7.

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—Chicos, vamos a cerrar dentro de poco.

La camarera de Sox's se acercó a ellos e intentó darles la noticia, pero ninguna de las seis personas que estaban sentadas en la mesa le prestó atención.

—Necesitamos algo malo de verdad. Algo que haga que se arrepienta de haberse acercado a nosotros —dijo Frank.

—¿Qué se arrepienta? ¿Cuál de los dos? —Preguntó interesada Suzanne mientras sorbía lentamente su batido de fresa.

—Los dos.

La sonrisa maléfica de Frank hizo que a la chica le pareciera aún más fría su bebida.

—¿A qué vienen estas ganas de venganza, Frankie? A ti no te ha hecho nada la vampiresa. —Kelsey rió con satisfacción sisear en la última frase.

—Todo es cuestión de principios. Si alguien se mete con Marc, yo le robo el coche a ese alguien, o a su novia, o me tiro a su herm...

—Ya lo hemos entendido —dijo Rob componiendo una mueca de asco—. Marc, ¿estás aquí?

El joven agitó la mano ante los ojos de su amigo, Marc rápidamente reaccionó saliendo de su ensoñación y le propinó una suave colleja al chico, despeinando aún más su enmarañado cabello rojizo.

—Sí, sí. ¿De qué hablabais?

—De la venganza que tenemos pendiente con Simon y su hermanastra.

Marc murmuró un suave "Ah" y volvió a abstraerse. Observaba a sus amigos y la verdad es que no quería estar con ninguno de ellos en ese momento: Frank estaba dando rienda suelta a su vena violenta junto a Suzanne, Kelsey parecía estar esperando a que él hiciera algo referido a lo que había ocurrido la noche anterior, Will, como siempre no hablaba sino que sólo escuchaba y Rob se encontraba más hiperactivo de lo normal debido al exceso de azúcar en su batido de chocolate.

—Podemos prenderle fuego a la ropa de ella. Le estaríamos haciendo un favor —aportó Suzanne como posible idea.

—O le prendemos fuego a su casa —dijo malévolamente Rob mientras se reía, siendo el único que pilló la broma.

De pronto se instauró un extraño silencio entre ellos y Marc reaccionó, entendiendo lo que acababa de decir su amigo. Frente a él, Frank estaba pensativo y sus pequeños ojos estaban extrañamente abiertos.

—Esa es la idea que necesitábamos, Rob. Algo fuerte de verdad.

El joven Robert lo miró, escandalizado.

—¿Estás loco? ¡Era una broma! ¿Cómo vamos a quemar una casa?

Frank dio un fuerte golpe en la mesa y las bebidas temblaron con la misma facilidad con la que podría haber espantado una mosca molesta.

—Claro que no vamos a quemar su casa, idiota —los demás chicos respiraron tranquilos—. Vamos a destrozar su librería.

Comenzó a reírse entre dientes, orgulloso de su idea.

—¿Se puede saber en qué estás pensando? —Intervino Marc—. ¿Es que quieres ir a la cárcel? No puedes ser tan imbécil.

Frank apretó la mandíbula odiaba que le insultaran, y aunque sólo Marc lo hacía, él no podía soportar la tensión de esos momentos.

—No hablo de un gran robo, sino de un susto.

—¿Y si se descontrola? —Intercedió Will por primera vez.

La sonrisa leonina de Frank volvió a aparecer.

—Huimos. Lo tendremos todo preparado.

Marc lo miró fijamente. Al principio creía que eso era una broma, pero al parecer Frank se lo estaba tomando en serio. Ese chico era un jodido enfermo.

—No vamos a hacer nada y mucho menos a atracar y joder una librería. ¿Entendido? —Dijo claramente con voz de líder.

—¿Y se puede saber por qué? —Lo desafió Frank.

Marc miró a la cara a todos sus amigos, porque para él la respuesta era muy obvia.

—Porque no. Podemos meternos en un gran lío sólo por una venganza tonta.

—¿Te estás rajando? ¿Te quedas atrás?

Ese Frank era un cabrón, sabía exactamente qué era lo que tenía que hacer para desacreditarlo delante de los otros y dejarle como un blando.

—No puedo rajarme de un plan que nunca ha existido.

Frank suspiró.

—Sólo un susto, Marcus. Rompemos cuatro libros y tiramos un par de estanterías. Simon se volverá loco de miedo y la rubia se pondrá tan rabiosa como le sea posible —estableció contacto visual con el chico, lanzando un claro desafío—. O no te atreves.

Hijo de... ¿Que no se atrevía? ¿Y qué sabía él?
Se lo planteó unos segundos. Realmente sí quería ver a Kim enfadada y sobretodo quería ser él la causa y la razón del enfado. Extrañamente llevaba pensando en ella desde el día anterior. No dejaba de imaginarse situaciones en las que ella incluso lloraba de humillación después de que él hiciera algo.

Eso estaba mal, sí, pero era su forma de ver la venganza. No quemando unos libros que ni siquiera ella pagaría.

Pero aun así el desafío estaba aún en el aire y si a algo no se atrevía Marc era a decirle que no a Frank.

—¿No me atrevo? Parece que no me conocieras.

Sabía que eso que iban a hacer no saldría bien, lo sabía. Las buenas personas no intentaban joder a los demás pero, al fin y al cabo, ¿desde cuando era Marc buena persona?

—Eso es un sí, ¿verdad?

Marc asintió pausadamente.

A unos metros uno de los camareros se acercó a ellos.

—Perdonad, pero vamos a cerrar ya. Sólo quedáis vosotros en el bar.

Frank lo miró y sonrió abiertamente.

—Ponle otro batido de fresa a mi nena.

El camarero lo miró extrañado.

—Acabo de decir que vamos a cerr...

No tardó ni dos segundos, Frank se levantó y se irguió en su más de metro noventa frente al escuálido chico al que parecía sacar unos tres años, ya que tendría aproximadamente dieciséis.

—¿Nos estás echando?

—N-no... sólo decía que la hora de cierre...

—¿Me estás diciendo que tus jefes te piden que eches a los clientes de esta manera? —Frank se acercó un poco más y empujó con su cuerpo al chico—. ¿Sabes qué? Que por esta ofensa yo creo que lo justo es que nos invites a lo que hemos tomado.

El camarero enrojeció y unos segundos después se puso azul. Detrás del mostrador los observaba la otra joven, que en ese momento estaba aterrorizada y segura de que Frank golpearía a su colega en cualquier momento.

—Yo no puedo invitaros, el local no es mío —el camarero intentó hablar con voz normal, pero el miedo comenzaba a recorrer su cuerpo libremente.

—Frank, déjalo.

Suzanne se levantó a su lado e intentó agarrarse a su brazo, pero él se zafó de su agarre y le dio un pequeño empujón que bastó para tambalear a la delgada muchacha.

—Quiero que nos invites a lo que hemos bebido. No me iré hasta que no estemos invitados.

Marc decidió que ya había escuchado suficiente. Estaba harto de tonterías y chorradas por ese día. Llevaba enfadado desde la noche anterior y lo último que quería era tener problemas con el Sox's y que eso llegara a oídos de su madre.

—Vámonos. No hagas más el tonto, hoy has bebido mucho.

Intentó poner su mano en el hombro de su amigo, pero éste le pegó un manotazo al apartarse de su agarre. Después se acercó y sujetó al camarero de la camisa, haciendo que el pobre chico de repente tuviera cara de enfermo.

—Esto es entre mi amigo —señaló al camarero—. Y yo.

—No puedo invitaros, de verd...

El rostro de Frank se deformó por la rabia y de pronto le propinó un puñetazo al muchacho, pero por suerte no tuvo demasiada puntería y éste sólo le rozó la mejilla. Aunque lo suficiente para conservar un buen moratón durante algunos días.

Ese fue el momento en el que Will y Rob saltaron de su sitio y sujetaron a su amigo, separándole del camarero del bar, que parecía querer vomitar y murmuraba cosas sin sentido mirando al suelo.

—¡Llevadlo afuera! —Gritó Marc con una rápida orden a sus dos amigos, después les hizo una seña a Suzanne y a Kelsey para que los siguieran y no lo molestaran ahí.

Finalmente frunció el ceño unos segundos..

—Espera, Suzanne —la chica rubia se giró de nuevo y lo miró, solícita—. ¿Tienes veinte pavos?

Tras rebuscar unos segundos por su bolso, la joven sacó un billete de veinte dólares y se lo tendió a su amigo.

Con un largo suspiro, Marc cogió el billete y después se acercó al camarero. Sintió su cuerpo tensarse cuando él le tocó el brazo, pero al final se relajó cuando metió el billete en el bolsillo de su camisa.

—Siento las molestias —murmuró por lo bajo, avergonzado por el comportamiento de su amigo.

Luego salió lo más rápido que pudo de ese lugar.

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