16. GPS

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Fue una exigencia de Victoria el irse turnando para conducir, a pesar de que la idea no le hizo ninguna gracia. No estaba acostumbrado a ceder el control de sus cosas, pero entendía que era lo mejor, teniendo en cuenta que no sabía cuánto tiempo estarían en carretera.

Estaba sorprendido porque llevaban un par de semanas conduciendo por carreteras nacionales, yendo hacia ninguna parte en particular, y ella estaba teniendo mucha paciencia. A pesar de que, cuando bajaba de la caravana, lo seguía a cualquier sitio que fuera y estaba pendiente de todo, no lo agobiaba a preguntas ni lo contradecía cuando él cambiaba de rumbo y volvía para continuar el camino.

Las conversaciones ya no eran tan forzadas, y los silencios no eran tan incómodos. Habían conseguido, en quince días, una buena convivencia, aunque en ocasiones había dudas muy grandes, y el espacio era muy pequeño.

—¡Ya te dije que esto se podía llevar tiempo! —gritó él en mitad del bosque en el que se habían parado para que Jack intentara detectar algo.

—¡Pero no una vida! —contestó ella en el mismo tono que él.

Te explico lo que había pasado, porque ahora mismo puede que no entiendas nada. Estaban en una remota población de Francia y él, notando una vibración algo más intensa en las manos, se había desviado, parando en el lateral de la carretera, tratando de que su vehículo no molestara, y se había bajado rápido para adentrarse un poco en el bosque. Si hubiera sido de noche se lo hubiera pensado un poco más, porque si ya los enormes árboles de aquella zona hacían que la luz apenas se filtrara entre sus ramas, de noche habría sido digno de una película de terror.

La cuestión es que, cuando estuvo en un pequeño, muy pequeño claro, se arrodilló y puso sus manos en la tierra. Victoria, como siempre, no se perdía ni uno solo de los pasos y de los gestos que hacía. Se mantuvo expectante, apenas recordando respirar, hasta que él dejó caer su cabeza y se levantó, sacudiéndose las rodillas del pantalón en el proceso.

—Al norte —dijo escueto.

Y esas simples y palabras, sin explicación alguna, fueron las que le hicieron explotar. Y en ese momento estamos, en el que ambos volvían enfurruñados a la caravana. Jack fue directo hacia uno de los cajones, del que sacó una pastilla para intentar paliar el dolor de cabeza.

—Sí, a mí también me vendría bien una de esas —comentó ella, y recibió una sin apenas ser mirada.

Resopló y se sentó en uno de los sofás que había alrededor de una mesa, en lo que sería el salón de esa pequeña casa.

—¿Podemos hablar? —preguntó Victoria con voz suave una vez que se tomó la pastilla y un par de vasos de agua.

Su tono era casi derrotado. Yo nunca la había escuchado así, y al visualizar las señales de todo lo que ocurrió, si en algún momento estuvo cerca de rendirse, fue en ese.

Jack asintió y se sentó frente a ella, con los codos en la mesa y la cabeza sobre las manos.

—No te voy a pedir que compartas tus poderes o magia conmigo, Jack... No, por favor, déjame hablar —pidió viendo que él iba a corregir algo—. Pero entiende que, a pesar de que todo esto puede parecer una locura, no solo vale con un «al norte», ¿qué se supone que signifique eso?

—No soy un GPS, Victoria.

—¡Lo sé! Yo entiendo que no tienes una antena con la que detectar el puñetero reloj, pero dime algo, ¡al menos para poder entenderte!

Él inspiró hondo, soltando luego el aire de golpe, tratando de pensar al respecto. Su aura no lo veía nada descabellado, entendía perfectamente su inquietud y curiosidad, pero su cerebro no estaba tan de acuerdo.

—Es cuestión de sensaciones —se atrevió a hablar al final—. Mis manos... esto no es magia, no tengo poderes como tal. Mis manos canalizan energía. Toda persona con algo de magia en su interior, o cualquier objeto que sirva a ello, genera energía, y mis manos son capaces de detectarla.

—Cuando puse las manos sobre la tabla... —dijo sin concluir la frase, ya que sabía que él la entendería.

—Sí. Tú no generas esa energía mágica...

—Vaya, gracias —lo interrumpió aliviando un poco el ambiente.

—Bueno, no al menos de esa manera —corrigió, dejándola confusa por un momento. Él carraspeó y luego continuó hablando—. Pero necesitaba entender el objeto de tu deseo, distinguirlo de cualquier otro artefacto que se encontrara en el camino.

—¡¿Hay más objetos?! —volvió a interrumpir, ahora emocionada por un descubrimiento que no se esperaba. No sé por qué, cuando estaba pudiendo comprobar que había cosas que se escapaban a su entendimiento.

Jack sonrió afirmando con la cabeza, en un gesto de lo más obvio como diciendo: «pues claro, ¿estás idiota o qué te pasa?». Vale, a lo mejor él no estaba pensando todo eso, pero ya estoy yo aquí para decirlo.

—Claro que hay más objetos. La gente suele creer que son reliquias familiares, o cachivaches antiguos que no sirven para nada. Y no suelen servir.

—Salvo que tengan el hechizo correc...

—Conjuro —interrumpió.

—No le veo la diferencia —contestó con cara de suspicacia.

Pues la hay, Victoria, ¡claro que la hay! Respira, Angie, respira. Tranquilízate y vuelve a ser la amable y humilde narradora de siempre. Ella no le veía la diferencia, aunque la tenía, pero Jack no se molestó en explicársela, y tampoco es que ella quisiera ahondar en el tema, le interesaba mucho más seguir conociendo su historia.

—Bueno, da igual. Conjuro será. —Ah, claro, ahora sí es conjuro. En fin... la hipocresía. Continuemos—. ¿Pero qué ha ocurrido ahí? ¿Te has equivocado de sitio?

Negó con la cabeza.

—Esto no es una ciencia exacta, tu artefacto ha estado aquí, pero ya no está. Está al norte.

Victoria suspiró, su aura estaba al menos más tranquila por entender algo más.

—Al norte pues, señor Stark —bromeó con una sincera sonrisa que él respondió.

—Solo espero que no me corten la cabeza —devolvió él poniéndose de pie para volver a ponerse en marcha.

Ella soltó una carcajada que le salió desde dentro del alma. No se esperaba aquella broma, teniendo en cuenta que él siempre se había mostrado más serio que otra cosa. Se le notaba la ironía y el sarcasmo, pero esa era una nota de humor diferente al que había visto hasta ese momento. Claro que ella tampoco había sido la alegría de la huerta.

—Descansa un poco si quieres —le dijo Jack.

—¿Qué tal si hoy buscamos un hotel para pasar allí la noche? —ofreció ella por su parte—. No es que no esté a gusto, porque esto es extrañamente cómodo, pero así podremos tener un poco de intimidad al menos un rato.

Él alzó una ceja, aunque cedió pronto a su petición, que en parte era bastante lógica. Estaba acostumbrado a viajar por ahí en caravana, parando donde quería y haciendo lo que le venía en gana, pero siempre lo hacía solo. Tenía sentido que ella no se sintiera del todo cómoda viviendo de pronto con él, a pesar de que había avisado de que podría llevarse tiempo.

De esa forma, mientras él conducía, ella estaba a la búsqueda del hotel más conveniente para la distancia que se suponía que iban a recorrer.

—Victoria —comenzó tentativo, llamando su atención por la forma suave de decirlo, poco habitual en él—. Si quieres, no sé si prefieres que... no sé, que nos quedemos en un hotel al menos una vez en semana. A ver, espero que no tardemos mucho, pero entiendo que...

—Jack —lo interrumpió ella. Su aura me dijo que se había enternecido un poco por su titubeo nervioso—. Lo vemos sobre la marcha, ¿vale? Pero me parece una buena idea.

Tras ver su asentimiento volvió su vista al móvil, donde parecía que había encontrado a su ganador. Desde ese momento no fueron las manos de Jack las que guiaron el camino a tomar, si no que fue la voz robótica del GPS la que indicaba qué dirección tomar.

El hotel parecía igual de tranquilo que el lugar en el que estaba enmarcado.

—He buscado un sitio bonito y rural —dijo Victoria cuando se bajaron de la caravana y miraron hacia la fachada.

—¿A la señorita de ciudad le acabará gustando el campo?

Ella le dio un manotazo en el brazo más cercano y lo ignoró, comenzando a andar mientras arrastraba su maleta hacia el interior. Él se quedó mirándola un instante, viendo cómo subía los tres escalones de la entrada. Victoria se giró al darse cuenta de que él no se había movido y lo miró. Alzó las cejas a modo de pregunta y él volvió a la realidad. Sacudió la cabeza y la siguió.

—¿Todo bien? —preguntó ella con cierta preocupación, pensaba que le había molestado la sugerencia de quedarse en un hotel.

—Claro. Todo bien —contestó.

No hacía falta ser tan intuitiva como yo para saber que no todo está bien, pero ninguno de los dos quisieron pensar en nada más aquella noche. 

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