EPÍLOGO - Arcano XX - El Juicio

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

El Juicio: Cambio radical, resurrección a una vida nueva; trabajo (o vida) bien hecha; voluntad para iniciar algo nuevo; buen juicio y discernimiento; poder creativo e influencia sobre la familia y la carrera laboral; capacidad de perdonar; despertar; dictamen judicial favorable.

INVERTIDO

Vacilación espiritual, debilidad, juicio o decisión equivocada; enfermedad, separación; dictamen judicial adverso; error sobre sí mismo y sobre los otros; decisión postergada.

--------------------------------------------------------------------------

—¡Pero que agradable sorpresa! Pasa, Edith —exclamó Dante luego de abrir la puerta de su oficina.

—Hola, disculpa por venir sin avisar, pero recibí tu mensaje hace rato y quise venir a verte —respondió mientras entraba y saludaba también a Bertha que estaba presente. Por poco extendía la mano para saludarla, pero recordó su fobia a los gérmenes y mejor hizo un gesto con la mano, el cuál ella respondió con una sonrisa—. ¿Es cierto? ¿Ya no tendremos que preocuparnos por «ella»?

—Así es, Qarinah ya no será ningún peligro para nadie.

—¡Pero qué buenas noticias! ¿Y la más joven?

—Seguiré buscándola, pero mientras tanto, los hechizos de protección la mantendrán alejada. De todos ustedes, incluyendo por supuesto a Selene. Por cierto, ¿cómo sigue Iván?

—Cada día mejor, no sabes cuánto te lo agradezco. Todavía no puedo creer que su padre, bueno, quien creíamos su padre haya estado detrás de todo eso. Ojalá no salga nunca de la cárcel.

—Es lo único que detesto de mi trabajo, constantemente veo lo peor a lo que puede llegar el ser humano. Pero también en ocasiones tengo la oportunidad de convivir con lo mejor —dijo mirándola con una gran sonrisa—. ¡Oh! Por cierto, déjame te devuelvo la mitad de tu pago. Me diste dos semanas por adelantado, pero sólo nos tomó una semana —avisó mientras tomaba un cheque de un cajón y lo ponía en su mano.

—¿Estás bromeando? —preguntó mientras reducía el papel a pequeños fragmentos —. Sabemos muy bien que fuiste mucho más allá de tu deber, perdiste un objeto invaluable por salvar a Iván. Además, dije que te iba a ayudar con tu viaje a Alemania. Aún estoy en deuda contigo.

—Vaya, necesito más clientes como tú —dijo sonriendo de nuevo.

—Por cierto, antes de subir me encontré a la ancianita del otro día, me pidió que te recordara sobre la conversación de aquella vez.

Tanto Bertha como Dante se pusieron muy serios al escuchar esto.

—Es Úrsula, ¿qué quieres que le diga? Es tu decisión, pero yo te aconsejaría que lo hicieras, creo que no tendrás otra oportunidad —manifestó Dante.

—Tienes razón. Ha pasado demasiado tiempo, debemos cerrar este ciclo —dijo Bertha con decisión.

—Bien, iré por ella. Tardaremos un buen rato en llegar, tendremos que subir las escaleras muy despacio. Ojalá me dejara cargarla, pero la conozco, es muy obstinada y orgullosa. ¿Te quedarías con Bertha mientras regreso?

—Por supuesto —afirmó Edith.

Dante salió en busca de la anciana. Mientras Edith se notaba algo nerviosa, parecía haberse generado mucha tensión al mencionar a Úrsula.

—Supongo que tendrás muchas dudas sobre nosotras, ¿no es así?

—Mentiría si dijera que no.

—Creo que es hora de contarte nuestra historia. Para comenzar, tengo que decirte lo que soy —dijo mientras extendía su mano como invitándola a tomarla.

—¿Quieres que...?

—Sí —afirmó Bertha.

Confundida, Edith imitó el gesto, pero casi grita del susto al sentir que su mano traspasaba la de Bertha como si fuera de aire. Sintió una ráfaga gélida congelar su mano. Al mismo tiempo que se le ponía la piel de gallina. Se llevó las manos a la boca como queriendo evitar que su alma abandonara su cuerpo.

—¿Eres un...? ¿Estás...?

—Sí. Estoy muerta. He habitado este piso por más de setenta años.

Edith se dejó caer sobre un sillón.

—Entonces, Úrsula, por eso Dante dijo que era tu hermana. No me lo podía explicar, creí que bromeaba, o que eran hermanas en otro sentido. ¡Por dios! No lo puedo creer. Siempre creí que si viera un fantasma moriría del susto. Pero no es así. Maldición que nerviosa estoy, no puedo dejar de hablar. Mejor me callo y te dejo continuar.

—Me alegra mucho que no hayas asustado tanto. Temía que salieras corriendo al darte cuenta. Pero así es, soy un fantasma y ésta es la razón: Fue hace tanto tiempo, era el año de 1941, estaba a punto de casarme, Francisco era el hombre de mis sueños, alto, guapo, varonil. Parecía un galán de cine. Por desgracia no era la única que pensaba así. Un día, mi padre y yo salimos de viaje a San Diego para hacer unas compras para la boda. Pero tuvimos un percance con el automóvil, el radiador se dañó por lo que tuvimos que regresar antes de cruzar la frontera. Teníamos que detenernos cada tanto a rellenarlo con agua. Como era fin de semana no había talleres abiertos, así que volvimos a casa. Fui la primera en entrar. Escuché ruidos en la habitación de mi hermana. Entré y... —Sus ojos expresaban una tristeza inenarrable. Parecía que lloraba, pero ninguna lágrima salía de sus ojos—. Ahí estaba Francisco, en la cama con Úrsula, a unas semanas de nuestra boda. Salí corriendo de la casa. Tomé el auto sin importarme el hecho de que estaba calentándose el motor. Conduje hasta que éste estalló. Caminé como sonámbula por todo el centro de la ciudad hasta que los pies me dolieron. Luego, cuando no pude más, alquilé una habitación en este hotel. Traté de dormir, esperaba que por la mañana despertara y todo fuera un sueño. Pero no podía hacerlo, el dolor era demasiado grande. En mi bolso tenía un frasco de pastillas para dormir. Las presiones de la boda me habían causado insomnio, así que tomaba una cada noche. Me las tomé todas, sólo dejé una ridícula nota donde les deseaba a ellos dos que fueran felices. Dos días después, el personal del hotel entró a mi habitación y me encontró en la cama, donde ahora es la oficina de Dante.

—Lo siento tanto, Bertha —dijo Edith, ahora llorando a raudales—. Ojalá pudiera abrazarte.

—Ojalá, no sabes cómo me gustaría eso. Después de eso, he estado siempre aquí, condenada a no poder alejarme mucho del sitio en el que me quité la vida. Dante me explicó que debido a la gran tristeza y dolor con la que morí, no pude cruzar al otro lado. Y sí, era tanto mi sufrimiento y mi odio, que me dediqué a ahuyentar a todo aquel que se acercara a mí. Por décadas fui la causa de que nadie quisiera alquilar el cuarto número veinticuatro. Hasta que Dante lo hizo hace casi diez años. Y mira que traté de espantarlo —dijo mientras sonreía otra vez, recordar eso parecía consolarla un poco—. Pero mientras más ruidos hacía, más objetos rompía, más parecía estar interesado en quedarse.

—No sabías con quién te metías.

—Exacto. Cuando vi que no tendría éxito, decidí hacer algo que nunca había hecho. Pensaba que así lo haría mojar los pantalones y me desharía de él para siempre: me mostré, me materialicé de cuerpo completo justo frente a él. No sabía si funcionaría, nunca lo había intentado.

—Supongo que tampoco funcionó —adivinó Edith sonriendo.

—Para nada. Lo primero que hizo fue decirme «¡Pero qué hermosa eres! ¿Por qué no te habías aparecido antes?» —Ambas rieron con esto último—. Ahora sé que sólo funciona si la persona tiene ciertas habilidades, no cualquiera puede verme aun si lo intento. Hasta ahora, sólo Dante, Daphne y tú me han visto, sin contar a ese demonio que vino el otro día. Desde entonces, poco a poco me fui mostrando con más frecuencia, comencé a hablar con él. Y pues, el resto es historia. Nos hicimos grandes amigos.

—¡Wow! Jamás lo hubiera imaginado. Eso explica por qué vistes siempre igual. No te ofendas, te ves espectacular. Creía que era una especie de uniforme. Y, ¿no hay otra manera de que encuentres el camino? O sea, ¿te quedarás para siempre aquí?

—Dante dice que sí es posible pasar, pero necesitaría deshacerme de toda la carga emocional con la que cargo, y no he podido hacer algo así.

En eso la puerta se abrió y entraron Úrsula y Dante.

—¿En dónde está mi hermana? —preguntó la anciana con el aliento entrecortado.

—Justo frente a usted, doña Úrsula —indicó Dante.

—Bertha, hermana, por favor, perdóname —suplicó la mujer—. Fui una estúpida egoísta, era una niña malcriada, estaba acostumbrada a salirme siempre con la mía. Si hubiera sabido que mis caprichos te separarían de mí, yo me hubiera quitado la vida antes de hacerte eso.

—¡Hay hermana! —De nuevo tenía esa expresión de desconsuelo. Ese llanto seco que había visto Edith momentos atrás—. Me hiciste, me hicieron mucho daño los dos. De todo el mundo jamás pensé que serías tú quien me traicionaría de esa manera.

—Ella dijo... —comenzó a decir Dante.

—No necesitas repetirlo —interrumpió la anciana—. La escucho, es más, creo que hasta puedo verla. ¡Oh hermana! Luces justo como te recuerdo.

—Espera, ¿puede verla? O sea que ella también tiene «habilidades» —murmuró Edith muy bajo para no interrumpirlas.

—No —respondió Dante usando el mismo tono de voz que Edith—, es otra cosa. Cuando una persona está muy cerca de su final, en ocasiones sus sentidos le permiten captar cosas del más allá. Recuerda todas esas historias de gente que dice haber visto a sus parientes venir por ellos cuando les llega el momento.

—Lo sé —continuó Úrsula—. No ha pasado un solo día que no me arrepienta. Recuerda que cada año, en tu aniversario, venía a este lugar. Alquilaba el mismo cuarto y me quedaba toda la noche pidiéndote perdón. Hasta que dejó de ser un hotel. Sabía que estabas aquí, pero también me hacías ver que seguías odiándome.

—Nunca te odié. Eres mi hermana, jamás dejé de quererte. Pero no podía olvidarlo. Espero que al menos tú y Francisco hayan sido felices.

—¿Francisco? No, jamás nos casamos. Él se fue a vivir a la ciudad de México poco después de que nos dejaste. Le perdí el rastro hace años, pero por lo que sé, nunca se casó. Igual que yo.

—No lo sabía, supuse que ustedes... ¡Dios mío! Creo que también les arruiné las vidas a los dos. Lo siento mucho.

—Todo fue mi culpa, Bertha. Soy la única responsable.

—Hermana, te perdono, te he extrañado tanto. No sabes cómo desearía no haber hecho esa estupidez. Haber envejecido contigo. Pasar más tiempo con mamá y papá. Me perdí de tanto por impulsiva. Ojalá pudiera...

Bertha extendió los brazos hacia su diminuta y frágil hermana, y de alguna manera que ni Dante se pudo explicar, ambas se abrazaron.

Dante y Edith no pudieron evitar conmoverse y derramar abundantes lágrimas. Después de un largo tiempo. Ambas se separaron, Úrsula se sentó en un sillón. Notaron como Bertha lucía más radiante, más bella incluso.

—Creo... creo que debo irme ahora —anunció Bertha. Ésta vez sí lloraba, sus ojos estaban húmedos por primera vez en más de siete décadas.

—Es tu momento, Bertha. No lo dejes pasar otra vez —dijo Dante mientras se secaba las mejillas con la mano—. Te extrañaré mucho, aunque eras de pésima ayuda contestando el teléfono.

—Adiós, Bertha. Ojalá hubiéramos conversado más —dijo Edith entre sollozos—. Cuídanos desde donde estés.

Bertha dio unos pasos hacia atrás. Su rostro era una mezcla de gozo y tristeza. —Nos veremos. Espero que sea dentro de mucho tiempo, no tengan prisa por alcanzarme —aconsejó mientras desaparecía poco a poco.

Dante y Edith miraron a doña Úrsula en el sillón, su rostro mostraba una inmensa felicidad. Parecía que dormía, pero Dante y Edith sabían que no era así. Ahora ella y su hermana estarían juntas después de tanto tiempo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro