Capítulo 6. Christian Grey

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Christian Grey.

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Todo marcha absolutamente perfecto.

Los últimos casos fueron archivados, los nuevos tienen pistas claras, testigos y una línea de investigación casi resuelta como al fiscal le gusta. Los niños están en casa con la señora Jones y me querida esposa en su oficina como cada día.

Al menos eso espero.

Termino de llenar el informe y me dirijo a las escaleras para bajar por el sello oficial, necesitando archivar esos expedientes lo más pronto posible. Ignoro la mirada inquieta de Mía y golpeo la puerta del jefe de la policía Abernathy.

—Grey. —me reconoce con una mirada rápida—. ¿Qué necesitas?

Le muestro las carpetas en mis manos.

—Tu firma. Luego puedo archivarlos el tiempo reglamentario.

Abernathy extiende la mano para tomar las carpetas, estampando las firmas en los espacios marcados con post-its de colores que puso Leila y me los regresa.

—Asegúrate que el fiscal tiene todo lo necesario del último caso y habla con Grey sobre la asignación de nuevos reclutas... —levanta la mirada y hace una seña—. La otra Grey.

Sé a lo que se refiere, pero aun así es molesto.

—Entendido.

Giro sobre mis talones antes de que decida compartir más información y me dirijo a la siguiente oficina, la que pertenece al capitán de los azules.

—¿Nena? ¿Estás ocupada?

Ella voltea su cuerpo hacia mi desde su posición frente al mapa, haciendo alguna clase de asignación por zonas para los patrulleros y agregando a los recién egresados.

—No, Christian, pasa.

Cierro la puerta detrás de mí, necesitando un momento con mi preciosa esposa en su informe ajustado de color blanco. Sus manos vuelan sobre mis hombros y bajan por mi pecho.

—¿Tienes tiempo?

Mierda.

Sé lo que eso significa.

Deslizo mis manos por la curva de su cintura y más al sur, deteniéndome en su culo redondo.

—Siempre tengo tiempo para usted, señora Grey.

Sus labios se curvan en una sonrisa.

—Capitana Grey.

Hago una pequeña mueca de disgusto.

—Señora Grey sigue sonando mejor para mí.

Ana sonríe y me empuja, volviendo al modo serio de nuestro trabajo y a los asuntos que hemos estado discutiendo los últimos días.

—Sobre los nuevos reclutas asignados... —comienza, pero la interrumpo porque no quiero ningún maldito novato.

—Tengo todos mis puestos cubiertos, oficial Grey. No necesito a sus chicos nuevos entorpeciendo mis investigaciones criminales.

Ana endereza los hombros y se recuesta en la silla acolchada de su escritorio para mirarme.

—Necesitan la experiencia, detective Grey. Es la única forma en que dejen de ser novatos y se conviertan en elementos útiles para la policía de Seattle. Y usted podría instruirlos.

—No.

Me gusta mi equipo de trabajo tal y como está, y entiendo que los novatos necesitan la experiencia, pero vigilar las calles algunas semanas no va a matarlos.

Podría jurar que está a punto de gruñir de frustración. Ella hace una mueca y toma del cajón del escritorio el humectante de labios con sabor a cereza para aplicarlo.

—¿Y si yo quisiera un puesto en su equipo, detective? ¿Me rechazaría?

—Por supuesto que no.

—¿Porque ya tengo la experiencia suficiente? —cuestiona con una sola ceja arqueada.

—Y porque eres mi esposa, Cerecita. Siempre habrá un lugar para ti a mi lado.

Ana sonríe y sé que de nuevo la tengo con mi lado encantador. Señala con la cabeza hacia la puerta en una petición silenciosa.

—Salga de aquí, detective Grey. Ya rogará por mi ayuda.

Concedo el fin de la conversación y salgo de su oficina para volver a mi piso, encontrando la nota de Et sobre el traslado de los expedientes al fiscal. Es una tarde tranquila y casi listos para el fin de turno.

—Hey, Chris. —Luke se mueve de un lado a otro en su silla—. ¿Tienes un minuto?

Parece ser un asunto serio, así que dejo la carpeta con las firmas en mi escritorio y me acerco al suyo.

—¿Qué ocurre?

El jodido Sawyer se pasa la mano por la barba crecida y suspira.

—Júrame que no te vas a volver todo loco y vas a atacarme o alguna mierda. Solo quiero saber si tú sabes.

—¿Saber, qué? —gruño, bastante enojado—. ¿Y por qué carajos me volvería loco?

Luke pone los ojos en blanco.

—Lo de Jamie y Phoebe. ¿Por qué mierda no los dejas verse? ¿Crees que mi hijo no es bueno para tu hija?

Cuando sus palabras se registran en mi mente, me quedo inmóvil. ¿Mi hija? ¿Mi dulce hijita de 12 años?

—¿Qué? ¿De qué estás hablando? ¡Phoebe es una niña! —golpeo su escritorio—. ¿Tu hijo la está presionando para algo?

Luke se señala con una expresión de incredulidad.

—¿Mi hijo? ¡Jamie es un chico muy respetuoso, lo creas o no! Y si Phoebe y él se gustan, no tengo nada que decir.

¿Gustarse? Pero si es una bebé, ella no sabe lo que... Una imagen de mi Cerecita cuando la conocí viene a mi mente y me detengo de gritar. Mierda, se siente como una patada en las bolas.

Ahora entiendo por qué Raymond Steele quería matarme. Giro para volver a centrarme en Luke y lo que sea que dice.

—Hablaré con mi hija primero, antes de hacerlo con tu hijo. Pero te lo digo de una puta vez Luke, mi Phoebe es una niña y esto seguramente es una broma o un malentendido.

—Bien. —Luke suspira—. Solo quiero preguntar por qué no pueden verse, cuando todos los chicos de su edad están saliendo con sus amigos y teniendo citas. No es que me quiera involucrar, solo digo que es injusto.

¿Salir, mi niña? No estoy malditamente listo para esta conversación. Necesito volver a casa y hablar con ella, con Ted para saber si ha vigilado a su hermana y a mi esposa para que le asigne alguna escolta personal.

Creí que inscribirla en una escuela de chicas sería suficiente, pero siendo tan hermosa como su madre no podía pasar desapercibida para esos pequeños chacales hambrientos.

¿James Sawyer?

Una nueva investigación ha comenzado.

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