Capítulo 1 - Arcano I - El Mago

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El Mago.  El Alquimista, El Prestidigitador. Originalidad, iniciativa, centro de acción, inteligencia espontánea; posesión de sí mismo, autonomía, emancipación de todo prejuicio; elocuencia, destreza, habilidad, finura, diplomacia; abogado, orador, diplomático o político.

INVERTIDO:

Carente de escrúpulos, arribista, intrigante, embustero, pillo, estafador, charlatán; indecisión, ineptitud, voluntad débil, retraso, inseguridad; voluntad aplicada a malos fines.

El teléfono sonaba con insistencia. Era casi medio día, sin embargo, Dante Mondragón aún dormía. El ruido apenas lo estaba haciendo recuperar la consciencia, a pesar de haber estado timbrando durante toda la mañana. Abrió los ojos con pesadez, maldijo por lo bajo al condenado aparato que no lo dejaba continuar su sueño. Se enderezó muy despacio hasta quedar sentado en el sofá en que había dormido. Aún llevaba puesta la ropa del día anterior, se talló los ojos para retirar las molestas lagañas que se habían formado. Ahora podía ver con mayor claridad las casi dos docenas de botellas vacías de cerveza Bohemia oscura que estaban esparcidas en el suelo cerca de él. Hacía algunos años que había desarrollado una tolerancia especial al alcohol. Ya no sentía resacas, no había dolor de cabeza ni malestares estomacales, únicamente un sueño apabullante; apenas podía tener los ojos abiertos. De no ser por el teléfono habría dormido hasta las tres o cuatro de la tarde con facilidad, tal vez más.

En una pequeña mesa frente a él estaba encendida su computadora portátil. Aún mostraba en pantalla el reproductor multimedia con su lista de canciones favoritas: incluía principalmente bandas de rock de los años 60 hasta los 90, predominaban piezas de Deep Purple, Queen, Bauhaus, The Cult, The Cure, The Smiths, Pearl Jam y Stone Temple Pilots. Pero hacía horas que se había terminado y quedado en silencio mientras él yacía inconsciente. Dirigió la mirada al frente, y ahí estaba ella. Mirándolo con una expresión molesta, negando con la cabeza, la boca fruncida en una mueca de desagrado.

—¿Qué?, ¿no vas a contestar? —preguntó ella con enfado.

—¿Para qué? Antes de que llegue al teléfono va a dejar de sonar, mejor espero a que llame de nuevo.

El teléfono timbró un par de veces más y luego cesó.

—¿Ya ves?, lo sabía, no hubiera alcanzado a llegar.

—No te cansas de autodestruirte, no ves que te haces daño —replicó ella.

—Ya, en vez de sermonearme deberías haber contestado.

—Tú sabes que esas cosas me cuestan mucho trabajo, no me gusta hacerlas, además, no soy tu secretaria —bufó molesta.

—Ya lo sé, tendría que pagarte si lo fueras, pero ¿para qué querrías tú dinero?, ¿qué harías con él?

—Bah, después de que me preocupo por ti, deberías agradecerme en vez de criticarme.

—Ya sabes que te lo agradezco, es sólo que tengo mi forma personal de demostrártelo. Por cierto, hoy te ves muy linda.

—Ja ja, muy gracioso.

Bertha jamás le creía cuando le hacía cumplidos acerca de su apariencia, pensaba que estaba siendo sarcástico. Pero lo decía de forma sincera, era muy atractiva, y esa forma de vestir le fascinaba: falda negra de satén; blusa blanca de mangas largas y anchas con pequeñas hombreras; cinturón ancho de piel; medias negras con costuras en la parte posterior; suponía que debajo de esa ropa llevaría una hermosa lencería de encaje negro y un liguero para sus medias, pero seguramente jamás lo sabría; zapatos de tacón de charol; cabello negro impecablemente peinado con un pequeño sombrero sobre su cabeza; maquillaje algo dramático; labios rojos como cerezas. Justo como las divas del cine de antaño. Le recordaba a las protagonistas de las películas que veía con su madre cuando era niño.

—Por tus vicios seguramente perdiste un cliente, y bien sabes que necesitas el dinero. Te van a echar de aquí si no pagas la renta.

—No te preocupes, volverá a llamar. Veamos si podemos averiguar un poco sobre lo que quería. —Luego de decir esto, levantó con lentitud sus 1.80 metros de altura y casi 100 kilogramos de peso del sillón. Abrió un cajón de una vitrina y sacó un mazo de cartas, mientras las mezclaba le pidió a Bertha:

—Dime un número del uno al trece.

—Cuatro —respondió.

Terminó de mezclar las cartas y arrojó las primeras cuatro sobre la mesa, eran cartas del Tarot, sacó tres arcanos mayores y un menor.

—Bien, tenemos los enamorados, el as de espadas, la muerte y el diablo.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Espera un momento, déjame recordar, hace mucho que no hago esto, además la cartomancia nunca ha sido mi fuerte... El principal problema con el Tarot es que cada carta tiene varios significados: si recuerdo bien, la primera significa decisiones, equilibrio y unión; la segunda: acción, deber, sacrificio; la tercera: cambios, evolución; y la última: destino, deseo, obsesión o materialismo. Además de eso, también pueden significar literalmente lo que representa su imagen.

—¿Y en este caso...?

—Déjame concentrarme un poco... Maldición, parece que todavía no saco todo el alcohol de mi sistema, creo que no estoy operando con todas mis capacidades; pero parece ser otro aburrido caso de investigar una posible infidelidad. La persona que llamó siente que le falta equilibrio o unión en su relación, su pareja está faltando a su deber, quiere cambiar de aires y cayó presa del deseo por otra persona.

—O también podría ser que un amante asesinó a su pareja con una espada por motivos diabólicos —dijo Bertha mirando fijamente las cartas.

—Sí, también eso podría ser...

Estaba a punto de decirle: «pero generalmente el Tarot no es TAN literal», pero en ese instante el teléfono sonó de nuevo, esta vez sí llegó a tiempo para contestar.

—Habla Dante Mondragón.

—Hola, llamaba para saber si me podía ayudar —dijo una voz de mujer.

—Eso depende, ¿cuál es su problema?

—Verá, no sé cómo explicarlo, jamás había solicitado un servicio así, una amiga muy querida fue asesinada en su casa hace algunas semanas. La policía no ha hecho nada, además, hubo ciertos detalles muy extraños, demasiado raros diría yo. Me dijeron que usted se especializaba en casos fuera de lo común, si tiene tiempo me gustaría hablar con usted en persona del asunto. Podría ir a su oficina ahora mismo.

—Por casualidad, ¿hubo un arma afilada involucrada?

—¡Sí!, ¿cómo lo supo?

—Digamos que fue una corazonada —dijo mientras le dirigía una mirada a Bertha—. ¿Qué tal si mejor nos vemos a las dos de la tarde?, ¿le parece bien en el restaurante que está por Reforma, a media cuadra de la catedral? Es que estoy haciendo unas remodelaciones en mi oficina. —La verdad era que su oficina era un desastre, no había tenido tiempo, o más bien, no había tenido ánimos de limpiar ni ordenar, así que prefirió atender este caso en otro lugar.

—Me parece bien, ¿cómo se llama el lugar? Hace mucho que no paso por ahí.

—Lo encontrará, es el más cercano a la iglesia.

—O.K. entonces a las dos.

—¿Ves?, te dije que volvería a llamar —explicó luego de colgar el teléfono.

—Sí que eres afortunado.

—Y parece que tenías razón, creo que eres una natural en eso de la cartomancia.

Ella no dijo nada, pero no pudo disimular un gesto de orgullo y satisfacción. Él puso agua en la cafetera y se dirigió al baño.

—Tomaré una ducha, no vayas a mirar eh, me daré cuenta si lo haces.

—¡Ja!, como si me interesara ver tus miserias.

Le encantaba hacerla desvariar, pero en verdad la apreciaba. Había rentado ese piso hace unos ocho años, cuando volvió a su ciudad natal después de recorrer el mundo buscando conocimientos, tratando de dominar las habilidades que tenía de nacimiento. Técnicamente la había adquirido a ella como parte del mobiliario, le costó un tiempo ganarse su confianza y lograr hacer que le dirigiera la palabra, pero se habían hecho muy buenos amigos. Discutían todo el tiempo, pero se querían y preocupaban el uno por el otro.

Después de una larga ducha con agua fría, se vistió para la cita con su clienta. Le gustaba vestir de manera casual: un pantalón de mezclilla, una camisa de algodón informal, botas negras tipo militar y ya. No le tomaba más de cinco minutos vestirse. Ni siquiera tenía que peinarse, se afeitaba la cabeza desde muy joven. Se preparó un café muy cargado, sin leche ni azúcar, necesitaba urgentemente la cafeína. El sueño se mostraba reacio a retirarse aún después del agua helada. Recogió las botellas vacías en una bolsa negra de plástico, ordenó un poco el tiradero que había dejado el día anterior, y se dejó caer de nuevo en el sofá a dormitar un poco. Aún podía descansar una media hora más antes de salir.

Por poco y se queda dormido, por fortuna Bertha sabía la hora de su cita, así que le gritó un par de veces para hacerlo reaccionar.

—¡DESPIERTA, YA ES LA UNA Y MEDIA! —le avisó.

—Gracias, ya me voy —respondió levantándose de un salto, tomó su teléfono móvil, llaves y un pequeño cuaderno de bolsillo y salió a su cita—. Por cierto, se buena y contesta el teléfono mientras no estoy.

—Idiota, que no soy tu secretaria.

Con una gran sonrisa salió de su oficina/departamento. Cerró la puerta que daba al pasillo. Ésta tenía la clásica imagen de un ojo, típico de investigadores y detectives privados. Sólo que ésta tenía un pentáculo inscrito en la pupila, una ligera indicación de la especialidad de este detective en particular. Su local estaba ubicado en la segunda planta del antiguo Hotel Plaza, un edificio de seis pisos y uno de los más viejos de la ciudad, ubicado justo en la zona centro. Ya no funcionaba como hotel, ahora sus habitaciones estaban rentadas para locales comerciales y departamentos. Había conseguido el primer local, donde estaba su oficina, muy barato. Nadie se quedaba mucho tiempo ahí, decían que estaba embrujado y había fantasmas. Para alguien como él, esto fue un aliciente en vez de un detractor. Cinco años después, negoció el local de junto cuando comenzó a fragmentarse su relación con su esposa, logró un buen precio luego de ganarse la confianza del dueño.

Bajó las escaleras y pasó saludando a la empleada de la óptica que se encontraba en la planta baja. Llegó a la acera, frente al hotel estaba el Parque de los Héroes. Como todos los fines de semana, se habían congregado miembros de una iglesia protestante a escuchar a los predicadores que semana tras semana se presentaban en ese lugar a escuchar mensajes sobre el pecado y la salvación. Desde la acera de enfrente un rostro amigable le dirigió un grito.

—¡BUENOS DÍAS DANNY! AQUÍ ESTÁ SU CARRO, LIMPIO Y LISTO COMO SIEMPRE.

—GRACIAS MIKE, PERO AHORA NO LO NECESITO, VOY CERCA. MÁS TARDE NOS VEMOS —contestó alegre, despidiéndose agitando la mano en el aire. El buen Miguel, propietario de un puesto de frutas en ese parque. Lo conocía de hace años. Tenía suerte, era una zona con alta delincuencia y robos de vehículos, pero él era una de las dos personas que le permitían estar tranquilo respecto a eso. A cambio de propinas y de invitarle algunas cervezas de vez en cuando, él siempre estaba al pendiente de su vehículo durante el día, incluso le guardaba un cajón de estacionamiento en la acera cuando se lo llevaba. Además, le sacudía el polvo casi todos los días.

La otra persona era «El Gran Joe», un proxeneta que vivía en la tercera planta. A pesar de su apodo, no era para nada grande. Era más bien bajo y delgado, pero las chicas que trabajaban para él decían que la tenía como la de un caballo. Poco tiempo después de mudarse a vivir ahí, llegó gritando y golpeando la puerta de su oficina a media noche, decía que un demonio lo estaba persiguiendo y había escuchado que él sabía de estas cosas. No era cierto, la verdad era que su distribuidor le había dado una dosis de cocaína contaminada, lo que le estaba causando alucinaciones espantosas. A pesar de saber que no había nada sobrenatural acosándolo él quiso tranquilizarlo un poco, así que simuló hacer un ritual de exorcismo en su departamento. Por mera coincidencia, en ese momento, el efecto de la droga remitió y él creyó que Dante lo había salvado. Desde entonces le estaba profundamente agradecido. Y al ser conocido y temido por todos los maleantes de la zona, su auto y departamento estaban seguros durante las noches.

Después de ajustar sus ojos al intenso sol del verano en Mexicali, se dirigió a su cita. Eran solo un puñado de calles de distancia, no tardaría mucho en llegar.

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