Capítulo 21 - Arcano IV - El Emperador

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El Emperador: Poder, voluntad, energía, certeza, constancia, firmeza, rigor, exactitud, equidad y positivismo; realización; protector poderoso.

INVERTIDO

Testarudez, falta de idealismo; adversario obstinado; caída, pérdida de los bienes.

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Edith también aprovechó la anhelada tranquilidad para llamar a casa de sus suegros y preguntar por Iván. Estaba mejorando. Había pasado la noche más tranquila en días. Esperanzada volvió con Dante.

—¿Siempre llevas un cambio de ropa en tu auto? —preguntó Edith al verlo sacar una camisa del maletero.

—Por lo general sí, en mi trabajo es muy frecuente terminar cubierto de lodo, arena. Incluso ectoplasma y cosas peores —respondió mientras se cambiaba. Ahora ella podía ver más detenidamente los tatuajes que cubrían su cuerpo—. Buenas noticias, espero.

—¡Excelentes! —afirmó con una enorme sonrisa.

En pocos minutos al lugar llegaban varias patrullas y ambulancias. Entre ellos llegó también Carlos, casi ni le dirigió la mirada, estaba más que molesto por haber involucrado a su amiga. Dante se sentía mal, aunque no había sido él quien la había llevado, de cualquier manera, tenía algo de responsabilidad en su participación. Pero trataría de hacer las paces con él más tarde. Cuando lo hiciera, le pediría los datos de las chicas rescatadas para vigilarlas a todas por un tiempo. Quedaba la posibilidad de que el demonio se hubiera aprovechado de algunas de ellas y estuvieran preñadas.

Dante y Edith se despidieron de Selene, quien aún no podía creer todo lo que había experimentado las últimas horas. Luego se dirigieron a las oficinas centrales de AQSA. Marcos los seguía muy de cerca, ya no necesitaba esconderse.

—Aún tengo muy presente el reloj que Sabato se llevó —expresó Edith mientras se aseguraba que el cinturón de seguridad estuviera firmemente ajustado, recordaba la forma en que Dante conducía—. Supongo que sin él la rosa de tu despacho se marchitará, por lo que vi, creo que era algo importante para ti.

—Mucho. Verás, fue la última cosa que compré para mi esposa.

—No sabía que fueras casado.

—Viudo en realidad.

—Oh, lo siento mucho, no era mi intención... —se disculpó, estaba muy avergonzada.

—No te preocupes, pasó hace tiempo. Hace unos cinco años, estuvimos a punto de divorciarnos, fue en esa época cuando me mudé al lugar donde vivo ahora. Pero después de unos meses comenzamos a conversar de nuevo, estábamos arreglando nuestros problemas. Era casi como si fuéramos novios otra vez. Ese día, le compré la rosa. Tenía un trabajo que realizar. Ella se ofreció a ir conmigo. También tenía una especie de don, tenía un sentido muy desarrollado de la intuición, por ello, nunca discutía con ella ninguna decisión que tomaba. Pero lo que yo no sabía era que ella había presentido mi muerte esa noche. Por eso quiso acompañarme. Ella se interpuso entre la bala y yo —Edith casi rompía en llanto, podía ver lágrimas correr por las mejillas de Dante mientras recordaba—. De haber llevado el reloj, sin duda lo hubiera utilizado para mantenerla con vida mientras llegaba la ayuda. Pero no fue así. No pude hacer nada más que verla irse con una sonrisa. Contenta por haberme salvado. Desde ese día, puse el reloj en el jarrón para conservar esa rosa.

—Perdón, por mi culpa, por ayudarme con Iván la vas a perder

—No pasa nada, creo que fue mejor así. Ya era hora de dejarla ir.

Edith no pudo decir nada más el resto del camino. Una vez llegaron al edificio nuevo de AQSA, subieron de inmediato a las oficinas superiores. Al ir con Edith no era necesario estar en la lista de visitantes ni pedir ninguna autorización.

—Buenos días señorita Noriega —saludó Adriana al verlos llegar—. Señor Mon... digo, Dante, ¿cómo están? ¿Vienen a hablar con el señor Noriega?

—Esta vez no, Adriana —respondió él—. Esta vez vamos a ver al señor Quintero.

—Oh. Si gustan esperar un momento, le avisaré a su secretaria que lo buscan —ofreció mientras levantaba el auricular de su teléfono.

—Gracias, pero no será necesario. Tenemos algo de prisa —dijo tajante mientras se alejaron de su escritorio. No se detuvieron hasta irrumpir sorpresivamente en la oficina del director general de la empresa ignorando las advertencias de su asistente.

Rodolfo Quintero revisaba unos documentos sobre su escritorio cuando llegaron. Al principio se mostró molesto por la intromisión, pero al ver de quienes se trataba se tranquilizó. Parecía que esperaba su visita.

—Pero si es el doctor Mondragón, ¿a qué debo el honor de su visita?

—No hay necesidad de fingir, señor Quintero, creo que ya debe de saber a qué me dedico —acusó Dante. Edith guardaba silencio anonadada. Dante no le había dicho casi nada sobre lo que iba a hacer.

—No sé de lo que me está hablando, si no viene a hablarme sobre la salud de mi hijo, le pido que se retire por favor. Tengo un día muy ocupado.

—Estoy seguro que al igual que el padre de Edith, usted debe de haberme investigado a mí. Además, lo más probable es que sus cómplices alados debieron haberlo puesto al tanto también.

—¿Qué dice? ¿Alados? ¿Está delirando?

—Ya lo sé todo, Quintero. Sé que usted planeó la muerte de su antiguo socio, Alberto Aguilar, de Fernando Manríquez en ese hotel, y, por si fuera poco, también la de Sandra y por poco la de Iván.

Edith no cabía de sí. Quedó estupefacta con la boca abierta mirando a Dante con incredulidad.

—No sea ridículo, señor Mondragón. ¿Por qué haría yo esas atrocidades? ¡Salga de mi oficina ahora mismo! —bufó iracundo.

—¿Por qué? Por celos, por supuesto —explicó sin inmutarse.

—¡Voy a llamar a seguridad! —escupió el hombre mientras levantaba el teléfono.

—Cuando vine la vez anterior a este edificio, estuve mirando las fotografías del vestíbulo —comenzó a narrar ignorando las amenazas—. Cuando miré las imágenes de Alberto Aguilar, algo me pareció muy familiar. Tardé en reconocer esa mirada. Pero poco después recordé. Tenía los mismos ojos de Iván. Iván no es hijo suyo, señor Quintero, sino producto de una infidelidad de su esposa con su antiguo socio. —El señor Quintero se quedó escuchando la historia sin decir nada, poco a poco volvió a colocar el teléfono en su sitio—. Al principio no se dio cuenta, o no lo quiso creer. Pero al crecer, notó que Iván se parecía cada vez más a él. Hizo una prueba de ADN para comprobarlo. Tomó una muestra, tal vez de un vaso o un cepillo de dientes y cuando obtuvo los resultados ya no pudo soportarlo, así que ordenó asesinar a su entonces socio. La policía en aquel entonces sospechó de Noriega, ya que fue quién más se benefició por su muerte, pero jamás pudieron comprobar que hubiera sido un crimen y no un accidente.

—Vaya, vaya, interesante suposición —expresó sonriendo—. Pero, ¿y las pruebas?, señor «detective». En serio cree que con esas meras suposiciones podrá de verdad acusarme. Además, todavía no me explica cómo y porqué maté a mi hija y a ese desdichado en el hotel. Y cómo se supone que estoy causando la muerte de Iván.

—No sé exactamente desde cuándo, ni los detalles de cómo lo hizo, pero logró asociarse con una pareja de seres infernales. Ellos mataron a Sandra, a Manríquez, y casi logran acabar con Iván. Y creo saber qué fue lo que ganaron ellos a cambio de cooperar con usted.

—Muy bien, excelente historia, me gustó la parte esa de los «seres infernales». De verdad que tiene usted mucha imaginación, señor Mondragón. Pero como todo es producto de sus fantasías, obviamente no tiene ninguna evidencia de ello. No creo que nadie tomará en serio sus deducciones basadas sólo en los cuentos de un demente.

—Se equivoca, puedo probar al menos su culpabilidad en la muerte de Aguilar. Verá, ayer le hice una visita a su esposa —declaró esbozando una media sonrisa en su rostro. Pudo notar cómo Quintero perdía esa seguridad que había mantenido todo este tiempo.

—Está mintiendo, mi esposa jamás hablaría en mi contra, aún si fuera cierto lo que usted está diciendo. Ella nunca me delataría.

—Pues lo hizo, cuando me entrevisté con ella, le dije que era un detective que estaba investigando la muerte de Aguilar. Y en efecto, al principio no quiso decir nada, casi hace que me echen de su casa. Pero le dije que sabía que usted estaba involucrado, y las razones que yo suponía había tenido. Noté su asombro, pero aun así se negaba a hablar. Entonces le dije que, si no me decía la verdad, Iván moriría también. Algo en ella, tal vez su intuición de madre le hizo confiar en mí. Me dijo todo. Me contó como ella descubrió que usted había planeado la muerte de su amante. Como la obligó a callar, si ella lo delataba, usted la dejaría a ella y a sus hijos en la calle. Ella era, después de todo, una madre que haría lo que fuera por ellos. Pero fue más allá, no era nada tonta. Sabía que usted podía deshacerse de ella también, así que filmó esa conversación que tuvo con usted y la guardó, asegurándose de que saldría a la luz si a ella o a los niños les pasaba algo. Pero si sus hijos morían de manera demasiado misteriosa, casi «sobrenatural» usted podría quedar exento de sospechas.

—¡Maldita zorra! —gruñó Quintero mientras golpeaba el escritorio con el puño—. ¡Pero se va a arrepentir! —agregó poniéndose de pie.

—Demasiado tarde, en este momento debe de estar declarando con la policía. Hace unos minutos hablé con el inspector Velázquez. Salió corriendo del hospital en cuanto le informé lo que sabía. Fue directamente a hablar con ella, incluso deben de estar viendo el video justo ahora, también deben de estar buscando al autor material del homicidio, su entonces guardaespaldas.

—¿Es verdad? —preguntó Edith pudiendo al fin articular palabras—. ¿Cómo pudo hacerlo, a su propia hija?

—¡No era mi hija! Era hija de esa puta y su amante.

—Ahí se equivoca, usted nunca quiso averiguar, supuso que Sandra también era hija de Aguilar, pero no era así. Ella sí era hija suya.

—Eso es una asquerosa mentira, sólo quiere confundirme.

—Vamos, muy dentro de usted sabe que es cierto. —Quintero estaba a punto de estallar, sus ojos estaban rojos de la ira—. Ahora, sobre su relación con «ellos». ¿Qué obtenían ellos a cambio de ayudarlo a usted?

Quintero dejó caer su humanidad sobre su sillón, cerró los ojos y aspiró profundamente.

—Reproducirse, les ofrecí la posibilidad de multiplicar su descendencia exponencialmente. De hecho, ellos me buscaron, fue su idea desde el principio. Mi trabajo era asegurarme de que todas las mujeres tratadas en nuestra clínica de fertilidad recibieran la simiente de «él» en vez de la del donante elegido. Por eso hice que asesinaran a Manríquez. Su propuesta de negocios era muy buena, si los accionistas la elegían, su compañía se entrometería demasiado en la clínica, perdería el control sobre ella. Por eso era necesario evitar esa asociación a toda costa.

—Bien, eso era justo lo que había pensado. Lástima que todo terminó para usted.

Quintero dejó escapar una risa burlona.

—Crees que estoy acabado, eres un iluso. Mis amigos son poderosos. Te matarán a ti, a ella, a ese policía. A quienquiera que se interponga en nuestro camino. Me prometieron poder.

—Los sobreestima, ya destruimos a uno. La otra no tardará en caer —anunció Dante.

—¡Eso es imposible! Son demonios, inmortales.

—Es cierto —interrumpió Edith—. Yo misma vi como Dante le atravesó el corazón a uno de ellos y terminó hecho mierda.

El teléfono de Dante timbró en ese momento, lo extrajo de su bolsillo y leyó un mensaje de texto.

—Bien, parte del motivo de venir aquí era entretenerlo lo suficiente. Usted es un hombre poderoso y con contactos, había la posibilidad de que alguien le avisara lo que estaba sucediendo y tratara de salir de la ciudad. Pero ya es muy tarde, la policía está llegando en este momento para detenerlo. Fue un placer hablar con usted. Por cierto. Grabé esta conversación en la que admite haber ordenado la muerte de Manríquez. Sé que las grabaciones no son pruebas concluyentes, pero sumado a la declaración de su esposa y de Edith, servirá de algo.

Salieron de la oficina dejándolo en una especie de estupor. Parecía una estatua de cera. Edith le dirigió una última mirada llena de odio y rencor, quiso decirle toda clase de insultos y maldiciones, pero se contuvo, sintió que no valía la pena. Al llegar a las escaleras se cruzaron con unos agentes uniformados enviados por Velázquez.

—Vaya, eso explica algunas cosas —expresó Edith—. Siempre noté a la mamá de Iván algo distante con su esposo. Siempre asistiendo a eventos sociales y de caridad por su cuenta o acompañada sólo de Sandra o Iván. Nunca por él.

—Pues sí que tenía una buena razón. Bien, vamos por tu auto, lo dejaste fuera de mi oficina — dijo Dante mientras se apoyaba en un muro.

—Está bien, pero yo conduzco, te vez pésimo.

—Te lo agradezco. Ojalá pudiera dormir hasta pasado mañana. Pero tendré que salir esta noche.

—Tienes razón, por un momento creí que todo había terminado, pero no es así. Aún quedan ese par de arpías. ¿Estás seguro de que Selene estará bien? No podría vivir sabiendo que le pasó algo por mi culpa.

—No te preocupes, en serio estará bien, me lo dijo un ave.


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