Somebody

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  💞Clarissa

  El instituto Brave Heart era propiedad de la familia Kaz. Su estratégica posición en un tranquilo pueblo rodeado de mar y alejado de las bulliciosas ciudades daba una pista de su propósito. El centro recibía a sobrevivientes de una enfermedad mortal, quienes después de una larga lucha contra su propio cuerpo, debían comenzar a sanar su mente y alma. Es por eso que los trabajadores preferían llamar a los ingresados como “huéspedes”, en lugar de “pacientes” o “enfermos”.

  Clarissa era la directora del centro; pero su alto cargo no había logrado retenerla detrás del buró de una oficina. Gracias a su vocación para la psicología, amaba atender ella misma a los huéspedes y tomar parte en su plena recuperación.

   Una de las asistentas, Martha, los interceptó cuando madre e hijo atravesaron la entrada al centro.

—¡Clary! —Hizo un gesto de asombro en cuanto vio a John—. ¡Ah, no puedo creerlo! ¿Este es tu hijo? ¡Madre de dios, hay que ver qué alto y guapo se ha puesto! ¿No te acuerdas de mí, Johnny? Ibas a mi casa cuando eras pequeño y me robabas las manzanas de la encimera.

Clarissa sonrió al comprobar la certeza de las palabras de John el día anterior, pero este se limitó a responder cortésmente:

—Creo que… recuerdo un poco de eso. Por cierto, perdón por lo de las manzanas.

—No, no, no tienes que disculparte —negó Martha con una amplia sonrisa que profundizaba sus marcadas arrugas—. Eras solo un niño. ¡Oh por Dios! Si hubiese sabido que venías le hubiera podido avisar a mi nieta. Ella está estudiando en la gran ciudad, pero es una gran fan tuya y de tu grupo musical. ¡Moriría por conocerte!

Al ver la expresión incómoda de su hijo, Clarissa carraspeó para cambiar de tema.

—¿Cómo está Amy, Martha?

—¿Amy? —Martha pestañeó, aparentemente descolocada— ¡Ah, te refieres a nuestra Amy! Bueno ella... tiene encantados a todos aquí. Pero ya sabes que es una piraña devoradora de películas. Y lo peor es que solo quiere ver historias románticas, nada de acción o fantasía. Se me están acabando las opciones.

—Tranquila, yo me encargo a partir de ahora.

—Te lo agradecería, Clary, porque tengo que atender a otros huéspedes.

Luego de proferir una segunda ronda de halagos a John, la asistenta se marchó para cumplir con sus labores.

—¿Quién es Amy? —preguntó su hijo siguiéndola por los coloridos pasillos.

—Es… de quien quería hablarte.

Dejó de escuchar los pasos de John a sus espaldas.

—¡¿Qué?! ¡Madre! ¡¿Me trajiste aquí para que cuidara de una persona?!

—No en realidad. —Ella se giró hacia él y meditó bien lo que diría—: Amy llegó hace un mes al centro y los especialistas dicen que en más tardar una semana podrá incorporarse a la sociedad. Tiene diecisiete años, pero ha pasado más de la mitad de su vida entre salas de operaciones y quimioterapias. Además, no tiene padres, ni otro ser querido que se preocupe por ella…

—Wow, wow, espera, ¿por qué me estás contando todo esto?

—Es solo por hoy, John, lo prometo —Clarissa juntó las palmas en gesto de súplica—. Está muy sola aquí, rodeada de puros vejestorios. Y he pensado que la compañía de un joven como tú le sentaría muy bien.

—No —respondió John resueltamente—. No, por supuesto que no. ¡¿En qué estabas pensando, madre?! Tengo mis propios problemas. Lo peor que pudieras hacerle a esa pobre chica es ponerme a mí como su niñera.

—No serías su niñera, John —dijo Clarissa con un deje de cansancio en la voz—. Lo siento. Debes de tener cosas más divertidas que hacer, así que no te insistiré. Yo no podré estar a su lado hoy porque tengo que acompañar a otra persona.

John soltó un resoplido que removió el flequillo oscuro que le caía tiernamente en la frente. En el lenguaje corporal de su hijo, eso significaba que había optado por la rendición.

—Está bien —respondió con desgano—, pero solo será por el día de hoy, ¿ok?

  Clarissa le dio un apretón cariñoso en la barbilla que fue recibido con un gruñido de protesta. A veces se olvidaba de que su hijo ya se había convertido en todo un hombre, hasta que, por desgracia, alguna asistenta se lo hacía notar.

—Gracias, John, de verdad. No te imaginas cuánto me ayudas.

—Pero, por favor, dime que no es fan de Los chicos del desierto.

—Lamento herir tu ego —Rio Clarissa—, pero cuando le mencioné que mi hijo se llamaba John Kaz, no soltó ni un suspiro. Ella ni siquiera sabe de la existencia de tu banda.

—Mucho mejor entonces —dijo con aparente alivio, aunque a Clarissa le pareció notar un ligero vestigio de orgullo herido.

  Previniendo un posible arrepentimiento, Clarissa arrastró a su hijo hasta una amplia e iluminada habitación. La luz natural se colaba por los amplios ventanales que enmarcaban las bellas vistas del cielo y el mar a lo lejos. La chica estaba sentada en un mullido sofá de terciopelo azul, con la vista fija en la pantalla del televisor. Nada más verlos, esbozó una radiante sonrisa y se puso en pie para recibirlos.

—¡Buenos días, señora Kaz! ¿Cómo está hoy? —dijo al tiempo que hacía una respetuosa reverencia.

—Estoy bien, Amy, pero no tienes que tratarme con tanta formalidad. Me haces sentir como una vieja anticuada.

—Perdone, es que las asistentas dicen que usted es la jefa del lugar. Y que es así como debo… referirme… a usted. —La chica inconscientemente fue dejando de centrar su atención en Clarissa y ahora sus ojos miraban a John con interés.

Clarissa se percató de ese gesto.

—Amy, te presento al menor de mis hijos, John. Te he hablado de él en varias ocasiones.

—¡Waw! ¡Al fin puedo conocerte! —dijo ella con una sincera alegría desbordada, tendiéndole la mano en gesto de presentación.

  Apretando los labios en una incómoda sonrisa, John estrechó la delicada mano.

  Amy no se molestó en disimular su decepción dejando caer sus hombros y haciendo un mohín con los labios.

—¿Pasa algo? —preguntó él un tanto desconcertado por la inesperada reacción.

—No, es solo que… no sentí la electricidad.

—¿La electricidad?

—Sí —asintió ella como si fuera una obviedad—. Cuando dos personas están destinadas a estar juntas, sienten una electricidad desde la primera vez que sus manos se tocan. Es una pena que no la haya sentido, porque estás más bueno que el pan caliente.

Clarissa pasó la vista desde la expresión risueña de Amy hasta el rostro petrificado de su hijo, y estalló en una sonora carcajada.

—Ah, Amy, eso solo pasa en las películas —alcanzó a decir ella entre los espasmos de risa—. Y… creo que Martha te ha puesto demasiados romances juveniles que ya hablas como ellos.

—¿Qué te parece tan gracioso, madre? —dijo John entre dientes.

—Perdón, perdón. —Clarissa trató de recuperar la compostura y agregó—: Pues bien, tengo unos pendientes, así que los dejaré aquí por un rato.

—¡Espera! ¡¿nos dejarás solos?! —“¿Me dejarás con esta loquilla de remate?” era lo que parecía querer gritarle su hijo.

—¿Acaso no era ese el plan?

Sin esperar respuesta, Clarissa le dedicó un último gesto de ánimo y abandonó la habitación.

                               ***
💞John

  Sin más escapatoria, John volteó a ver a la extraña persona que tenía frente a sí. Era bastante menuda. Su cabello corto a la altura de los hombros lucía más claro al ser acariciado por los rayos del sol. Pero lo que sin duda le llamó más la atención fueron sus expresivos ojos. Eran un poco grandes para su cara, pero desprendían una vitalidad y un brillo… indescriptibles.

—Perdona —dijo ella de repente ocultando sus manos detrás de la espalda. Su sonrisa se había borrado—. Las asistentas me dicen que no debo decir siempre lo primero que se me viene a la mente; pero es que a veces no puedo evitarlo.

—No, no, está bien. La sinceridad es buena… casi siempre.

  No es que John no estuviera acostumbrado a los halagos. De hecho, los recibía casi a diario. Pero no esperaba escucharlos de alguien que ni siquiera sabía quién era él.  

  Amy pareció recobrar los ánimos de preguntar:

—¿Te dolieron?

—¿El qué?

—Los tatuajes —Señaló la mano derecha de John. Los oscuros trazos resaltaban sobre la piel pálida, y seguían su camino por debajo de la manga de la chaqueta.

—Mmh... no, no. No tanto como otras cosas —Se arrepintió al instante de su respuesta. “¿Por qué tenía que decir una frase tan depresiva?”

—A mí me gustan —le confesó Amy con cierta picardía en la mirada—. Los chicos se ven super sexis con ellos.

Él no pudo responder a aquella insinuación y evitó el contacto visual fijando la vista en un televisor que había justo delante del sofá. Pero Amy pareció interpretar aquello como una declaración de intenciones.

—¿Quieres que veamos una película, juntos? —preguntó ella.

Respiró aliviado. Era sin duda la mejor idea. De esa forma, transcurrirían las dos horas y no sería necesario que intercambiaran tantas palabras.

—Ok, una película sería genial.

La chica se sentó en el sofá y tomó el mando del televisor para elegir un filme de su agrado.

—Veamos… ya todas estas las he visto así que, ¿cuál te gustaría ver a ti, John?

—Pues… la que tú decidas —dijo él acomodándose de manera más relajada en el sofá, aunque asegurándose de dejar un espacio entre ambos.

Ella sopesó las opciones por un segundo y luego propuso una que le devolvió la rigidez al cuerpo de John:

—¿Te parece que veamos Cincuenta Sombras de Grey?

—¡¿Qué?!

—Cincuenta sombras de Grey —repitió ella, como si realmente pensara que John no la había oído.

—Ahm… no.

—¿No?

—No.

—¿Por qué no?

  John sostuvo su mirada inquisitiva, tratando de comprobar si la chica le estaba tomando el pelo, pero ella lucía muy seria, lo cual hizo que se alarmara aún más.

—Porque… —Se apartó el flequillo de la frente para disimular la incomodidad—. ¿No se supone que no deberías ver esa película? Es para mayores de dieciocho años, creo.

Estaba horrorizado. "¡¿En serio Martha la había dejado ver una historia erótica en la que los protagonistas literalmente se daban como cajón que no cierra durante casi cincuenta minutos?!"

—Yo tengo diecisiete —alegó ella.

—Todavía no estás en edad.

—Cumplo dieciocho en tres meses. ¿Qué tan distinta puedo ser para cuando eso ocurra? ¿Heredaré algunos “superpoderes” que me permitirán ver esa película o algo?

—No, es solo que… solo sé que no es "correcto" que la veas y punto —John se sentía como un abuelo precoz—. Además, es una historia sin sentido. No tiene trama, ni buen desarrollo de personajes. 

—Pues a mí sí me gustó —dijo ligeramente ofendida—. Creo que una historia es buena si te hace sentir emociones fuertes. Y esa historia me hizo sentir muchísimas cosquillas.

Hubo momentos en la vida en los que John deseó que lo engullera la tierra. Ese fue uno de esos momentos. La honestidad de Amy había caído sobre él con la intensidad de un rayo. Si no luciera tan humana, juraría que había descendido del espacio exterior.

—¿Por qué… —John tragó en seco— ¿por qué mejor no eliges otra película?

—Pero bueno, ¿no fuiste tú el que me dijo que estaría bien con lo que yo decidiera? Eres muy indeciso para ser un chico.

El comentario lo desconcertó.

—¿Qué tiene que ver que sea un chico? ¿Nosotros no podemos ser inseguros?

—Claro que no —dijo muy convencida, alzando la barbilla—. Los chicos deben ser muy seguros de sí mismos. ¿Si no entonces cómo cuidarían a la chica del peligro?

John no pudo reprimir una risa.

—Escucha, no sé qué historias de romance has visto, pero te aseguro que no funciona así en la vida real. Es más com… —Se detuvo al ver que Amy lo miraba de pronto con los ojos muy abiertos—. ¿Qué? ¿Qué he dicho?

—No, es que… acabas de sonreír. Deberías hacerlo más a menudo, porque tienes una sonrisa hermosa.

“¡Pero qué…!”

—¡Ahm… ehm… gracias! Tú… también.

—¡Waw! ¡Gracias!

John se detuvo a mirarla por unos segundos. No era mentira. Una sonrisa, que podía describir como linda y genuina, lo saludaba descaradamente desde un rostro salpicado de pecas. Sin embargo, le extrañó que la chica lo hubiera tomado de inmediato como un verdadero halago y no como una cortés devolución del cumplido. Definitivamente, ella debía de provenir de otra galaxia.

—Entonces, ¿no has visto otras cosas además de romance? —preguntó para cambiar de tema.

—Lo he intentado —dijo ella con aburrimiento—. He tratado de ver pelis de superhéroes, de dragones, de agentes secretos, pero nada me llena más el corazón que una historia de romance.

Al parecer, ella percibió el momento en que él arrugó la nariz, porque agregó:

—¿No te gustan las historias de amor, John?

La pregunta lo tomó desprevenido.

—Ahm… no es que no me gusten. Es que no son muy realistas. Y además, ¿qué tantas cosas interesantes pueden suceder entre dos personas?

—¡¿Estás bromeando?! Puede suceder todo un mundo entre dos personas —dijo con una mirada soñadora.

John apretó los labios para no dejar escapar otra sonrisa.

—Entonces muéstramelo.

—¡¿Qué?! —Pestañeó confundida.

—Muéstrame tu película de romance favorita.

—¡Oh! ¿Mi película favorita…? —Se mordía el labio al pensar—. Tengo muchas, pero esta otra que te voy a poner sin duda está en mi lista.

Volvió a tomar el mando del televisor y presionó algunos botones hasta dar con la opción que quería.

John se removió inquieto en el sofá, rezando para que la película no tuviera escenas subidas de tono.

Dejó escapar el aire contenido cuando reconoció a la joven leyendo un libro que aparecía en los primeros minutos del filme: Elizabeth Bennet, de Orgullo y prejuicio. Y agradeció infinitamente al personaje masculino, Mister Darcy, por haber sido todo un caballero y no haberle arrebatado la “virtud e inocencia” a Elizabeth.

No le dijo que ya había visto esa película. Más bien se esforzó por reaccionar como si fuera la primera vez, porque Amy estaba pendiente a cada uno de sus gestos y movimientos.

—¡Hey! La película está al frente, no en mi cara —bromeó él.

—Perdona —dijo con un sobresalto, como si la hubiesen pillado haciendo algo que no debía—. Es que quería ver si sentías lo mismo que yo.

—¿Y qué pudiste ver? —quiso saber.

—Creo que… te está gustando —dijo con la expectativa reflejada en el rostro.

John hizo un silencio dramático antes de concluir:

—Pues... la verdad es que sí. Es una historia muy bonita.

Ciertamente, de las pocas películas de romance que había visto, obligado por James, y que habían sido de su agrado, la adaptación de la novela de Jane Austen podía contarse como una de sus favoritas.

Amy aplaudió victoriosa, como si hubiese logrado una gran hazaña.

Cuando finalizaron Orgullo y prejuicio, se decidieron por una comedia romántica: 50 primeras citas. Una historia muy simpática y a la vez triste donde la protagonista perdía la memoria todas las mañanas y nunca podía recordar al “amor de su vida” que había conocido el día anterior.

Las manecillas del reloj giraron tan rápido que John se sobresaltó cuando su madre atravesó el umbral.

Clarissa los miró sorprendida, al parecer por la expresión risueña de ambos después de la escena que acababan de ver.

—¿Interrumpo la diversión?

—¿No estabas atendiendo a los huéspedes? —preguntó John un poco aturdido.

—Y los he atendido. ¿Qué hora piensas que es? Ya es mediodía, John.

Él consultó su reloj de pulsera y comprobó que, en efecto, era hora de marcharse.

—¿Ya te vas? —preguntó Amy con la decepción dibujada en el rostro.

—Sí —dijo John, extrañamente a su pesar.

—¿Volverás mañana?

—Es que John tiene algunos pendientes, y no tendrá tiempo para venir otra vez —intercedió Clarissa.

Una nube de tristeza opacó los ojos de la muchacha, pero un rayo de luz los alumbró cuando John dijo:

—No, está bien. Regresaré mañana.

—¡Sí! —celebró Amy.

Clarissa lo miró con una expresión de absoluto desconcierto antes de sonreír.

                           *** 

Una vez que estuvieron fuera de la habitación, recorriendo el camino de vuelta hacia la salida, su madre no aguantó las ganas de preguntarle con fingido desinterés:

—¿Qué te pareció Amy?

John se percató al instante de sus intenciones, pero no tuvo problemas en responder:

—Me cae bien, aunque es bastante rara. Es como… como si no fuera de este planeta.

—Raro sería que no te lo pareciera. Los médicos nos dijeron que ingresó al hospital cuando apenas tenía siete años. Antes solo había vivido en un orfanato, y luego de eso le esperaba una larga lucha contra el cáncer de pulmón. No ha conocido otro mundo que el de las cuatro paredes de un hospital.

  La reconfortante calidez del sol del mediodía envolvió el cuerpo de John al salir del edificio. "... Solo las cuatro paredes de un hospital". Sopesó esas palabras y miró hacia el parque donde unos niños jugaban en patines, felices y despreocupados de la vida.

—¿De veras regresarás mañana? —preguntó Clarissa.

El chico se encogió de hombros.

—No tengo nada mejor que hacer.

  Era una mentira a medias. No quería confesarle a su madre que lo intrigaba esa chica. No quería revelarle que había algo que lo incitaba a volver a verla. Tal vez solo fuera un intento de escapar de la monotonía de su vida. O tal vez porque quería descubrir cómo una chica que solo había experimentado el dolor y la soledad, conservaba ese indescriptible brillo y vitalidad en sus ojos.

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