9.

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Kim se disponía a recoger los últimos libros que había desordenado antes de cerrar la librería cuando la campanilla de la puerta sonó inesperadamente.

Miró por encima del mostrador y observó a la chica que acababa de entrar. Era menuda, incluso más pequeña que ella. Tenía el pelo corto, bastante desigual y negro, adornado por algunos, muy brillantes, mechones rojos. Sus ojos eran oscuros y muy grandes, tremendamente expresivos. Su piel estaba bronceada y a cada paso que daba, parecía estar saltando.

—¡Hola! —saludó alegremente.

Tardó un poco en acercarse a Kim y lo primero que hizo fue pasear por entre los libros nuevos. Cada vez que cogía uno, lo miraba y negaba con la cabeza a la vez que suspiraba, o sonreía ampliamente, como si ya los hubiera leído todos.

—¿Puedo ayudarte? —se ofreció Kim intentando no parecer muy ansiosa, ya que quería cerrar la librería cuanto antes.

La joven dejó el libro que tenía en la mano y se acercó a Kim. Durante unos segundos se dedicó a observarla de arriba abajo y finalmente sonrió.

—Eres Kim, ¿verdad?

Eso la descolocó. ¿Cómo lo sabía?

—¿Y tú eres...?

—Rhiannon Albey.

Rhiannon dio un pequeño bote y le tendió la mano. Kim la estrechó con algo de desconfianza, pero la alegre muchacha ni siquiera se percató de la escéptica mirada que le estaban dirigiendo.

—Bien, Rhiannon. ¿Necesitas ayuda con algún libro?

Apartándose el cabello qué le caía sobre los ojos, Rhiannon ignoró la pregunta.

—He oído hablar mucho de ti. Tienes loco a mi hermano. Y la verdad es que no en el buen sentido.

—¿Tu hermano? ¿Quién es?

De pronto se imaginó que podría ser hermana de Marc, aunque no se parecía en nada a él. ¿Quién sería?

—Frank —dijo simplemente—. Un capullo, por cierto.

¿En serio era su hermana? ¿Cómo podía alguien tan grande tener una hermana tan... enana? Se quedó pensando durante un momento, ahora sí que estaba completamente segura de que Frank era idiota, ya que hasta su propia familia lo decía.

—Sí, eso creo. —Kim suspiró— Oye, lo siento Rhiannon pero tengo que cerrar la librería.

De nuevo la chica ignoró sus palabras para hablar animadamente.

—¿Es verdad que empujaste a Marc al lago? —Ahogó una carcajada—. ¿Y que insultaste a Kelsey?

Kim no pudo evitar sonreír al recordarlo, pero se forzó a borrar la sonrisa tonta de su cara. Todavía no conocía a esa chica y podría incluso ser el inicio de la venganza que Simon había predicho y con la que Marc la había amenazado unas horas antes.

—Yo habría tirado también a Kelsey al lago. Atada con cadenas para que no pudiera volver a salir. —Rhiannon le guiñó un ojo.

Vale, le parecía simpática y animada y compartían algunos aborrecimientos. Era increíble que la pequeña y charlatana Rhiannon pudiera ser hermana del malhumorado Frank.

—Bueno, ha sido un placer conocerte. Deberías cerrar ya, es hora —habló rápido, sin dejar que Kim respondiera—, me llevo estos dos. —Cogió dos libros aparentemente al azar y los puso sobre el mostrador.

Kim, extrañada, agarró los dos libros, anotó sus precios y recogió el dinero que Rhiannon le estaba tendiendo en la mano. Era todo monedas pequeñas y Kim adivinó al instante que Rhiannon era de esas típicas personas que simplemente ahorraba cada dólar que conseguía para comprar un libro, y eso le agradó.

—Vuelve pronto —se despidió.

—Lo haré.

Y la verdad era que sí, sabía que lo haría.

Con parsimonia, Kim terminó de recogerlo todo y no tardó en cerrar la librería. Había sido un día duro y lo único en lo que podía pensar era que quería llegar a casa y hablar con su padre. Se extrañó al darse cuenta de que por primera vez había pensado antes en que llamaría a su padre que en hablar con Álex, pero la idea se fue de su cabeza en cuanto vio el coche de su madre aparcado frente a la tienda.

Subió rápidamente y se sentó en el asiento del copiloto.

—¿Qué tal ha ido? —saludó Lisa con una sonrisa.

—No ha ido mal. Supongo que el primer día siempre es duro.

Su madre le acarició la cara dulcemente antes de arrancar el coche. Kim todavía no podía acostumbrarse a eso. No se sentía del todo bien cuando estaba sola con ella. Tampoco era como si su madre intentara fingir que nada había pasado y que todos esos años habían estado juntas, pero Kim seguía considerando que la única persona que había actuado como su figura materna desde que ella tenía seis años y Lisa se había ido, era su padre.

Carraspeó levemente y miró por la ventanilla mientras cruzaban las calles a toda velocidad.

—Dentro de poco conocerás todo esto. ¿Ha ido Rhiannon hoy a la librería?

—Sí. ¿Va todos los días?

Su madre soltó una carcajada mientras se detenía en un semáforo.

—Me temo que sí. No te librarás de ella, a veces le regalo algunos libros porque no siempre puede comprarlos y una vez los ha leído, a veces nos trae sus libros viejos para vender algunos ejemplares de segunda mano.

—Qué dedicación... No se parece nada a su hermano.

Lisa la miró empáticamente.

—No te cae muy bien, ¿verdad? —preguntó—. Nunca ha sido un chico fácil, pero tampoco creo que sea malo. Al igual que sus amigos.

—No los conozco muy bien, pero la verdad es que no me gustan. Sólo hacen cosas... malas.

—Precisamente por eso. Aún no los conoces. Quizá sólo actúan así porque están confusos.

Kim la miró, escéptica y alzó una ceja.

—Pues menuda confusión más tonta —musitó.

Para Kim, ningún problema, por grande que fuera, justificaba tener que pagarlo con personas que no tenían nada que ver. No entendía que la hubieran tomado con Simon cuando sabía perfectamente que él no había hecho nada para merecerlo. Era curioso que conociera a su hermanastro desde hacía una semana y ya lo defendiera de esa manera.

—No seas así, Kim. No sabes lo que cada uno haya podido vivir. Por ejemplo, Marc, el hijo de Andrea... —se calló de repente.

Kim alzó la cabeza, por primera vez estaba interesada.

—¿Qué ocurre con él?

Lisa se tensó un poco e intentó esbozar una sonrisa que la librara del apuro.

—Nada, simplemente que antes no solía juntarse con Frank y sus amigos, pero ahora siempre está con ellos. Y yo no creo que él sea capaz de hacerle algo a nadie.

—No estoy tan segura de eso segura. —Kim ya no quería seguir hablando del tema, se estaba tornando incómodo y su madre lo notó.

—Mira... digamos que ellos se sienten peor por su comportamiento que nadie, pero es la única manera de la que saben ser.

—Siempre hay otra manera.

Lisa volvió a sonreír.

—Cuando estás atado de pies y manos, hay veces en las que no puedes hacer nada de lo que te gustaría.

Algo en la mirada de su madre parecía estar diciéndole algo más, como si ella no estuviera hablando de ellos. Finalmente el coche se detuvo y su madre salió rápidamente. Kim la observó marcharse y abrió la puerta lentamente. Quizás su madre tenía razón y se había pasado juzgándolos; no le caían bien y seguramente nunca lo harían, pero a partir de ese momento tendría un poco más de cuidado con lo que decía y controlaría sus pensamientos. Al menos intentaría darles una oportunidad.

***

Hacía tres días que Marc había ido a la librería y había hablado con Kim. Desde entonces la escena se repetía en su cabeza una y otra vez. ¿Por qué demonios no se sentía bien? Supuestamente debería estar excitado por la jugarreta que habían planeado, pero no lo estaba.

Marc se sentía cansado e irritado y eso no era normal. Él era esa clase de persona, ¡él hacía cosas malas a la gente! Resopló. Se encontraba en el sofá de Rob viendo una película junto a sus amigos, aunque ni siquiera se había enterado de qué trataba. En la pantalla, los personajes dialogaban y todos se reían a cada nueva frase que decían, pero él sencillamente no estaba allí.

—¿Quieres una? —A su lado, Kelsey se removió remolonamente y le ofreció una cerveza.

Marc negó con la cabeza y la joven frunció el ceño.

—¿Qué te ocurre?

Odiaba que le preguntaran que qué le pasaba. Era como si tuviera que darle explicaciones a todo el mundo y eso no era lo que él quería. Hace un año, después del accidente, cada vez que él se quedaba mirando hacia cualquier cosa durante más de diez segundos, todo el mundo lo acribillaba a «¿qué pasa?», «¿qué sucede?» y demás preguntas que en realidad querían decir «estoy aquí y me estás preocupando, mírame».

—Nada, simplemente no me apetece.

Frank también lo miró desde el otro lado del sofá.

—¿Estás nervioso? ¿Ya no falta mucho, verdad?

Marc se encogió de hombros.

—Aún necesitamos la llave, ¿cómo vamos a conseguirla?

—¿Se la pedimos a Simon? —propuso Suzanne.

Rob la miró incrédulo.

—Claro, seguro que en este momento nos aprecia tanto que incluso querrá destrozar su propia librería.

Frank convino en las palabras de su amigo, eso era una idea impensable. Tendrían que robarlas de alguna manera ya que entrar por otro lado era imposible.

—¿Y si se las robamos a la viuda negra? —propuso Kelsey, pensativa—. Mi madre me ha dicho que ella es la que se ocupa de la librería algunas tardes, cuando no está Emma.

—¿Cómo lo haremos?

—¿Tu hermana podría hacerlo, Frank? —preguntó Will—. Siempre está allí.

Frank negó con la cabeza insistentemente.

—A Rhiannon le cae bien y de todas formas ya sabéis cómo es, no robaría algo ni aunque fuera un libro.

Tras unos segundos en los que todos estuvieron pensando en alguna solución, Marc carraspeó. Había dado con la solución, aunque no era muy inteligente y corría el riesgo de ser descubierto.

—Yo lo haré.

—¿Y cómo lo harás?

Rob soltó una carcajada. Esa chica no soportaba a ninguno de ellos, pero sobretodo tenía especial aversión hacia Marc. La idea le parecía totalmente estúpida.

—No sé, puedo inventarme algo. Que voy a comprarle un libro o algo...

—No creo que debas ir —opinó Kelsey—, ya la has visto, está loca.

—No es para tanto, no creo que esté loca.

Kelsey abrió la boca, ofendida ante las palabras de Marc.

—¿La estás defendiendo? —preguntó sorprendida—. ¿Te estás rajando?

Marc suspiró. A cada segundo que pasaba le caía peor Kelsey. ¿Que si se estaba rajando? ¿Cómo iba a rajarse si ellos no dejaban de presionarlo? Todo eso era una locura y sabía que al fin y al cabo la cometería. Lo detestaba todo.

—¿Por qué crees que voy a dejarlo? Me acabo de ofrecer para hacerlo yo.

—Entonces demuéstralo —lo desafió ella, con ojos llameantes—. Lo hacemos esta noche.

Marc tragó saliva y un peso se instaló en su estómago. Todos lo miraban, expectantes. ¿Ya? ¿Tan de repente? Sabía que de nuevo lo estaba retando, la cuestión era, ¿tenía la suficiente estupidez como para volver a caer en su juego? Sí, la tenía. Marc se sintió aún más rastrero al asentir con la cabeza.

—¿Crees que no soy capaz? Vamos ahora mismo, si quieres.

Will y Rob chocaron sus palmas, excitados de pronto. Ambos estaban nerviosos y Rob, como hiperactivo que era, comenzó a saltar sobre el sofá, provocando que Kelsey y Suzanne se movieran apartándose, disgustadas.

Frank alcanzó las llaves del jeep de Will y se las tiró al chico, que las cogió al aire. Suzanne lo abrazó sonriendo tontamente.

—Vamos —murmuró Frank.

Tras una mirada a todos, Marc supo que todo eso iba a salir mal, pero aun así se levantó del sofá con una sonrisa forzada y se dirigió hacia la puerta encabezando al grupo. Su cara no revelaba ninguna expresión y cuando Kelsey intentó pasar su brazo por la cadera de Marc, le bastó una sola mirada para que retroceder y comenzar a hablar con Frank. En ese momento, Marc era indiscutiblemente un líder.

***

La campanilla de la puerta sonó cuando un anciano salió de la librería. Kim caminó entre las estanterías y comenzó a colocar todos los libros en su sitio. Simon debería haber llegado hacía más de veinte minutos para ayudarla, pero todavía no había aparecido. Emma, la chica que trabajaba allí por las mañanas, se había pasado para saludarla hacía un rato, pero en cuanto se había ido, todo había vuelto a quedarse solitario y silencioso. La joven le había caído bien; tenía unos veinte años, los ojos castaños y el pelo color miel, suavemente rizado. Se notaba que le apasionaba ese trabajo y Kim se alegraba por ella.

Comenzaba a cogerle el gusto a estar tres horas diarias entre libros, podía leer lo que quisiera mientras no hubiera nadie y cotillear sobre diferentes temas que normalmente ni se habría molestado en investigar. También hablaba con Simon (cuando se dignaba a pasar por allí) y Rhiannon le caía bien, el día anterior habían hablado durante largo rato y habían descubierto algunas cosas que ambas tenían en común.

La joven se puso de puntillas para intentar alcanzar un ejemplar de Matar a un ruiseñor que no dejaba de resbalar por su mano, haciendo imposible que pudiera cogerlo. Resopló, incluso podía notar cómo sus altos tacones negros crujían cada vez que tenía que intentar estirarse de esa manera, y tenía pánico a subirse encima de una silla y caerse sin que nadie estuviera allí.

La campanilla volvió a oírse desde la puerta y Kim suspiró con alivio.

—¿Hola? —habló una voz de chico.

—¡Simon! ¡Ven a ayudarme! —gritó Kim desde su posición.

Tardó un par de segundos en darse cuenta de que la voz había sonado demasiado grave, que no era la voz de su hermanastro sino que extrañamente le recordaba a...

En cuanto lo vio, le dio un vuelvo al corazón y no supo exactamente por qué. «Sólo me ha asustado», se dijo a sí misma.

—¿Qué haces aquí?

Marc la miró fijamente antes de comenzar a hablar.

—Quería comprar un libro y, lo siento, pero esta es la única librería del pueblo.

La joven frunció el ceño al darse cuenta de que era verdad, pero aun así no creía que simplemente quisiera comprar un libro. ¿Habría venido a vengarse?

—¿Qué estás buscando?

La Odisea. De Homero.

Sin mediar palabra, Kim se dirigió hacia donde se encontraban los poetas clásicos y en menos de treinta segundos, volvió con el libro.

Marc gruñó entre dientes. No le daría tiempo a encontrar la llave si ella era tan rápida y eficiente. Pensó en otra cosa.

—¿Necesitabas ayuda en algo?

—¿Ayuda? ¿Por qué lo dices? —Kim estaba extrañada, ¿por qué se comportaba de esa manera?

La tensión se encontraba latente en el ambiente y cuando Kim le tendió el libro a Marc, sintió un cosquilleo casi eléctrico en la zona en la que el dorso de su mano se rozó con la de él. Durante un instante de confusión se preguntó si él también había sentido el calambre, pero por su expresión, para el chico no había sucedido nada.

—Cuando he entrado y me has confundido con Simon me has pedido ayuda.

—Ah —murmuró acordándose de pronto—. ¿Puedes alcanzarme ese libro?

Marc estiró el brazo y bajó el libro que la chica le estaba señalando. Preguntándose si volvería a sentir el chispazo que había notado antes, se lo tendió, haciendo imposible que ella lo agarrara sin rozar su mano. El chasquido eléctrico se repitió con más fuerza, incluso y Marc se preguntó si había sido cosa suya o también Kim se había percatado.Tenían electricidad estática. Verdaderamente curioso.

Kim se escabulló rápidamente y dejó el libro en su estantería correspondiente, después llegó hasta el mostrador y le indicó a Marc que la siguiera. Cuando Kim se giró, él se asomó levemente y no tardó en ver un destello metálico escondido bajo la mesa: La llave.

La chica volvió a mirarlo y el sudor se arremolinó en el cuello del muchacho, que la observó durante unos segundos.

—La verdad es que no he venido sólo a por el libro —murmuró, creando un tenso silencio momentáneo.

—¿Qué más quieres?

Él suspiró ante el tono cortante de la chica, ella se lo estaba poniendo cada vez más difícil y a cada segundo que pasaba, Marc sentía más ganas de dejarlo todo y volver a su casa, pero ya no podía hacerlo. ¡Ya estaba allí!

—Quería pedirte perdón por todo, desde el primer momento he sido injusto contigo y con Simon.

Kim arrugó la nariz suavemente, eso no le olía bien. ¿Qué estaba intentando conseguir ese chico? Era... era muy extraño. Lo miró con desconfianza, pero nada en el rostro de Marc delató que no estuviera siendo sincero.

—Son diez dólares —indicó señalando al libro.

Marc bufó, frustrado.

—¿No vas a decirme nada?

Para su sorpresa, Kim rió sarcásticamente.

—¿Y qué es lo que quieres que te diga? Hace tres días me amenazaste y ahora quieres ser mi amigo. ¿Tiene algún sentido para ti?

—Me he equivocado, ¿vale? Sólo quería que lo supieras. —Se sentía deplorable, cada vez más detestable mientras abría la boca y soltaba otra sarta de memeces.

Ella suavizó un poco el tono.

—Pues ya lo he oído. Son diez dólares, por favor —farfulló entre dientes.

Marc sacó un billete y algunas de monedas de su bolsillo. Hábilmente se las apañó para hacer que el dinero resbalara de su mano y cayera al suelo. Kim se agachó a recogerlo rápidamente, por instinto, Marc sonrió triunfal. Con fingida preocupación avanzó hacia el mostrador y tras recoger las monedas, mientras se volvía a levantar, agarró la llave plateada que colgaba del llavero con la inscripción «tienda, emergencias». No podía creerse que tuvieran tanta confianza con todo el pueblo como para dejar ahí la llave de repuesto. ¡Cualquiera con un poco de agilidad podría haberla cogido!

Sintió el frío metal de la llave tocar su piel mientras se la metía en el bolsillo y durante unos segundos no pudo fingir la sonrisa que habría terminado de convencer a Kim de que estaba realmente arrepentido, lo cual consideró un fallo bastante gordo, pero no imperdnable. Depositó todas las monedas en el mostrador y la miró durante unos segundos mientras ella contaba el dinero. Observar sus ojos verdes y sus labios moviéndose silenciosamente mientras contaba cada moneda le hacían sentir más culpable. ¿Por qué la habían tomado con ella en un principio? No era mala y sí, quizá fuera algo borde, pero ellos realmente se lo merecían, después de todo lo que había sucedido.

La campanilla de la puerta sonó de nuevo y no tardó mucho en acercarse Rhiannon, la hermana de Frank. Marc la saludó en voz no muy alta y ella respondió a su saludo con poco entusiasmo. A ella nunca le había gustado él y en ningún momento se había molestado en intentar disimularlo. Era como si, provocando que Marc supiera que no le caía bien, esperara que no se acercara.

—Quédate las vueltas. —Marc sonrió suavemente acercando su rostro un poco más al de Kim y haciendo que ella perdiera el hilo de la cuenta—. Hasta luego.

Con el corazón latiendo a mil por hora, Marc agarró La Odisea casi con violencia y se alejó a grandes zancadas de Kim, de Rhiannon, de todo.

Con la llave quemando en el bolsillo.


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