Capítulo 1. Interlude: Shadow

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No me dejes brillar,
No me dejes caer,
No me dejes volar.

¿No me dejes?

Basura.

Arranco la hoja del cuaderno y la hago una bola antes de lanzarla lo más cercano al cesto de basura junto a las demás.

La idea está ahí, la siento en la punta de mi lengua pero nada suena bien en el papel, y carajo, es uno de esos días en que estoy totalmente bloqueado.

—¡Agh, carajo! —esta poesía debería ser la última de la recopilación que enviaré a mi editor, pero no puedo hacer que suceda—. Namjoon me va a matar.

La puerta de mi estudio se abre y la cara sonriente de Jimin aparece en mi línea de visión.

—¿Por qué te va a matar esta vez? ¿Se llegó la fecha límite para presentar tu escrito?

—Si. —Jimin se sienta en el sillón detrás de mí y sonríe—. ¿Por qué estás aquí? Dije claramente que no quería ser molestado en mi proceso creativo.

Mi compañero de apartamento encoge los hombros, la sonrisa divertida todavía en su rostro.

—Acabas de decir que no puedes terminar de escribir, y solo vine a asegurarme que hayas comido algo en las últimas horas. Sé cómo te privas cuando estás concentrado.

Rayos.

Podría tener razón porque no recuerdo la última vez que comí algo. ¿Sería ese sandwich que me trajo cuando salió a cenar con sus amigos? ¿O esas mandarinas que traje de la frutería la otra noche?

Ya que el aroma cítrico de la fruta ya no está presente en el aire, asumo que eso pasó hace varios días y él podría tener razón.

Jimin se pone de pie y señala la puerta de mi estudio.

—Te traeré un poco de pasta, pero tienes qué comerla. Si te desmayas de hambre, sería más difícil terminar ese escrito.

Mi boca se tuerce en un gesto de molestia pero sé que tiene razón.

Me concentro tanto que pierdo el apetito y el sueño, lo que hace que él se preocupe porque es una buena persona. Un opuesto a mi en todo sentido, razón por la cuál me agrada tenerlo cerca.

—De todas formas, —mira hacia las bolas de papel en el piso—. Este lugar no se ve muy ordenado.

Camina hacia la ventana y sujeta mis cortinas blackout, tirando de ellas a los lados.

—¡Jimin, no! —grito, pero la luz cegadora me indica que él lo hizo.

Es medio día en Seúl, la luz entra a raudales por la ventana y momentáneamente me quedo ciego.

—¡Ahí, listo! ¿Quieres que abra las ventanas?

—¡No! ¡Largo de aquí! —intento cubrir mis ojos, así que solo escucho su risa—. ¡Y no vuelvas!

Sigue riendo mientras sale, y me quedo ahí mirando los cuadros enmarcados de mis primeros poemas que ahora adornan mis paredes. Cuando comencé a escribir hace siete años, solo soñaba con ser reconocido, y ese sueño se cumplió cuando mis primeras letras llegaron a la audiencia, un día que jamás olvidaré.

Pero mantenerme ahí es lo que me quita el sueño, el apetito y la razón por la que mi editor no me da un momento de paz.

Mierda.

Considero por varios segundos levantarme de la silla y cerrar de nuevo las cortinas, pero creo que prefiero echar un vistazo a lo que sea que Jimin está preparando.

La pequeña cocina del apartamento huele a especias y pasta cocida cuando me siento en la silla, trayendo un golpe de inspiración que aprovecho y escribo en una servilleta.

—Yoon, no, espera. —Jimin intenta alcanzar las servilletas—. Estoy cansado de encontrar frases escritas en el papel cuando intento limpiarme las manos, ¿No tienes un cuaderno o algo?

—No. —mis labios se presionan fuerte en una línea—. ¿Estás usando mi arte para limpiar grasa de la cocina?

—No. —miente—. Pero no deberías dejar los papeles regados por todo el apartamento, deberías ser más organizado. ¡Tal vez eso ayude con tu bloqueo!

Suspiro.

—Te aseguro que mi proceso creativo es perfecto. Existe un orden dentro de ese desorden.

—Por supuesto. —sus cejas se fruncen—. Toma, limpiate los ojos.

Extiende un pedazo de papel para que yo lo tome y lo uso para limpiarme la cara en caso de que tenga algo ahí, pero cuando bajo el papel, veo la tinta corrida del centro.

—¡Jimin! ¡Es mi escrito!

—No. —su dedo se agita en mi cara—. Es una servilleta, ahora anda a recoger todas antes de que las tire a la basura.

Mierda.

Mientras alcanzo y reviso todo para asegurarme que las tengo, Jimin apaga la estufa y pone la pasta en dos cuencos.

—Sabes, tengo un amigo de la academia que está buscando un trabajo de medio tiempo y es muy organizado, te serviría algo de ayuda.

—¿Es un bailarín? —pregunto porque Jimin lo es.

Por lo que me ha contado, ha asistido a academias de baile contemporáneo desde que comenzó la secundaria.

—No, Tae es músico. Saxofonista, de hecho.

—¿Y por qué necesita el trabajo? —se por Jimin que la escuela de artes a la que asisten es costosa, por lo que solo algunos estudiantes tienen acceso a ella.

Jimin suspira y se sienta trayendo con él los tazones de pasta.

—Sus abuelos son granjeros humildes y él hace todo lo posible por pagar sus estudios. Tiene una beca, da clases a niños y hace prácticamente cualquier cosa.

Es mi turno de fruncir las cejas.

—¿Hacer cualquier cosa?

Jimin se ríe y me lanza un trozo de zanahoria.

—Cualquier cosa, como ser el asistente de un poeta gruñón y famoso.

Si, es cierto. Tengo los medios suficientes para pagar su salario, pero no sé si quiero a alguien controlando cada uno de mis movimientos. La inspiración es tan frágil y delicada.

Tomo un poco de mi pasta y la llevo a mi boca, mi estómago se siente calientito y contento de probar algo de alimento que tomó otra porción y la arrastro.a mis labios.

La salsa de la pasta se escurre por mi barbilla y me apresuro a limpiarla con la servilleta para que no se manche la encimera blanca. El problema es que, cuando bajo la mirada, la mancha oscura que antes era una frase de mi poema se vuelve ilegible.

—¡Carajo, no! ¡Mi poema!

Mierda, tal vez debería escuchar a Jimin.

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