15.

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Cada voto y cada comentario cuentan :)   

La casa de Kelsey era grande, tanto que podría haberse considerado una mansión.
Había pertenecido a su familia desde hacía doscientos años y desde pequeña había vivido ahí, colmada de toda clase de caprichos insustanciales y consentimientos ilimitados.

Colgó el teléfono mientras en sus brillantes labios se formó una sonrisa de satisfacción. Acababa de hablar con Suzanne, cuya abuela había presenciado hacía un par de días una gran pelea en la librería Mason.

Al parecer, Marc y… la gótica esa, cómo se llamara, se habían puesto a gritarse por un estúpido libro y ella había estado a punto de explotar.

Nada podía alegrar más a Kelsey que saber que ella lo estaba pasando mal. Kelsey también sabía lo que era que Marc te ignorara; había sido así los primeros días en los que se habían conocido, pero como era obvio, no había tardado mucho en darse cuenta de lo fascinante que era Kelsey y en todo lo que se perdía al no estar con ella.

O al menos eso era lo que ella se repetía cada noche.

Al final la había incluso besado, ¡eso era muy importante! Sólo habían hecho falta un par de lagrimillas lastimeras y un poco de teatro, pero sabía que lo acabaría consiguiendo.
¡Era obvio que ellos tenían que estar juntos! Para algo ella no era la típica niña pija que solía reinar en el instituto, ella tenía carácter y pasión, virtudes de las que las otras carecían.

¿Qué tenía la otra aparte de ratas y murciélagos en su cuarto? No, no debía pensar en ella, sólo conseguía amargarse pero era obvio que estaba intentando algo con Marc. ¿Acaso era la única que se había dado cuenta de las miradas que le dirigía la noche del lago?

Con un mohín constante en sus labios pintados de rosa, Kelsey se acercó a la ventana y vio el coche de su padre acercarse a la casa, después de trabajar.
Sonrió con malicia, si todo salía como ella estaba planeando, las cosas serían muy buenas para ella.

Lo mejor sería ir a hacerle una visita a la chica y luego ya podría hablar con Marc tranquilamente, porque era seguro que Kim (o Rim, o Lim) no era el tipo de chica que a él pudiera gustarle.

No era como ella, por supuesto.

Un poco más animada, salió de su cuarto y se dirigió a la puerta, donde su padre ya estaba entrando.

Sí, las cosas saldrían muy bien.

Con una falsa sonrisa abrazó a su padre, que aún tenía puesto el uniforme de policía. El de jefe de policía.

                                                                        ***
La cena consistía esa noche en patatas fritas y hamburguesas en el sofá, frente al televisor, porque, por supuesto, era noche de fútbol.
Las noches de fútbol americano nunca habían sido las favoritas de Kim y por suerte, tampoco eran las de Rhiannon, así que ambas hablaban en voz baja, intentando no interrumpir el partido para la familia.

A menudo Simon dirigía alguna mirada furtiva hacia Rhiannon y Kim había visto cómo ese día, incluso habían podido mantener una charla mientras preparaban la cena.

Lisa dio un salto en el sofá ante un pase muy arriesgado entre dos jugadores y luego se relajó de nuevo en su asiento.

Kim y ella habían conversado hacía un rato, cuando Lisa había vuelto de la librería de Coolidge, y la mujer se había sorprendido gratamente cuando su hija le había comunicado que Marc y ella habían decidido intentar llevarse bien.

No veía la hora de llamar a Andrea y decirle que ya podía relajarse. En un principio, Lisa había pensado que la idea de Andrea de hacer que Marc y Kim coincidieran en la librería era una soberana estupidez, puesto que sabía que su hija no soportaba al chico. Al final, Andrea había logrado convencerla de que la mejor forma de que Marc volviera a ser como antes, era que pasara tiempo con alguien que pudiera influenciarlo.
Realmente, al principio le parecía una locura pretender que Kim influenciara a nadie, pero si algo bueno tenía su hija, era que sus pies estaban bien posados en la tierra y eso era justamente de lo que Marc carecía; sus pies estaban subidos en un coche de carreras carente de frenos.

Si al menos acababan siendo amigos o aunque sólo fueran personas respetadas entre sí, sería un gran logro.

Tras finalizar el tercer tiempo del partido, Rhiannon se levantó del sofá, sonriente, tras haberse terminado su hamburguesa.

—Yo ya debería irme —dijo educadamente—. Muchas gracias por invitarme a cenar y espero no ser una molestia, últimamente nos vemos cada noche.

Todos rieron y Dan apartó también su plato, haciendo amago de levantarse.

—¿Necesitas que te lleve, Rhiannon?

—No, muchas gracias. He traído mi coche.

Simon y Kim se levantaron para acompañar a la chica hasta la puerta y sus padres cruzaron una mirada cómplice al fijarse en cómo Simon miraba a Rhiannon. Llevaban toda la noche fijándose y la verdad era que, hasta la llegada de Kim a la familia, no habían creído realmente que Simon alguna vez reuniría el valor suficiente para hablar con la joven Albey.

En la puerta de la casa, Kim se las apañó para “ir a por agua” y Simon se quedó solo con Rhiannon. Respiró con nerviosismo durante unos segundos, pero en cuanto la chica le dirigió una cálida sonrisa, él se sintió extrañamente relajado.

—¿Qué te ha parecido el partido?

Rhiannon vaciló unos segundos y después movió las manos teatralmente de forma teatral.

—La verdad es que detesto el fútbol. Frank jugaba en el equipo del instituto, así que imaginarás de qué tratan diez de cada cinco conversaciones en mi casa.

El chico rió sinceramente, con empatía y Rhiannon se percató por primera vez de que tenía una sonrisa bonita: Iluminaba su rostro de forma extraña, como si dijera: “Eh, estoy aquí. ¡Mírame!”

—Siempre puedes venir aquí, veinte de cada diez conversaciones son sobre libros y sobre coches.

Ella fingió entusiasmo abriendo los ojos desmesuradamente.

—¡Podré venir a charlar sobre motores! Qué idea tan fantástica…

Ambos se carcajearon e, inconscientemente, sus cuerpos se acercaron unos centímetros más. Todo entre ellos estaba siendo natural y eso significaba que era perfecto.
Un silencio apareció en su conversación, pero no era un silencio incómodo sino ese típico silencio en el que ellos simplemente se miraban y pensaban que su relación aún sabía a poco.

Simon se decía a sí mismo que quería estar con ella a cada momento y Rhiannon comenzaba a descubrir algún que otro sentimiento inesperado.

—Nos vemos mañana si vas a la librería.

—Mañana es sábado, Simon.

—Pues nos vemos el lunes.

—Si voy a la librería.

Una nueva sonrisa se extendió por el rostro del joven, que s sentía un poco estúpido, pero en el buen sentido.

—Si vas a la librería.

Ella se giró y se despidió agitando la mano enérgicamente. Por un segundo pensó en abrazarlo o algo por el estilo y, aunque era impulsiva a más no poder, decidió que era mejor dejarlo para otra ocasión.

Simon cerró la puerta y se dirigió a la cocina, a buscar a su hermanastra.

Kim se sobresaltó en cuanto vio aparecer a Simon y tiró al suelo parte de la cerveza que había sustraído sin que nadie se diera cuenta del refrigerador.

—¡No se lo digas a…!

—No se lo digo a nadie, no te preocupes.

Simon rió mientras Kim dejaba de estar roja, la verdad era que le daba igual si ella prefería cerveza o coca-cola, en fin, para Simon, todo era perfecto en ese momento.

—Creía que no te gustaba la cerveza. ¿Me pasas un refresco?

La verdad era que la razón por la que Kim estaba tomando cerveza (a pesar de detestarla) era totalmente vergonzosa, por lo que enrojeció sin mediar palabra.
Simon pensó que lo mejor era no insistir y vio en la joven que se estaba sintiendo muy violenta.

Con una mirada de comprensión, Simon cogió su vaso y salió de la habitación para seguir viendo el partido de fútbol, dejando sola a Kim.

La chica miró la cerveza durante unos segundos y finalmente la arrojó por el fregadero, sentía la boca demasiado seca. ¡Era una soberana estúpida! ¿Qué le estaba pasando?
Llevaba toda la tarde pensando en Marc, no había nada peor para que alguien empezara a gustarte que preguntarte si te gustaba.
Había entrado a la cocina para aislarse durante algunos minutos y al querer beber algo, había visto una cerveza.

La idea era estúpida desde el primer momento, pero en Washington, cada vez que salían todos para ir a algún concierto o un bar, Álex siempre bebía cerveza y le ofrecía un trago.
Ella solía aceptarlo y beber para luego escupir la bebida ante la risa de su amigo. De veras que odiaba ese sabor amargo, pero cada día probaba un poco porque era lo que él le ofrecía.

La verdad es que era una metáfora interesante…

Pero al fin y al cabo había resultado inútil. ¿En quién estaba pensando en ese momento? En ese id… En Marc, otra vez.

Ni siquiera se molestó en esconder la lata de cerveza vacía. Directamente se dirigió a su habitación sin haberse despedido de su familia.
Para ella era grave: No le había gustado nadie distinto a Álex desde hacía al menos nueve años y aunque había salido con algunos chicos, al final había reconocido que intentaba sacar alguna reacción de su amigo.

¿Pero qué estaba ocurriendo ahora? ¿Por qué no podía quitarse de la cabeza esos ojos azules y mandones?
¡Eso era lo más confuso que le había sucedido nunca! No podía gustarle alguien de quien se separaría en poco más de un mes, que había causado tanto revuelo desde el principio, que había jurado vengarse de ella, había maltratado a su hermanastro… y sí, también había hecho eso en la librería.

Se tiró en la cama y con un gruñido, se puso la almohada sobre la cara.
Pero no, eso tampoco funcionó para no pensar en él.

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