Capítulo 10 - Arcano XIII - La Muerte

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La Muerte. Transformación completa; muerte y renacimiento; el fin de algo; evolución desde un estado a otro superior: cambio provechoso.

INVERTIDO:

Estancamiento, muerte, petrificación; enfermedad incurable; matrimonio roto; falta de oportunidades, esperanza deshecha.

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Dante condujo sin detenerse hasta el cementerio, no llevaba especial prisa en llegar, la idea de este encuentro no era de su agrado. Estacionó su auto cerca de la puerta principal y entró. Pocos segundos después el Jeep se detuvo detrás y una figura bajó de éste y tomó el mismo camino que Dante había seguido.

Dicho camino llevaba a la parte más antigua del panteón. El viento soplaba con mucha fuerza, levantando grandes cantidades de polvo gracias a la aridez de la zona. La misteriosa figura seguía a su objetivo varios metros tras él tratando de hacer el menor ruido posible, buscando la cobertura de tumbas y árboles cada que era posible por si se le ocurría voltear. El silbido del viento y las tolvaneras parecían hacer más fácil esta tarea. Perdió de vista a Dante cuando éste viró hacia la parte de atrás de un antiguo mausoleo. Siguiendo sus pasos, dio vuelta en la misma esquina del edificio. De pronto se quedó congelada, se vio inmersa en total oscuridad. Había atravesado una cortina intangible de negrura, cuando apenas un paso antes la luna casi llena iluminaba el terreno. Volteó hacia todos lados, pero no podía ver nada, ni siquiera la palma de su mano. Estaba a punto de gritar, la sensación era similar a estar cayendo dentro de un pozo sin fondo o estar flotando en el vacío infinito.

En eso escuchó un sonido metálico que captó su atención. Luego pudo ver unas chispas aparecer de la nada seguidas de una llama danzando temblorosa por un instante mientras se estabilizaba y comenzaba a iluminar un rostro flotando en medio del vacío. Era el rostro de Dante observándola, sujetaba su encendedor a la altura de su barbilla.

—Hola Edith, parece que no pudiste vencer la curiosidad —acusó él.

—Lo siento, pero en verdad me sentía inútil, tenía que hacer algo —dijo hecha un manojo de nervios—, en serio creo que puedo ayudarte si me dejas. No puedo quedarme sin hacer nada mientras Iván empeora a cada momento.

Poco a poco la luz de la luna comenzó a llegar de nuevo iluminando la zona como se suponía que debiera. Ahora ambos podían verse con claridad, Dante guardó su encendedor.

—Pe-pero ¿qué fue eso? ¿Tú lo hiciste? —preguntó ella refiriéndose al extraño fenómeno luminoso que acababa de presenciar.

—Bien, creo que no correrás peligro aquí —dijo él ignorando su pregunta—, pero recuerda que verás cosas muy desagradables, espero que tengas buen estómago. Sígueme, la entrada está por aquel lado.

—Y a quién vamos a visitar, si se puede saber por supuesto —dijo mientras avanzaban.

—Un viejo conocido. Era líder de una secta, de una rama muy antigua y violenta de vudú. Estaba envejeciendo y no quería... «retirarse». Así que estudió, experimentó, pactó, hizo todo lo que pudo para lograr la inmortalidad.

—¿En serio? Bueno, no lo culpo, creo que muchos quisiéramos eso.

—Tal vez, pero no a ese precio, te lo aseguro. El maldito descubrió la manera.

—¡¿Lo logró?! —exclamó Edith abriendo los ojos al máximo.

—Sí, de cierta forma. No precisamente evitar morir, pero sí descubrió el proceso para transferir su esencia, su alma, a otro cuerpo más joven. Claro que el ritual requería de muchos, en verdad MUCHOS sacrificios humanos, además del «donador» que debería también morir para dejarle el cuerpo nuevo. —Edith lo miraba boquiabierta, era demasiado inverosímil, pero su intuición le decía que todo era cierto.

»Descubrí el lugar donde hacía sus ceremonias de locura. Con ayuda de la policía irrumpimos en su «Sancta Sanctorum». Todos los miembros de su secta fueron arrestados o abatidos durante el operativo. Yo me enfrenté personalmente con el líder. Sabía que opondría resistencia para que la policía lo matara, y así poder saltar a otro cuerpo. Así que lo detuve. De esto hace unos cinco años.

Edith quería preguntar más, pero guardó silencio cuando llegaron a la puerta del mausoleo. Ésta no estaba cerrada con llave. Entraron, era un edificio de unos seis por ocho metros, había media docena de nichos a cada lado, cada uno con su respectivo ataúd y una especie de sarcófago de piedra en el centro.

—¿En uno de éstos está la persona que buscas? —preguntó Edith.

—No, sólo son señuelos, están vacíos, los verdaderos están abajo.

Dante metió la mano en un hueco en el sarcófago, se escuchó un «click» y luego empujó la masiva caja de piedra la cual contra toda suposición se deslizó con suavidad revelando una escalera que descendía hacia la oscuridad. Encendió de nuevo su mechero y comenzó a bajar por la escalera.

—Por lo general dejo que las damas pasen primero, pero supongo que no te importará que esta vez vaya yo por delante.

—Para nada, yo te sigo.

Descendieron varios metros, la pequeña llama apenas iluminaba su camino. Por fortuna parecía que él tenía familiaridad con el lugar y avanzaba de forma decidida, mientras que Edith sentía como se le erizaban todos los vellos del cuerpo y el corazón se le aceleraba a cada paso. El aire hedía a viejo, a humedad y a muerte.

Al llegar al final de la escalera, él encendió unas antorchas montadas a ambos lados de la pared, ahora podía verse mejor, el cuarto subterráneo era muy parecido al superior, sólo que era mucho más largo, al menos unas cuatro veces más. Igual que arriba, las paredes estaban decoradas por féretros de metal.

—Son todos los familiares que pudo reunir —aclaró Dante en voz baja—. Hizo exhumar todos los parientes muertos que pudo y los juntó aquí. Todo su poder lo obtiene de la muerte y los muertos, y si éstos tenían lazos de sangre con él, su poder aumenta.

Ella sólo pudo asentir con la cabeza, cualquier palabra que intentara salir se le atoraba en la garganta.

Cada tres o cuatro metros había otro par de antorchas a cada lado, las cuales él iba encendiendo mientras se dirigían al extremo opuesto del sótano. Al final, otro ataúd de piedra, similar al que ocultaba la escalera secreta, sólo que éste estaba decorado con relieves en forma de arañas.

—Ahora viene lo feo —susurró él, y empujó la losa que fungía como cubierta de la caja de piedra.

Nada, estaba vacío.

Edith volteó a ver el rostro de Dante, que lucía confundido de verdad.

—SEÑOR MONDRAGÓN —gritó una voz atronadora, profunda, cavernosa. De alguna manera se sentía que no era natural. Edith sintió que el alma trataba de escapar de su cuerpo tan sólo por escucharla—. Me honra usted con su visita —agregó con un volumen de voz un poco más bajo.

Ambos dieron media vuelta hacia el origen de la voz. Al pie de la escalera estaba una figura alta, anormalmente delgada. Estaba enfundada en una larga túnica negra con detalles púrpuras, con una capucha sobre la cabeza.

—Buenas noches Sabato —saludó Dante al recién llegado—. ¿Tratando de sorprendernos? ¿Acaso has aprendido a hacerte invisible?

—Ni uno ni lo otro —respondió el encapuchado—. Es sólo que este lugar tiene una arquitectura muy irregular, es fácil pasar sin percibir todo lo que está a tu alrededor.

Sabato comenzó a acercarse a ellos. Había algo en su movimiento que enervaba a Edith poniéndole los cabellos de punta. Se dio cuenta del por qué: su altura se mantenía constante mientras avanzaba, al igual que su desplazamiento que era demasiado uniforme, como si no diera pasos, como si se deslizara flotando sobre el suelo. Al moverse la túnica se le pegaba al cuerpo acrecentando su apariencia esquelética. Se detuvo cerca de ellos. DEMASIADO cerca pensó Edith.

La capucha y la escasa luz no permitían ver su rostro. Al comenzar a hablar, gesticuló con las manos. Esto hizo que las mangas se levantaran hasta sus muñecas mostrando unas manos secas, eran hueso cubierto con piel, piel agrietada y gris. Con unos dedos mucho más largos de lo que se suponía deberían ser y uñas también largas y puntiagudas.

—Y bien, ¿a qué debo el honor de la visita? Sé que necesitas algo, no creo que vengas sólo a socializar.

—Necesitamos saber cómo matar algo —dijo Dante sin rodeos ignorando su sarcasmo—. Supongo que sabrás como destruir íncubos y súcubos.

—Por supuesto, la muerte es mi vida. Pero eso está claro, ahora hasta mi apariencia lo denota. Bien, pero te recuerdo que ésta es la última vez que el talismán me obliga a ayudarte. Con esta sería tu tercera consulta.

—No lo he olvidado —dijo con resignación en el rostro.

—Bien, para acabarlos necesitas destruir su corazón.

—¿Eso es todo? ¿Igual que a un vampiro?

—Igual no, es un poco más difícil: armas convencionales no los afectan, cualquier daño que les inflijas lo regeneran en segundos; necesitarás un arma espiritual para hacerlo.

—Creo que tengo una.

—¡CLARO QUE LA TIENES! —espetó Sabato—. Me la robaste a mí.

—No fue un robo —contestó la acusación con algo de sorna—. La gané como trofeo de guerra. ¿Eso es todo? Recuerda que debes responder a mi petición de la mejor manera posible. —Edith no podía pronunciar palabra desde que bajaron, menos ahora que esa horrenda aparición estaba presente. Por eso le asombraba sobremanera la tranquilidad con la que Dante hablaba con él, de verdad que estaba acostumbrado a estas cosas.

—Un detalle más, debes destruirlos de día. Incluso las heridas causadas con un arma espiritual sanarán de noche, un poco más lento, dolerán más, pero no serán definitivas.

—Bien, si eso es todo, nosotros nos retiramos. No quiero importunar la paz de tu santuario.

—¿Tan pronto? ¿No olvidas algo?

—Mmmm, déjame ver... No, creo que no, nos vamos ya —dijo mientras tomaba la mano de Edith.

—EL TALISMÁN, IDIOTA, ¡TIENES QUE RETIRAR EL TALISMÁN! —rugió con la potencia de mil truenos. A través de la oscuridad de su capucha, dos luces rojas como carbones ardientes se encendieron. Dante hizo una mueca de desagrado, mientras que Edith soltaba su mano y se cubría los oídos.

—¿Retirarlo? ¿Por qué haría eso? No puedo dejarte libre. Eres peligroso. Lo sabes.

—Teníamos un trato: yo te ayudaba tres veces y tú me dejabas ir —dijo recuperando un poco la calma. Las llamas de su rostro disminuyeron, pero no se apagaron.

—Jamás dije eso, dije que si me ayudabas tres veces te dejaría en paz. EN PAZ. Tú escuchaste lo que quisiste escuchar. Cumpliré mi promesa, no te volveré a molestar nunca.

—Eres una rata traidora...

—Míralo por el lado positivo, ahora sí lograste la inmortalidad que querías —interrumpió su oración.

—¡INMORTALIDAD!, ¿A ESTO LE LLAMAS INMORTALIDAD? —gritó estallando de nuevo en cólera, mientras echaba atrás su capucha mostrando por fin su rostro. Similar a sus manos, su cabeza era sólo un cráneo con una estirada piel cubriéndolo. Más que piel parecía cuero curtido, reseco y agrietado. Sobre ella había unos cuántos cabellos escasamente distribuidos. Donde irían los ojos sólo había dos cuencas vacías, con una llama roja ardiendo en cada una, flotando en medio de la negrura. En vez de nariz sólo tenía un par de diminutos agujeros alargados como pupilas de gato. Lo más grotesco era su boca, en lugar de labios había sólo piel estirada mostrando los dientes en una perpetua y siniestra sonrisa. Edith sintió náuseas al verlo, las arcadas no se hicieron esperar, sólo las ganas de correr evitaron que vomitara.

—Tú bien sabes que la inmortalidad era algo secundario —continuó Sabato, ya no gritaba, pero lograba que su voz siguiera denotando la ira que lo consumía—. Soy un hedonista, lo que en verdad me interesa es el placer, el gozo. Para mí la inmortalidad era sólo un medio para seguir disfrutando las delicias de la vida. ¿Para qué querría la eternidad con este cuerpo marchito? No puedo sentir sabor alguno, comida, vino, no podré volver a saborearlos nunca. —Se acercó más a Edith, mucho más— Tu acompañante es muy hermosa, pero eso es todo lo que puedo percibir, lo que capto con la vista y el oído, los únicos sentidos que puedo seguir utilizando. —Edith estuvo a punto de desmayarse cuando la abominación tocó su brazo con su mano áspera como papel de lija y la fue subiendo lentamente— Apuesto a que su piel es suave y sedosa, pero no puedo sentirlo con esta piel muerta.

—Tranquilízate Edith, no puede lastimarte —dijo Dante para calmarla, luego se dirigió a Sabato—. No te lo tengo que recordar ¿verdad? El talismán te prohíbe hacerme daño, y la protección se extiende hacia ella por ser mi acompañante.

—No me lo tienes que recordar, lo tengo muy presente —contestó sin dejar de ver fijamente a Edith con sus cuencas vacías, las rojas teas de sus ojos casi se habían apagado. Dejó de tocarla, acercó la cara a la de ella. Edith respiraba muy rápido, la repulsión que sentía era inmensa y no lo disimulaba. Sabato hizo una lenta, larga y profunda aspiración por los huecos en el centro de su cara—. Lo que daría para poder oler su aroma. Pero tampoco eso puedo hacer. Imagino que su cabello huele como el rocío de la mañana; su piel, así cubierta de sudor, a espuma de mar; y su sexo, a gloria. ¿No es así Dante? —Y dirigió su mirada hacia él, alejándose un poco de ella para su alivio.

—Eso no lo sé, sólo es mi amiga. Y ya nos vamos de aquí. —Dante tomó de nuevo a Edith de la mano y tiró suavemente de ella. Ella lo siguió mientras pasaban de largo frente a Sabato.

—Tranquilízate Edith: «No hay que temerle a los muertos, hay que tenerle pavor a los vivos. Esos vivos que juzgan y no entienden, que lastiman y matan.»

Recitó Dante para calmarla un poco, ya que notaba que seguía aterrada, con el pulso acelerado, podía sentir su corazón galopar como caballo desbocado.

—Interesante cita —expresó Sabato a sus espaldas—. ¿Quién la dijo? ¿Séneca? ¿Baudelaire? ¿Poe, acaso?

—No —contestó Dante quien siguió caminando sin voltear a verlo—. Olivia Thompson.

—Oh, no conocía a esa autora.

—No me extraña. Lo dijo una niña de once años, hija de un viejo amigo, mi tocayo. Ella te hubiera caído bien. También tenía «algo» con las arañas. Lástima de la tragedia que aconteció a esa familia.

—Bien, fue una frase muy apropiada. Pero, ¿qué piensas de los muertos que están vivos?

Terminado de decir eso, cuando Dante y Edith ya habían recorrido poco más de la mitad de la distancia hacia las escaleras, las llamas de las antorchas destellaron triplicando su fulgor por un segundo. Justo después, todos los féretros que estaban en los costados del alargado sótano se abrieron y sus ocupantes comenzaron a salir de ellos. En instantes. Todo el pasillo estaba lleno de cuerpos en diferentes estados de putrefacción. Animados por la malsana magia de Sabato. Estaban rodeados.

—¡IMPOSIBLE! —gritó Dante mientras tomaba la antorcha más cercana y se la daba a Edith—. No tenías los materiales para hacer esto. —Luego tomó la antorcha en la pared opuesta lo más rápido que pudo.

—¿Qué hago con esto? —preguntó Edith al fin pudiendo articular palabra al recibir el madero en sus manos.

—¡Golpéalos! —respondió mientras le mostraba con el ejemplo. Descargó un golpe con toda su fuerza contra el cuerpo más cercano. Le rompió el cuello y la cabeza quedó colgando, balanceándose sobre el pecho. Pero siguió de pie acercándose levantando los brazos hacia ellos. Ella comenzó a golpear también por su parte.

—¿Creíste que habían desmantelado a toda mi congregación? —dijo Sabato en tono de burla—. En verdad la dañaron, la mutilaron, pero no la destruyeron. Aún me quedan algunos fieles. Me siguen obedeciendo y me han traído todo lo que necesitaba para mis rituales de reanimación, y para otras cosas. El talismán me impide atacarte directamente u ordenarles que te ataquen. Pero no me impide ordenarles que ataquen a cualquier enemigo cuando intente de salir de aquí. No eres el único que sabe hacer juegos de palabras estimado enemigo.

—¡Golpea los brazos! —indicó él mientras seguía atacando a los enemigos más cercanos—. Si los rompemos podemos evitar que nos atrapen, son lentos y no muy fuertes, pero si nos sujetan nos harán pedazos entre todos.

Edith tampoco era muy fuerte, pero la adrenalina la hacía luchar como una maniática. Sin embargo, eran demasiados, se estaba cerrando el círculo alrededor de ellos. Podían escuchar como sonido de fondo la risa de lunático de Sabato.

Dante tiró de uno de los féretros de metal de la pared. Era mucho más pesado de lo que parecía. Haciendo acopio de todas las fuerzas que le quedaban logró deslizarlo de su nicho y hacer que cayera estrepitosamente al suelo en posición vertical. Luego lo empujó hasta hacerlo caer sobre los cuerpos animados que estaban en dirección a las escaleras. Logró aplastar a una considerable cantidad de ellos. Abrió un angosto trecho de casi dos metros de largo en esa dirección.

—¡AHORA, CORRE! —gritó él apresurado. Corrió usando el ataúd como puente lanzándose con toda su humanidad contra los dos o tres muertos que aún quedaban entre ellos y la salida derribándolos. Edith corrió tras él. Por suerte, los lentos reflejos de sus enemigos no les dieron tiempo de atraparla. Ella no se detuvo hasta que estaba en el nivel superior.

Dante se levantó cansado y dolorido, pateando con fuerza las manos que trataban de sujetarlo de las piernas y corrió tras ella.

Cuando él llegó arriba, Edith estaba tratando de empujar la puerta sin poder abrirla.

—Está cerrada —balbuceó Edith desesperada.

Dante corrió hasta la puerta y comprobó lo que ella le había dicho. Se alejó unos pasos y la pateó lo más fuerte que pudo, una, dos tres veces y no se abrió.

—¡ESTÁN SUBIENDO! —gritó la chica.

Dante volteó y pudo ver un par de manos descompuestas saliendo del túnel. Corrió de nuevo hacia el sarcófago de piedra y lo deslizó para cerrar la abertura, amputando un par de brazos al hacerlo. Sintió como empujaban el monolito desde abajo, cada vez más fuerte. Era obvio que abajo se estaban reuniendo sus perseguidores sumándose al esfuerzo para abrirse paso. No podría detenerlos mucho tiempo.

—¡SIGUE INTENTANDO EDITH! ¡DEBE HABER UNA FORMA DE SALIR!

Ella respiró lento y profundo para calmarse, se concentró en la puerta. Apoyó la palma de la mano sobre ésta. Cerró los ojos un instante. Cuando los abrió, ahí estaba ese halo dorado alrededor de sus irises. Se escuchó una serie de tintineos metálicos provenientes del interior de la puerta. Edith la empujó sin esfuerzo y ésta se abrió.

Dante soltó el sarcófago, éste comenzó a moverse de inmediato descubriendo el pasadizo. Luego corrió hacia la salida. Ambos salieron casi volando por la puerta. A escasos metros, él se recargó sobre una lápida y comenzó a tomar grandes bocanadas de aire por la boca.

Edith se detuvo unos pasos más adelante al ver que él se había detenido.

—¡APÚRATE, TENEMOS QUE LLEGAR A LOS CARROS!

—Tranquila... si no me equivoco... no nos seguirán... Además, necesito aire... ya no tengo veinte... años —dijo jadeando.

Ambos miraron la puerta abierta del mausoleo. Él tenía razón, no hubo persecución.

—El talismán... con el que lo sellé en su cuerpo... también lo mantiene contenido... dentro de su sepulcro... No puede salir ni usar... sus poderes fuera de él... a menos que yo se lo permita.

Y se dejó caer al suelo apoyando la espalda contra la lápida hasta quedar sentado en la tierra, usando el mármol como respaldo. Edith al recuperar un poco la calma, permitió a las náuseas regresar a ella. Echó el cuerpo hacia adelante y vació todo el contenido de su estómago. Dante sólo sonrió al verla hacerlo, ahora respetaba a la chica mucho más que antes. Había demostrado mucho valor y entereza esa noche.

Ella se sentó junto a él, ahora también comenzaba a sentir la fatiga. Edith de pronto comenzó a revisar sus brazos y piernas con frenesí.

—¿Qué estás buscando? —preguntó él intrigado.

—Estoy revisando que no me hayan mordido.

Dante soltó una sonora carcajada. —No son esa clase de zombis —agregó sin dejar de reír—. No están infectados, son cadáveres animados con magia negra. No son contagiosos.

—Ya, no te burles. Es sólo que he visto muchas películas y series de T.V. —dijo sonrojándose de la pena, afortunadamente él no podría notar eso con la iluminación actual.

—Bueno, ya me acompañaste. Ahora sabes la clase de cosas a las que me enfrento con frecuencia. Por eso no permito que vengan conmigo, aun cuando pensaba que estaríamos seguros, me equivoqué monumentalmente. ¿Aun así quisieras seguir acompañándome?

—Criptas antiguas, muertos vivientes, magia negra, criaturas de pesadilla, peligro mortal... Dirás que estoy loca, pero creo que lo volvería a hacer. Además, creo que al final salvé tu vida, de seguro no hubieras podido escapar sin mí.

—Tienes toda la razón.

—¿En la parte en que te salvé?

—No. En la parte en que estás loca —contestó muy sorprendido. No era la respuesta que esperaba de ella.


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En este capítulo hice un pequeño homenaje (la cita que está en negritas) a otra novela de Wattpad que acabo de leer.

ALTAMENTE recomendada, la autora es: @GiselleSchwarzkopf

Y la novela se llama: Olivia

Pasen por su perfil y lean esta novela, atrapa desde el principio. (Denle click aquí abajito donde dice "Vínculo Externo")

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