017: "La furia de Zachary"

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El día comenzaba con hastío y amargura, una típica característica de todos los amaneceres de Zachary, pues, en primer lugar ¿Por qué debería alegrarle despertar a las seis de la mañana, para asistir a un lugar de mala muerte que no hacía más que agobiarlo y acabar con su poca paciencia?. No había nada de bueno en auto torturarse con tal cosa. Aunque internamente, prefería mil veces tal martirio que quedarse encerrado en su gigantesca casa, solo y vacío, lleno de recuerdos y peor aún: cerca de su madre.

Terminó por vestirse en su totalidad, poniendo sobre su musculosa negra una chaqueta de cuero del mismo color, típica de sus conjuntos diarios. No era alguien que se preocupara demasiado por como se veía, simplemente usaba lo que más cómodo le quedara para la ocasión, eso sí, mientras la ropa fuera en todos oscuros y de tipo poco llamativa. Odiaba llamar la atención, aunque involuntariamente, siempre terminara atrayéndola. Bien era sabido por él todos los rumores que se cuchicheaban tras sus espaldas, y aún que no le diera importancia a tales irrelevancias, se divertía escuchando lo que murmuraban sobre él a diario. Incluso habían quienes lo tildaban de ladrón y asesino. Él simplemente reía ante ello y pensaba en lo estúpida que era la ingenuidad humana de creer cualquier mierda que algún imbécil sin propósito en la vida decidiera inventar porque sí.

Aunque quizá no estaban del todo equivocados.

Tomó las llaves de su auto desde el escritorio de su habitación y, sin siquiera peinar su cabello, bajó hasta el primer piso antes de que su madre despertara y comenzara a atormentar su existencia con su simple presencia. Sus pasos mientras descendía los escalones eran decididos y pesados, apresurados pero seguros. Por un momento creyó haberse salvado de un martirio adicional de la agobiante mañana, pero no fue así, pues su madre se encontraba frente a la escalera, esperándole, con su típica mirada indiferente y poco alegre.

—Haces demasiado ruido bajando las escaleras, Auguste, no seas tan alebrestado —Espetó mientras Zachary llegaba frente a ella. La mujer de cabello negro lo miró con desdén, recorriendo su cuerpo de pies a cabeza, dándole una mirada de desaprobación, pues a aquella mujer no le parecía en lo absoluto la moda que había decidido adoptar su hijo, era simplemente repulsiva y de poca clase, para nada digna de un Laurie. Zachary sonrió con sorna imaginando lo que la mujer de ojos verdes imaginaba mientras lo veía de tal forma.

—¿Qué quieres? —Cuestionó, esperando a que su madre finalmente hablara y dejara de escrutarlo con la mirada.

—Modales, cariño —Comenzó a caminar hasta la cocina, indicándole a Zachary que la siguiera, y este lo hizo, mientras suspiraba con pesadez —No puedes venir a casa después de la escuela —Soltó, dándose la vuelta de repente, haciendo que Zachary se detuviera de golpe.

—¿Y ahora qué mierda hice?

—Nada —Tomó una copa de vino que le acercó una de las empleadas del hogar, la cual se esfumó tan rápido como apareció—. Habrá una reunión de inversionistas muy importante y no quiero dar malas impresiones —Volvió a mirarlo de pies a cabeza.

—Bien —Respondió sin demostrar interés en lo que había dicho su madre pues, de cierta forma, no le importaban en lo absoluto sus órdenes, de igual forma llegaría a casa después de la escuela.

Esquivó a su madre pasando a su lado y se dirigió hasta la puerta, sin siquiera despedirse de ella, destinado a salir de la maldita mansión a como diera lugar, o eso fue hasta que su madre habló, y de inmediato detuvo sus pasos.

—Tu padre... —Comentó, caminando hasta Zachary, haciendo resonar sus tacones por el lugar—. Se acercan los diez años de su muerte y nuestro viaje a Lyon está listo, conmemoraremos su década de fallecido a lo grande. Es lo que Auguste se merece. —Zachary soltó una burlesca carcajada ante las palabras que su progenitora soltaba. Se giró y caminó hasta estar frente a ella, mirándola con incredulidad y sorna en su expresión.

—Lo que tu Auguste se merece ya lo tiene, es la muerte —Irritó en todo frío y indiferente—. Elimíname de tus planes, no planeo asistir.

—¡Es lo menos que puedes hacer! —Alzó su voz, dando un paso al frente, tratando de encarar a su hijo, ignorando que este era mucho más alto—. ¡De no ser por tí el seguiría aquí! Eres un maldito mal agradecido.

—¡Y de ser por él yo ya no estuviera aquí! —Alzó aún más su grutural voz, creando un sonoro eco en el lugar—. Auguste puede pudrirse en el infierno y tú también, maldita ramera. No me molestes más con tus mierdas sentimentalistas sobre tu difunto marido.

Se giró y volvió a retomar su camino, ignorando por completo los llamados de su enfurecida madre. Salió del lugar azotando la puerta, haciendo que esta estuviera a punto de romperse ante tal acto. Definitivamente aquella mañana no sería tranquila y aburrida como las demás. Su día empezaba siendo aún más estresante y indeseable que los demás. Sabía que aquello no era una buena señal.

Entró a su auto, sintiendo como la sangre recorría sus venas de forma pesada, su cabeza comenzaba a doler y lo único que quería era estampar su puño contra alguien o algo. Y así lo hizo, comenzó a dar golpes al volante de su costoso auto sin ningún tipo de cuidado de lastimarse los nudillos. Un golpe tras otro, con violencia y sin detenerse a pensarlo, haciendo que el claxon del auto sonara varias veces por la violencia ejercida sobre el mismo. Soltó un grito ahogado y lo golpeó por última vez, intentando calmar su latente corazón acelerado.

Si había algo que odiaba, era recordar. Recordar al maldito de su padre, a la bruja de su madre, a su solitaria y asquerosa vida. Cuando todo se combinaba, el resultado era un Zachary violento, ansioso y capaz de destrozar el rostro de alguien sin siquiera detenerse a pensarlo dos veces. Odiaba ponerse de esa forma, la forma en la que sólo su madre lograba ponerlo. La odiaba con toda su alma. Se sentía pequeño y débil, incapaz de pelear y ser fuerte ante la principal causante de sus malos pensamientos y ira. Lo único que ayudaba para este tipo de situaciones era el alcohol o los cigarrillos, tal vez alguna chica que le ayudara a olvidar el mal rato. Cualquier cosa que le ayudara a eliminar aquél fastidioso y amargo sentimiento servía en aquél momento.

Después de unos minutos de silencio y tormentos, se decidió por fin tomar el mando de su automóvil y salir de ese maldito lugar.

Sus pensamientos seguían atormentando su cabeza a lo largo del camino, pero intentó por todo lo posible de no darles cabida en su realidad. No lo haría. No quería dejarse vencer esta vez. Sólo conduciría y se olvidaría de todo por un momento, al final de cuentas, aquel incómodo sentimiento se terminaba yendo con el tiempo.

O al menos eso esperaba.

Llegó finalmente a su otro infierno, aunque para su dicha, este menos tortuoso que el anterior. Dejó su auto en el estacionamiento y con sus típicos pesados y fastidiosos pasos, comenzó su camino hasta la entrada. Su cabeza seguía doliendo y sus puños seguían pulsantes por la violencia ejercida sobre ellos hacía pocos minutos, los apretó con fuerza y gruñó. Comenzaba a detestar ese día con toda su alma aunque apenas llevara pocas horas de haber iniciado.

Y como si su día no pudiese ir peor, en el preciso momento de llegar hasta su casillero, el director Collins lo encaró, parándose frente a él, impidiéndole el paso, mirándolo con desinterés.

—Seré claro y conciso, Auguste —Zachary gruñó con ira al escuchar aquél nombre, comenzaba a detestar en sobremanera escuchar lo que aquellas letras juntas formaban, su segundo nombre.

—¿Qué? —Soltó con desesperación y irritación en su voz grave.

—Tu tutor acaba de renunciar a seguir enseñándote matemáticas, felicidades, otra persona que huye de tí. No me preguntó el porqué —Murmuró lo último, levantando una página que sostenía sore su mano izquierda, prosiguiendo a leer lo que en esta estaba escrito—. Monroe Martínez de tercer año será tu nueva tutora. Pobre de tí si ella también termina huyendo. —Culminado lo dicho y sin darle tiempo de responder, se dió vuelta y se perdió entre los pasillos, dejando a Zachary con mil preguntas y insultos flotando en su cabeza, que para ese momento se había transformado en un caos incontrolable.

Se acercó a su casillero y este con todas sus fuerzas, generando un sonoro ruido en el pasillo, llamando la atención de todos los presentes en el lugar, algunos lo contemplaron con curiosidad y otros con miedo. Zachary lanzó su típica mirada de pocos amigos a los curiosos y estos, consumidos por el miedo que les generaba, volvieron sus ojos a sus asuntos como si nada hubiese ocurrido.

Gruñó molesto, su cabeza parecía querer estallar mientras sentía su sangre hervir dentro de sus venas. Comenzó a caminar sin rumbo alguno, quería mantenerse lejos de la multitud porque el bullicio no hacía más que hacer crecer su impaciencia y estrés, y eso era lo que menos necesitaba.

Recordó entonces lo dicho por el director, en su momento no había prestado atención a sus palabras, pero aquellas comenzaban a hacer eco en su cabeza justo en aquél fastidioso instante. ¿Por qué el pequeño mocoso había decidido renunciar a ser su tutor? Y ¿Por qué aquello le molestaba más de lo que debería?

No sabía de qué forma, pero la cercanía diaria con aquél chico le había hecho sentir de una extraña manera que ni siquiera él sabía explicar con palabras concretas, y ahora que aquella misma se había esfumado, se sentía un incomprensible vacío en su pecho. ¿Por qué sentía aquella necesidad de tenerlo cerca?

«—Mierda, este no eres tú, joder, este no es el Zachary que conozco—Se repetía a sí mismo mientras seguía marcando pesados pasos en su recorrido por los pasillos.

Y entonces, algo dentro de él se rompió mientras se encontraba perdido en sus divagantes pensamientos. Algo se esfumó, tal vez su paciencia, su compasión, su lado razonable o todo a la vez. Apretó su puño con fuerza mientras por su cabeza, imágenes que anhelaba hacer realidad comenzaban a hacer acto de presencia. Sabía que cuando el agobio del momento se esfumara, se iba a arrepentir como nunca por lo que estaba a punto de hacer. Sabía que se odiaría más que nunca, pero aquello no le impidió detenerse.

Aquél chico lo había cambiado para mal en poco tiempo, lo había vuelto alguien débil, compasivo, alguien distinto, se sentía asqueado de sí mismo. Este no era él, y tenía que volver a ser el de antes, porque sentía que un segundo más en esta situación iba a matarlo lentamente de forma dolorosa y cruel.

Su desasosiego y estrés crecían mientras seguía cautivo de su propio dilema mental. De un momento a otro la imagen de su madre hizo acto de presencia para acabar de desestabilizar más su carente mansedumbre y paciencia. Creyendo que eso sería suficiente, los recuerdos de su padre lo bombardearon y todo se combinó. El imbécil que había cobrado relevancia de la noche a la mañana, su insoportable progenitora y el  nauseabundo de su padre, todo aquello junto lo hizo colapsar, convirtiéndolo en un reactor nuclear a punto de estallar.

Y así lo hizo.

Estalló.

Y ahora no habría nadie capaz de controlarlo.

Nadie iba a poder detener lo que estaba a punto de suceder.

Apresuró sus pasos al escuchar el timbre resonar por el lugar, caminó y caminó, recorrió el edificio en su totalidad, hasta que aquello que buscaba como un tesoro en medio del océano se hizo visible en su campo de visión.

Josiah camnaba con dificultad mientras cargaba una pila de pesados libros sobre sus manos. Se tambaleaba de un lado a otro en su vago intento por no dejar que ninguno de aquellos libros tocaran el piso, totalmente ajeno a lo que sucedería tan sólo segundos posteriores.

Zachary sonrió de manera sanguinaria y entonces, caminó hasta toparse de frente con el chico, el cual no notó su presencia, hasta que el mayor lo tomó con violencia del brazo y lo lanzó sin ningún ápice de compasión al piso.

—He deseado esto tanto, como no tienes una puta idea —Gruñó mientras veía como el chico intentaba inútilmente levantarse del piso sin saber qué sucedía.

Josiah levantó su cabeza con dificultad y cuando contempló la escena frente a él, palideció por completo. Zachary lo observaba cuan león a una indefensa gacela. Aquella mirada, tan fría y oscura, atemorizante y insensible. Sintió escalofríos recorrerlo en su totalidad y entonces, comenzó a arrastrarse hacía atrás, sintiendo como el pánico invadía su interior.

—¿Q-qué estás haciendo? —Su voz, aquella tímida y aguda que hizo que Zachary sintiera una amarga y fría sensación en su pecho. Y al contrario de lo que imaginó, aquello sólo hizo aumentar su incontrolable ira.

—¿Creiste que podías llegar aquí y convertirme en alguien distinto? ¿Qué mierda planeabas? —Enervó, ganándose una mirada confusa por parte de Josiah, quien seguía retrocediendo mientras Zachary daba pasos lentos y decididos hacia él—. Oh, joder, no te hagas el confundido. Seguramente la zorra de tu hermana te habló sobre mí, te contó tanto que, viste una perfecta oportunidad para crear empatía, sabías de qué forma yo podía sentir lástima por tí. Decidiste desenterrar mi pasado y traerlo de vuelta ¡¿Cómo te atreves?! —Encolerizó, marcando sus palabras con su petrificante y fría voz grutural—. Planeaste todo, sabías cómo llevarme de nuevo a aquellos días, actuando exactamente como yo lo hice, siendo tímido y débil, estando roto y desamparado en medio de todos —Gruñó y aumentó la velocidad de sus pasos, viendo como el chico se arrastraba en el piso con expresión de terror y unos grandes ojos cristalizados.

«—¿Creíste que actuando como un patético chico indefenso podrías ganarte mi corazón? Eres patético, jamás podrías. Tan sólo mírate, un chico sin nada que ofrecer, solo, pequeño y débil. ¿En serio creíste que actuando de esa forma ibas a lograr que me acercara? Eres patético. Nunca vas a lograr cambiarme, no eres nadie. Nadie.

Y entonces, Josiah se detuvo y sintió como si su corazón fuese arrancado de su pecho. Se detuvo porque aquellas palabras habían calado en lo más profundo de su frágil ser y estaba seguro de que, lo que sea que Zachary fuera a hacerle, iba a doler menos que sus palabras.

No sabía de qué hablaba, no sabía a qué se refería con decir que actuaba como él para intentar ganarse su corazón, no entendía una mierda y para ese momento, aquellas primeras palabras quedaron en un segundo y hasta cuarto plano. Lo único que se repetía una y otra vez eran aquellas dolorosas palabras que sólo hacían eco en su mente.

Comenzó a llorar, dolía, dolía como nada había dolido desde hace mucho tiempo. Se cubrió el rostro con sus manos y comenzó a negar con su cabeza. Sabía que todo aquello era cierto, él era alguien patético, débil, pequeño, estaba solo, no era nadie. Todo aquello era cierto y escucharlo salir de Zachary sólo terminaba de destrozar su pequeño corazón.

Recuérdalo ahora y siempre, maldito cerdo, Nadie, nunca nadie te va a a querer. Eres débil y patético. ¡Eres una pérdida de tiempo! Las personas como tú mueren solas y tristes, no eres nadie y nunca lo serás.

Aquellas palabras que Jerome había dicho hacía diez años llegaron a su cabeza y cayeron sobre él como una baldada de agua fría. Negó con su cabeza una y otra vez, sabía que lo que Jerome y Zachary decían era cierto, pero no quería creerlo. Quería creer que, allá afuera, tal vez había algo de esperanza, alguien dispuesto a amarlo, necesitaba creer que eso era real. Pero entonces, abrió sus ojos, y al contemplar al chico que más amaba en el mundo riéndose de su dolor, supo que no había nadie dispuesto a amarlo.

No había nadie.

Moriría solo y triste.

Se levantó del piso y comenzó a correr, corrió lo más que pudo sintiendo sus mejillas húmedas por las lágrimas y su vista borrosa por todas las demás que intentaba contener. Se sentía más roto que nunca y sólo necesitaba estar solo, no quería seguir recordando. No quería seguir de este lado de la realidad. No quería seguir.

Zachary miró como el chico se alejaba, llorando, con su típica aura de debilidad. Sonrió para si mismo, ¿En serio aquél pequeño pensaba que ya había terminado? Vaya que estaba equivocado, la función apenas comenzaba, no era momento para huir, era momento de darle vida a la escena que tenía en su mente.

No planeaba asesinarlo, de ninguna manera, pero pensó que, tal vez una paliza le enseñaría a mantenerse lejos a partir de ahora. Tenía que darle una fuerte lección, una que no olvidara por el resto de su vida.

Corrió tras Josiah, aquél chico era lento, así que alcanzarlo no resultó tarea difícil, y peor aún, cuando el chico se escondió en el salón de música y acorralarlo se hizo más sencillo que romper sus frágiles sentimientos.

Zachary se acercó hasta él después de que intentara esconderse en un rincón y lo tomó por el pelo, lanzándolo con violencia al piso. Fue entonces cuando Josiah empezó a gritar, pidiéndole que se detuviera, que parara de hacerle daño, gritaba por piedad, pero el sosiego de Zachary se había quedado atrás hace mucho y no planeaba complacer sus demandas. Lo levantó del piso tomándolo del cuello de su suéter celeste, el cual tenía estampados gatitos por cualquier parte.

Josiah intentó huir y comenzó a forcejear, luchaba por sobrevivir aunque no tuviera ganas de hacerlo. Sabía que aquellos golpes serían efímeros comparados con las incompasivas palabras. Sabía que aquello no significaría nada, pero no quería estar cerca, así que intentó de todo para huir. Hasta que, carente de sentido común y ajeno a lo que pudiera suceder, decidió morder a Zachary con todas sus fuerzas.

Zachary soltó un sonoro quejido y entonces, su furia creció a niveles que no había visto en mucho tiempo. Empujó a Josiah con todas sus fuerzas sin pensarlo dos veces, haciendo que el chico cayera con violencia sobre el montón de instrumentos que se encontraban en el lugar, terminando por chocar con su cabeza de forma brusca con la pared, creando un sonido seco en el salón.

Zachary miró su dedo índice y este estaba rojo por la mordida que Josiah había infringido sobre él. Le restó importancia al asunto, después de todo, no había sido tan grave como imaginó en un principio. Gruñó por décima vez en el día y entonces, dirigió su mirada hasta Josiah.

Se quedó unos segundos esperando a que el chico se moviera para ir a por él de nuevo, pero nada ocurrió.

Ni siquiera un minúsculo movimiento.

No se movía.

De su boca ya no eran emitidos sollozos y quejidos. Nada ocurría en aquél chico.

El silencio reinaba en el ambiente.

Zachary se acercó con cautela al chico que yacía en el piso, en medio de los instrumentos, y entonces, fue cuando su corazón dio un vuelco y dejó de latir.

Josiah estaba tirado con los ojos cerrados, mientras un hilo de sangre recorría desde su frente hasta el piso, creando un pequeño charco de sangre al rededor de su cabeza.

Zachary se quedó estático y un escalofrío recorrió su espalda al contemplar aquella imagen frente a él.

Fue allí cuando sintió como todo su enojo, estrés y desasosiego desaparecían como el humo. Se tomó de la cabeza y negó, dando un paso atrás.

—No, no ,no ¡¿Qué mierda acabo de hacer?! —Gritó, alterándose más de la cuenta. Se acercó hasta Josiah como un flash, quitando sin cuidado todos los intrumentos viejos sobre los que el chico había caído. Lo levantó en sus brazos con todo el cuidado del mundo y se acurrucó junto a él, abrazándolo a su pecho de forma instintiva—. No, ¿Qué acabo de hacer? Por favor, respondeme, por favor no, pequeño, abre tus ojos.

Comenzó a llorar de forma desesperada mientras sostenía el inconsciente cuerpo de Josiah sobre sus fuertes brazos, sintiéndose incrédulo a la situación que comenzaba a convertirse en una realidad ante sus ojos. Abrazó a Josiah mientras lo mecía de un lado a otro, manteniéndose sentado en el piso, con sus ojos llenos de lágrimas, aquellas mismas que no habían salido en años.

¿Qué había hecho?

—¡Zachary eres un imbécil! —Arremetió contra sí mismo, en medio de la desesperación del momento, con su voz rota y lastimera, una forma en la que nunca antes había estado—. ¡Cómo mierda pudiste lastimarlo! ¡Es sólo un pequeño niño! ¡Acabas de hacer lo que te hicieron a ti! ¡Acabas de hacerle daño! ¿Cómo fuiste capaz? —Arremetió contra sí mismo.

Soltaba sus palabras sintiendo como su pecho se encogía y un extraño sentimiento de intranquilidad lo invadía. Sus desesperadas lágrimas no paraban de salir mientras su cabeza no dejaba de recordarle su estúpido actuar. Hoy se odiaba más que nunca. Había cometido la mayor estupidez de su vida. Se había dejado vencer por el resentimiento y la ira ¡Había sido débil! ¡Sentir compasión no era debilidad! ¡Esto era debilidad y el era la persona más débil y miserable del mundo! Sentía repulsión por el mismo, era alguien repulsivo.

Tomó a Josiah entre sus brazos y lo cargó, saliendo fuera del salón de música y fuera de la escuela. No podía dejar que algo más pasara, no, esta vez no sería un imbécil. Esta vez actuaría con razón, como no lo hacía desde hace mucho.

Llegó hasta el estacionamiento con prisa mientras el pequeño chico seguía inconsciente en sus brazos, aún derramando sangre desde su frente. Zachary se asustó en gran medida por aquello ¿En qué momento fue tan estúpido?

Subió al chico en el asiento del copiloto de su auto con sumo cuidado, tratando de no dañarlo más de la cuenta. Al terminar, corrió rodeando el automóvil y se subió a este, arrancándolo a toda prisa, mientras aún mantenía aquella genuina y poco común preocupación marcada en su rostro y las lágrimas aún seguían vigentes, llenando sus mejillas de manera nunca antes vista en aquél chico de mirada fría.

Salió de la escuela ignorando por completo los avisos del vigilante que intentó impedirlo a toda costa, no le importaba nada en aquél preciso momento, nada más que Josiah estaba en su mente, poco le importaban las reglas o los impedimentos, necesitaba salvarlo, porque si algo llegaba a ocurrir con el pequeño, no se lo iba a perdonar jamás.

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3781 palabras, wow. Un día digo que me ponen intranquilo los capítulos largos y al otro escribo uno casi el doble de largo de lo normal xD es que no debería de llamarme Christian sino Inés, inestable.

¡Gracias por leer! Perdón si les molestan los capítulos tan largos pero se me hizo feo cortarlo, so :(

Ohh, también ¡GRACIAS POR LAS 1K DE LECTURAS! Dios, nunca creí que llegaría hasta aquí, realmente gracias por seguir la historia, nada me hace más feliz que leer sus comentarios y saber que, al otro lado de la pantalla, hay alguien dándole su valioso tiempo a mi pequeña historia.

¡Nos vemos en la próxima actualización!

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