Era vampírica

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Relato en colaboración RonaldoMedinaB


Lisboa, Portugal


Sir Henryson Crisvlenthor se quedaba sin tiempo. Y para un vampiro como él, que había vivido cientos de años sobre la tierra, testigo de incontables crepúsculos, eso era decir mucho. Pero la noche apremiaba y, con ella, el desconcierto del nuevo mundo en el que despertó, un mundo que había dejado de temerle a los monstruos, porque la misma sociedad se había convertido en el más temible de todos.

Cubierto por un pelaje grisáceo, su gigantesca forma de murciélago volaba despavorida por los cielos oscuros de Lisboa. Fue varios solsticios atrás cuando decidió que había completado su tiempo en el mundo antiguo. Luego de una larga vida plena, abundante en riquezas, festines de sangre y súbditos leales, se sentía cansado, y cansado en extremo.

Una noche, tomó la decisión. Juntó a sus siervos e inició lo que en su cultura llamaban la «necrosuspensión». Para seres como él, para quienes la vida era parte de un infinito devenir de placeres, encontraba en el paso a la muerte una ruptura de lo rutinario que añoraba con recelo. Pero aún no estaba listo para eso. La muerte era definitiva, y si decidía tomarla por su propia mano, en su propia contra, ¿era ese el legado por el que quería ser recordado?

En lo absoluto.

Sir Henryson Crisvlenthor solo buscaba paz por un breve periodo. La necrosuspensión le ofrecía esa utópica posibilidad. Se había preparado durante los últimos años para reunir los ingredientes del ritual. Cuando el día llegó, desde las catacumbas de su castillo, fue suspendido en un pozo con un grabado rúnico tan antiguo como el mismo universo, donde la sangre humana que lo cubrió lo alimentó con la energía suficiente para vivir en el letargo. Luego, su cuerpo fue puesto en un sarcófago de la más fina madera y protegido por piedras preciosas.

Entonces, Sir Henryson durmió.

No supo cuánto pasó desde entonces. Solo supo que despertó, y de la manera más ruin posible. Su castillo había sido convertido en un altar que, para su disgusto, estaba repleto de visitantes no esperados, les llamaban turistas; su sarcófago, saqueado; y su catacumba secreta asaltada por un grupo de soldados equipados con armas que jamás hubiera creído posibles.

—Somos los Hijos del Sepulcro —dijo una mujer de larga gabardina negra, en sus manos sostenía una daga bañada en plata—, vengadores de los que perecieron por obra de ustedes, criaturas malditas de las tinieblas, y hoy, llegó el día de tu juicio.

Desconcertado por completo, Sir Henryson Crisvlenthor se transformó y luchó valientemente esa noche. Pero los humanos eran fuertes. Conocían sus debilidades y eran portadores de un inexplicable conocimiento y poder sobrenatural. Sobre él se cernía un único destino: la muerte.

Sir Henryson Crisvlenthor huyó a los cielos, pero los Hijos del Sepulcro lo siguieron, montados en sofisticados artefactos de dos ruedas que, justo cuando creyó que los había perdido, alzaron vuelo tras él.

Allí se encontraba: perdido entre las nubes, esquivando con su frenético vuelo las furiosas embestidas de sus contrincantes.

No fue lo único que debió esquivar. La era moderna había traído consigo artilugios desconocidos, como las luces suspendidas en altos pilares de roca, similares a las luminarias de la antigüedad. La luz lo encegueció unos instantes, rodeó las columnas y prosiguió la desbocada huida. El vuelo lo estaba agotando debido a que no se había alimentado en muchos siglos. Enfiló al hogar donde residen los muertos: el cementerio de los placeres, curioso nombre para un panteón. Eligió ese sitio por los recovecos en los que podía ocultarse, además la oscuridad sería su mejor aliado.

—¡Atrápenlo! ¡No lo dejen escapar! —gritó la mujer de gabardina negra.

Dos cazadores lo persiguieron, sin éxito. Ladeó una sonrisa y se perdió entre las tumbas y mausoleos. Detuvo el vuelo en un sepulcro que tenía la forma de una cúpula, ingresó por una rendija. Había ganado algo de tiempo para idear un plan.

A lo lejos escuchó la voz de la líder. Le interesó saber su nombre, revelación que llegó enseguida y lo dejó muy, muy impresionado.

—¡Lo hemos perdido, señorita Van Helsing! —respondió uno de sus acólitos.

—¿Van Helsing? Tantos siglos y su maldito linaje aún perdura —gruñó entre dientes. Lo que le faltaba, una descendiente de su más acérrimo enemigo.

—No puede haber ido muy lejos —dijo la chica—. Dividámonos. Ustedes dos busquen en los jardines y en los pabellones, yo revisaré las criptas.

—Irina, no creo que convenga separarnos —manifestó su compañero.

—Sé cuidarme —siseó.

Sir Henryson Crisvlenthor esbozó una sonrisa. La cazadora era joven e impulsiva, y esa sería su perdición. Lo que en el pasado no consiguió, lo tendría en el presente.

Pero antes de dar inicio a su plan, necesitaba alimentarse y recuperar energías. Atrapó un roedor y de un mordisco le succionó la sangre. El líquido carmín lo revitalizó en cuestión de segundos.

Se movió sigiloso por los pabellones, listo para la cacería. Cuando tuvo a los dos cazadores en la mira, cayó sobre ellos como un animal salvaje. No hubo ruido, ni gritos. La muerte fue silente, pero no menos dolorosa. Bebió la sangre de los hombres hasta quedar satisfecho, lo que le devolvió toda su fuerza vital. La siguiente presa era más fuerte y peligrosa.

Los pasos de Irina Van Helsing se mezclaban con los ruidos nocturnos, en la mano llevaba la daga plateada, lista para encajarla en el pecho de Sir Henryson, el legendario vampiro. Durante siglos sus ancestros lo buscaron por todos los rincones de la tierra. La criatura supo ocultarse muy bien, hasta aquella noche de Halloween. ¿Qué mejor fecha para morir?

Una ráfaga de viento le removió el cabello, ladeó la cabeza en varias direcciones. El vampiro estaba cerca.

—Sé que estás ahí, Sir Henryson, sal y enfréntame, ¿o tienes miedo? —el céfiro intensificó su fuerza—. Sabes quien soy, ¿verdad? Mi apellido debe causarte un terrible pavor. Muchos de los tuyos sucumbieron bajo el filo de esta daga, tú no serás la excepción.

—Irina Van Helsing, sin duda eres diferente a tus antepasados —habló Sir Henryson oculto tras las tumbas—. Al menos ellos tenían un poco de humildad, pero tú destilas soberbia a raudales. ¿Piensas que podrás conmigo? ¿No vas a llamar a tus compañeros?

—No los necesito. Durante años me he preparado para este día, seré yo quien tenga el placer de matarte.

—Ah, qué seguridad hay en tus palabras, querida mía. En fin, tus compañeros están muertos, así que tampoco hubieran podido ayudarte —informó él—. Acabemos con esto. Muero por explorar este nuevo mundo.

Irina no se inmutó por la revelación, al contrario, solo incrementó sus ansias de aniquilarlo.

—¿Piensas que saldrás con vida? ¡Eso nunca sucederá! —arremetió con violencia.

La cazadora logró conectar un golpe en el rostro de Sir Henryson, y en el instante en que desprotegió su pecho, clavó la daga en el corazón del vampiro.

En el suelo yacía Sir Henryson Crisvlenthor, muerto. Limpió su arma y procedió a guardarla en el bolsillo de su pierna. La humanidad estaba a salvo.

Tal vez fue demasiado pronto para asumirlo...

Irina se agarró la nuca al sentir que algo le desgarraba la piel. Observó sus dedos llenos de sangre, quiso hablar, mas le fue imposible. Cayó al suelo, agonizante. De pie, frente a ella, estaba Sir Henryson, sus colmillos chorreando sangre.

—Habrás entrenado muchos años y podrás contar con la más alta tecnología, pero la experiencia de siglos jamás será superada. —Abrió su chaqueta y golpeó la cota blanca—. No sabía en qué época despertaría, pero no me tomarían desprevenido —largó una carcajada siniestra—. Tranquila, no dejaré que mueras. Me conviene tenerte viva, por decirlo de una manera. —Esperó pacientemente a la transformación de la chica.

Los ojos cafés de Irina se tornaron de un rojo escarlata, la expresión de odio fue reemplazada por un semblante sumiso.

—¿Qué demanda, amo? —preguntó, irguiéndose del piso.

—Mi querida, Irina Van Helsing, muchas son las cosas que requiero. —Le acarició la cara, complacido de por fin tener a un Van Helsing bajo su servicio—. Lo primero será buscar a otros vampiros. ¿Conoces alguno que exista en la actualidad?

—Sé de un vampiro que quedó libre de una maldición, se llama Robert Lefevre, Vizconde de Meinster. Reside en Brujas.

—Qué maravillosa noticia. Brujas será nuestro siguiente destino.

Sir Henryson Crisvlenthor, sonrió. Un futuro sombrío se cernía sobre el mundo. Los vampiros dejarían de ser un mito para convertirse en una terrorífica realidad.




Nota curiosa

¿Reconocieron a ciertos personajes? El primero: Irina Van Helsing. No quería quedarme con las ganas de usar un miembro de esa legendaria familia en esta historia.

También tenemos a Robert Lefevre, vizconde de Meinster. Personaje que aparece en el relato "Noche de brujas", me pareció interesante entrecruzar ambas historias. 🤭

¡Mil gracias, Ron, por esta colaboración! Siempre es un gusto hacer maldades contigo jajaja. Abrazo grande!!

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