8.

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Cuando Kim se levantó el lunes, lo primero que pensó fue en que tendría que trabajar ese día. Nunca había trabajado y no tenía ni idea de cómo manejar una librería. Esperaba no contar con muchos clientes al menos hasta que se acostumbrara.

Sabía que sólo trabajaría por las tardes, ya que Lisa tenía contratado a otra chica desde hacía varios meses y ella se ocupaba de todo cuando su madre estaba en Coolidge. Después de terminar de comer, Lisa anunció que irían a la librería y allí le explicaría todos los aspectos del trabajo.

Kim veía su verano empeorar por momentos y lo peor era que no podía hacer nada por evitarlo. Su madre se estaba portando realmente bien con ella, intentaba remediar todo lo que había hecho mal y además, en los últimos días solía preguntarle sobre cosas como el instituto o sus amigos, como si quisiera absorber toda la información que su hija quisiera darle.

Le había hablado ligeramente sobre Álex como su mejor amigo y también de lo bien que se sentía con su padre. No lo decía intentando que ella se sintiera mal, sino sinceramente. Si Toby no hubiera educado a Kim, ella no sería de la forma que era entonces y Dios la librara si en otras circunstancias ella hubiera acabado siendo como Suzanne, o como Kelsey.

Lisa bajó las escaleras con las llaves en la mano y Kim se levantó del sofá.

—¿Simon no viene? —preguntó Kim, extrañada.

—No, tiene que ayudar a Daniel con el taller.

—Creía que ambos íbamos a trabajar.

La mujer abrió la puerta y se dirigió hacia el coche, seguida por su hija sin haber respondido a su pregunta. Cuando ambas habían subido al gran coche negro, su madre la miró.

—Lo vais a hacer los dos. No te preocupes, Kim. Aprenderás enseguida.

Al parecer a su madre ni siquiera se le ocurría pensar en si ella quería hacerlo o no. Le era indiferente y eso Kim lo sabía. Pensó que cinco días antes le hubiera gritado que ella haría lo que le diera la gana y que se metiera su trabajo por donde le cupiera, pero ahora ya no lo tenía tan claro.

Estaba claro que había cogido cariño a Simon y que Daniel le caía muy bien, pero, ¿había perdonado ya a su madre? Con una simple mirada a sus ojos supo que no, que perdonarla estaba muy lejos de su alcance en ese momento pero sí sabía que toda esa rabia y hostilidad acumuladas hacia ella no iban a ninguna parte y lentamente se desechaban, desaparecían.

El viaje no duró mucho. No cruzaron demasiadas palabras hasta que se detuvieron frente al edificio. La librería Mason —que era el apellido de soltera de su madre— era una construcción antigua que había sido remodelada. El escaparate era grande y vistoso, invitaba a la gente a acercarse y una puerta de madera oscura y brillante ponía la guinda al pastel que era la tienda.

—Cuidado con el escalón —le advirtió su madre al abrir la puerta.

Por dentro era una librería normal. Quizá había demasiadas estanterías y más libros de los que podían caber en éstas, pero de todas formas Kim sonrió automáticamente en cuanto pisó territorio literario. Durante dos horas, Lisa le explicó a su hija todo lo que debía hacer en las diferentes situaciones y cómo debía comportarse al aconsejar a un cliente. También le fue mostrando poco a poco las diferentes alas de la librería y dónde estaba cada género, autor o temática. Al lado del mostrador de pago, una vitrina llamó la atención de Kim.

—Y si alguien te pide autores clásicos tienes que ir siempre hacia...

Kim no estaba escuchando a su madre. Sólo oía su voz pasear junto a ella de vez en cuando. En la vitrina había sólo cuatro libros y los cuatro estaban abiertos. Las páginas mostraban dibujos antiguos y letras desconocidas, todo ello muy bien conservado. Sin darse cuenta, Kim vio que la vitrina tenía cerradura, pero con la esperanza de que no estuviera cerrada con llave, intentó tirar de una de las puertas.

No llegó a pasar un segundo cuando un ruido fuerte y repetitivo acosó la librería.

Lisa pegó un grito de susto y después comenzó a buscar a su hija.

—¡Kim! ¿Qué haces? ¡La alarma!

Su voz era gritona y el enojo se adivinaba en sus palabras.

Kim por su parte, pegó un salto en cuanto oyó el estridente sonido y durante unos momentos, desorientada, se preguntó qué demonios estaba haciendo para provocar eso.

Su madre fue hasta la puerta de la tienda y desencajó una falsa baldosa en la pared. La alarma apareció e inmediatamente tecleó la clave correspondiente.

El sonido cesó.

—¿Qué ha pasado?

—La vitrina —Lisa la señaló con voz cortante—, cada uno de esos libros vale más de cuatro mil dólares. Ni se te ocurra tocarla sin tener intención de abrirla con la llave. ¿Entendido?

La joven asintió, un poco confusa aún. Esa estúpida alarma le había dejado la cabeza embotada. Finalmente el rostro y la voz de su madre se dulcificaron un poco.

—Creo que esto es todo. Yo tengo que ir a Coolidge así que te encargo este sitio, que es todo para nosotros.

—Sabré... sabré apañármelas. —Era una afirmación pero aún hubo un poco de duda en su voz, como si a la vez lo estuviera preguntando.

Lisa se acercó a Kim y finalmente le acarició suavemente la mejilla.

—Repito, cuidado con el escalón —le recordó mientras abandonaba la tienda—. Con lo delgada que eres y esos tacones que llevas, te romperás las piernas si te caes.

La puerta se cerró y Kim se quedó sola pensando que, definitivamente, su madre ya se comportaba como una madre.

***

—¿Quieres sujetar bien las bolsas, Marcus?

Marc refunfuñó de nuevo mientras agarraba con las dos manos la excesiva compra que su madre acababa de hacer.

—Joder, mamá...

Andrea se giró, con ambas manos totalmente desocupadas y clavó su mirada en la de su hijo.

—Joder, ¿qué?

Con un resoplido, el chico puso los ojos en blanco y se dirigió hasta el coche, donde por suerte pudo dejar las seis bolsas.

—Vamos —le dijo a su madre, entrando en el coche.

Pero ella se quedó atrás y tras mirar desde lejos la librería Mason, la de los padres de Simon, como él sabía perfectamente, decidió acercarse y entrar.

—Ven, Marc —lo llamó.

¿Ahora quería un libro? No, conociendo a su madre no quería un libro, sino quince y seguramente esperaba que él los cargara en su espalda hasta su casa, situada a tres kilómetros de allí. Se negaba, se negaba en rotundo.

Salió del coche y rápidamente siguió a su madre, que ya estaba dentro de la tienda.

—¡Sabía que eras tú, Kim! Te he visto desde lejos, tu pelo es inconfundible.

Kim sonrió al recibir a Andrea, pero de pronto sintió su cuerpo tensarse de una forma impresionante cuando Marc entró por la puerta de la librería.

—¿Qué tal lo llevas? Tu madre me dijo que justamente empezabas hoy.

Con un gran esfuerzo y una sonrisa forzada, Kim logró formar un par de frases más o menos coherentes.

—Yo... Sí, bueno. Bien. No hay mucha gente.

—Ah —murmuró escuetamente Andrea, que al parecer olía que algo raro estaba sucediendo.

—¿No llevas uniforme? —Marc señaló la camiseta de Kim con una sonrisa lobuna. Sabía perfectamente que era la camiseta oficial de la gira del noventa y dos de Dark Lust.

La joven negó con la cabeza.

—Qué pena —comentó él.

De pronto algo se cruzó por el rostro de Andrea, que al fin y al cabo parecía haberse relajado tan sólo al oírlos hablar entre ellos.

—Ahora que no tienes ningún cliente, podríais hablar un rato. Mientras yo... creo que iré a dejar la compra a casa. ¿Paso a buscarte luego?

Marc negó con la cabeza sin apartar los ojos de Kim y ésta tragó saliva forzosamente. No, por favor. Sola con él no.

—Espero verte pronto, Kim.

De nuevo la sonrisa fingida afloró a su rostro.

—Yo también, Andrea.

Kim contó hasta diez y la puerta se cerró, haciendo resonar la pequeña campanilla que anunciaba la entrada o la salida de un cliente. Marc y Kim se aguantaron la mirada durante varios segundos. Ella no estaba segura de qué era exactamente, pero algo en sus ojos la atraía. Como si la estuviera llamando.

—Ya puedes irte —dijo, cortante mientras desviaba su vista a uno de los libros que había cogido al azar.

Marc no contestó, sino que comenzó a dar vueltas por la librería mientras examinaba los distintos ejemplares.

—¿Qué haces? —exigió saber ella al ver que Marc no tenía intención de abandonar la librería.

—Busco algo de lectura —expresó como si se tratara de algo obvio.

Kim soltó un bufido de incredulidad que podría haberse confundido con una risa.

—¿Lectura? ¿Sabes leer?

Marc se giró hacia ella y se acercó poco a poco.

—¿Siempre eres tan desagradable con todos o es sólo conmigo?

—Considérate especial en ese aspecto.

De nuevo ella volvió a coger el libro y a fingir que leía, pero en realidad ni siquiera podía controlar el temblor de su mano, muchísimo menos leer ni una palabra. Además, miraba a Marc de reojo cada pocos segundos.

—Apuesto a que he leído mucho más que tú. Suponiendo que hayas leído algo —dijo él de improviso.

Kim dejó el libro, irritada y fijó la vista en el joven.

—Sabes que las revistas porno no se consideras literatura, ¿no?

Marc no pudo evitar soltar una risita.

—Vaya, cómo me conoces. ¿También me vigilas por las noches?

Kim sintió enrojecer. Menudo payaso estaba hecho ese chico. Parecía no entender que realmente ella no quería volver a verlo ni oírlo en su vida, ¿creía que le caía bien? O peor, ¿pensaba que le gustaba? La sola idea de fijarse en un chico como él le daba arcadas.

—Mi libro favorito —murmuró él de pronto al sacar un gran libro de una de las estanterías altas, donde Kim no llegaba.

Tuvo unos segundos de duda, pero finalmente salió del mostrador y se acercó al joven, estableciéndose a un par de metros.

—La Divina Comedia —leyó el título y de pronto quedó sorprendida—. ¿Es tu libro favorito? ¿Por qué?

Él sonrió y pudo ver que su sonrisa normal era bonita, no como esa mueca de lobo que solía poner y que daban ganas de salir corriendo, lejos de donde él se encontrara.

—No te lo voy a decir. Es uno de mis secretos.

Eso la desanimó un poco y a la vez la dejó descolocada. «Seguro que ha cogido un libro al azar», se dijo a sí misma.

Volvió a colocarse tras el mostrador, en un nuevo intento de ignorarle y esta vez, Marc se dirigió a la puerta, dispuesto a irse.

—Ah, por cierto —dijo antes de cruzarla y marcharse—. No sé si lo sabes pero no he olvidado lo que ocurrió el otro día en el lago. Y ten presente que nadie me jode sin recibir algo a cambio. Algo malo.

Con el sudor a flor de piel, Kim alzó la barbilla en un último gesto de impetuosidad y esperó a que Don Chico-Malo-de-Arizona hubiera cerrado la puerta. Entonces pudo respirar bien por primera vez en los últimos cinco minutos. Pero eso no hizo que se olvidara de lo que acababa de pasar.


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