Capítulo 33

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Hola de nuevo <3 Me encanta haber despertado vuestra compasión por el pobre Draco. Vamos a por el nuevo capítulo, con el que se va a acercar un poco la pareja.

*Mulled wine: Es un vino especiado que se toma en algunos países en Navidad (a mí me ENCANTA), consiste en vino tinto con frutas, especias, miel y algún licor.  Se toma caliente.


Capítulo 33

I've gone and fucked things up just like I always do / But all that shit seems to disappear when I'm with you.

He ido y lo he jodido todo como hago siempre / pero toda esa mierda desaparece cuando estoy contigo.

Staind – It's been awhile


DRACO

Granger regresó a la Residencia la semana siguiente y, de nuevo, subió a su habitación en vez de mandarle un mensaje como ya estaba acostumbrada. Cuando Draco abrió la puerta, vio que su tutora estaba muy abrigada, así que dio por hecho que hacía bastante frío en la calle.

—He venido a buscarte —informó ella eficientemente—, el Ministerio de Magia quiere darte la oportunidad de comprar algunos regalos de Navidad en el Callejón Diagón.

Draco la observó desde el interior de la habitación. Apretó la mandíbula.

—No tengo dinero —dijo.

Esas no eran palabras que él hubiera estado acostumbrado a decir antes, desde luego que no. Los Malfoy eran una de las familias más ricas de toda la Sociedad Mágica europea, pero ahora habían caído en la mayor de las desgracias: todos sus bienes habían sido expropiados, así como su mansión. Draco sabía que eso no les había sucedido a todos los ex mortífagos, pero sí era algo habitual: las personas juzgadas y enviadas a Azkaban podían ser despojados de todas sus pertenencias como parte de la condena.

Cuando Draco saliera de la Residencia, tendría que buscarse la vida. Era algo en lo que prefería no pensar, en realidad, pues le generaba ansiedad.

Hermione entró en su habitación sin pedirle permiso y cerró la puerta a su espalda. Él solo la observó un instante mientras se quitaba los guantes. Tenía las orejas rojas por el frío y el cabello un poco mojado. Quizás nevaba fuera.

—No necesitas dinero. El Ministerio te concede seis galeones para que realices compras navideñas.

Seis galeones. Seis putos galeones. Probablemente eso costaba un rollo de papel higiénico en Malfoy Manor... pero, ¿qué podía decir? En realidad, seis galeones eran mejor que nada. Solo había un problema: no había nada que Draco quisiera comprar.

—No hace falta —dijo, caminando hacia el otro lado de la pared. Se apoyó en el muro blanco, justo en el lugar en el que, mil veces, había imaginado una ventana—. No tengo que comprar nada.

—¿Estás seguro, Malfoy? —insistió Hermione.

—No me sobran seres queridos, Granger.

Y no lo dijo con la intención de dar pena, sino como una dura constatación de su realidad. Ella chasqueó los labios antes de encogerse de hombros.

—Seguro que a tu tía le hará ilusión que le compres algún regalo por Navidad. Te ha invitado a pasar las fiestas con ella.

Eso eran noticias nuevas para Draco, que no tenía ni idea de que eso hubiera sucedido. Enarcó una ceja rubia y miró a su tutora con desconfianza.

—¿Mi tía Alcacia? —preguntó.

Hermione asintió con la cabeza.

A decir verdad, Draco habría creído que ella no querría volver a verlo nunca. Bastante había tenido con los malditos destrozos que había provocado en la noche de Halloween y, además, el lío en el que había estado a punto de meterla. Si Potter y Weasley no hubieran decidido creer directamente a su tía, si hubieran tomado la varita y analizado los últimos encantamientos realizados con ella... lo habrían descubierto todo. Le parecía increíble que su tía no lo odiara.

—No sé si debería ir —contestó.

El tono lastimero y vulnerable que se distinguió en su propia voz le hizo enfurecerse. Draco se aclaró la garganta y apartó la mirada, evitando que Granger pudiera adivinar sus pensamientos.

—Claro que deberías —opinó la Gryffindor—, a tu tía le gustará tenerte en casa en Navidad. Ninguno de los dos debería estar solo.

—¿Incluso después de lo que hice?

No habían hablado de eso desde esa noche. Al igual que no hablaban de las veces que se liaban y luego se insultaban, ni de la tensión creciente que los rodeaba cada día que volvían a encontrarse.

Granger se tomó su tiempo para contestar.

—Abrígate, ¿de acuerdo? —dijo con voz suave—. Te esperaré en el recibidor principal de la Residencia.

***

El Callejón Diagón estaba tan transitado como siempre en Navidad. Montones y montones de magos y brujas corrían de un lado a otro, con enormes carros llenos de compras que realizaban en todos los establecimientos. Algunos niños se encontraban en alguna esquina con sus amigos de Hogwarts y se saludaban enérgicamente.

Todo a su alrededor parecía un mundo de luz y de felicidad. Draco se sentía incómodo; no encajaba allí. Recibió algunas miradas un tanto sorprendidas por parte de magos que no esperaban ver a Draco Malfoy en libertad, o al menos no en el Callejón Diagón, pero nadie se atrevió a decirle nada malo. Él los ignoraba, a pesar de que casi podía leer las mentes de esas personas. Lo veían con Hermione Granger, todo el mundo imaginaba: «será su tutora en el PRASRO, pobre Granger». Sí, era mejor ignorarlos.

—¿Has pensado en qué le gustaría a tu tía?

Draco negó con la cabeza. No conocía a Alcacia, apenas tenía una sola pista por la que empezar. Él siempre había comprado los regalos de Navidad junto a su madre, pero era Narcissa quien sabía exactamente qué necesitaba cada persona: apuntaba en una lista varios nombres de familiares y amistades a quienes comprarles un presente y luego visitaba todas las tiendas de forma diligente, eligiendo el regalo perfecto para cada uno.

—¿Un enano para el jardín? —preguntó, dubitativo.

Para su sorpresa, Hermione se echó a reír. No imaginaba que él pudiera hacer que se riera, nunca había sucedido antes. Ambos se quedaron parados en medio del tumulto del Callejón Diagon y Hermione se acercó un poco a él. La extraña electricidad que tan loco le volvía, regresó cuando notó que casi se tocaban. Casi.

—Esos enanos son horribles, son criaturas groseras y crueles —opinó ella—, además, tu tía tiene más que suficientes. ¿No? Según el Boletín Oficial de criaturas animadas e inanimadas del Mundo Civil, los enanitos de jardín alteran el orden público.

Por un instante le hizo gracia ese dato, fue como estar hablando con la Hermione Granger de Hogwarts, la misma niña sabelotodo que sacaría una décima de punto más en el examen de Encantamientos y arruinaría su semana al hacerlo. Estaba de acuerdo con lo que decía de los enanitos, eran criaturas problemáticas, pero a él le parecían divertidos. Alzó la mirada y se encontró de lleno con una tienda de prendas de lana con varios abrigos y túnicas en el escaparate. Él no tenía muy claro cuánto costaba un jersey o una bufanda, nunca se había detenido a mirar el precio de nada en toda su vida. Ahora, con seis galeones en el bolsillo, dudaba de qué podía conseguir por ese precio. Hermione siguió su mirada, como si leyera su mente.

—¿Quieres que miremos allí?

Draco asintió con la cabeza.

Esa paz, esa tranquilidad entre ellos... era rara. Y, lo peor de todo, parecía solo una pequeña tregua en mitad de una horrible guerra. Como si, en cualquier momento, pudieran estallar de nuevo el uno contra el otro. Como si esa falsa armonía fuera a explotar y convertirse en lo que tenían antes: gritos, llantos, amenazas, frustración y una atracción sexual tan bestial que podía volverlo loco.

Entraron en la tienda y, durante varios minutos, echaron una ojeada a todo lo que había a su alrededor. Draco seguía igual de confundido que antes, él no se había fijado en la casa de su tía, ni en la ropa que utilizaba. Le daba miedo llevarle una bufanda y que ella odiara la lana, el color, la longitud... o que odiara las bufandas. Era duro no conocer en absoluto a la gente que se suponía que debía ser importante para él. Ahora se daba cuenta de que contar con su madre siempre le había dado la sensación de que no estaba solo, de que siempre había alguien para él ahí.

—¿Un gorro? —preguntó Hermione, señalando a una pequeña estantería.

Un grupo de gorros de lana estaban expuestos ahí. Eran simples y muy baratos, solo dos galeones cada uno. Podía ser una buena opción. Draco se quedó pensando un momento. Y recordó las orejas rojas de Hermione cuando había ido a buscarlo a la Residencia. Hermione necesitaba un gorro. ¿Sería muy gilipollas comprarle un regalo de Navidad? Probablemente sí. Quizás se lo tiraría a la cara y escupiría en la tela si se le ocurría dárselo.

—No lo sé —susurró él, taciturno.

—Iré a ver qué más tienen —dijo ella.

Draco la contempló marcharse hacia unas escaleras de madera. Se dio cuenta de que lo había dejado solo y eso le puso un poco nervioso. No le gustaba estar allí, había demasiada gente y eso le provocaba inseguridad. No sabía cómo se arreglaría en el futuro, nunca había pensado en cómo sería permanecer en el mundo después de salir de Azkaban. Probablemente tendría que retirarse a algún lugar desierto para no volver a ver a nadie. No era un plan tan malo, en realidad.

Tomó un gorro rojo de lana entre sus dedos. Era grueso y suave, instintivamente se encontró pensando si a Granger le gustaría. Era imbécil, no podía negarlo, pero se sentía agradecido con ella por lo que había hecho en la casa de su tía. Hermione Granger le había salvado de ir a Azkaban, a pesar de que no había tenido por qué hacerlo, a pesar de que él no lo habría hecho por ella.

Draco Malfoy lo sabía, lo sabía muy bien: la deuda que tenía ahora con Granger era de por vida.

***

Consiguió estirar todo lo posible los seis galeones e incluso compró algunos dulces para Astoria, Theo, Blaise y Pansy. Hermione eligió una sencilla camisa negra para Alcacia y él se encogió de hombros, demostrando que no le disgustaba la prenda. Hacía mucho frío en la calle, menos de cero grados centígrados, pero Draco se sentía bien, se sentía en calma.

Giraron la calle y él comprobó, aliviado, que no había mucha gente en esa zona del Londres Mágico. No quería tener que decirle a Granger que no se sentía tranquilo estando rodeado de tantos magos.

—¿Quieres un poco de mulled wine? —ofreció ella.

Draco guardó silencio un instante, antes de girarse hacia ella. La idea de tomar algo caliente, algo con alcohol, le resultó atractiva.

—¿Entra en tus obligaciones de tutora del PRASRO? No es necesario que pases más tiempo del necesario conmigo, Granger.

Ella no pareció dolida. Como si se hubiera acostumbrado ya a que él nunca fuera agradable. La verdad era que, aunque quisiera serlo, no le era posible. Le daba miedo que ella pudiera hacerle algo si, por una vez, se quitaba la coraza que tanto tiempo llevaba construyendo. Hermione Granger le había demostrado que era de confianza, sí, pero... ¿se atrevía a confiar en ella?

—Solo te he preguntado que si quieres. No tienes por qué aceptar —resumió Granger.

Draco asintió con la cabeza de forma imperceptible y ambos entraron en un pub irlandés que se encontraba en la esquina de la calle. Era un lugar acogedor y pequeño, bastante oscuro. La camarera, una bruja que aparentaba solo diecisiete años, la mayoría de edad en el mundo mágico, les sirvió dos tacitas de mulled wine.

Él puso sobre el mostrador sus últimos sickles para abonar la consumición y Hermione tan solo lo miró. Él no pensaba dejar que ella volviera a pagar, a pesar de que lo hiciera con dinero del Ministerio. Las monedas que le quedaban a él también lo eran.

Se trasladaron a una mesa pequeña al final del local. Las paredes, de madera, tenían un relieve que recordaba a un bosque oscuro y frondoso. Draco nunca había estado allí, de hecho, le parecía curioso ver cuántos pubs y establecimientos nuevos se habían abierto en el Londres Mágico después de que hubiera acabado la guerra. Hacía cuatro años, solo se respiraba miedo y frío en esas calles.

Bebieron el vino en silencio. Estaba bueno: dulce y cálido. Observó a Granger de reojo, deteniéndose en cada uno de los centímetros de esa joven. Enterraba su rostro en la taza cada pocos segundos y luego lamía con cuidado el resto de vino de sus labios. Draco se estremeció al contemplarlo y tuvo que apartar la mirada de ella. ¿Era normal que tuviera tantas ganas de tumbarla sobre la mesa y recorrer la línea de su cuello con la lengua? Apretó los nudillos, intentando alejar su mente de ella.

El cuerpo de Granger lo atraía, sí, pero eso no significaba nada. Podía controlarse... Lo malo era que «atracción» no era el término correcto para denominar ese dolor que ella le provocaba, en todo el puto cuerpo y en lo más profundo de su cerebro.

—¿Estás bien? —preguntó ella de pronto.

Quién sabía qué cara estaba poniendo mientras pensaba en esas cosas. Draco agitó la cabeza, tratando de recuperar una expresión completamente neutral. No le gustaba que la gente pudiera adivinar sus pensamientos a través de su rostro.

—Sí. Solo... estaba pensando.

—¿En qué?

—En... lo raro que es fingir que todo está bien.

Ni siquiera había pensado antes de hablar. Hermione enarcó una ceja y bebió un trago más de su vino, mirándolo de nuevo.

—¿A qué te refieres?

—Ya ves, Granger. Estamos aquí, tomando mulled wine juntos y comprando regalos de Navidad como si no hubiera pasado nada. Como si... ya sabes. —Draco se quedó en silencio unos segundos antes de suspirar—. Me jode que el Ministerio actúe como si yo pudiera tener una vida normal después de Azkaban.

—¿Y por qué no puedes tenerla? —Se interesó en saber Hermione.

Draco soltó una carcajada sarcástica. Después se dio cuenta de que ella no estaba bromeando, que iba en serio. Se encogió de hombros.

—Ya es tarde, creo. Ha pasado mucha mierda. —Bebió un sorbo más de mulled wine y el líquido caliente entró en su cuerpo de forma agradable—. Preferiría morirme para no tener que lidiar con nada.

Hermione le clavó sus ojos marrones como el chocolate. Eran cálidos, dulces. No tenían nada que ver con sus propios ojos, lo sabía. Le habría encantado saber qué estaba pensando ella en ese instante.

—¿No crees que eso es huir del problema en vez de intentar arreglarlo?

—¿Y qué pasa si no queda nada que arreglar?

Tras encogerse de hombros, Granger se bebió el resto de su mulled wine y se puso en pie, tomando entre sus manos el pequeño bolso azul que solía llevar con ella. Miró el reloj de su muñeca, como si tuviera que estar en algún otro sitio pronto y Draco tan solo la estuviera retrasando. Él hizo lo propio y terminó su bebida también. Apenas reparaba en que era la única vez de su vida en que había pasado tanto tiempo con ella sin discutir.

—Es mejor que regresemos a la Residencia —dijo Hermione.

Sin quejarse ni protestar, Draco Malfoy obedeció.


Por fin hemos compartido un poco de paz. Ya era necesaria, ¿no?

Una pregunta por pura curiosidad: ¿Os gustan más los capítulos narrados desde el punto de vista de Draco o los de Hermione? ¿Por qué? ¡Os cuento mi respuesta en el próximo capítulo!

Nos vemos el martes por la noche (hora española), ¡mil besos!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro