Novato

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Novato (Parte uno de dos)


Esa misma noche en Blüdhaven

Estaba cansado de llevar dos semanas haciendo lo mismo. Un día tras otro.

Hoy no tenía por qué ser diferente.

Parecía que a su teniente le gustaba la cara que ponía cuando le mandaba a hacer fotocopias, o a traerle el café, a lo que Dick contestaba asintiendo con una sonrisa forzada.

¿Qué podía esperar? Había sido el último en llegar a la comisaría del distrito trece de Blüdhaven.

Tan solo era otro novato más.

Por supuesto que se moría de ganas por patrullar las calles, pero se empeñaban en encerrarlo entre aquellas cuatro paredes de ladrillos atestadas de delincuentes, putas, traficantes y gente que venía a interponer denuncia por los crímenes más espantosos que se te pudieran ocurrir.

Bruce apenas le dejó patrullar con él "Demasiado peligroso" , Le acabó diciendo" ¡Cómo si eso fuera una novedad!, pero entonces ¿Por qué se esforzó tanto por entrenarle?

El ambiente en la comisaria estaba enrarecido. Dick llevaba poco tiempo, pero aún así se podía sentir en el ambiente. El comisario estaba apretando a los de bandas para que cercaran a la banda de Los Capuchas Rojas. Esos pandilleros de tres al cuarto, delincuentes juveniles, se habían organizado en una férrea estructura y alguien les estaba dotando de material del caro.

Resultado: Los crímenes en las calles, actos de vandalismo y toda clase de delitos, habían destrozado las estadísticas que el alcalde debía presentar a la prensa cada final de mes.

Y ahí estaba él. Un novato recién salido de la academia, sobradamente preparado, archivando las denuncias y recogiendo material de los patrulleros.

Todo ese sentimiento de impotencia se mezclaba con el olor a raído y a moho de la vieja comisaría. Se te metía en las fosas nasales y no te abandonaba, por mucho que Dick se quedara un buen rato debajo del agua de la ducha cuando llegaba a casa.

Dejó su moto como siempre, encima de una acera ancha, a más de dos manzanas del trabajo, ya que si alguno de los clientes/delincuentes habituales asociaba su vehículo con el hecho de que era agente de policía, ya la podía dar por perdida, y el dinero no le sobraba precisamente.

"Su dinero" Ya que Bruce le había estado ingresando en su cuenta cifras astronómicas, pero siempre pensó que en cierta manera, no le pertenecía ya que no se lo había ganado y jamás lo gastó.

Entró en el viejo edificio por la gran escalinata de piedra con su casco en la mano.

Un par de vagabundos se lo quedaron mirando.

- ¿Tienes tabaco? – Le preguntó el mayor de ellos tosiendo.

Dick negó con la cabeza.

Todos los días tenían esa misma conversación, si es que se podía llamar así.

Se apresuró a llegar al vestuario y abrir su taquilla. Todavía le costaba ponerse el traje de agente de la ley. Era como si no se reconociera en el espejo, pero allí estaba él, con aquellos botones de mentira y aquella camisa negra elástica que marcaba su esbelta y atlética musculatura.

- ¡Grayson, Mendoza! – Gritó el sargento en la sala donde se reparten las tareas – Tenéis que llevar un detenido al hospital.

¡Dick no podía creérselo! Al fin iba a pisar la calle, aunque fuera para llevar a curar a un maleante que lo había pedido en sus derechos.

- Cuidado con ese Hijo de Puta ...– Advirtió el sargento – ... Es un cabrón de mucho cuidado.

Mendoza, el agente veterano al mando de la patrulla asintió y le hizo un gesto a Dick para que lo acompañara escaleras abajo, no sin antes zamparse un par de rosquillas con extra de colesterol.

¡Así estaba! Tenía tanta panza que Richard dudaba que se la viera desde hacía años. Debía mear por intuición.

Cuando llegaron a la zona de custodia, que estaba ubicada en el sótano, el olor a sudor y a suciedad se hizo prácticamente nauseabundo.

Dick permaneció callado.

Es lo primero que le dijeron al entrar en la estación de policía: "Calla y aprende y donde fueres, haz lo que vieres"

- Sácame a ... Todd – Dijo Mendoza con desgana al agente encargado de la custodia.

- ¡Menos mal que os lo lleváis! La última vez que estuvo detenido la lió bien gorda en una de las celdas y tuvieron que sacarlo los antidisturbios.

- ¿Qué cojones le pasa?

- Se ha estado quejando del brazo desde que entró.

- Que se joda ... - Contestó Mendoza – Por mí como si se muere.

- ¡TODD! – Gritó el oficial hacia el pasillo de las celdas – Te vas al médico.

Dick agarró los documentos de encima de la mesa que debían firmar para llevarse al detenido. Lo habían arrestado por robarle las llantas del coche oficial al capitán de la comisaría. No pudo evitar reírse por lo bajo. Ese hombre era un capullo integral y se merecía todo lo que le pasara.

Leyó la ficha policial.

El tal Todd tenía bastantes antecedentes de menor, pero tan solo un par de mayor. Casi todos por hurto y por robos de poca importancia, pero hacía bastante que se portaba bien, o al menos había aprendido a esquivar a la ley.

Sería joven ... Sí, diecinueve años. Uno ochenta y cinco de estatura, ochenta y dos kilos de peso, complexión fuerte y en letras grandes se leía: PROCLIVE A LA FUGA - ALTAMENTE PELIGROSO

El oficial sacó a Todd esposado a la espalda.

- Agente, podría haberme puesto las esposas delante. Tengo el brazo roto – Se quejaba el detenido, aunque con evidente tono de burla.

- Y tú podrías chupármela aquí mismo – Le contestó Mendoza.

- Eso te gustaría ... puto gordo

La respuesta de Mendoza no se hizo esperar y golpeó al chico en la barriga con todas sus fuerzas.

Dick no pudo evitar sentir cómo el tal Todd encajaba aquel golpe con más entereza que un boxeador profesional, a pesar de no haber podido esquivarlo por estar maniatado o no haber querido hacerlo.

El detenido le lanzó una mirada abrasadora al agente que hubiera derretido los casquetes polares.

- ¡Ésta te la pienso devolver, cabrón! – Le insultó de nuevo.

Mendoza volvió a golpearle, esta vez en la cara.

Le partió la ceja, pero Todd, ansiaba un tercer golpe.



Parecía que lo estaba disfrutando porque la sonrisa lasciva no se borraba de su cara. Incluso rió en voz alta.

- ¿Te crees muy hombre golpeando a alguien que no puede defenderse? – Bramó. Su comportamiento era temerario.

- Basta – Dijo Dick, sujetándole el brazo a su compañero, guardando totalmente la calma – Hay cámaras de seguridad y el chico está esposado.

- ¿Chico? Este hijo de puta es tan solo una rata callejera más, que no tiene dónde caerse muerto – Miró a Todd – Naciste rata callejera y morirás siendo rata callejera.

Richard firmó la salida del detenido y tomó a Todd por las muñecas esposadas. Prefirió llevarlo él, a que lo hiciera Mendoza, el cual era un policía como los de antes. Golpear antes de preguntar.

Lo llevó hasta el coche patrulla y lo introdujo en los asientos de atrás, separados de los de delante por una dura mampara de plástico.

Llegaron al hospital central de Blüdhaven en quince minutos. No es que estuviera muy lejos, pero el tráfico en esa ciudad era infernal aunque fueran las doce de la noche.

Ni el detenido ni Mendoza dijeron nada durante el trayecto.

La estadía en el box de urgencias se hizo eterna.

Era sábado y los heridos de las peleas de bar y los borrachos se agolpaban en la sala de espera y en los pasillos. Se notaba que el poco personal sanitario que quedaba sin desbordar era el que tenía escasas ganas de trabajar.

Mendoza no hacía más que quejarse los de admisión diciendo que ya no había respeto por la policía, que no tenían toda la noche para esperar a ser atendidos.

El fuerte aliento a alcohol le restaba credibilidad.

Todd estaba sentado en una silla de plástico, en un cubículo apartado del resto de pacientes donde siempre colocaban a los que la policía traía arrestados. Nadie quería juntar a los parias con el resto de la sociedad respetable.

Se había espatarrado con las piernas abiertas y lo miraba desafiante.

Vestía una camiseta negra apretada de manga larga, un pantalón negro ancho tipo militar algo roto y desgastado y unas botas sin cordones. Se los quitaban a todos los detenidos al entrar en la zona de custodia para que no se ahorcaran con ellos.

Extrañamente, Todd no dejó de mirarle fijamente a los ojos. Tratando de intimidarlo.


 

¿Por qué hacía eso? ¿Es que era masoquista?

Dick no pudo evitar sentirse algo agobiado. No eran los nervios del principiante, eso lo sabía. Estaba perfectamente preparado para realizar el trabajo, pero es que aquella mirada tenía algo que le inquietaba. Le resultaba extrañamente familiar.

Le recordó a Bruce cuando lo castigaba con sus silencios incómodos cuando había hecho algo que el multimillonario desaprobaba.

La rabia del que ha mirado el abismo, llenaba aquellos irises que lo escudriñaban con la fiereza de un animal salvaje enjaulado. Uno que atacará a sus captores si éstos se lo permiten.

No hay animal más peligroso que uno que está herido.

Se fijó que Todd tenía un ojo verde y otro azul.

Esa heterocromía lo hacía único, al igual que un mechón de pelo más claro que caía sobre su frente.



- ¿Te gusta lo que ves, novato? – Le preguntó frunciendo el ceño, con una voz sensual. Buscando la provocación.

Ansiándola.

¿Tanto se le notaba que acababa de empezar o es que se había fijado en el número de placa que lucía sobre su pecho?

Dick dio gracias a que en ese instante una doctora joven de pelo moreno alborotado, y con gafas de pasta, entró en el box donde se encontraban, rompiendo la tensión entre los dos hombres.

- Buenas noches doctora ... Lyra ... – Saludó el delincuente fijándose en la identificación que colgaba de su bata.

¿De dónde había sacado esa voz suave y melosa?

Ahora parecía un cachorrito lastimero y actuaba como tal.

La médico no sucumbió a sus encantos. Ni siquiera le miró.

- Dígame qué le pasa – Se notaba que la mujer estaba cansada y que su interminable jornada laboral llegaba a su esperado final.

- Me duele el brazo.

La doctora hizo un mohín al ver que no podría examinar al paciente si continuaba esposado a la espalda, pero efectivamente tenía un hematoma de mal aspecto que podía suponer una fractura.

- ¿Le pueden quitar las esposas? – Pidió a los agentes.

Dick ya estaba sacando la llave cuando su compañero lo detuvo en seco – ¡De ninguna de las maneras! – Se alteró Mendoza.

- ¿Y cómo se supone que tengo que examinarlo? – La doctora se quejó y vio las dudas en los ojos del oficial mientras Todd tenía una mirada inocente de niño que jamás ha roto un plato.

- Como intentes alguna tontería Todd ... – Le advirtió Mendoza acercándose – ... Te juro que van a tener razones para ingresarte en la UCI – Sacó las llaves a la vez que el detenido levantaba sus brazos, separándolos de su espalada, para facilitarle el acceso a la cerradura de los grilletes.

A continuación todo sucedió demasiado rápido.

En cuanto quedó liberado de las dos manos, le propinó tal codazo a Mendoza en toda la sien, que éste cayó fulminado al suelo. Inconsciente.

Un solo golpe certero.

"Entrenado" , pensó Dick.

- ¡Te dije que te la devolvería, gordo cabrón! – Le dijo pateándole las costillas, escupiéndole en la cara.

Dick se abalanzó sobre él con habilidad felina pero Todd le propinó una patada a una silla que salió despedida en su dirección y contra la que se golpeó las piernas, cayendo al piso.

Error de novato.

Bruce lo pondría a hacer flexiones durante tres días si le hubiera visto hacer una cosa semejante.

Antes de levantarse, Todd ya le había esposado la muñeca a la de la doctora. Ésta ni siquiera se mostraba asustada, tan solo un poco sorprendida por tan mañosa destreza.

Seguro que había visto más escenas como esa a lo largo de su corta carrera profesional, aunque no tan corta como la de Dick si no conseguía alcanzar al maldito niñato que acababa de fugarse en sus narices.

- No es nada personal, doctora – Sonrió Todd, corriendo por el pasillo, lazándole un beso al aire.

Dick no tardó ni cinco segundos en quitarse las esposas y salió corriendo tras él, saltando una camilla que había dejado en la puerta del box con una facilidad pasmosa.

No tropezaría dos veces en la misma piedra.

El muy cerdo corría como alma que lleva el diablo, eso se lo tenía que conceder.

Se había metido en las escaleras de emergencia. Dick empujó la puerta pero la había atrancado con algo. Retrocedió tres pasos y le lanzó una patada que la sacó de las guías. Subió piso tras piso, subiendo los escalones de tres en tres.

La adrenalina hacía su trabajo y todos sus músculos trabajaban al cien por cien.

No iba a dejar que se escapara.

No quería tener que dar explicaciones a su capitán y menos estando en período de prácticas, pero sobre todo, era su orgullo el que le forzaba a correr cada vez más rápido.

¿Cómo iba a ser el compañero de Batman si ni siquiera podía apresar a un delincuente común?

Salió a la azotea donde un par de enfermeras que fumaban a escondidas le indicaron con la mano la dirección correcta "Por allí"

Todd había bajado por la escalera de incendios y al asomarse hasta la calle, le hizo una señal con la mano, levantando el dedo corazón. Había descuadrado la escalera para que no pudiera volver a subirse. Dick estaba atrapado en aquel tejado o, seguramente, eso pensó el delincuente.

Observó el entorno. Divisó el mástil de una bandera que en otra hora seguro había albergado algo más que los retazos de una tela hecha jirones. Ni siquiera se lo pensó. Sabía que sería capaz.

Se lanzó al vacío ante el grito de una de las enfermeras y se colgó del palo, situado cinco metros más abajo. Dio un par de vueltas y cogió impulso para saltar hasta una plataforma y desde allí dio otro salto hasta la calle. Cayendo como sólo saben caer los gatos. Siempre de pie, haciendo que pareciera fácil lo que acababa de hacer.

Todd lo miró sin acabar de creerse lo que acababa de presenciar. Sonrió complacido y, después de un segundo de vacilar, se dio la vuelta y siguió corriendo.

Se persiguieron por varios callejones en los que la gente tan solo se paraba observarlos, como si se tratara de una película de acción. "¡Joder! ¿Es que nadie va a ayudarme?" - pensó Dick.

Esa maldita ciudad era igual que Gotham.

O espabilabas o morías en sus calles.

Casi deseó que Batman apareciera con su Batmobil y lo noqueara con su estilo inigualable. No como él, que había sido un chapuzero.

Pensándolo bien ... Mejor no toparse con Batman en esa situación vergonzosa o acabaría dándole la razón.

Él, que le había pedido al murciélago mil veces que lo dejara acompañarlo en sus patrullajes, aunque la respuesta siempre era la misma.

"No"

Hacía meses que no se hablaban y solo lo había visto fugazmente en su ceremonia de graduación.

Haciendo su trabajo como siempre, sin contar con él. ¿Acudió porque sabía que habría una bomba o se la encontró inesperadamente? Pero ¿Qué hacía Superman allí? ¿Volvían a estar juntos?

No sabía si alegrarse o preocuparse.

Por fin Todd aminoraba la carrera. Dick no estaba cansado en absoluto pero era debido a su estricto entrenamient, y a su innata capacidad pulmonar.

Se mantenía en plena forma.

Lo acorraló en un callejón solitario y oscuro tapiado por un muro de ladrillos grafiteados.

Sin salida.

Todd jadeaba, parecía como si le costara respirar. Aún así, le lanzó una patada certera que Dick esquivó, después un puñetazo tras otro.

Grayson tuvo que esforzarse. Era rápido y sabía cómo golpear y dónde hacerlo. Después de un par de minutos de intensa lucha, se desplomó sobre el suelo sin que él llegara a tocarlo.

Pero ¿Qué le había pasado?

¿Otra treta?

No pensaba volver a subestimarlo.

Se mantuvo a distancia para observarlo. Estaba temblando y su tez demasiado pálida para alguien que lleva más de diez minutos corriendo.

Se agachó ante él y le tocó la frente. Estaba helado.

Le puso la mano en el pecho y sintió las fuertes palpitaciones.

- ¡TODD! – Le llamó - ¡TODD! – Pero el chico no respondía.

Empezó a ponerse nervioso. Eso no lo estaba fingiendo y no era la primera vez que veía esos síntomas. Los recordaba de una niña rusa del circo, en sus tiempos de infancia.

Le levantó las mangas de la camiseta para ver las marcas de pinchazos.

O era un yonqui que se pinchaba vete tú a saber qué droga o era diabético y estaba entrando en shock hiperglucémico.

Había un cincuenta por ciento de posibilidades para cada opción, pero decidió darle algo de confianza a aquel maleante que estaba a punto de costarle su corta carrera como agente de la ley.

Cogió el extensible de su emisora de radio y llamó a su central para reclamar una ambulancia, pero no obtuvo respuesta.

Miró el aparato: sin cobertura ¡Mierda! ¡Joder!

Qué puto día para olvidarse el móvil en casa.

- Todd – Le dijo cogiéndole de la mano mientras el chico lo miraba casi sin verlo – Voy a buscar ayuda ¿Me oyes? Voy a buscar ayuda – Le acarició suavemente la frente perlada por el sudor.

Lo dejó allí, semiinconsciente, tembloroso y con la mirada perdida, entre dos contenedores de basura y salió corriendo de nuevo. No estaba lejos del hospital.

Entró en urgencias como una exhalación y apartó a la gente que hacía cola en el mostrador de admisiones.

- Necesito ayuda, por favor ... hay un chico en la calle que ...

- Rellene este formulario – Le dijo con total desidia el administrativo.

- ¿Qué? ¡NO! No tengo tiempo para eso, le digo que ...

- Si tiene una urgencia llame a una ambulancia. ¡SIGUIENTE! – Gritó el hombre.

Dick no podía creerlo. Se llevó las manos a la cabeza desesperado mientras escuchaba los comentarios de la gente.

- ¡Vaya oficial! ¡Qué haga cola como todo el mundo!

- Se creen que por llevar el uniforme y la placa están por encima de todo.

Richard intentó focalizarse. Buscó a una enfermera. Le explicó rápidamente lo sucedido.

- No podemos salir del hospital, lo tenemos prohibido.

Se dirigió a unos sanitarios que tenían estacionada la ambulancia a la salida de urgencias y volvió a relatarles lo sucedido.

- Estamos esperando por un traslado de órganos – Le dijo el conductor mientras seguía mirando el diario apoyado en su volante – Pregunta dentro en admisiones.

Dick se hartó de todos.

Estaba claro que nadie le ayudaría.

Se metió dentro de la ambulancia ante las sonoras quejas de los sanitarios y empezó a abrir los cajones reseñando con los dedos los nombres de los medicamentos que se almacenaban en su interior.

- U-300 Inyectable – La agarró y salió despedido de allí escuchando los insultos del conductor, haciendo caso omiso a las alusiones nada bonitas de su familia.

Llegó al callejón respirando entrecortadamente. Había sido una carrera digna de una competición olímpica. Se tiró al suelo delante de Todd y le inyectó la insulina en el brazo.

- Venga ... venga ... vamos chaval ... no te me mueras aquí ... - Movía sus manos nervioso mientras esperaba alguna clase de reacción por parte del otro.

Al cabo de un par de minutos que se le hicieron eternos, Todd empezó a reaccionar, mirándole de nuevo a los ojos.

Eran unos hermosos ojos.

El chico vio la jeringuilla tendida en el suelo y reconoció la familiar medicina – Tú ... ¿Cómo lo supiste? – Le costaba respirar.

- No hables – Apuntó Dick que seguía cogiéndole de la mano – Traeré a alguien del hospital.

Todd asintió con la cabeza y se dejó caer de nuevo sobre la mugrienta acera del callejón – Gracias, novato – Le dijo siendo consciente de que le había salvado la vida.

El joven policía asintió y se fue a buscar ayuda.

Cuando volvió con la misma doctora que les había atendido, se le quedó cara de bobo y sonrió.

- ¿De veras esperabas que siguiera ahí? – Preguntó la mujer.

No.

En el fondo, deseaba que no estuviera ahí.

Los animales salvajes deben estar en libertad.

¿Eso tenía sentido?



*****************


Dick había dejado su moto aparcada a varias calles de la comisaría.

Entró por la gran escalinata de piedra resquebrajada y se avanzó a la pregunta del vagabundo.

- No. No tengo tabaco - ¿Es que nunca se movía de ahí?

Se fue a poner su uniforme de agente de policía y bajó hacia los calabozos. Ese era su castigo desde que Todd se escapó, hacer un día tras otro de agente de custodia de los arrestados.

Cachearlos, hacer un recuento de los objetos que llevaban, tomarles las huellas y meterlos en la celda correspondiente. A partir de ahí, darles de comer cuando tocaba y ponerles en la radio el último partido de la NBA para que dejaran de pelearse entre ellos.

La declaración de la doctora del hospital había ayudado en la exclusión de responsabilidades de Dick, pero estaba en periodo de prácticas y eso lo ponía nervioso.

Estaba en la cuerda floja y lo sabía.

Si lo expedientaban o lo echaban del cuerpo, dependía del capitán y de si encontraban de nuevo a Todd.

¿Cómo se lo explicaría a Bruce?

Él no quería que fuera policía. De hecho le había mostrado su total desacuerdo cuando le confesó que se había apuntado para las pruebas de selección y ahora ¿Esto?

Prefería no pensarlo demasiado.

Últimamente, todo lo que hacía parecía desagradarle.

Últimamente los silencios en su ya de por si introvertida persona, eran más prolongados.

Alguna cosa se rompió en él cuando Clark le abandonó.

¡Estúpido kriptoniano!

¿Por qué lo hizo?

Pero ¿Qué esperaba Bruce de él?

¿Qué esperaba Batman?

Cuando tienes un padre multimillonario, inteligente, con un físico envidiable y que se convierte en el que mejor detective y/o superhéroe por las noches ... eso pasa.

Cuando tu padre es Batman ... todo resulta insultantemente complicado.

Al principio puede resultar divertido, pero no lo es.

Siempre tenía miedo de defraudarle, de no ser lo que se esperaba de él.

Con el paso de los años, te das cuenta de que no todo va a ser tan fácil. Con Bruce, nada lo es. Cuando llegas a la edad adulta, adviertes las cosas que has tenido que sacrificar por el camino.

Es difícil hacer algo mejor que Bruce Wayne.

Es casi imposible salir de su sombra sin que ésta te consuma y acabe por apagarte.

Por eso se fue.

Aparte de por muchas otras cosas más.

Necesitaba poner distancia.

Distancia ...

Ya estaba sumido en la rutina, mirando algunos archivos policiales sobre la última banda de matones de Gotham y su vecina Blüdhaven. La guerra entre los hombre de Máscara Negra y los Capuchas Rojas empezaba a cobrarse vidas inocentes, pese a los grandes logros de Batman.

Se debía atacar al líder. Debes cortarle la cabeza a la serpiente para que ésta deja de morder, pero ¿Dónde estaba el jefe de los capuchas?

Los chicos de la calle hablaban de él como de un Salvador, la prensa y la policía lo trataban como un matón más. Uno muy astuto, pues su fama en los bajos fondos crecía evocando a una leyenda.

No se le conocía rostro, ni vida anterior a la banda. Nada.

Tan solo un nombre, Red Hood.

Los más escépticos empezaban a pensar que era un mito.

Pero se había labrado una reputación, y Black Mask no iba a tolerar que le pisaran el territorio. Un enfrentamiento abierto era poco más que inevitable.

Ohhh, cómo echaba de menos la computadora de Bruce. Aquella máquina de incalculable valor podía cotejar millones de bases de datos en apenas unos minutos.

Se preguntó si él ya sabría algo.

Seguro que sí.

Dos de sus compañeros tocaron al timbre de la puerta metálica de la entrada de detenidos, rompiendo su ensimismamiento.

Grayson miró por la cámara de seguridad antes de abrir ¡No podía creerlo!

- ¡Mira quién te traemos, novato! – Rieron los dos agentes veteranos – Tampoco ha sido tan difícil atraparlo. El muy idiota estaba a la vuelta de la comisaría.

Todd le buscó con la mirada, y sus ojos agresivos le miraron sonriente al encontrarlo, ajeno a los comentarios de sus dos captores.

Grayson suspiró al ver al joven. En su interior pensó que aquel chico podría estar muerto, tirado bajo cualquier alcantarilla y el verlo allí, plantado ante él, le alegró la noche, aunque hizo todo lo posible para no mostrar ninguna emoción.

Eso lo había aprendido de Bruce.

- Entra ahí, despojo – Le ordenó uno de los agentes, empujándolo por la espalda.

Todd le lanzó una mirada de desprecio a los oficiales y entró en la habitación donde realizaban el cacheo, seguido de Grayson. Éste se colocó detrás de él.

- ¿Vas a portarte bien esta vez? – Preguntó Dick antes de quitarle las esposas.

- No prometo nada agente – Le miró de arriba abajo. Sonriendo.

Grayson se incomodó.

Le quitó las esposas esperando un intento de huida que no se produjo.

- Me alegro que estés bien – Le dijo Grayson.

- Yo también me alegro que pienses que lo estoy – Sonrió lascivamente.

Ya atacaba de nuevo.

- Quítate las botas y la chaqueta.

Todd obedeció.

Lo hizo sin apartar la mirada del joven policía, ni un solo instante. Entreteniéndose con cada movimiento y observando las reacciones que provocaba.

Dick carraspeó un poco sin poder evitarlo. Pensó en las cámaras de seguridad grabando y en sus dos compañeros que lo esperaban afuera, cumplimentando los documentos de la detención.

- Apoya las manos en la pared y separa las piernas – Ordenó Grayson tratando de parecer profesional.

El joven hizo lo que se le pidió, pero de manera excesivamente lenta. Con gestos insinuantes, volteando su cara para no perderse la expresión de su carcelero. Mordiéndose sutilmente el labio inferior.

- Mira al frente – Le ordenó.

- Sus deseos son órdenes para mí, agente.

Grayson se armó de valor para acercarse a él y puso las manos sobre el hombro derecho, resiguiendo el brazo del joven hasta la muñeca. Después volvió al hombro y bajó por el costado hasta la cintura, palpando con sus guantes de látex, por encima de la ropa ajustada que vestía el delincuente.

Sin duda aquel chico estaba en buena forma. Podía sentir sus potentes músculos bajo sus dedos enguantados.

Era alto, fuerte, y su espalda era más ancha de lo que cabe esperar para un chico de su edad. Apenas tenía diecinueve años.

Sintió el estremecimiento en Todd y notó como éste echaba el cuello hacia atrás, disfrutando del contacto como si de una caricia erótica se tratara.



Hizo lo mismo con el otro lado, intentando obviar la reacción de Todd, suspirando sin desearlo, encima de la piel del chico.

Había cacheado a decenas de maleantes esas últimas semanas ¿Por qué esta vez era diferente? ¿Por qué se sentía como si no fuera trabajo? Como si fuera ... placer.

Colocó sus manos en la cadera derecha y bajó lentamente por la pierna, rozando el miembro de Todd con la mano izquierda. Deslizando lentamente la mano por la cara interna del muslo, palpando la carne a través del pantalón militar negro que llevaba puesto el chico.

Ya ni siquiera se trataba de un cacheo para encontrar armas u objetos peligrosos. De una manera enfermiza, lo estaba disfrutando.

Ambos lo hacían.

Sentía que el rubor había incendiado sus mejillas. Nunca se le había pasado por la cabeza que llegaría a excitarse en un sitio como ése, cacheando a un delincuente, vestido de policía. Prácticamente estaban los dos jadeando.

El cliché le hizo sonreír, como si no acabara de creérselo.

Deseó que sus compañeros no se percataran de la erótica escena.

Cuando acabó su labor, se separó de aquel cuerpo endemoniado rompiendo con esfuerzo aquella atracción fatal que los unía.

- Ya hemos terminado – Suspiró – Puedes ponerte las botas.

- No, novato – Le hablaba con voz grave y masculina. Todd se sentó en la silla de plástico que estaba en medio de la sala - Esto no ha hecho más que empezar - Sus ojos de diferente color se clavaban en los de él como si pertenecieran a una fiera salvaje – Tenemos que repetirlo en algún sitio ... con más privacidad – Dijo poniéndose de pie.

Era algo más alto que Grayson y más ancho de hombros.

- Dame el dedo índice.

Todd alargó su mano con un gesto ondulado y Dick no pudo evitar ver las señales de antiguas cicatrices a la altura de sus muñecas y antebrazo. Tomó uno de sus dedos para embadurnarlo con la tinta negra. Lo dejó caer sobre el papel blanco para que la huella dactilar quedara marcada.

Sintió como el menor le seguía mirando. Sintió la calidez de su cuerpo ante la incipiente proximidad. Sus mejillas casi se rozaban. Alzó sus ojos azules y se topó con los de él. Notó como entreabría los labios.

Unos labios carnosos ... apetecibles ... jugosos.

- ¿Cómo te llamas, novato? – Preguntó con voz sugerente, susurrando las palabras.

Los otros dos agentes entraron en la habitación. Ambos jóvenes salieron de su ensoñación.

- Todd, firma la lectura de derechos – Le dijeron al chico.

El detenido firmó sin dejar de mirar al joven Grayson.

- Acompáñame – Le dijo Dick, haciendo que le siguiera hasta una pequeña celda que quedaba libre. Sentía su corazón palpitando como si tuviera una maldita banda de percusión dentro de su pecho. Sabía que él le seguía escudriñando, como un depredador que calcula la mejor forma de atacar a su presa.

Todd entró en la celda y se echó sobre la cama de cemento armado. Cruzó sus manos detrás de la nuca y puso sus piernas una encima de otra buscando la comodidad que sólo adquieren los que han dormido en sitios peores.

- Me he dejado arrestar ¿Sabes? No quería que tuvieras problemas por mi pequeño numerito del hospital, y aparte... quería darte las gracias por lo que hiciste por mí.

Grayson no dijo nada. Cerró la celda, girando la llave dos veces.

Caminó por el pasillo hacia la salida para asegurarse que sus dos compañeros se habían marchado, reculó sobre sus pasos y se plantó ante la puerta del pequeño calabozo.

- Dick – No supo por qué se lo dijo – Me llamo Dick.

- Encantado, Dick – Se puso de pie y agarró los barrotes con sus dedos – Puedes llamarme Jay.

- ¿Dónde aprendiste a pelear así?

- En la calle, o aprendes rápido o mueres de prisa.

- Esos movimientos no se aprenden en la calle – Sentenció sin que pudiera engañarle.

- No tuve la suerte de tener un papá y una mamá que me pagaran las clases de defensa personal, como a ti – Sonrió fanfarrón – Luchas bien.

- Mis padres murieron cuando tenía ocho años.

- Oh – Su semblante cambió – Lo siento... Es solo que pareces alguien con familia, ya sabes, que no se ha criado en un orfanato.

- Me adoptaron.

- Tuviste mucha suerte, Dick – Le miró agarrándose aún más a los barrotes – Las familias solo adoptan bebés babosos que se cagan y mean en los pañales. Nadie quiere en casa a un pobre chico preadolescente traumatizado y enfermo. Sinceramente, hay casas en las que es mejor no entrar.

- ¿Traumatizado?

- Eso decía aquella doctora de Arkham ... la doctora Quinzel ... desde que puso en mi historial que padecía trastorno límite de la personalidad, no quisieron adoptarme más – Hizo una pausa – Debo agradecérselo algún día, aunque no pienso volver a ese sitio.

- La doctora Quinzel ya no trabaja en Arkham.

Todd sonrió

- ¿La conoces?

- No – Se apresuró demasiado en decirlo - Jay Mañana declararas y con tu historial es posible que entres en Black Gate.

- ¿Te preocupas por mí, Dick? – Volvió a arremeter provocativamente – Eres adorable – Jason vio al oficial desaparecer ante sus narices, pues los barrotes no le daban más ángulo de visión que lo que tenía justo delante - ¿Dick? ¿Dick?



CONTINUARÁ ...


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