17. Jacques

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Casi un mes completo estuvieron recorriendo Francia de punta a punta, siempre conduciendo hacia el norte, pero desviándose a derecha o izquierda en función del GPS cósmico de Jack, como Victoria lo había bautizado.

Poco a poco había ido asumiendo que ese iba a ser un viaje largo, aunque por suerte para ambos, no estaba siendo tedioso. Conduciendo casi siempre por carreteras nacionales y secundarias, estaban consiguiendo ver paisajes espectaculares, aunque tenían claro que no estaban viajando por placer.

El aura de Victoria tenía una paz que no le había sentido desde que la conocí y supe de ella. Estaba más tranquila, con más paciencia, puede que más cercana a la Victoria que me habían contado que era antes de la muerte de su marido. No se había rendido, por supuesto, pero tenía un poco más de perspectiva y distancia, sabiendo que, si seguía luchando por ello, lo conseguiría, aunque no tenía que esperar que todo fuera inmediato.

Él, por su parte, también estaba más tranquilo con esa nueva Victoria más relajada. Seguía con la presión de sus manos, que vibraban ansiando encontrar el camino, pero era mucho más soportable.

Cuando llegó al pueblo solo consiguió paliar el dolor con ejercicio físico. Jon le había ayudado con aquello apenas sin darse cuenta, sin preguntar, sin pedir explicaciones. Ahora había tenido que volver a dar rienda suelta a lo que tanto había tratado de contener.

Lo que le parecía curioso a su aura, era que no le estaba costando tanto como pensaba, ni tampoco estaba siendo el infierno que creía que pasaría con ella. Encontrar el artefacto estaba siendo complicado, se resistía, porque cuanto mayor poder había en el objeto más difícil y peligroso era utilizarlo. Por eso no quería ser encontrado, por eso había tantas huellas en el camino que les hacía desviarse del rumbo correcto. Pero ella estaba demostrando ser una buena compañía al final. ¡Quién lo habría dicho!

—Necesito que gires en la próxima a la derecha —pidió Jack.

—¡Uuuuuh, GPS cósmico en marcha!

Él rio y negó con la cabeza sorprendiendo a Victoria, quien lo miraba de reojo, sin perder de vista la carretera. No preguntó nada más y solo estuvo pendiente de las nuevas instrucciones. Estaban adentrándose en el Parque natural de l'Avesnois, de nuevo en un medio rural, que parecía era lo que él continuamente estaba buscando, sonrió por ello al acordarse de las palabras de Virginia y sus bromas sobre fantasías rurales.

La carretera que llevaban no tenía demasiados desvíos y al rato de haber tomado el desvío, pudieron ver un cartel que les daba la bienvenida a Le Quesnoy. Esto sí puedo decírtelo porque cuando leas esto él ya no estará allí, y no podrás ir a acosarlo, si no también me lo callaría porque soy una contadora de historias, pero tampoco voy por ahí diciendo secretos.

Antes de adentrarse en la zona poblada volvieron a desviarse, por una carretera que más se le podría llamar sendero, y que parecía que era poco transitado.

—¿A dónde vamos por aquí? —preguntó curiosa, sin despegar la vista de por dónde pasaba, pues no quería meter la rueda en ningún socavón o pichar por alguna de las enormes piedras.

—Conozco a alguien.

Lo miró un instante con una sonrisilla en la boca, aunque él no la vio. Estaba sumido en sus propios pensamientos sin atender a nada más. Pararon a un lado del camino, detrás de un todoterreno.

Había una bonita casa a unos pocos metros que pudo ver desde donde estaba, tan solo asomándose un poco a la ventana. Una casa de piedra que parecía antigua, de muy buen gusto y con una decoración casi barroca. Estaba tan bien cuidada que no daba miedo andar por allí, a pesar de estar en plena naturaleza. Se sorprendió imaginándose la casa en una película de terror, toda desvencijada y llena de maleza, y tuvo un escalofrío.

—¿Estás bien? —le preguntó Jack, que había visto su gesto.

Asintió de forma rápida.

—Solo me estaba imaginando la casa en una peli de miedo —explicó.

—¿Por qué? —preguntó de nuevo frunciendo ahora el ceño.

—Ni idea.

Su respuesta fue sincera y divertida, aunque él no llegara a entenderla del todo. Se encogió de hombros, no tratando de encontrar explicación alguna y fue hacia la parte de atrás, preparado para salir.

Victoria no sabía si en aquella ocasión tendría ganas de tener una sombra, así que se quedó en su sitio mirando sus movimientos.

—¿No vienes? —le preguntó él extrañado porque ella no se hubiera levantado para seguirlo, como era su costumbre.

—¡Claro! —afirmó dándose prisa.

Hacía frío en aquel camino y Victoria se arrepintió de no haber cogido una chaqueta al ver la frondosidad y altura de los árboles. Lo peor era que no era la primera vez que le pasaba.

—¿Quién vive aquí? —preguntó

Caminaba ligero y se abrazaba para darse algo de calor, aunque no es que fuera invierno precisamente. Por un lado era medio idiota por no tener una chaqueta a mano, y por otro una exagerada.

—Un viejo amigo. Me enseñó todo lo que sé.

Ella abrió mucho los ojos y la boca le formaba una O de la impresión. Él se rio por su cómico gesto.

—¿Es otro arcano como tú? —La emoción se mostraba en su voz.

—No, es profesor de reiki.

Victoria no se dio cuenta de cuándo habían llegado hasta la verja de entrada, ni de cuándo había pulsado el timbre que ni siquiera había visto. Solo lo miraba, de nuevo extrañada y no sabiendo si lo que le había dicho era cierto o no, a pesar de que su tono era de absoluta seriedad.

—¿Vamos?

Victoria sacudió su cabeza, que parecía que le había dado una embolia, y entonces reaccionó.

—¿Reiki? ¿Really, Jack?

—¿Ahí te habías quedado? —Negó con la cabeza no creyéndoselo.

La posible réplica de Victoria quedó opacada por el grito de una desconocida voz.

—¡Jack Jackson! ¡Benditos los ajos que te ven! —dijo desde la puerta aquel hombre con fuerte acento francés.

Victoria apretó los labios para que no se le escapara la sonrisa por escuchar ajos en vez de ojos, pero Jack no pudo evitar la carcajada por lo dicho por el que, desde ese momento, conocí como Maestro Reiki.

—Jacques... —dijo Jack a modo de saludo, yendo a abrazarlo. Luego se dirigió a Victoria—. Él es Jacques.

—¿Jacques? —preguntó un tanto incrédula.

—Jacques, ella es Victoria, una...

—Amiga —completó ella cuando notó su titubeo.

—Oooooh, enchanté, Victoria. Todo amigo de Jack es amigo mío. Pasad, pasad.

No perdió tiempo en entrar en la casa, pero antes de seguirlos Victoria le cogió del brazo para detenerlo.

—¿Jacques? —le preguntó con una sonrisilla en la cara. Él asintió, aguantando la sonrisa al ver su expresión—. Jack... y Jacques. ¿Hicisteis algún dueto artístico o algo?

Él chascó la lengua y pasó de contestarle, entrando por fin en la casa. Sonrió al escuchar la carcajada de ella, quien trató de no quedarse atrás.

Su amigo les invitó a pasar la noche en su casa, y no iba a aceptar un no por respuesta. Jacques era un hombre que irradiaba positivismo por todos sus poros. Tenía un aura dorada que atraía. Sus gestos elegantes, la forma de mover sus manos, su voz, e incluso su acento era hipnótico, y Victoria estaba embobada escuchando las historias que le contaba del tiempo en el que enseñó a Jack a canalizar mejor su energía.

Miraba a Jack de hito en hito, viendo su expresión serena, e incluso risueña, con su pareja artística.

—¡Oh, mon dieu! Si estoy monopolizando la conversación como si fuera la abuela cebollita.

Jack volvió a reírse de él, y Victoria también lo hizo aunque de forma más comedida, y Jacques hizo un gesto de resignación porque sabía que, de nuevo, había dicho algo que no era.

—¿De qué conoces al abuelo cebolleta, Jacques? —le preguntó Victoria aún sonriente—. Yo lo conozco porque a mi padre le encantaban los tebeos y me los leía de pequeña. ¿Pero tú?

—¡Oh! Eso es un halago, porque no me ves de la edad de tu padre —bromeó provocando risas—. Pero es decepcionante porque mi buen Jack Jackson no va por ahí hablando de mí.

El propio Jack fue quien negó, pero sin abandonar el buen humor que tenía en su presencia. Lo cierto era que lo bonito de su aura contagiaba. Hasta yo, cuando más tarde pude intuir todo esto, no pude abandonar mi sonrisa.

—Jacques es tataranieto de españoles —explicó Jack, viendo que el otro se estaba dando importancia.

—Mis raíces van mucho más atrás de mis tatarabuelos, pero como resumen no está mal. No sabrá, señorita, que Le Quesnoy llegó a ser territorio español.

Victoria hizo un asentimiento de sorpresa y reconocimiento, pero Jack, que estaba que se salía, volvió a reírse.

—Fue durante el tiempo de los Austrias, media Europa fue española.

Jacques lo miró con el ceño fruncido, en una falsa pose de odio que no se creía nadie, ni siquiera Victoria, que lo acababa de conocer.

—Bueno, y además de venir a embar... emba...

—¿Embarrar? —ofreció Victoria.

—Eso, gracias. A embar... lo que ha dicho ella, la historia de mi familia y herencia, ¿a qué se debe la grata presencia de esta bella mujer, y la levemente soportable presencia tuya? Sé que no ha sido solo para verme, y puedo sentir esa energía tuya, me está viniendo en oleadas.

Jack soltó una carcajada antes de ponerse un poco más serio para contarle al respecto de su búsqueda. Obvió los datos que él no necesitaba saber, que eran aquellas cosas que la hacían parecer una demente, como el tema de la batamanta y las señales enviadas por Esperanza Gracia en las madrugadas del horóscopo. Victoria lo agradeció en silencio, aunque el cambio de energía por el silencio no le pasó desapercibido al Maestro Reiki, aunque tuvo a bien no decir nada.

El aura dorada se oscureció un poco cuando escuchó qué artefacto estaban buscando, y el ambiente cambió un poco.

—No podéis jugar con el reloj de dos caras.

Victoria frunció el ceño cuando escuchó el nombre dado por él, y miró a Jack, que ni había parpadeado y se mantenía pendiente de la explicación que sabía que iba a llegar.

—Es una magia muy poderosa, Jack Jackson —le dijo directo—. No se puede jugar con eso.

—Ni lo pretendemos —contestó serio mirando de soslayo a Victoria, que seguía callada y con los labios apretados.

Se instauró un silencio repentino que rompió Jacques con un suspiro.

—No está cerca —comentó por fin.

—Pero lo ha tenido que estar, he estado sintiendo su energía por todo el país.

Jacques asintió de forma pausada y lenta.

—El reloj ha pasado de mano en mano, aunque no hay pruebas de que haya sido utilizado, al menos desde que mi abuelo volvió de la guerra, hasta mí. Pero se mueve, se mueve mucho y siempre. Su energía es fuerte, pero está dormida. No es recomendable despertarlo.

—¿Es peligroso? —habló Victoria, por primera vez desde que habían comenzado con ese tema.

Su tono trataba de mantenerse firme y no delatar la aprensividad y la preocupación en su voz.

—Podría ser, si no estáis preparados para rechazar su poder.

Los miró de uno a otro alternativamente, sintiendo la energía que desprendía cada uno. Jack continuaba mirándolo a él, leyendo también su expresión, y notando la vibración y lo que sus manos querían decirle.

—Sabes dónde ha ido, ¿verdad?

Asintió de nuevo. Sabía muy bien qué hacer para tranquilizar, cosa que no estaba haciendo, o para poner a alguien de los nervios, que era lo que sí estaba consiguiendo con Victoria.

—Y no me lo vas a decir. —En esa ocasión no preguntó porque sabía la respuesta, lo conocía bien.

No obstante, se sorprendió cuando Jacques no negó con la cabeza ni con la voz. Le dio un poco más de emoción con otro momento de silencio. Estarás de acuerdo conmigo en que no era para nada necesario, porque ya nos tenía con el corazón en un puño. Sí, a ti también, lo sé.

—Os lo diré.

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