022: "La noche del caos"

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La noche había llegado más pronto de lo esperado ante los ojos de Josiah, quien expectante, se encontraba sobre la cama de Alaska mientras la observaba ponerse brillo labial frente al espejo. Los nervios y la inquietud lo carcomían pues, dentro de unos minutos, se convertiría en lo que siempre juró evitar ser: un adolescente que asistía a fiestas de viernes por la noche.

Anhelaba contraer algún tipo de resfriado, resbalar por las escaleras y romperse un par de costillas, cualquier cosa que le evitara tener que hacer acto de presciencia la fiesta. Odiaba la música fuerte, las multitudes, el alcohol, el bullicio de la gente, y ahora estaba a punto de vivir todos sus disgustos a la vez.

Su atenta mirada se mantenía sobre Alaska, observando la dedicación que esta le ponía a su maquillaje, la sombra de sus ojos, sus labios, el delineado tan anormalmente simétrico, sus mejillas llenas de rubor. Josiah había escuchado que esa noche vería a su hasta aquel momento, misterioso novio, quizá aquella era la razón de su dedicación por verse presentable ante los ojos del chico al que amaba. Quizá también por ello, aquella sonrisa encantadora se encontraba pintada sobre su hermoso rostro.

Josiah la miró desde la lejanía, anhelando aquel sentimiento desconocido.

—¿Qué se siente? —Preguntó de repente, mientras Alaska terminaba por ponerse brillo labial. Esta lo miró y se acercó a él, manteniendo su sonrisa.

—No es nada del otro mundo, mira —Dicho eso, se acercó al chico y lo tomó del mentón con delicadeza, delineando sus labios con aquel encantador y espeso brillo labial, dejando estos con un extraño y a la vez apetitoso sabor a frambuesa—. Y... ¡Listo! Te ves hermoso, cariño.

—Yo... —Rió por lo bajo, sintiendo sus labios extrañamente pegajosos, relamiéndonos por mero instinto—. No hablaba acerca del labial...

—¿Entonces? —Cuestión con curiosidad, ladeando su cabeza mientras guardaba su maquillaje en un pequeño bolso de color lila.

—Yo... —La miró directamente a los ojos, haciendo contacto con aquellos azules y hermosos, tanto como los suyos—. ¿Nos iremos ahora? —Preguntó inseguro, omitiendo su antigua pregunta, pues no quería borrar aquella hermosa sonrisa del rostro de Alaska con sus estupideces irrelevantes.

—Claro, pero... —Miró a su hermano de pies a cabeza, mirándolo con inseguridad mientras aguantaba una carcajada—. ¿En serio planeas ir vestido así?

—Si, ¿Qué tiene de malo? —Inquirió con inocencia, omitiendo por completo su escandaloso suéter rosa con estampado de flores.

—Respeto tu opinión equivocada, pero eso no sucederá mientras yo esté con vida —Lo tomó de la mano y lo encaminó hasta su habitación casi a rastras. Sabía que su hermano amaba los colores escandalosos y pasteles, pero también sabía que si llegaba así a la fiesta se lo comerían vivo. Y no permitiría que su pequeño fuese la burla de la noche. Sobre su cadáver aquello sucedería.

Se adentró en la habitación de su hermano y se lanzó a su closet bajo la atenta y confundida mirada de Josiah. Rebuscó entre el montón de ropa como si su vida dependiera de ello, lanzando prendas por toda la habitación, formando un completo desastre a su alrededor, hasta que finalmente dió con su cometido, sonriendo victoriosa.

—Bien, ponte esto —Le extendió a su hermano tres prendas mientras mantenía una gran sonrisa. Este la miró confundido.

—¿Qué tiene de malo mi ropa?

—Todo, ponte esto ahora que se hace tarde  —Dicho eso, lanzó la ropa sobre la cama de Josiah y salió de la habitación bajo los ojos de su hermano. Josiah observó la ropa y suspiró cansado.

Al cabo de unos minutos, ya se encontraba vestido e inconforme con lo que el espejo frente a él reflejaba. Una camiseta blanca sobre la cual posaba una chaqueta de mezclilla con pequeños rasgos, eliminando por completo aquella distintiva inocencia que Josiah solía marcar con su vestimenta. Decidió simplemente ignorar eso por lo menos esa noche, y suspirando de forma pesada, salió de su habitación, bajando las escaleras con rapidez, sintiendo como su corazón se aceleraba con cada paso que daba.

—¡Te ves hermoso! —Comentó Alaska cuando Josiah llegó finalmente. Esta lo abrazó con fuerza y lo miró de pies a cabeza, admirándose por lo lindo que su pequeño hermano se veía de aquella forma.

Estaba segura de que muchas chicas intentarían algo con él esta noche. Una lástima que ninguna pueda cumplir sus expectativas. Y aunque lo lograran, ella jamás lo permitiría.

Al parecer su instinto de sobreproteger se mantenía vigente.

—Chicos, recuerden estar aquí antes de las doce —Habló su padre haciéndose presente a la habitación, entregándole las llaves de su auto a Alaska, pues era la única de los dos que sabía conducir—. La responsabilidad es tuya. Si algo llega a sucederle a Josiah, jamás volverás a salir de casa —Le apuntó con el dedo de forma severa, llegando a asustar a Alaska con sus palabras.

—¡Yo puedo cuidarme solo!

—Si si, claro —Le restó importancia a lo que su pequeño decía y abrazó a ambos a manera de despedida—. Antes de las doce, recuérdenlo.

Dicho aquello, ambos adolescentes salieron de casa y se adentraron al automóvil, comenzando su corta travesía, pues la casa de Noah y Venus quedaba a tan sólo diez minutos. El viaje fue silencioso pero no incómodo, pues la mente de Josiah se mantenía demasiado ocupada llenándolo de inseguridades como para ser capaz de entablar una conversación. Se sentía nervioso y asustado, no podía negarlo.

—¡Llegamos! —Soltó Alaska, sacando a Josiah de golpe de sus pensamientos, viéndose envuelto de forma repentina por el bullicio de la música que provenía desde la casa.

Frente a ellos se encontraba una bonita casa de dos pisos, similar a las demás del suburbio, uno que parecía muy pacifico y de gente religiosa de no ser por el céntrico hogar del que provenía una escandalosa música alta acompañada de luches neón que rodeaban la casa en su totalidad, pintándola de distintos colores cada treinta segundos, junto a ello el montón de personas en la entrada, bailando y bebiendo como si el mundo fuese a acabarse en un par de horas. Josiah miró aquello aterrorizado.

—¿No vienes? —Habló Alaska frente a él, mirándolo desde la ventanilla ya fuera del auto.

—Yo-yo me quedaré aquí —Encogió sus rodillas y subió sus pies al asiento abrazándose a sí mismo. No sabía porqué, pero un incómodo presentimiento lo invadía, como si algo horrible estuviera a punto de suceder allí dentro y aquello lo hacía temblar de forma inexplicable. No sabía que estaba sucediendo, pero ya no quería estar más en ese caótico lugar. Quería volver a casa y ni siquiera había entrado.

—Ven, no sucederá nada, estaré contigo toda la noche cuidándote —Le sonrió de forma apacible a manera de calmarlo y lo tomó de la mano, ayudándole a bajar del auto con cuidado.

Alaska lo tomó de la mano y se adentró en medio de la multitud hasta la puerta de entrada, llevando casi a rastras a su pequeño hermano tras de ella. Josiah se sentía incómodo y fastidiado caminando entre tantas personas, su corazón latía a mil por hora y sus piernas temblaban. Se sentía observado, como si todo el mundo estuviese viéndolo y juzgándolo; pero la realidad era que nadie si quiera notaba su presencia en el lugar.

Creyó que todo el caos estaba afuera y aquello le tranquilizó por fracciones de segundo, hasta que cruzó el marco de la puerta y se vió envuelto en más caos y bullicio, cosa que lo hizo eliminar sus esperanzas de encontrar paz en ese lugar. Alaska seguía caminando sin detenerse, en medio de parejas devorándose sin compasión, personas bailando mientras rozaban sus partes privadas de forma poco común y ebrios tirados en los sillones, hasta que finalmente se detuvo en la cocina, donde parecía reinar la tranquilidad, pues sólo se encontraban dos personas en el lugar: Monroe y Venus.

—¡Al fin llegas! Por dios, te hemos estado buscando como desgraciadas toda la noche —Aludió Venus, mirando a Alaska de pies a cabeza mientras le daba un sorbo a la botella de cerveza que tenía sobre su mano. Alaska le sonrió y se acercó a ellas, abrazándolas a la vez.

—Ven, Trevor está en el patio trasero esperándote desde hace media hora, ¡Nos preguntaba por ti cada cinco segundos! —Venus tomó de la mano a Alaska y casi a rastras la sacó de la habitación ante la atenta mirada de Josiah, quien observaba como su hermana lo dejaba solo para estar con su novio después de haber prometido que estaría con él toda la noche.

Y aunque no quisiera admitirlo, aquello rompió su corazón de una manera inexplicable y efímera.

El pequeño Ojiazul suspiró cansado, desviando su mirada hasta Monroe, quien parecía escribir en su celular con la velocidad de flash en sus dedos, hasta que ésta notó la mirada del pequeño sobre ella y se detuvo, mirándolo con una extraña sonrisa en su rostro, guardando su celular de forma disimulada. Acción que extrañó a Josiah.

—¡Hey Joss! Te ves muy guapo esta noche, las chaquetas se te dan bien. —Le sonrió mientras observaba de reojo hacia la puerta, como si esperara que alguien entrara por ella en cualquier momento.

Josiah sonrió de forma pequeña y con sus mejillas sonrojadas, agachó el rostro y miró al piso sin saber qué decir, comenzando a sentirse incómodo, nervioso y asustado. Hasta que la puerta se abrió de golpe sacándolo de sus pensamientos.

—¡Te lo juro! Si me llamaste para nada, te voy a... —Irritó Noah, entrando a la habitación de forma alebrestada mientras llevaba una botella cristalina sobre su mano. Sus palabras se detuvieron de golpe al notar como unos grandes ojos azules se habían posado sobre él. Aquello hizo que una sonrisa apareciera de forma inmediata en sus labios—. Ho-hola, ¡No sabía que estabas aquí!

Sin más, Noah se acercó a Josiah con una gigantesca sonrisa en su rostro y lo envolvió entre sus brazos, en un cálido abrazo que hizo suspirar de forma inconsciente al pequeño ojiazul.

—Llegue hace un minuto —Habló Josiah de forma pequeña mientras el mayor aún seguía escondiéndolo en su pecho en un abrazo que se volvía más incómodo con el pasar de los segundos, tanto así que, cuando terminó, Josiah dió un paso atrás, distancia que poco después Noah volvió a recortar, al acercarse al pequeño y rodearlo por la cintura con su brazo.

—¡Bien! Iré con las chicas, espero se diviertan, ¡Recuerden siempre la moderación... Y la protección! —Recalcó lo último antes de salir por la puerta, dejando a un Josiah con una expresión de incertidumbre al no saber a qué se refería la alegre joven de cabello colorado.

De forma sorpresiva, Noah se separó de Josiah y se dirigió hacia una estantería que se encontraba en el lugar, al abrir esta, un montón de botellas cristalinas de líquidos coloridos y claros se hicieron presentes en el campo de visión de Josiah, quien observó cómo el adolescente comenzaba a sacar un par de ellas para después mezclarlas de una copa de cristal, combinando aquel color rojizo y hermoso con un vodka más cristalino que el agua del grifo.

—¡No sabes lo delicioso que es esto! —Habló en un tono extrañamente más alegre de lo normal, cosa que Josiah captó de inmediato—. En unos segundos tú no sabrás ni tú puto nombr...

—Yo no bebo —Interrumpió el menor, mirando a Noah con una ceja levantada en una expresión de inseguridad y disgusto.

—Las primeras veces siempre son difíciles... —Comentó acercándose a Josiah con la copa en la mano, hasta estar cerca de él para acto seguido, acercarse a su oreja—. Pero al final de cuentas, resultan ser las mejores de tu vida. —Murmuró en su oído, haciendo que un escalofrío recorriera la espalda del pequeño—. Ten bebe un poco —Extendió la copa al chico.

—Yo... no quiero, no bebo yo-

—¿No lo harás? —Cuestionó con su voz repentinamente rota y débil—. ¿Ni siquiera por mi? ¿Por tú mejor amigo en el mundo? ¡Vamos, una copa y es todo! No sucederá nada si bebes una copa hombre, el mundo seguirá su curso.

Josiah lo miró expectante. Inseguro, tomó la copa y la analizó por un par de segundos. Se había prometido jamás beber, jamás fumar y jamás probar drogas, pero se sentía presionado, no quería hacer sentir triste a Noah, no quería creer que arruinaba la noche por ser un aguafiestas, así que sin pensarlo demasiado, llevó la copa hasta sus labios y dio un gran sorbo a la bebida, preparando de forma inconsciente su garganta para lo que estaba por venir... Pero no pasó nada.

Aquello era dulce y delicioso, tanto como las fresas. Sabía a fresas.

Y le había encantado.

Dio otro sorbo, esta vez uno más grande, y después otros, cada vez más grandes que el anterior, aquellos sorbos de la copa crecían cada vez más, tanto como la sonrisa en el rostro de Noah, que apreciaba la escena con un extraño brillo en sus ojos y una gran sonrisa en su rostro. Sabía que el pequeño lo iba a amar, pues la sustancia extra que había en la bebida era insabora e incolora. Jamás lo iba a notar. Aquello le hizo feliz, pues el plan marchaba como lo había planeado. Todo parecía ser perfecto en aquel momento.

Unos minutos más bastaron para que el pequeño ojiazul hubiera ya probado más de seis copas, lo que bastó para que su campo de visión comenzara a ponerse borroso y el mundo comenzara a moverse de un lado a otro, haciendo que por poco cayera de lleno al suelo, de no ser por los brazos de Noah, que lo arroparon justo antes de caer de forma dolorosa.

—Estás mal... —Habló en su oído, haciendo que Josiah sintiera un pequeño escalofrío—. Ven conmigo, te llevaré a un lugar tranquilo.

Y después de escuchar aquellas palabras, el mundo se detuvo para Josiah, pues la inconsciencia lo arropó para apresarlo de su oscuro manto. Nada había allá afuera más que oscuridad y silencio, aunque realmente, allá reinaba el caos y descontrol de una noche llena de excesos y despreocupaciones, una alegre y feliz para todos los presentes, o más bien casi todos.

Pues aquel corazón acelerado indicaba la preocupación y el desasosiego, sus manos inquietas y su cabello despeinado, todo aquello le daba una imagen atractiva y a la vez decadente, tanto así que, cuando cruzó el marco de la puerta, atrajo unas cuantas miradas curiosas hacia el. Más de las que hubiese deseado.

El caos lo invadió, el olor a alcohol y marihuana, las chicas queriéndose acercar a él de forma poco cristiana, pero el sólo se alejó e ignoró a todos. No, aquella noche su fin no era embriagarse hasta la inconsciencia y follar, había una razón por la cual estaba allí, y mierda, sabía que no era el descontrol.

Zachary se abrió paso entre la multitud, empujando a algunos ebrios sin compasión alguna mientras sus divagantes y hermosos ojos verdes vagaban por el lugar, examinando a detalle cada maldito rostro, cada rincón, frustrándose de inmediato al no ver a su objetivo por ningún lado. Ni Josiah ni Noah y tampoco Jerome parecían estar en la sala, aquello lo alarmó.

Se encaminó hasta la cocina, pero no había nadie. En el patio trasero tampoco parecía estar alguno de los tres nombrados, ninguno daba señales de vida y aquello no significaba nada bueno. Las palabras escuchadas aquel día en la biblioteca vagaban por su cabeza y todo aquello se entrelazaba con recuerdos que desearía olvidar ¿Que podría estar pasando ahora? ¿Que estaría sucediendo con Josiah y Noah? Aquellas preguntas bombardearon su cabeza una y otra vez, aquello sólo le invitó a seguir buscando sin rendirse, ignorando al montón de chicas que intentaban acercarse a él cada maldito minuto. No era momento para estupideces.

Mientras tanto, Josiah se encontraba sentado sobre una gran y hermosa cama, cómoda y suave en la que deseaba recostarse y dormir diez horas, no pedía mas, pero las manos de Noah acariciando su torso desnudo evitaban aquel deseo. Quería alejarlo, decirle que parara y que lo dejara dormir, pero las palabras no salían, no sabía que estaba sucediendo e incluso hasta había olvidado dónde mierda estaba, sólo sabía que no quería estar ahí.

—¿Esto irá bien, si? —Murmuró Noah en su oído, mordiendo su oreja de forma coqueta—. Te daré la mejor primera vez de tu vida.

—¿Mi-mi primera vez? —Cuestionó Josiah intentando alejar su rostro.

—Claro... Ven —Dicho aquello, tomo al semi-inconsciente chico y lo subió sobre su regazo, para comenzar a besar su cuello de forma impaciente y acelerada, sacándole pequeñas risitas a Josiah, quien inconscientemente, comenzó a jugar con su cabello. En su ebria e inocente mente, aquel chico solo estaba jugando algún juego extraño, el intentaría seguir la corriente, dejaría que hiciera lo que el chico quisiera. No tenia las fuerzas suficientes para impedirlo.

Mientras aquello sucedía, Zachary abría las puertas del pasillo de forma impaciente y poco cuidadosa, encontrándose en algunas habitaciones escenas que desearía jamás haber visto. Pero aún así no se rendiría, no hasta dar con Josiah. No podía dejar que algo malo le pasara. No, el ya lo había lastimado mucho, lo había tratado como la mierda, ¡El chico no merecía esas mierdas! Era un pequeño asustado e inocente que no había vivido lo suficiente aún. No podía permitir que acabaran con su inocencia de esa forma. Sobre su cadaver aquello iba a suceder.

Siguió abriendo puertas, algunas habitaciones vacías, otras no tanto, el pasillo se terminaba igual que su paciencia, su corazón se aceleraba con cada paso que daba mientras su mano formaba un puño cerrado que no indicaba nada bueno a futuro.

No sabía que era lo que pasaba por su mente, no podía explicar qué sentía, tampoco podía pensar que haría.

Y tampoco siguió cuestionándose aquello, pues justo en el momento en el que aquella puerta se abrió de golpe, se dibujó una escena que dejó su mente en blanco y congeló su cuerpo de forma instantánea.

Estaba seguro de que esta vez, nadie podría detenerlo.

No planeaba detener lo que estaba a punto de hacer.

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