Mikrokosmos

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  A la mañana siguiente, John se sorprendió a sí mismo levantándose a una hora inusualmente temprana. No había podido dormir en toda la noche. Unos ojos como topacios resplandecientes lo perseguían en sueños, y algo a lo que no podía darle nombre le había arrebatado el apetito esa mañana. Se sentía… ansioso.

  Llegó a Brave Heart cuando apenas despuntaba el día, y de pronto lo invadió el temor de que Amy aún no hubiese despertado. Sintió alivio al encontrarse a la chica sentada en el mismo sofá, escribiendo con la mano izquierda en una hoja de papel.

—¡Viniste! —Soltó el lápiz y saludó entusiasmada a John. Entonces notó lo que él portaba en una de sus manos—. ¿Y eso? ¿Me trajiste un regalo?

—Algo así —murmuró John con una repentina vergüenza, ocultando el objeto tras su espalda—. ¿Qué hacías antes de que llegara?

—Ah, ¿esto? —Mostró la hoja de papel—. Es solo… Como ayer me preguntaste cuál era mi película favorita, hice una lista de las diez que más me gustaban. ¿Quieres verla?

—Sí, seguro.

Tomó asiento en el cómodo sofá, respetando la misma distancia del día anterior y examinó la hoja con algunas tachaduras. La caligrafía era demasiado perfecta, como la de alguien que no vive al ritmo acelerado de la vida de un adulto.

🧡50 primeras citas

🧡Orgullo y prejuicio

💙A tres metros sobre cielo

🧡El diario de Noah

🧡Digan lo que quieran

🧡Un lugar llamado Notting Hill

🧡Mujer bonita

🧡La bella y la bestia

🧡Crepúsculo

💙Un paseo para recordar

  A medida que descendía la vista por los títulos, sus cejas se iban arqueando. Había algunos que le sonaban y otros de los que nunca había oído hablar.

—Y bien, ¿qué opinas? —preguntó ella sin poder descifrar sus gestos.

—Creo que hay mucha toxicidad aquí.

—¿Mucha qué?

—Relaciones tóxicas. Dañinas. Poco sanas. Se supone que no debería ser así en la vida real.

—¿Y cómo se supone que debería ser en la vida real? —quiso saber Amy, cambiando de posición con las piernas cruzadas sobre el sofá para estar frente a él.

—Ahm… no lo sé —titubeó—. No tengo mucha experiencia en estos temas. Solo sé que ninguna persona debería tratar a otra de la manera en la que Hache trata a Babi en A tres metros sobre cielo.

—Hache le dibuja en lo alto de un puente una declaración de amor a Babi —contrastó ella—. Eso no es “tóxico”, es romántico.

—Sí, pero lo hizo después de hacerle daño. Un gesto romántico no borra lo mal hecho. Es casi como regalarle una linda bandita a alguien después de haberle hecho una herida.

  Amy frunció el ceño y guardó silencio, como sopesando el comentario de John.

—Además —No le dio mucho tiempo para reflexionar—, ¿por qué tachaste Titanic y Bajo la misma estrella?

Ella pareció volver a la realidad.

—Oh, es que tuve que quitar algunas, para quedarme solo con diez.

—¿Y por qué eliminaste justamente esas? —A John le extrañó. Ambas películas le parecían muy buenas—. Titanic supera con creces a Crepúsculo.

—Pero quería elegir solo dos historias con finales tristes y la mayoría con finales felices.

—¿Por qué?

—¡Porque amo más los finales felices! —concluyó sin rastro de dudas—. Y sé lo que me vas a decir: “Así no funciona en la vida real” —imitó la voz más grave de John, lo que le sonsacó una sonrisa—. No me importa cómo realmente funciona en la vida real. Solo… así es como yo quisiera que fuera.

John sostuvo su mirada soñadora, sumergiéndose en ese océano de aguas cristalinas. Una tranquila playa como a la que gustaba ir con sus padres cuando era niño; eso era lo que veía cuando miraba aquellos brillantes ojos azules. En ese momento pensó… que sería dichoso si pudiese quedarse en ellos para siempre.

—Entonces, ¿me mostrarás el regalo? —preguntó ella, sacando a John de su ensimismamiento.

—¡Ah, sí, sí! —reaccionó tomando el “obsequio” entre sus manos. La cubierta era robusta y las hojas, delicadas—. ¿Has leído alguna vez un libro?

Ella no disimuló su decepción.

—Sí. Mis maestros de Lengua y Matemáticas me obligaban a hojearlos.

—¿Tuviste profesores?

Ella asintió:

—En las etapas en que me mantenía estable, iban unos hombres aburridísimos al hospital a darme lecciones. Este lugar me gusta más, de hecho. No me obligan a leer y puedo pasarme todo el día viendo las películas que me gustan.

—Bueno, la educación es algo... importante, sí. Pero este libro en especial no es para eso, sino para… llenarte el corazón. —Reprodujo ingeniosamente las palabras que había usado Amy el día anterior—. Cierra los ojos.

—¿Qué? ¿Para qué? ¡Oh! ¡¡¿Me vas a besar?!! —saltó ella como un gato.

—¡No, claro que no! —se apresuró a aclarar—. Confía en mí. Ciérralos. No te haré nada malo.

  Amy cerró los ojos a regañadientes, aunque de vez en cuando sucumbía a la curiosidad y echaba un fugaz vistazo.
El chico se aclaró la garganta y comenzó la lectura, tratando de no equivocarse:

Entré –después de hacer todo el ruido posible en la cocina- pero no creo que oyeran nada. Estaban sentados en los dos extremos del sofá, mirándose como si esperaran la respuesta a una pregunta, o flotara una pregunta en el aire…”.

  John aprovechaba las pequeñas pausas para no perderse las reacciones de Amy. La chica ya no intentaba abrir los ojos, sino que parecía haber caído en el hechizo de las palabras.

“La cara de Daisy estaba llena de lágrimas, y cuando entré se levantó de un salto y empezó a secárselas con el pañuelo ante un espejo”.

El ceño de Amy mostraba ahora un ligero pliegue, como si algo le provocara algún dolor.

John prosiguió la lectura:

“Pero en Gatsby se había producido un cambio que era sencillamente desconcertante. Resplandecía literalmente. Sin una palabra o un gesto de alegría, irradiaba un nuevo bienestar que colmaba el cuarto”.

El rostro de la chica, antes contraído por la tristeza, se había suavizado por una emoción más placentera.

—Ha dejado de llover.
—¿Sí? —Cuando entendió lo que yo acababa de decirle, que campanillas de sol centelleaban en la habitación, sonrió como un meteorólogo, como el patrocinador extasiado de la luz que volvía, y repitió la novedad a Daisy—. ¿Qué te parece? Ha dejado de llover”.

La mágica sonrisa fue retornando poco a poco al rostro de Amy.

“—Me alegro, Jay. —Su garganta, llena de una belleza triste y dolorida, solo hablaba de su felicidad inesperada”.

John se detuvo al fin y cerró parcialmente el libro, dejando un dedo de por medio. Contempló detenidamente las expresiones de la chica.

Al percibir el vacío de sonido, Amy abrió los ojos lentamente, como despertando de sueño.

—¿Por qué... te detuviste? —dijo apenas recuperando la voz.

—¿Quieres que siga leyendo? —preguntó John, intentando disimular el regocijo que le producía aquella reacción.

—Pues sí —afirmó más confiada.

—¿Qué te pareció?

—Me pareció… como si estuviese viendo una película en mi mente… No sé explicarlo bien… pero sí me gustó... mucho. Sigue leyendo, por favor —le pidió entrelazando sus manos a modo de súplica.

John sonrió amargamente. Recordó cómo disfrutaba que su madre le leyera historias antes de dormir cuando era niño. Se percató de que Amy nunca había tenido a nadie que lo hiciera por ella.

La complació leyéndole unos cuantos párrafos más, pero luego agregó:

—¿Por qué mejor no intentas hacerlo tú?

—¿Yo?

—Sí. Si quieres puedo dejártelo, para que lo leas cuando yo no estoy. Y después me dices qué te pareció.

La muchacha aceptó la propuesta con una pizca de recelo, recibiendo el libro de las manos de John. La portada era de un azul oscuro, semejante al cielo cuando el sol se está despidiendo. El dibujo de unos ojos desilusionados hacían de pedestal para un extraño título: El gran Gatsby.

—Es una historia de romance —aclaró John—. Un chico muy pobre acumula una gran fortuna y comienza a hacer fiestas muy grandes en su mansión solo para que asista la chica que ama.

Al oír su descripción, Amy llevó el libro a su pecho y lo protegió con sus brazos. John se frotó el área del mentón para disimular su fácil sonrisa.

—¿Termina feliz? —quiso saber ella.

—Eso... tendrás que descubrirlo tú.

Ella lanzó un resoplido, pero acarició cuidadosamente el lomo y la robusta tapa, como si se tratara de un preciado tesoro. De repente, una idea pareció asomarse al rostro de ella. John solo podía intuir por sus gestos lo que pasaba por su mente. Probablemente se estuviese preguntando “¿Qué hacía falta para hacer una historia de amor?”

  Amy examinó el objeto que tenía entre sus manos como si le resultara increíble que para crear algo tan mágico, solo un lápiz y unas hojas en blanco fueran más que suficientes.

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