciones. El joven Hound se vio invadido por una gran incertidumbre y, luego de reflexionar a fondo, decidió usar su recurso más característico: huir a toda prisa mientras aún pudiera.

—Lo siento, me agarras en mal momento. —Alex esbozó una sonrisa torcida mientras retrocedía un par de pasos—. Pensé que íbamos a tener una charla rápida, así que ya hice planes para más tarde. —Lanzó un rápido vistazo a su celular, con las manos sudando a raudales—. Es más, creo que tengo que irme ahora.

—¡Pero acabas de llegar! Tengo que decirte muchas cosas y necesito que me escuches, por favor. Yo...

—En serio, lo lamento mucho. ¿Qué te parece si hablamos en otro momento? Aunque como hay algunos exámenes cerca será un poco difícil... Supongo que ya se nos ocurrirá algo. —Dio media vuelta—. ¡Nos vemos luego!

Alex partió con pasos acelerados sin esperar una respuesta. Era consciente de que acababa de echar por suelo la relación que tanto le había costado entablar con Nirvana, pero no le había quedado más opción. Hasta el cazador más experimentado abandonaba su preciado trofeo cuando un peligro desconocido rondaba demasiado cerca. A fin de cuentas, era preferible aceptar una deshonrosa retirada estratégica antes que resignarse a bailar en manos del enemigo.

Recorrió a toda velocidad el trayecto hasta su hogar, intentando desprender de su memoria la mirada desolada de Nirvana. Al llegar a su casa, agotado y sudoroso, se sorprendió al no recibir el característico saludo violento de Tíndalos. No solo el sabueso mostraba un comportamiento inusual, sino que su madre e incluso su despreocupada hermana también parecían estar algo inquietas. Aquella resultaba ser una reacción normal para cualquier habitante de Londres y London, concluyó Alex luego de ver las noticias en la televisión, ya que el maniaco repleto de cicatrices al que las autoridades habían atribuido erróneamente todos los homicidios, había logrado escapar esa misma tarde.

Y la cadena de asesinatos se había vuelto a poner en marcha.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro