11: Desgarrar

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Para Alex, sentirse envuelto por la calidez del hogar siempre le bastaba para sacarse de encima buena parte de sus preocupaciones. Era el refugio emocional perfecto, pero, por esa misma razón, no sabía muy bien cómo reaccionar cada vez que algo alteraba el orden que regía su apacible morada. En especial cuando se trataba de un problema que estaba más allá de cualquier solución inmediata.

No había transcurrido ni una semana desde la fuga del asesino lunático y ya se hablaba de decenas de nuevos casos. Fuesen simples rumores o la pura verdad, la esencia del miedo que invadía cada rincón de la ciudad había logrado corroer la rutina de la población entera. Muchas familias, en su mayor parte de clase acomodada, habían empezado a improvisar planes de mudanza para huir del inminente peligro.

Como consecuencia de todo ello, Alex se había visto forzado a ser parte de una plática importante con sus padres. Aunque, en lugar de mantener una "conversación" propiamente dicha, su madre se había encargado de acaparar el uso de la palabra, sin ceder la oportunidad de intervenir a su esposo y a su hijo. Este último, sentado en uno de los sillones de la sala frente a los dos adultos, había preferido escuchar con atención el discurso de la mujer en tanto pensaba qué podría decir llegado su turno.

—Eso es todo, Barghest —finalizó ella, observándolo con el ceño fruncido—. Nos estaremos mudando dentro de poco tiempo. Es lo mejor antes de que esta situación llegue a perjudicarnos.

—Sin embargo... —añadió su padre, con la gélida sonrisa que lo caracterizaba—. Consideramos necesario tomar en cuenta tu opinión, Alexander. A diferencia de tu hermana, eres mayor de edad y tienes la libertad de decidir...

—No hay nada qué decidir —cortó Tarasca, clavando una mirada iracunda en su esposo—. Nos iremos en familia todos juntos. Nada ni nadie cambiará ese hecho.

El hombre meneó la cabeza, sin alterar en lo absoluto su estado de calma. Posiblemente, cualquier otra persona hubiese sido incapaz de enfrentarse a aquel par de ojos esmeralda, pero él estaba acostumbrado a lidiar con altas dosis de veneno.

—Perder otro ciclo universitario será perjudicial para él a largo plazo. Quedará en su expediente el no haber logrado graduarse por dos años consecutivos...

—¿¡Qué importan esas cosas cuando su vida puede estar en peligro!? ¡Tú solo pretendes usarlo para lo que sea que estés planeando! —Se puso de pie, con un dedo acusador señalando directamente al rostro de su marido—. ¡Cuando nos casamos me prometiste que dejarías de lado los intereses de los Hound!

—Y por la gloria de mis ancestros juro que lo he cumplido —declaró Athelstan, transformando su gesto flemático en uno de cruda seriedad—. Mis propósitos solo buscan beneficiarnos a nosotros, a nuestra familia, a nuestro futuro. Lo que deseen los Hound, los Basilisk o las otras Casas me tiene sin cuidado. —Hundió sus fríos ojos azules en los de su hijo—. Escucha, Alexander, hablo en serio cuando digo que depende de ti tomar una decisión. Espero que lo entiendas.

El aludido tragó saliva, mientras miraba de forma intercalada el rostro tenso de su padre y el colérico de su madre. Muy a su pesar, se vio obligado a también dar un rápido vistazo a un costado para observar la inconfundible silueta de Tíndalos, sentado en un rincón mal iluminado de la estancia. El enorme sabueso, tal como acostumbraba hacer cuando la situación apremiaba, estaba susurrando en medio de la oscuridad.

—Comprendo que estés preocupada, mamá —Alex reunió el valor para mirarla a los ojos—. Pero creo que preferiría quedarme aquí en Londres... —Carraspeó al notar que Tarasca pretendía rebatir—. No lo hago porque papá me lo haya pedido. Solo quiero graduarme lo antes posible para poder viajar por el país.

—Pero...

—No puedes seguir tratándolo como un niño —indicó Athelstan, restaurando su sonrisa artificial—. Ya es casi un adulto, ¿qué harás cuando decida vivir por su cuenta y formar su propia familia?

Ella lo silenció con una mirada tan furibunda, que al hombre no le quedó más que alzar las manos y agachar la cabeza en son de paz. Tarasca no estaba dispuesta a dar su brazo su brazo a torcer; no por nada había sido culpa suya que Silvie heredera su distintiva actitud caprichosa. Sin embargo, a pesar de su apariencia juvenil, contaba con la madurez provista por casi cinco décadas de vida y sabía tomar en cuenta todos los detalles de la situación que enfrentaba. Mantuvo el ceño fruncido por varios segundos mientras reflexionaba a profundidad, hasta que finalmente lanzó un muy largo suspiro y relajó el gesto de su rostro.

—Está bien, Al, confiaré en ti. Sigo sin creer que sea lo correcto, pero no te forzaré a venir con nosotros.

—¡Muchas gracias, mamá!

—Prométeme que evitarás involucrarte en cuestiones peligrosas.

—Te prometo que sobreviviré incluso si tengo que sacrificar a otras personas para lograrlo.

La mujer asintió en silencio, asumiendo que se trataba de una broma al estilo Basilisk, aunque una marcada mueca de inquietud volvió a alterar su semblante. Alex sonrió para tranquilizarla y empezó a hablar de temas relacionados a sus estudios con tal de alivianar la tensión. Al cabo de un rato, su padre anunció que debía terminar algunos asuntos laborales en su oficina y procedió a retirarse con Tíndalos siguiéndolo de muy cerca.

Alex los observó de reojo hasta perderlos de vista, tras lo que se permitió dejar escapar una gran exhalación de alivio. Ya a solas con su aún angustiada madre, consideró la posibilidad de pedirle que intercediera a su favor. Al fin y al cabo, los enrevesados eventos recientes le habían demostrado que se estaba metiendo en problemas que, tal vez, iban más allá de su capacidad actual. Si realmente quería sobrevivir tal como acababa de prometer, lo mejor sería alejarse de aquella peligrosa ciudad cuanto antes.

La lucha interna que se desató en él resultó un tanto complicada, pero fue capaz de controlar sus impulsos. Su misión seguía en pie y debía estar dispuesto a continuar hasta hacerse con la victoria, incluso si tenía todas las posibilidades en contra. Esa era la única forma de preservar el honor que lo destacaba como un ilustre miembro de las dos Casas Imperiales más prestigiosas y peligrosas de la nación.


...☠...


Conforme transcurrían los días, más aterrorizada se hallaba la población de Londres y London. No era para menos, tomando en cuenta que cada nuevo amanecer traía consigo la fatídica noticia de una o más víctimas adicionales. Poco a poco, las esperanzas de poder retomar la tranquila paz de antaño fueron desvaneciéndose hasta verse reemplazadas por pavor y desesperación. Ni siquiera la edad o la condición social eran capaces de brindar la más mínima seguridad; incluso se decía que varios líderes criminales de los barrios bajos habían sido ejecutados sin misericordia. El viciado miasma de consternación que recorría las calles a mansalva dejaba en claro que la muerte amenazaba a cualquier criatura viva que se atreviera a pulular de noche.

Más que un asesino en serie, daba la impresión de que las ciudades gemelas se hallaban a merced de un exterminador.

Para empeorar incluso más la precaria situación, ninguna personalidad importante del gobierno central se había dignado a, por lo menos, dedicar algunas palabras de aliento a los horrorizados ciudadanos. En lugar de prestar la atención debida, el círculo político había preferido mantenerse apartado como un ente invisible y silencioso. Semejante falta de iniciativa no sería ninguna sorpresa en condiciones normales, mas resultaba extraño que no aprovecharan la espantosa situación para reunir el favor de las masas mediante un show mediático.

Por su parte, las autoridades locales no se daban abasto para recibir las incontables denuncias de homicidios y desapariciones que llegaban a todas horas. Con una agenda tan apretada, el tiempo destinado a las investigaciones resultaba insuficiente para siquiera armar un adecuado mapa del crimen. De nada les valía depender de los testigos que creían haber visto algo sospechoso, dado que sus testimonios manchados de paranoia apenas brindaban datos útiles.

El entorno urbano se había transformado en un gigantesco coto de caza, una verdadera jungla de concreto en la que el asesino campaba a sus anchas cada vez que el sol se ocultaba. Ante semejante perspectiva, varias personas adelantaron sus planes de mudanza para huir a cualquier otro lugar antes de que las manos frías de la Muerte lograran alcanzarlas. Consecuencia de la migración y la mortandad, las calles empezaron a tornarse cada vez más desoladas y muchos negocios se vieron obligados a clausurar. Incluso una institución tan característica como lo era el zoológico nacional de Londres cerró sus puertas, para gran perjuicio de los animales que albergaba.

Sin contar la masacre del Chacal Desollador de Edimburgh perpetrada siete años atrás, en la última década no se había dado un caso de tal magnitud en territorio nacional, y menos aún, en la capital doble de Londres y London. Muchos opinaban, con aires extremistas carentes de bases sólidas, que aquella crisis bien podría acabar con toda la nación si no se encontraba alguna forma de solucionarla antes de que llegara a extenderse a otras regiones. Incluso surgió un pequeño sector de la población que se mostraba abiertamente a favor de dejar la dignidad de lado y pedir ayuda internacional a alguna potencia extranjera, como Maverick o los Estados Papales. Que una opción tan inverosímil pudiese siquiera ser tomada en cuenta por personas en extremo jingoístas como lo eran los ingleses, solo expresaba el nivel de absoluta agonía al que habían llegado.

Alexander Hound, por su parte, intentó continuar con su vida cotidiana en la medida de lo posible. Era una tarea titánica, al verse rodeado por el contagioso miedo que exudaba cada una de las personas con las que se cruzaba. Incluso en su otrora cálido hogar podía percibir cierto atisbo de temor, aunque únicamente por parte de su madre. La pueril actitud despreocupada de Silvie y la personalidad flemática de su padre los hacía inmunes a cualquier tipo de estímulo negativo externo, de modo que ninguno de ellos había modificado su forma de ser.

No todo eran malas noticias, pensaba Alex, dado el considerable descenso en la exigencia académica de las clases que llevaba. Los pocos maestros que quedaban se habían puesto de acuerdo con el rectorado para reducir al mínimo la carga de trabajos y asignaciones que los alumnos debían realizar, aunque nadie sabía con qué objetivo. Tal vez pretendían evitar que los estudiantes y ellos mismos sufrieran más estrés del que ya soportaban, o tal vez sospechaban que la institución podría cerrar en cualquier momento y no querían trabajo extra. Cual fuese la verdadera razón, en base a tales medidas varios proyectos grupales fueron reemplazados por la metodología tradicional de clases teóricas y exámenes de opción múltiple.

Una de las clases que había aplicado tal cambio era la que Alex llevaba con Nirvana los lunes, de modo que perdieron la única conexión directa que les quedaba. En un inicio, ella se mostró dispuesta a continuar hablando con el muchacho como de costumbre, siempre con el afán de revelarle asuntos importantes. El joven Hound, muy a su pesar, tenía órdenes claras de suspender todo tipo de contacto para evitar eventos inesperados. Le pesaba en la consciencia verse obligado a inventar diversas excusas para mantener las distancias, aunque intentó conservar el aire cordial con tal de asegurar una reconciliación si la misión así lo requería.

A pesar de las nuevas medidas educativas, Alex todavía tenía encima el proyecto grupal de la clase del martes. El profesor de dicho curso se había mostrado firme en su determinación de conservar los altos estándares académicos, incluso a costa de la salud psicológica y emocional de sus desdichados alumnos. Si de por sí era una situación sumamente desagradable para el muchacho noble, también implicaba tener que interactuar con sus indeseables compañeros de grupo, a los cuales todavía no perdonaba el haber expulsado a Nirvana. Él no podía negar que también estaba cometiendo una injusticia similar al evitar a la chica, aunque contaba con la excusa de no estar haciéndolo por voluntad propia.

El joven Hound se hallaba reflexionando sobre todas esas cuestiones una oscura tarde, mientras caminaba por el campus de la universidad con dirección a la puerta principal. Su andar era pausado y apenas se fijaba en el camino que recorría. Había dormido muy poco durante los últimos días por el estrés acumulado, pero incluso sumido en el sopor pudo notar que alguien acababa de plantarse frente a él para cerrarle el paso. Al despegar su mirada del piso descubrió que, tal como temía, se trataba de Nirvana, la cual lo observaba con una mezcla de irritación y decepción.

―Necesitamos hablar. —Su tono de voz resultó tan agrio como la primera vez que habían intercambiado palabra—. Tengo que decirte algunas cosas, pero ya me da igual lo que suceda después.

―Pues me agarras en mal momento ―murmuró él, intentando rodearla para continuar la marcha―. Tengo que encontrarme con el grupúsculo de traidores en la entrada. Me van a despellejar vivo si me atrevo a llegar tarde.

Aquella declaración había sido la pura verdad: estaba de camino a una reunión de trabajo y no le perdonarían hacerlos perder el tiempo. A pesar de todo, asumió Alex, una excusa tan banal no sería suficiente para mermar la exasperación de Nirvana. Por tal motivo, se sorprendió al ver que el rostro de la rubia se relajaba tras lanzar un corto suspiro.

―Está bien, lo entiendo. Regresa a la universidad cuando termines con tus cosas, te estaré esperando.

―No creo que...

Pero antes de que pudiera terminar con su improvisado pretexto, ella le dio la espalda y se alejó a paso raudo. Alex chasqueó la lengua, irritado, con incluso menos ánimos que antes. Supuso que lo único que le quedaba era dejarla plantada, ya luego pensaría en disculparse aduciendo que se había hecho demasiado tarde o algo por el estilo. Aunque algo le decía que, de no aprovechar esa ocasión, su endeble relación terminaría por romperse totalmente sin oportunidad de arreglo.

Sacudió la cabeza para disipar todos aquellos pensamientos fatalistas y prefirió entrar en un estado semi catatónico con tal de sobrellevar lo que restaba del día. De esa forma, se reunió con su grupo y los siguió en completo silencio, aunque su aletargada actitud no llegó a destacar gracias a que los demás también se hallaban apesadumbrados. Como necesitaban consultar unos cuantos libros para su proyecto, habían decidido embarcarse en una travesía por la biblioteca de la ciudad y algunas librerías especializadas. En condiciones corrientes, habrían preferido limitarse al uso de fuentes extraídas de la red, pero la conexión se había tornado muy inestable desde el comienzo de la crisis.

Unas horas después, cuando Alex recobró el pleno uso de sus facultades, descubrió que se encontraba en la zona posterior de un autobús en el que apenas había gente. Sus cuatro compañeros de grupo estaban en la fila de asientos de enfrente, conversando entre ellos con ánimos renovados luego de haber logrado concluir con sus obligaciones académicas. Alex se apoyó en el ventanal que tenía al lado para observar el exterior, lo que le permitió notar que ya había oscurecido. Sacó su celular del bolsillo y sintió inmenso alivio tras ver que recién eran las ocho de la noche. Siendo tan temprano, pensó, no habría potenciales peligros al acecho.

Entonces, cuando estaba por guardar el aparato, este emitió un pitido anunciando la llegada de un mensaje.

"¿Ya regresaste? ¿Dónde nos vemos?"

Era Nirvana. Sin lugar a dudas, concluyó Alex, ella estaba determinada a dejar las cosas claras de una vez por todas. Le hubiera encantado contar con el permiso de hacer lo mismo, pero la responsabilidad que cargaba encima se lo impedía.

"Estoy a un par de paradas, aunque no voy a bajarme cerca de la universidad. Tal vez podamos hablar otro día."

"Tiene que ser hoy. Ya he esperado lo suficiente."

"No puedo, en serio. Me estoy quedando sin batería, te escribo después."

Para evitar verse envuelto en mayores complicaciones, Alex decidió apagar el celular. Poco antes de hacerlo, consiguió atisbar que había recibido un último mensaje.

"Si tu no vienes, yo iré a por ti..."

El joven Hound enarcó una ceja, sintiendo aquella frase como una especie de amenaza. Ya que ella conocía la dirección de su casa, bien podría emboscarlo a mitad de camino sin que ninguna excusa valiera para salvarlo. De todas formas, tenía demasiado sueño como para preocuparse en simples posibilidades, así que se recostó en el espaldar del asiento para dormitar hasta llegar a su destino. No habían transcurrido ni veinte minutos, cuando se vio importunado al escuchar que uno de su grupo lo llamaba con vehemencia.

―¿Qué pasa?

―Estábamos hablando sobre la chica que se vestía de negro, la rubia de mala actitud. ¿Es cierto que todavía hablas con ella?

―Ah, sí, algo así.

Alex bostezó y volvió a cerrar los ojos, pero sus desagradables compañeros no parecieron captar la indirecta.

―¿En serio? Por suerte no la volvimos a ver en clases luego de sacárnosla de encima. ¿Cómo la soportas, amigo? ¿Eres masoquista?

Los cuatro emitieron fuertes carcajadas junto a una sarta de comentarios sardónicos, mientras que el joven Hound apretaba la mandíbula con creciente irritación. Sabía que no contaba con el derecho de rebatir por también estar tratando de mala manera a Nirvana, pero algo dentro de sí le impedía quedarse callado.

―Ella puede ser agradable cuando llegas a conocerla mejor. Son ustedes a los que tengo que tolerar, muy a mi pesar.

Las risas se silenciaron de golpe, tornándose el ambiento incómodo en el acto. El tipo que había iniciado la conversación se puso de pie y se apoyó en el asiento de cara a Alex, en una postura que destilaba hostilidad. El muchacho noble asumió que aquel fornido sujeto, cuyo nombre había olvidado por completo, debía ser el más violento del grupo, de esos que siempre iban directo al cuello tanto verbal como físicamente.

―Dices cosas muy graciosas, amigo, a pesar de ser tan mal comediante. ¿Quién te crees que eres? Si no fuera por nosotros, estarías igual que esa rubia desabrida.

―Muy bien, respiremos un rato ―intervino Gregory, el autodenominado líder―. No ganamos nada discutiendo, somos todos colegas, ¿verdad?

Pero Alex no estaba dispuesto a firmar una tregua. No cuando finalmente se le presentaba la oportunidad de soltar todo lo que se había venido guardado desde hacía tanto tiempo. Ni siquiera necesitó pensar en las palabras adecuadas, le brotaron con naturalidad como un ácido y repulsivo reflujo.

―Lo dejé claro desde el comienzo, soy Alexander Hound-Basilisk, orgulloso portador de la sangre de los antiguos emperadores ―masculló, mirando a cada uno de sus interlocutores sin ocultar el desprecio que les tenía―. Pero no espero que unos viles plebeyos puedan comprender el significado implícito de mis palabras. Nuestra nación se hunde en la decadencia día tras día precisamente por gente como ustedes, indignos que se regocijan en el poder amparados por las masas ignorantes, mientras que los ilustres nos vemos obligados a susurrar desde las sombras...

En ese preciso instante, cuando los otros cuatro estaban por contestar de la manera más agresiva posible, el autobús se detuvo de golpe. Todos los presentes se sobresaltaron, no tanto por la intempestiva frenada o el olor a caucho chamuscado, sino por el inconfundible sonido de un disparo que caló en sus oídos.

Con pasmo y confusión, los pasajeros dirigieron sus miradas al sector delantero del vehículo, donde descubrieron a un extraño hombre semidesnudo con la piel plagada de cicatrices. El aterrador individuo había logrado saltar al interior del bus en plena marcha, tras lo que había activado el freno de mano al mismo tiempo que acababa con la vida del conductor. Lo que sucedió a continuación fue tan fugaz, que la gente ni siquiera pudo denotar una reacción acorde al acontecimiento.

El recién llegado abrió fuego de una manera que, si bien aparentaba ser a quemarropa, le permitió no errar ni un solo disparo. Tras vaciar el cargador, exactamente luego de catorce descargas certeras, el sujeto procedió a dirigirse a paso lento a la parte trasera del vehículo. Allí se encontraba Alex, quien había sido el único capaz de actuar a tiempo cubriéndose tras el asiento que tenía delante. La fortuna le había sonreído, dado que los cuerpos inertes de sus otrora compañeros le habían valido como excelentes escudos de carne. El joven Hound se puso de pie apenas concluyó la lluvia de balas, consciente de que de nada le valía seguir escondido.

Como a todo buen Hound, la adrenalina le permitió mantener la cabeza fría, pero no pudo evitar verse invadido por un asombro absoluto al analizar al tipo que se le acercaba. Al fin y al cabo, no le resultó muy difícil reconocerlo, estaba seguro de haberlo visto antes en el zoológico. Aquellos detalles faciales tan marcados, aquellos largos brazos terminados en manos muy grandes, aquella peculiar forma de caminar como si rengueara debido a sus cortas piernas curvadas. Sin lugar a dudas, no estaba ante una persona común y corriente.

Ni siquiera era una persona.

Era un simio inhumano.

Incluso con todo el cuerpo rapado y con las múltiples laceraciones formando números y letras en su piel, era posible catalogarlo como un Pan Sapien en toda regla. Aunque eso no tenía sentido alguno, opinó Alex sin dar crédito a lo que veía; esos simios eran malintencionados y perversos, pero nunca se atrevía a causar daños reales a los demás y, mucho menos, manchaban sus manos con sangre. Lo que era incluso más inaudito: el primate que tenía delante era capaz de manejar un arma de fuego con un nivel de experticia que haría temblar incluso a los comandos militares.

¿Cómo era posible?

La respuesta daba igual. Alex debía centrarse en idear formas viables de sobrevivir al encuentro. Según su formación, sabía que la opción más sensata al enfrentar un peligro inesperado, desconocido o incomprensible, era buscar la manera más eficiente de huir. Con el rabillo del ojo pudo ver que tenía la puerta trasera del bus a un costado, pero se hallaba cerrada a cal y canto. Por lo general, era el conductor quien tenía que accionar el mecanismo para abrirla y Alex no estaba seguro de poder hacerlo a la fuerza en el poco tiempo que disponía. Incluso de lograrlo con una certera patada, corría el riesgo de resultar herido, lo que lo dejaría a merced de su enemigo. Un resultado similar se produciría de intentar salir al exterior atravesando alguna ventana, de modo que descartó la idea de inmediato.

Si la huida no era una opción viable, tan solo restaba prepararse para el inminente enfrentamiento. El arma del simio tenía un aspecto peculiar, como un mini rifle fusionado con una carabina, pero parecía haberse quedado sin balas, lo que brindaba a Alex la oportunidad de entablar un combate cuerpo a cuerpo. Lejos de ser una buena noticia, resultaba fácil suponer que su contrincante guardaba una fuerza sobrehumana escondida en su desgarbada constitución de primate. Eso sin contar que, si sabía cómo usar una pistola personalizada, bien podría conocer técnicas de pugilato profesional.

Alexander Hound esbozó una sonrisa de oreja a oreja, disfrutando la sobrecarga de adrenalina que recorría su sistema. Ante un enemigo de ese calibre, ante una bestia con los conocimientos de un hombre... ¿Se necesitaba de un cazador o de un sicario?

Tal vez, concluyó, había llegado el momento de averiguarlo.


...☠...


La potente brisa nocturna hacía ondear el largo cabello de Nirvana, causando que mechones dorados se interpusieran en su campo de visión. A pesar del problema, ella recorría con increíble facilidad los techos de las casas y edificios que encontraba en su camino, saltando de uno a otro cada vez que lo necesitaba. Lo lograba sin cometer el más mínimo error de cálculo, pero como no contaba con un destino específico, se veía obligada a detenerse cada cierto tiempo para tomar grandes bocanadas de aire. Reconocer aromas y sabores a la distancia no era su punto fuerte, mas no podía depender del resto de sus sentidos.

—Pero qué triste muñeca rota me he encontrado durante mi apacible paseo nocturno —siseó la voz ronca de un hombre que le cortó la marcha de improviso— ¿Cuál es el apuro, su majestad?

La chica se detuvo antes de estrellarse contra él y retrocedió un par de pasos, con las manos crispadas como si fueran garras. La sorpresa inicial se esfumó de inmediato al reconocer al brujo del ojo negro, pero no acortó la distancia que los separaba.

—No te entrometas, Logios —espetó ella, con el ceño fruncido—. Estoy buscando a Alex...

—¡Pero qué gran insensatez puedes guardar, pequeña! ¿Acaso no te hemos repetido hasta el cansancio cuán peligrosos son los miembros de las Casas Imperiales? —El brujo estiró los brazos de par en par—. Él dejó al descubierto su verdadera cara la noche en la que me pediste que lo protegiera de aquello que ronda por la ciudad. Lástima que no pudiste verlo con tus propios ojos.

—Me estás retrasando, apártate.

—¿Acaso planeas saltar de techo en techo hasta detectar su olor? No ganarás nada con esto, Nirvana.

—No busco ganar algo. Solo quiero decirle...

—¿Decirle qué? Si sueltas más información de la debida, te pondrás la soga al cuello y lo echarás todo a perder. ¿Sabes cuánto nos hemos esforzado por mantener tu existencia oculta?

—Me da igual, yo soy quien decide qué hacer con mi vida —La chica se encorvó, con las manos crispadas nuevamente—. No te tengo miedo, ni tampoco a los otros.

—Incluso luego de veinte años sigues siendo la misma niña ingenua a la que recogimos por pura misericordia. ¿Te atreves a morder la mano que te da de comer? —Logios resopló—. Ese Hound se aprovechó de tus debilidades con tal de ganarse tu confianza y ahora te evita para llevarte al límite. Despierta, Nirvana, en este mundo no existe nada ni nadie que sienta verdadero aprecio por algo como tú.

Ella abrió la boca para responder con vehemencia, pero fue incapaz de hallar un argumento acorde a la situación. Compungida, consideró la idea de abandonar su búsqueda, mas se sobresaltó al escuchar una serie de disparos en la lejanía.

—No detecto la presencia de la criatura en las inmediaciones —murmuró el brujo entre dientes, tras lo que volvió a dirigir su atención a la rubia—. Ya te has arriesgado demasiado por hoy. Ve a descansar y prepárate para regresar pronto a la fortaleza.

Nirvana ya no lo escuchaba. Estaba concentrada en calcular la forma más rápida de alcanzar el punto de origen del sonido, mientras se preparaba para el enorme esfuerzo físico que estaba por realizar. Con tal propósito, rasgó las mangas de su polera y rompió parte de sus pantalones vaqueros, de modo que las marcas necróticas de sus brazos y piernas quedaron al descubierto. Al entrar el aire nocturno en contacto con su piel, se originaron de golpe espesas volutas de vapor complementadas por un prolongado chasquido, como si se echara agua hirviendo en un balde repleto de cubos de hielo.

—Hay un fino límite entre la necedad y la estupidez —comentó Logios, mirándola con disgusto—. Exponerte a tal grado realmente te traerá consecuencias desastrosas. Ni siquiera sabes si ese Hound está involucrado...

Antes de que el anciano pudiese soltar otra palabra, Nirvana tomó un gran trago de aire y partió a toda velocidad dando un salto que le permitió cruzar una avenida principal hasta el techo de otro edificio. Prosiguió sin desacelerar en ningún momento, cambiando de dirección según lo que su olfato le dictaba hasta finalmente aterrizar en medio de un oscuro callejón. Se apresuró a salir a la calle sin siquiera darse tiempo para tomar un respiro y entonces se topó con lo que andaba buscando.

Un autobús varado en medio de la acera, con las luces del interior encendidas y casi todas sus ventanas manchadas de rojo. Más allá de las obvias señales de la matanza que se había producido en el interior, lo que acaparó la atención de Nirvana fueron los dos individuos que se hallaban de pie en la zona trasera del vehículo.

Pudo reconocer a uno de ellos como Alex y, al concluir que el otro sujeto parecía ser peligroso, la chica arremetió al instante, destrozando la puerta del bus con un hombro. Se abalanzó contra el extraño hombre cubierto de cicatrices para dejarlo fuera de combate, pero usó más fuerza de la debida y ambos terminaron atravesando una de las ventanas.

Al caer sobre el pavimento, Nirvana tomó a su adversario del cuello con una mano para inmovilizarlo, aunque no resultó necesario. El simiesco individuo, si bien seguía respirando, había resultado noqueado en el momento en el que su cabeza se estrelló contra el suelo. Al tener medio cráneo destrozado y grandes pedazos de vidrio incrustados en el cuello, su tiempo de vida restante se podía medir en segundos.

Frotándose las manos con angustia, la chica se puso de pie al notar que el sujeto estaba por lanzar su último suspiro. Era la primera vez que un ser vivo se encontraba cerca de la muerte por culpa suya y, si bien el que tenía ante sí parecía más un animal que un humano, la sensación de desasosiego era inconmensurable.

Meneó la cabeza para librarse de la ansiedad, tras lo que se apresuró a rodear el vehículo para asegurarse de que Alex se encontrara a salvo. Pudo confirmarlo al notar que el chico se había apresurado a huir apenas tuvo la oportunidad y su silueta difusa se alejaba por una calle a toda velocidad. Nirvana dejó escapar un suspiro de alivio y se dispuso a alcanzarlo cuanto antes. Le debía algunas explicaciones, además de que no quería que él se llevase una mala impresión al considerarla un monstruo.

―Muy bien, hasta aquí llegas ―espetó Logios, descendiendo del cielo como una neblina grisácea enfrente de Nirvana antes de que pudiese partir―. Cumpliste tu buena acción diaria, hacer más resultaría demasiado peligroso.

―¡No! Alex debe de estar muy confundido, tengo que explicarle bien las cosas. Y ya es de noche, debo acompañarlo...

―¿Tú crees que esa es la reacción de alguien agradecido? ―El brujo señaló el camino por el que el muchacho había escapado―. Es probable que ese Hound posea más información de la que tú crees, de nada valdrá darle mayores explanaciones.

―Pero...

―Es suficiente, Nirvana, no te queda más opción que retirarte. Incluso tú corres riesgo a estas horas.

Ella bajó la mirada, sin ánimos para continuar discutiendo. Su intención de compartir información con Alex de manera sosegada y detallada ya no podría realizarse: acababa de brindarle una intempestiva demostración práctica. Además, el esfuerzo físico la había dejado muy agotada y apenas podía mantenerse en pie, de modo que lo más sensato era acatar la orden del brujo.

Resignada, dio media vuelta y se alejó a paso lento, internándose en las lóbregas callejuelas de la ciudad nocturna.

Logios, por su parte, se aproximó al cadáver del simio inhumano y lo observó con la misma curiosidad que tendría un niño al descubrir un insecto especialmente interesante. Acariciando su larga barba, consideró que tal vez valdría la pena alargar su estadía en la ciudad para realizar algunas investigaciones. De momento, al notar que varios curiosos estaban dirigiéndose al lugar, decidió tomarse las cosas con calma y proseguir con sus cavilaciones en la seguridad de su guarida.

Para cuando las primeras personas arribaron al sangriento escenario, nadie atinó a alzar la mirada para notar la estela de humo que se perdía en la oscuridad del firmamento.

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