Capítulo 11. Ethan.

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—... Entonces, ella solo dijo "es genial, Et". Fue como, ¿Qué carajos? ¿Te parece bien?

Lanzo otro trozo de galleta en mi boca y lo mastico con fuerza, como si eso liberara un poco de toda la frustración que estoy sintiendo ahora. Melissa suspira, tomando otro sorbo del frapuchino con su popote.

—Tienes razón, no está bien.

¡Al fin alguien me comprende! Sabía que no estaba equivocado, aunque sigue siendo confuso.

Entrecierro mis ojos hacia la chica frente a mi.

—¿Y qué piensas? —definitivamente necesito una segunda opinión.

—Que eres un idiota.

¿Idiota? Bueno, eso también lo dijo Sawyer.

—¿Podrías ser más específica?

—Si, claro —lanza un mechón de rizos rubios sobre su hombro antes de hablarme—. Eres un idiota por salir con una chica y pasar toda la cita hablando de otra.

Ah, mierda. Eso. Tengo qué concedérselo.

—Lo siento, tienes toda la razón, estoy... —dejo la frase incompleta, al tiempo que niego con la cabeza.

¿En qué carajos estaba pensando? Es obvio que no consigo hacer las cosas bien.

—Pero... —continua Melissa—. Es obvio que aún te importa, ¿Por qué no estás intentando volver con ella, en lugar de salir conmigo?

—Porque es confuso. —admito.

La Leila de antes era fácil de leer, sabía cómo iba a reaccionar. La chica que es ahora parece insegura incluso sobre si misma.

—¿Por qué es confuso? —sus cejas se alzan en interrogación—. ¿Ella quiere volver contigo si o no?

—No lo sé.

Y esa es la única certeza que tengo.

Melissa termina su frapuchino manteniendo sus ojos claros en mi, levantando los hombros ligeramente antes de sugerir.

—Pues averígualo.

Parece sencillo, estoy seguro que si le pregunto a Christian o a Luke me dirían lo mismo, que sea directo. Tal vez eso es lo que debería hacer.

Decido dar por terminado el tema y ahorrarle el sufrimiento a mi acompañante. Me ofrezco a pagar la cuenta de ambos cafés y postres porque sigue siendo una cita, aunque fuera una muy desastrosa.

Salimos de la cafetería y Melissa señala su auto al final de la calle. Es la tarde de un día lluvioso, así que está más oscuro que de costumbre y tal parece que la elección de mi cita de beber café fue la correcta.

—Entonces, supongo que no habrá otra cita. —dice, y sus mejillas se sonrojan.

—No lo creo, no.

—Tengo qué decir que ni siquiera es la peor cita que he tenido. —su mirada nerviosa va de un lado a otro, luego finalmente se clavan en mis labios—. ¿Al menos vas a besarme?

Oh.

Estoy a punto de preguntar si de verdad quiere que la bese cuando se acerca, poniendo sus manos sobre mi pecho con un ligero toque.

Es solo un beso, me repito.

Apoyo las manos torpemente en su espalda en un incómodo abrazo, luego presiono mis labios en los suyos, percibiendo el aroma a café. Supongo que está disfrutando el beso porque desliza sus manos más arriba, hasta la parte posterior de mi cuello para que no me aleje.

Sus labios regordetes se abren ligeramente, profundizando nuestro beso y tomándome por sorpresa. Antes de que me dé cuenta, mis manos ya están apoyadas sobre la generosa curva de su cadera.

Presiono ahí, provocando un gemido de su parte.

—Ethan...

Cuando mi nombre sale de sus labios, lo pierdo. Cierro los ojos y dejo que mis manos vaguen aún más bajo hasta las piernas de Melissa, levantándola para sentarla sobre el capó de su auto.

Sabe a café y dulce, y algo nuevo. Aún no decido si es bueno o malo, pero es confuso.

¿Por qué no puedo tener mis pensamientos claros?

Melissa me empuja para que me aparte un momento después, con expresión sonrojada, jadeante y ojos brillantes de excitación.

—Creo que debería irme ahora —se acomoda la blusa que se deslizó un poco más arriba con el movimiento—. Gracias por el café.

No sé qué debería contestar, así que permanezco en silencio mientras ella se baja del capó y abre la puerta del auto. La sostengo para que entre.

—Adiós, Ethan.

—Adiós, Melissa —agito mi mano, esperando que su auto se aleje.

Mierda, ¿Qué fue todo eso?

No tengo prisa por volver a casa, así que subo a mi auto sabiendo que estoy cerca del edificio de Christian y que necesito un consejo. Me detengo en una panadería por galletas y panecillos antes de dirigirme ahí.

Bien podría ser una visita social para ver cómo están y si necesitan ayuda con el bebé. Estaciono a una calle de distancia y bajo llevando la caja hasta el vestíbulo de Escala.

—Buenas tardes, soy Ethan Kavanagh —muestro mi identificación—. Busco a Christian Grey.

El hombre me mira y luego a la credencial.

—¿Lo están esperando?

—No.

Levanta el teléfono de su mostrador, repitiendo mi nombre en la línea y asintiendo con la cabeza. Cuando cuelga, señala el ascensor.

—Ahora puede pasar, señor Kavanagh.

El olor del pan recién horneado me acompaña cuando entro en el aparato y mi estómago gruñe un poco en protesta. Acabo de beber un café y tomar galletas, no debería estar hambriento.

Las puertas del ascensor se abren con el timbre, y una extraña puerta de madera oscura es lo primero que veo. Christian abre un segundo después.

—Hola Ethan —estrecha mi mano libre—. Pasa por favor.

—Gracias.

Entrego la caja antes de señalar la puerta con el pulgar.

—¿Haciendo algunas mejoras?

—Mierda, si —se ríe—. Ya no más visitantes sorpresa.

Mis cejas arqueándose es la única respuesta que doy. Christian me lleva hasta la encimera de su cocina.

—¿Cómo están Ana y el bebé? —pregunto bajito, en caso de que estuvieran dormidos.

—Bien, gracias. El bebé duerme justo ahora porque le di un baño —estira los brazos para que vea su camisa blanca mojada—. Ana se está cambiando.

Evito hacer preguntas sobre el parto o la recuperación, así que mantengo el tema neutral y sobre el trabajo.

—Me alegro que estén bien. ¿Cuándo vuelves?

—La próxima semana.

—¿No es muy pronto?

—Si, pero temo por mi unidad si es cierto que Luke está a cargo.

Debería.

—Lo está —confirmo.

Sus cejas se fruncen como siempre, pero su gesto se relaja a medida que su esposa sale de la habitación y se dirige a nosotros.

—Hola Ethan, es bueno verte —toma una de las galletas cuando se recarga en la encimera—. ¿Cómo va todo?

—Confuso.

Las cejas de Grey bajan de nuevo, pero es su esposa quien luce sorprendida. No quiero señalar que es realmente su consejo el que busco.

—Con Leila. Estoy confundido y tiene qué ver con ella. —agrego.

—¿Por qué es confuso? —pregunta Christian.

Pero no es su respuesta la que espero, es la de Ana y sus ojos conocedores.

—Es confuso porque estás escuchando aquí —pone su dedo índice contra mi sien—. En lugar de aquí —su pequeño dedo se mueve y apuñala mi pecho a la altura de mi corazón—. Sabes de lo que hablo. Y gracias por los bocadillos.

Toma un par de galletas y gira sobre sus talones de vuelta a la habitación. Christian gruñe algo bajito que no alcanzo a escuchar mientras me quedo ahí con la vista puesta en el cielo nocturno de Seattle y las palabras de su esposa.

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