Introducción - As de Espadas

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As de Espadas. Conquista; triunfo logrado a pesar de los problemas; actividad intensa; gestación o parto.

INVERTIDO:

Desastre o conquista seguida por un desastre; gran pérdida; muerte violenta; infertilidad.


Ella estaba ansiosa, él le dijo que lo esperara, que volvería esta noche.

La noche anterior había sido mágica, especial, pero ella deseaba que no fuera única. Cuando fue a ese bar con sus amigas, jamás imaginó lo que sucedería. Cuando ese hombre entró al lugar... no, no era un simple hombre, era un ángel, un dios griego. Ella no podía creer que existiera un ser humano así de perfecto.

Todas las mujeres presentes voltearon a mirarlo, se podía respirar el deseo y la excitación de ellas. Con disimulo unas, con descaro otras, comenzaron a abrirse el escote, a cruzar las piernas de manera sensual haciendo que sus faldas se levantaran. Otras se humedecían los labios. Las demás sólo lo miraban boquiabiertas; incluso las que iban acompañadas por sus parejas.

Pero ése hombre, quién por un instante pareció olfatear el aire como un lobo hambriento en busca de su presa, no hizo caso de ninguna más. Caminó directamente hacia ella y se sentó a su lado, le invitó un trago y comenzó a charlar. Ella era en verdad atractiva, y estaba acostumbrada a que hombres igualmente atractivos la acecharan, pero creía con sinceridad que alguien así estaba fuera de su liga. Sin embargo, ahí estaba, haciéndola reír con su refinado sentido del humor, hipnotizándola con su encanto.

Ella no era de las que tenían sexo ocasional con extraños, por lo que se sorprendió y sonrojó un poco al darse cuenta de que ella misma le había sugerido que la llevara a su casa. Sus amigas se despidieron de ella entre asombradas y muertas de la envidia. Sólo una de las cinco le aconsejó no hacerlo, pero no le importó.

Subieron a un flamante Audi gris deportivo, él le pidió su dirección y arrancaron. De camino se detuvo en una licorería a comprar una botella del mejor vino disponible. Mientras ella, tan o más nerviosa que la primera vez que tuvo relaciones sexuales hace unos ocho años, aprovechó su breve ausencia para retocar su maquillaje y ponerse un poco más de perfume.

Llegaron a su casa. Algo inquieta, se disculpó por el desorden, la verdad no esperaba regresar acompañada. Él sólo sonrió despreocupado, se quitó el saco y lo arrojó sobre el sofá. Ella fue a la cocina por un par de copas y brindaron.

Luego él la besó, ella no podía contener su excitación, comenzó a desabrocharle la camisa y el cinturón. Él bajó la larga cremallera de la parte posterior de su vestido. En segundos, ambos estaban desnudos. Sandra no podía creer la perfección del cuerpo de su acompañante, podría servir de modelo para una escultura renacentista. Y su vigor... Era incansable, hicieron el amor con tanto ímpetu, casi con furia, parecía no tener límite su pasión. La tomó en la sala, luego camino a la recámara, y de nuevo al llegar a ésta. Tanto que ella fue quien quedó agotada mucho antes que él. Cuando ella no pudo más, él se recostó a su lado hasta que se quedó dormida.

Cuando despertó por la mañana, él se había ido, pero le había dejado una nota:

«Esta ha sido la experiencia más increíble de mi vida. No salgas esta noche, espérame que volveré

-K»

«Vaya, su nombre empieza con K, ni siquiera se lo pregunté, no puedo creer que lo haya hecho con un completo desconocido. Espero que no haya creído que soy una cualquiera» Pensó, tratando de adivinar cuál sería su nombre. Había algo del medio oriente en su apariencia: unos ojos grises como el acero, piel algo bronceada, cejas negras y espesas. Trató de pensar nombres de hombre árabes con «K»: Kamil, Khalil, Karim...

Ya había oscurecido, se había puesto sexy para la ocasión: un vestido entallado negro con blanco, los zapatos con el tacón más alto que tenía. No eran los más cómodos, pero estaba segura que no los usaría mucho tiempo. Jamás dudó que volvería. Había algo en él que hacía que ella creyera cada palabra que decía como si fuera una ley escrita en piedra. De pronto se sintió algo sofocada, abrió la ventana de su habitación para dejar entrar el aire del exterior. La luz de la luna llena la bañó de pies a cabeza. Era pleno verano, la noche estaba más fresca de lo habitual para esa época en ese lugar. Sintió algo de alivio al sentir la brisa sobre su cuerpo, pero no por mucho tiempo. Comenzó a sentir una punzada en el vientre, creció y se volvió tan fuerte que apenas podía caminar. Comenzó a gritar desesperada por ayuda. El dolor la derribó y apenas podía arrastrarse por el suelo. Recordó que había dejado el teléfono sobre la mesa de la sala. Como pudo trató de arrastrarse hacia él para llamar a emergencias. Notó que el entallado vestido le apretaba en el estómago. Aterrada vio que éste se había inflamado hasta alcanzar proporciones grotescas. Gritaba ahora tanto de miedo como de dolor. El pánico sólo aumentó cuando percibió que debajo de su piel, algo se movía, como si un animal estuviera dentro de ella tratando de salir. Ya no podía más. Siguió tratando de arrastrarse, pero era más difícil ahora que tenía que hacerlo boca arriba y el dolor se incrementaba a cada segundo. Escuchó que la puerta de su casa se abría. Aliviada pensó que algún vecino la había escuchado y había venido en su ayuda.

Gritó aún más fuerte que antes esperando que quien fuera el que haya entrado la auxiliara lo más pronto posible.

Cuál fue su sorpresa cuando a quien vio acercarse fue a su misterioso amante de la noche anterior. No venía solo, tras él entró una mujer, tan hermosa como él. Al principio creyó que no era real, que era la misma muerte que había llegado por ella. Luego notó que ambos se parecían mucho, tenían los mismos ojos grises, el mismo tono de piel, el mismo color azabache en su cabello, y la misma elegancia para andar. Pero ninguno de los dos parecía sorprendido ni preocupado por su condición.

La extraña se sentó en el suelo cerca de su cabeza, tomó sus muñecas con sus manos, tenía una fuerza sobrehumana. Él se sentó sobre sus piernas, de esta manera quedó inmovilizada, mirando al techo, con el enorme bulto recién formado sobre ella.

Él sacó de un bolsillo de su saco una daga de apariencia antigua, con la empuñadura de bronce y lo que parecía la imagen de dioses paganos en la guarda.

—Qué bueno que la recuperaste —dijo la desconocida mujer—, la estuvimos buscando por años.

—Lo sé, al fin de vuelta con sus legítimos dueños —contestó él, luego dirigió su mirada a la joven—. ¿Quieres que terminemos con tu sufrimiento? —preguntó sin mostrar ningún atisbo de emoción al hacerlo.

—¡SI! ¡POR FAVOR! ¡POR LO QUE MÁS QUIERAS! —gritó fuera de sí.

Él puso la daga frente a su rostro de manera que la empuñadura tocaba sus labios y la hoja apuntaba hacia arriba, cerró los ojos y pronunció unas palabras extrañas en un idioma que no pudo reconocer.

Y ella gritó de nuevo, un terrible alarido desgarró la noche cuando la punta del cuchillo se hundió en su piel, cortando su carne.


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