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Quizás debimos acercarnos a saludar o molestarle como Sebas propuso, pero decidí negarme y continuar con el paseo por dos razones: la primera; Ed lucía feliz y luego del trago amargo que le tocó soportar con su ex de toda una vida, era un momento más que merecido.

—Además, ya tendremos oportunidad de fastidiarlo luego —añadí.

—¿Y la segunda? —preguntó Sebas mientras continuábamos el recorrido, pero no contesté.

Una fracción de segundo devolví la mirada a esa terraza, entonces vi a Ed muerto de risa mientras Ricky se levantaba para hacer un movimiento raro y luego volvió a tomar asiento, quizás qué le contaría, pero tal vez y solo tal vez, hubiese querido enterarme.

En realidad, no sabía con certeza cuál era la segunda razón para alejarnos, así que le dije algo demasiado obvio:

—Aún hay mucho por recorrer, ver y comprar.

—¿Comprar? ¡Tobías, llevas medio centro comercial en el carrito! —Sus palabras me hicieron reír y luego continuamos el paseo, aunque debo admitir que por un instante, mis ojos viajaron a esa terraza y no sé por qué tragué en seco cuando los vi hacerse selfies muy juntos.


Los días pasaron y ya que mi regreso al trabajo se acercaba; en compañía del bebé, Ricky y a veces, Sebas con Samy, organizamos la decoración navideña; en verdad, quería todo bonito y listo para cuando mis padres llegaran.

El bebé lucía fascinado con cada cosa y entre risas, lo cargué para que ubicara la estrella en la punta. Aquel día, Ricky estaba con nosotros y emocionado nos sacó fotografías.

En realidad, pasaba mucho tiempo en mi casa ese entrometido y ni modo, acabé por acostumbrarme a su presencia; de hecho, me hacían gracia los distintos gorros de felpa con que aparecía, esa noche llevaba uno de reno que Tadeo se antojó y Ricky no tuvo más remedio que cederle, luego no quiso quitárselo por un par de días, desde la mañana hasta la noche, esa cosa solo dejaba su cabeza para bañarse y aun así era difícil de convencer.

Lo más estúpido fue que en alguna oportunidad me sorprendí preguntándome a mí mismo cuál usaría Ricky en su siguiente visita.

Reía con sus idioteces, agradecí su compañía, apoyo y cuidados hacía Tadeo, pero quería matarlo cuando cambiaba al gran Beethoven para menearse al ritmo de alguna cosa rara, justo como el día en que llegaban mis padres.

Me asomé asustado fuera del umbral de la oficina cuando escuché en alto los ladridos de un perro, creí que el idiota había tenido la desfachatez de llevar una mascota, en cambio, descubrí que así iniciaba esa canción con la cual se atrevió a reemplazar la quinta sinfonía y lo encontré con Tadeo en brazos al ritmo de “El baile del perrito”.

Al verme asomado y con cara de espanto, sonrió.

—¡Tobi, únete! —me dijo y negué con la cabeza.

—¿Cómo te atreves a profanar mi equipo de sonido con eso? —le dije, en realidad, intenté sonar serio, pero verlo hacer tal disparate me obligaba a reír.

—¿Profanar? ¡Dirás alegrar! Tobi, esta casa parece funeral, ¡súmate al baile!

—Nunca.

Puso al bebé en el suelo y este intentaba seguir la música, era adorable, pero no me bajaba las ganas de matar a Ricky. El descarado muchacho siguió meneando el cuerpo y vino conmigo para tratar de integrarme.

—No —le dije en tono serio, aunque una sonrisa consiguió colarse.

—No te resistas, Tobi. —Se giró y continuó meneando el trasero delante de mí—. Sabes que lo quieres.

—Te equivocas —repliqué enseguida y se volteó una vez más, fijó sus ojos en los míos mientras batía los hombros.

—¿No? A ver si puedes resistirte ahora.

Apuntó el control remoto hacía el aparato y pasó a otra canción. De inmediato, el sabor de una vieja salsa se apoderó de la sala. Mi pie por sí mismo empezó a marcar el ritmo, aunque traté de evitarlo.

—Nadie se resiste, Tobi, déjate llevar —decía con una sonrisa—. ¡Oye, man, no le pegue a la negra! —cantó en alto mientras seguía bailando—. ¡No, no, no, no, no, no!

El idiota tomó mi mano y me jaloneó; se meneaba y hacía giros, sentí un ardor en la cara descomunal ante tal desfachatez.

Sí, es una canción que obliga a bailar hasta al más renuente y de ser Katrina o incluso Margot quien estaba allí conmigo, no lo habría dudado, pero era un chico y encima ese alocado e irreverente que conseguía exasperarme en segundos.

—Ricky, basta, no puedo hacer esto —le dije con tedio mientras negaba con la cabeza, aunque no pude disimular la sonrisa.

—Señor Wolf, ¿a poco es porque soy gay?

—¿Qué? ¡No! —Inhalé hondo y liberé algo de aire con pesadez para tratar de no reír, pero su fingida molestia no ayudaba mucho—. Precisamente porque yo no es que no puedo hacerlo.

—Tampoco te pido que seas mi pareja de baile —replicó con una sonrisa y me soltó para continuar bailando. «En realidad lo hace increíble», quise patearme por ese pensamiento y entonces él añadió—: solo digo que te saques ese palo del culo y te diviertas… ¡Weeepa!

Se movía de tal manera que no podía dejar de ver su danza, luego de unos cuantos giros volvió a fijar su mirada en la mía y tuvo el descaro de retarme:

—Creo que no sabes bailar, eso es todo.

Sentí fuertes deseos de golpearlo, pero en lugar de eso, cerré los ojos; luego de un sonoro suspiro, dejé de darle vueltas al asunto y solo lo hice.

Juro que si antes me sentía apenado, en ese momento, la sensación era peor, aun más, cuando Ricky hacía comentarios a todo pulmón; habría sido en extremo sencillo si solo cerraba la boca, pero eran obvias dos cosas: que él no sé callaría y que en definitiva, no debí hacerlo.

—¡Vaaayalo, Tobi! Eso, cerrándome la boca.

—Hazlo fácil y cállate.

Dijo que no me quería como pareja de baile, pero bien que se meneaba delante de mí, podía sentir la fricción de su cuerpo contra el mío mientras se movía y yo no me atreví aún a abrir los ojos.

Tomó mis manos de nuevo y supongo que culparé a ese contagioso ritmo o quizás un lapsus de idiotez, pero por un instante, mis párpados se abrieron y cruzamos miradas; entonces lo forcé a seguirme, él solo se dejó guiar.

Acabamos entre vueltas y movimientos, juntos, del mismo modo que lo hacía con Katrina cuando visitábamos algún club latino, aunque si debía admitirlo, Ricky baila mucho mejor. No podía creer el tamaño de la desfachatez que ocurría, pero a la vez, escuchar a Tadeo reír como lo hacía me impulsaba a seguir.

Hice girar al pasante faltoso hasta el final de la canción, ambos sudamos por el calor producto del intenso baile, nuestras respiraciones iban descontroladas, completamente erráticas, su mirada no dejaba la mía. Entonces lo vi sonreír con su típica coquetería, aunque podría jurar que había algo de timidez en el tono que empleó al hablar:

—Ya puede soltarme, señor Wolf… —dijo en bajo y así fui consciente de que mi mano derecha continuaba aferrada a su espalda baja.

—¡Mierda! —exclamé en bajo y me apresuré a dejarle.

«¿Qué diablos crees que haces, idiota?», me pregunté, tomé y expulsé una enorme bocanada de aire mientras permanecía de espaldas a él.

—Sí, que puedes bailar, Tobi…

—Ni una palabra —respondí cortante, no deseaba hablar sobre lo que sea que pasó, solo seguí intentado normalizar mi respiración y latidos.

Se me erizó la piel cuando escuché la novena sinfonía y un pensamiento cruzó mi mente: «nadie, jamás, ha conseguido hacerme experimentar…», pero luego caí en cuenta de que simplemente, Ricky había colocado mi música una vez más; entonces, volví a respirar y sin cruzar mirada con él, expresé un gracias antes de cargar a Tadeo.

—Vamos al baño, compañero, hoy conocerás a tus abuelos —le dije al bebé y me dirigí con él a mi recámara para prepararnos.

Me concentré en el baño, en jugar con mi hijo, el olor a chicle de su champú, su risa al presionar a la extraña rana que lanzaba burbujas desde la pared y la manera en que disfrutaba cada loco accesorio que compré para la bañera. Sin embargo, me costó no pensar en lo que había ocurrido en la sala un momento antes.

«Realmente, ¿acabo de bailar con ese chico?», sacudí la cabeza ante ese pensamiento y volví a sonreír con Tadeo.

Cuando estuvimos listos regresamos al salón, puse al bebé en el corral y creí que Ricky estaría en la cocina ya que no lo vi, pero también estaba vacía, cada estufa apagada, la comida lista y todo en su debido lugar.

«Se fue sin siquiera despedirse, ¿por qué?», pensé por un momento, luego vi sobre la barra el gorro de felpa naranja con orejas de zorro e imaginé que estaría con Ed, después de todo, salían desde unos días atrás, ¿o no?

Sacudí la cabeza para restar importancia y regresé a la sala con Tadeo, apenas un instante después el timbre sonó y me dirigí a la puerta.

—¡Aaaah! —chilló mamá junto con entrar, incluso, pasó de mí en una forma que me hizo trastabillar y fue directo hasta el corral.

—Hola, mamá, te esperaba con ansias —le dije en tono irónico cuando recuperé el equilibrio, pero solo se dedicó a hablarle en un mimoso tono a Tadeo y negué con la cabeza.

Devolví la vista al frente y me apresuré a ir con mi padre para ayudarlo con el equipaje.

Luego de saludarnos, tomé las maletas que él cargaba y las llevé a la entrada, miré adentro y vi a mi madre sacar a Tadeo del corral, aunque el bebé no le devolvía una de sus típicas sonrisas, estaba tranquilo, así que regresé con mi padre por el resto de equipaje y juntos ingresamos a la casa. Mamá intentaba un juego con Tadeo sentado en sus piernas y este comenzaba a reír, era una escena muy tierna.

Durante mucho tiempo, ella anheló un momento así, estaba llena de ilusiones con Odette, enloqueció comprando cosas para ella, incluso antes de saber el sexo. Fue una muy dolorosa pérdida para todos.

Con el pasar de los años, me pedía volverlo a intentar, enamorarme una vez más y todas sus ilusiones se esfumaron cuando opté por la vasectomía. Por eso, escogí contarle sobre el bebé hasta tener los resultados de laboratorio, lo último que deseaba era romper de nuevo su corazón.

Nadie habría imaginado que luego de todo aquello podríamos disfrutar de un momento como este, la risa de Tadeo es la más hermosa sinfonía que he escuchado en la vida.

Papá se había mantenido a mi lado, quizás con cierto miedo de acercarse al bebé y que una vez más desapareciera, pero poco a poco caminó en dirección a donde mi madre jugaba con Tadeo, ella se puso en pie cuando sintió su presencia detrás y lo entregó en sus brazos.

El rostro de mi padre era una mezcla de emociones: temor, ternura, alegría, alivio. Un par de lágrimas vi descender por sus mejillas cuando el bebé le devolvió una de esas demoledoras sonrisas capaces de derretir al corazón más frío.

—Tadeo, él es tu abuelito —le dijo mi mamá.


Algunos días transcurrieron y Tadeo se acostumbró con impresionante facilidad a las dos nuevas personas que nos acompañaban, por eso, resultó sencillo regresar a la empresa, o al menos lo fue para él, a mí prácticamente debió sacarme mi madre a empujones de la casa.

Se sintió raro volver a cruzar la puerta giratoria que daba la bienvenida a esa edificación, incluso saludar a la linda recepcionista ubicada tras el módulo de mármol pulido, esa con quien alguna vez salí y que ahora me miraba asombrada, su expresión me hizo pensar que quizás había algo de cierto en todo eso de la apuesta que Ricky mencionó aquella vez; de hecho, el viaje en el ascensor también resultó algo incómodo, era como si los otros a mi alrededor sintieran algún tipo de pena por mí y me tocó respirar para serenarme.

“Buenos días, Tobías”, “Bienvenido, señor “, “un placer tenerlo de regreso”; fingí la mejor sonrisa posible ante cada hipócrita saludo hasta cruzar miradas con Margot quien atendía una llamada, seguramente, alguien de un piso inferior le avisaba que regresé pues al verme bajó la voz e intentó replicar mi gesto.

—Señor Wolf, bienvenido. —Se apresuró a decir al tenerme en frente, solo asentí con la cabeza, sin variar el fingido gesto y me dirigí a la oficina.

Todo estaba pulcro, elegante e imponente como lo recordaba: el sofá modular de cuero color plomo donde solía atender a algunos ejecutivos, mi escritorio de cristal negro y silla ergonómica estilo presidencial, el mural de Moret-sur-loing captado por el exquisito lente del gran Mr. Fisher; pero ni esa imponente toma o la magistral visión de la ciudad que vislumbraba a través del ventanal, fue capaz de llenar el extraño vacío que sentí en aquel momento.

Con las manos en los bolsillos, caminé hasta el ventanal y por un instante me perdí. Sin embargo, no vi realmente algo allí, sonreía por recordar las travesuras y ocurrencias del bebé, entonces lo entendí, ese pequeño me cambió la vida desde que llegó a mí; aún quería conseguir aquel anhelado nombramiento, pero ya no se debía a las banales razones que tuve durante años, sino por ese niño al cual quería darle el mundo, si era eso posible.

Sentí una lágrima descender y de inmediato me limpié con la mano antes de dedicarme al trabajo.


El señor Murano quería ponerme al frente de la renovación en el complejo vacacional Santa Mónica, lo mencionó antes, en lugar de eso y dada la urgencia presentada por la Fundación Evans, decidió encargarme la galería Space, suspiré cansino porque no sería un proyecto grande, así que mi anhelado nombramiento debería esperar.

Realicé una visita al lugar para ver las condiciones y reunirme con el encargado del sitio, aunque habían desmontado las exhibiciones, todavía quedaban algunas obras entre los corredores y cerca de la dirección general, pero sonreí al reconocer una de las fotografías de Mr. Fisher, correspondía a la misma colección que el mural de mi oficina.

«Sería divertido llevar al bebé a ese pueblo medieval», pensé, concentrado en la toma y hasta imaginé correr tras Tadeo por ese puente de roca que divisaba. Sacudí la cabeza, sorprendido de que ese pequeño fuese mi único pensamiento.

—No es una de las mejores —escuché casi en un reproche a mi lado con un cierto acento francés y volteé para ver a un niño cruzado de brazos, contemplaba la misma imagen que yo, pero achinaba un poco los ojos como si estudiara la fotografía.

—Creo que difiero un poco —le dije. Entonces posó su atención en mí antes de preguntarme con suma incredulidad:

—¿Esto te parece de las mejores? —preguntó señalando la obra con su índice y luego a mí, sus ojos verdes me estudiaban.

—Tampoco he dicho eso. Sin duda el artista tiene otros trabajos mejores, pero esta colección es emblemática.

—Sí, sí, conozco la historia; créeme —replicó enseguida el niño—. Solo dije que no es de las mejores. ¿Has visto los acantilados en Leonidio? ¡Uuuf!

Sonreí por escucharlo, pero cuando comenzó a hablar sobre iluminación, colores, contraste, encuadre y hasta velocidad de disparo, quedé pasmado. Ese niño no aparentaba más de once años, pero se expresaba como alguien mucho mayor y con una elocuencia impresionante, la espera para mi reunión con el señor Cacius Campbell, director de este lugar, se pasó volando con semejante compañía.

Sin embargo, aún más impresionado quedé cuando la puerta de la oficina se abrió y el niño junto a mí giró la cabeza para dar un grito:

—¡Viejo, aquí tienes un fan!

Miré hacia la puerta, dos hombres salían, ambos bastante altos, no solo contrastaba un poco el tono de sus pieles ya que uno era más moreno que el otro, sino también sus actitudes; uno muy serio y el otro risueño, bromista, casi buscaba hacer reír al primero; ese fue justamente quien captó mi atención: esa barba de estilo holliwoodian negra como su cabellera y la del niño a mi lado, pirsin en nariz y hellix de su oreja derecha… era el mismo Mr. Fisher, no lo podía creer.

Lo vi hacerle una seña con la mano al otro hombre que, asumí, era el director Cacius, como pidiéndole un momento y a paso veloz se dirigió a donde nos encontrábamos, me sonrió un breve instante después posó la atención en el niño:

—¿A quién llamas viejo? —le dijo antes de palmearle la nuca. El niño en medio de risas respondió:

—¡Vas a desnucarme!

El comportamiento de ambos me hizo reír, no salía del asombro por estar viendo al mismísimo Fisher y encima, dándole un zape a su propio hijo, no era algo que pasara a diario.

—¿Mr. Fisher? —indagué nervioso, era obvio que se trataba de él, de hecho hasta sentido tenía que el niño poseyera tales conocimientos, si la fuente era el mismo artista. Me devolvió otra sonrisa y con un gracioso tono contestó:

—Sí, el mismo, pero prefiero Ray.

—¡No lo puedo creer!

—Ya te dije que es un fan, pa —intervino el niño y él colocó una mano sobre la cabeza del pequeño, gesto que pareció molestarle porque resopló en el acto.

—Soy un gran admirador de su obra, señor…

—No me digas señor —interrumpió enseguida—, en serio, me siento viejo.

—Es lo que eres —replicó el niño en voz baja y Fisher le revolvió el cabello para molestarlo.

Su dinámica padre-hijo era, a la vista de cualquiera, muy divertida, pero también hermosa; el niño quiso atacarlo con un movimiento de box que dijo haber aprendido de algún vampiro —eso no lo entendí—, pero Fisher lo cargó cual costal sobre sus hombros y empezó a darle vueltas, yo no podía dejar de reír ante tal escena; entonces, una vez más me encontré pensando en el bebé y si alguna vez llegaríamos a tener una relación así.

Cuando el niño suplicó parar, porque estaba mareado, fue que se detuvo y volvió a ponerlo en pie solo para tambalearse un poco él también.

—¿Sabes, amigo? —me dijo— No es un buen momento para autógrafos, la verdad es que no sé a cuál de ustedes cuatro debería dárselo. —Solo pude reír al escucharlo—. Pero te regalo esa fotografía…

—Fisher —intervino Cacius en tono serio—, eso es propiedad del señor Evans…

—Sí, sí, sí —contestó desmontando la obra de la pared y luego me la entregó—. Yo me arreglaré con el minion. Gracias por el apoyo, amigo —añadió y asentí con una sonrisa en silencio—. ¿Tienes hijos?

—Sí, un pequeño, recién tiene un año.

—¡Genial! —replicó emocionado, llamó mi atención la vibra de Fisher porque era más que amable, me trataba como si fuésemos amigos de siempre—. Deberían asistir al espectáculo navideño en Renacer —añadió y me sorprendió mucho más cuando se giró hacia Cacius y le dijo—: Dale un boleto de una vez.

—Fisher… —intentó decir algo Cacius, pero él no prestó atención y volvió a hablarme:

—Pasa todo el tiempo que puedas con tu hijo… —se expresó en un raro tono. Aunque él sonreía, sentí algo de melancolía en su voz que no comprendí muy bien; pero el niño una vez más le atacó y como si lo esperase, Fisher se giró y volvió a cargarlo como costal. Mientras él gritaba, pidiendo bajar, el artista se dirigió a mí, ya más animado—: Hazlo, luego crecen y quieren atacarte por la retaguardia, disfruta tu obra, también el show. ¡Te veo luego, Cacius!
Y así, sin más, siguió su camino y me quedé perplejo.

«El fotógrafo que admiro es un demente», pensé mientras lo veía retirarse llevando a su vociferante hijo sobre los hombros como costal y sin prestarle atención a Cacius que le regañaba por la obra que tenía en mis manos, así que me aproximé hacia él cuando lo vi negar con la cabeza y suspirar cansino una vez que la figura de Fisher dejó de divisarse.

—Disculpe, señor Campbell, soy Tobías Wolf, vengo de Murano, aquí tiene —le dije y extendí los brazos para devolverle el cuadro, pero en lugar de tomarlo, negó con la cabeza.

—Lo esperaba, señor Wolf, quédeselo; Fisher es especial. Pase, por favor.






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Hola, mis dulces corazones multicolor 💛💚💙💜💖
Me disculpo por la demora, he tenido problemas técnicos, pero quise compensar con un capítulo relativamente más largo de lo habitual, espero lo hayan disfrutado, nos leemos pronto💖💖.

¿Qué les va pareciendo la historia hasta este punto?

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