IX

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No dejaba de temblar, intenté serenarme más de una vez, pero en cuanto extendía mi brazo para tomar el sobre, el pulso volvía a traicionarme, Ed notó el estado en que me encontraba y con un gesto condescendiente se ofreció a leerlo por mí. Inhalé hondo y boté el aire despacio antes de negar con la cabeza, sin importar lo que decía allí adentro, me tocaba armarme de valor y descubrirlo por mí mismo, solo así lo sentiría real.

Mis dedos siguieron batiéndose a voluntad, pero con todo y eso, al fin me atreví a agarrar el sobre, aunque otro largo rato debió transcurrir antes de poder abrirlo. Miraba aquel envoltorio de papel en mis manos, mil pensamientos me asaltaron: «Es negativo, debes hacerte a la idea», «despídete», «¿quién dijo que alguien como tú puede tener un hijo así?».

—Tob, ya es demasiado suspenso —me dijo Ed en tono bajo, pero consiguió sacarme de mis terribles pensamientos, entonces fijé la mirada en él—. Lo abres tú o yo me encargo, pero deja de darle largas.

Abrí el sobre con cuidado, extraje el papel y al principio mi mente no consiguió procesar los datos. Números y letras se mezclaban en mi cabeza, debí releer una vez más y de inmediato, mis ojos se inundaron al comprender.

Ed se puso de pie y enseguida vino conmigo, pero ni siquiera el fuerte y cálido abrazo de mi mejor amigo resultaba suficiente para calmar al trepidar que se había apoderado de mi cuerpo, lágrimas no dejaban de brotar.

—Tob, maldición —susurró a mi oído mientras me palmeaba la espalda. Yo intenté aferrarme lo más posible a él—. Amigo, creí que...

Se le trabó la lengua entre sollozos al escucharme gimotear. Allí estábamos, un par de treintones cercanos a los cuarenta, llorando cual bebé que ha perdido su chupete favorito y lo peor era que yo no podía emitir palabra alguna, sentí un fuerte nudo en mi interior.

Cuando los balbuceos que se nos escapaban cobraron sentido, era Ed quien hablaba con un aire de derrota:

—Tob, s-sé que d-debías estar preparado... —Tartamudeó entre sollozos, el llanto había sido de tal calibre que incluso hipaba un poco—. P-pero hasta yo llegué a e-esperar un p-positivo...

Giré mi lloroso rostro hacia él antes de contestarle, un poco confundido:

—¿Qué coño dices? ¡Es positivo!

Ed abrió la boca, asombrado y de inmediato me arrancó el resultado para ojearlo por sí mismo, aún llorando, leyó en alto:

—Un noventa y nueve punto noventa y nueve porciento de compatibilidad... ¡¡¡No me jodas, Tob!!! —gritó exaltado y me empujó fuerte, cerca estuve de caer del sofá, pero eso fue suficiente para hacerme reír como idiota— ¡Maldición, me asustaste, estúpido! —añadió entre llorosas risas.

Corrí a buscar a Tadeo, aunque con la misma emoción del momento, me estrellé contra la mesa de centro al levantarme y maldije por lo bajo, pero ni siquiera me importó el dolor en el pie.

Cargué al bebé y lo abracé con demasiada fuerza, besé su frente, mejillas y cabello. Nunca antes había sentido algo así: una mezcla de alivio con esperanza, con un sentimiento de calidez que brotaba desde mi pecho, todo temblor se aplacaba con solo sentir el calor del bebé junto a mí.

La entrada de Tadeo a mi vida fue algo que no esperaba, pero el amor que ya sentía por él me obligó a jurarle que nunca lo dejaría, sin importar lo que pasara...

—Siempre estaremos juntos, bebé y haré hasta lo imposible para que tengas una vida feliz —le dije en un susurro y volví a besarle.

Ya no me importaba si Jessica u Odalys aparecían o no, por mí, podían irse al infierno si así lo deseaban, en adelante me iba a asegurar de que Tadeo no sufriera otro abandono, por eso, era el turno de lo más importante: iniciar el proceso de filiación.

Ed estaba listo para hacerse cargo; bueno, casi. Tuvo que calmar su pueril llanto, luego ir al baño a enjuagarse el rostro y arreglarse para, posteriormente, echarme dos maldiciones por el susto que le di, ¿pero qué esperaba?, era el resultado que más anhelaba y la emoción me ganó. Nos despedimos, muertos de risa y en ningún momento despegué a Tadeo de mi lado, aun cuando no dejaba de morderme.

Otra semana transcurrió desde que Ed inició el proceso de filiación y sabíamos que todo iba viento en popa, así que, como cada vez teníamos más cerca la celebración navideña y al tratarse de la primera que pasaríamos juntos, debía ser por todo lo alto.

Sebas estaba nervioso por dejar que Samantha arrastrara de la mano a Tadeo por todas partes, luego del incidente en el tobogán, pero los niños reían felices mientras andaban de juguetería en juguetería.

—¡Tobías, cuelga el maldito teléfono y ayuda! —gritó Sebas al borde de un ataque nervioso y solo pude reír.

—Mamá, Sebas te manda saludos —le dije a mi madre en el auricular—. También muchas bendiciones —añadí cuando mi amigo me hizo cierto gesto con su brazo en vista de que yo no me apresuraba a apoyarle con los niños.

No podía hacer nada, de momento, más que atender a mamá; ella estaba entusiasmada, también ansiosa por llegar y conocer oficialmente a su pequeño nieto, incluso tenía el equipaje listo para el viaje y hasta una maleta con regalos, aunque todavía faltaban varios días para la fecha de vuelo. Papá, en cambio, solía ser algo más cauteloso por eso se lo tomaba con más calma, pero yo estaba seguro de que, en cuanto lo conociera, quedaría flechado como yo o mucho más.

Ambos pasarían las festividades con nosotros, además, mi madre se haría cargo del bebé en cuanto yo volviera al trabajo e incluso me obligó a descartar la idea de contratar una niñera.

Una vez conseguí finalizar la llamada, Sebas golpeó mi cabeza y todos juntos recorrimos el Mall de la playa, los regalos para el bebé ya no cabían dentro del carrito, incluso mi amigo decía que exageré, pero no me importó, yo solo quería algo increíble para nuestra primera navidad.

—Que no se note que eres primerizo —me dijo con ironía luego que compré un gran y frondoso pino el cual mandé a empaquetar y transportar a casa.

Quizás Sebas tenía razón, después de todo, la pequeña Samy era su hijita menor tal vez ya había aprendido con los mayores a no exagerar, pero al carajo, habrá tiempo para eso.

—Ya, cállate —contesté y le di un puñetazo al hombro.

Subimos a los niños a un carrusel y al fin pudimos sentarnos a descansar un momento, tomábamos un par de mocaccinos para calentarnos un poco mientras me contaba cómo iba la situación con Ed.

—¿Te dejó hablar, entonces? —pregunté luego de un nuevo sorbo.

—Sí, la verdad, me sorprendió que no salió con una malcriadez como antes, hasta se disculpó —lucía asombrado al hablar.

Yo asentí en silencio y aunque le escuchaba, mis ojos viajaban de él al carrusel para asegurarme de ver a Tadeo pasar, entonces rio algo burlesco por mi actitud.

—Quién iba a creer que llegaría a verte así, el galanazo ahora es un papito halcón.

—Cállate —expresé entre risas.

—A propósito, ¿qué harás con tu auto deportivo? Quiero decir, ahora eres todo un señor papá, necesitas algo más apropiado.

—¿Qué? Una mini van como la tuya?

—¿Te parece malo? Todos viajamos tranquilos y seguros.

—¡Cierra la boca! —exclamé, aunque sabía que llevaba la razón, pero de momento no iba a preocuparme por eso.

Una vez acabado el paseo en el carrusel, retomamos nuestro rumbo. Tadeo estaba fascinado con el Santa que recibía a los niños junto a una casita de jengibre, así que llevamos a los pequeños a tomarse una fotografía.

Samantha sonrió y hasta abrazó a Santa, emocionada, pero en cuanto el bebé lo tuvo cerca lloró despavorido, fue lamentable, así que luego de disculparme con el hombre por hacerle perder el tiempo y de que me devolviera una sonrisa, seguimos nuestro paseo.

Lo divertido del caso era que el bebé amaba cada muñeco o figurilla de Santa que veía, incluso intentaba bailar cuando los electrónicos lo hacían, de hecho, trataba de emular un "jo, jo, jo" cada vez que pasábamos junto a las figuras de distintos tamaños que decoraban los corredores y algunas escalinatas.

Todo era risas y juegos, un día para recordar con suma felicidad, algunos adornos colgaban desde el techo casi hasta el suelo con campanas brillantes y doradas a distintas alturas, eran grandes, fácilmente cabía la cabeza de un adulto dentro de ellas, todos hicimos muecas a nuestros reflejos, sacamos varias fotos a los niños mientras acercaban y retiraban el rostro para ver cómo se deformaban sus caras. Entonces, en un momento escuché a Sebas asombrado:

—¡Wao! —exclamó.

Aunque el tercer piso del centro comercial creo que tenía la más increíble ambientación navideña, con máquina de nieve artificial, renos y demás; él no quedó perplejo ante eso, sino por un reflejo en la campana que le obligó a girarse.

El otoño ya se sentía bastante frío, sin embargo, en una mesa ubicada en la terraza lateral estaba nuestro amigo Ed, degustando un helado; lucía unos diez años más joven sin esa típica barba hípster que solía mantener, por un momento me costó reconocerle y eso que crecimos juntos, pero hacía mucho que no lo veía completamente rasurado.

—¡Con razón! —añadió Sebas y puse la vista en él, algo confundido— Ya se le pasó el despecho, míralo.

Y lo hice.

Reía, hablaba e incluso coqueteaba, la cosa era recíproca y podía notarse en los roces esporádicos que se hacían sobre la mesa. Puse la vista en el joven junto a él, aunque permanecía de espaldas a nosotros y portaba un gorro de felpa naranja con orejas como de zorro, su rizada cabellera tinturada se asomaba por los bordes.

Ricky era su acompañante.


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