i. La niña del bosque.

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

❛LA NIÑA DEL BOSQUE❜

                        Sylph no es ignorante de los designios de la naturaleza.

Nacida en medio del invierno, permanece en vigía constante, atenta a cualquier indicio de lo que las grandes leyendas dictan, pues su maravilloso alumbramiento no fue casualidad. Bien lo han dicho los fieles narnianos, cuyo cuidado con ella es inmenso, porque los manzanos resisten, pero necesitan del calor y de la primavera.

Y si bien todos la desean, ella añora más que nadie vivir aquella estación que jamás conoció, para así estar rodeada de aquellos seres similares que en tiempos de antaño habría de encontrar en cada rincón de esa maravillosa tierra tapada por un manto blanco, y porque tener la primavera significaría que todas las criaturas de Narnia estarían protegidas por la bonanza repartida por reyes y reinas justos.

Viviendo entre las fieles criaturas narnianas, Sylph creció consciente de las necesidades que tiene cada una, y que perduran e incluso se acrecentan hoy día, dado que el eterno invierno los afecta aún más después del centenario: hay menos nacimientos, la comida propia de una buena dieta escasea y, pese a que sus manzanas constituyen un alivio, sabe que no sólo pueden vivir de ellas.

Es por ello que se adentra al bosque. Algo la llama y debe atender. Como una brisa de cándidos pétalos va por el bosque, sin llamar la atención, confundiéndose con los copos de nieve que caen día con día, en busca de lo que perturbó el ambiente que conoce bien. Es sensible a los aromas y el de manzano no es aquel dulzón que percibió, tampoco su piel cálida acostumbra a recibir abrazos igual de cálidos del viento ni sus oídos acostumbran escuchar risas infantiles desde hace tiempo. Algo pasa, en efecto.

Danza y danza en el viento, pasando la cañada donde otrora hubo una gran cascada desde donde se surtía el agua a toda Narnia, pasando por una caverna donde otrora cantos habrían de escucharse guiando a los perdidos. Es así que llega a un claro, uno donde un farol de luz persiste al agresivo invierno, iluminando todo el tiempo a los viajeros; pero no es la única figura que se alza, sino que hay una en movimiento, que camina girando alrededor del Erial del Farol

Sylph se detiene abruptamente, su ninfal figura quedando estática en el viento, mientras los copos continúan cayendo alrededor de ella. Ahí, en el farol, hay una pequeña niña, con medias, una falda color gris y un suéter tejido, todo un atuendo ajeno para las tierras de Narnia.

No es una ninfa, analiza Sylph, si bien lo piensa en un inicio. Sylph presume de conocerse a sí misma e intuye que otras ninfas no han de ser como la niña; porque ella tiene un halo dorado rodeandola, así como un distintivo de su patronato que haría a cualquiera notar que es una hamamélide, además de que su infantil presencia está desvaída entre la certeza de que de una niña se trata y de que de es, sino, una jovencita.

La desconocida, sin embargo, no tiene nada de eso y su tierna edad es evidente. Sylph se aventura hacia ella, permitiéndose danzar a su alrededor sin manifestarse; es ahí, viéndola de cerca, que se da cuenta de quién se trata. Una humana, una hija de Eva.

Revolotea, preguntándose si debe manifestarse en serio. Sabe que guiarla es la respuesta, pues su llegada ya ha removido el bosque entero y ha iniciado una cuenta regresiva hasta que Aslan, el verdadero rey de Narnia, se manifieste de una vez por todas. Pero sus ojos continúan buscando y,  pasando los minutos, ninguna otra hija de Eva aparece, ni los otros dos hijos de Adán que dicta la profecía.

Asimismo, al percatarse, nota que la niña ha desaparecido de su vista. Decidida a regresar y avisar a los narnianos, Sylph se eleva nuevamente por los cielos y traza el mismo camino, descendiendo donde parte de un río se congeló con la llegada de la Bruja Blanca, y donde sólo permaneció indemne el dique de un par de castores.

Las criaturas de Narnia son su hogar. Tiende a estar en un vaivén entre los refugios de estos, pero el dique de los castores es aquel donde puede estar cómoda y calentita, además de ser aquel donde entra sin problemas. En él se adentra, manifestándose en su forma corpórea y pronto siendo bienvenida por la Señora Castor, que tiene la cena lista y está dispuesta a contarle las noticias que hay entre los fieles de Narnia.

Pero Sylph no puede esperar, por lo que exclama:

—Hay una hija de Eva en el bosque.























                     Los ánimos se caldean los siguientes días a la aparición de la niña en el bosque, al igual que los indicios de tiempos cálidos. Sylph, desde su espacio en el dique de los castores, nota a los designios de la naturaleza alzarse y predominar sobre el frío, estando segura que ella es la única que los nota, si bien los castores son lo suficientemente avispados para saber que no es seguro el exterior y evitar así sus salidas a investigar.

Es ahí que Sylph reflexiona. Entre todas las criaturas leales ha podido recibir una imagen rota, mas suficiente, sobre la naturaleza sobre lo que es ser una ninfa: son el flujo mismo de la naturaleza, nacen de chispas de esta y, de acuerdo a las historias, tomaron lugares importantes en los cimientos de los grandes reinados de Narnia. Sin embargo, solo está ella y ninguna otra más, esperando el momento en que los hijos de Adán y las hijas de Eva arriben a cumplir con la profecía, a que arriben a acompañar a Aslan en la Mesa de Piedra.

Cuando en su interior algo se remueve, sea preocupación o sea excitación, Sylph está dispuesta a salir a buscar al resto de los niños, si es que la pequeña continúa rondando por los bosques.

Atravesando el pequeño comedor de los castores siente una ráfaga de frío viento entrar por el umbral de la puerta, abierta. La alarma en ella se dispara y corre a la entrada, donde múltiples voces la ponen nerviosa.

La nieve cubre sus pies, desnudos, pero contrario al dolor que siente por el hielo al encajarse en las plantas de sus pies, no hay dolor en la imagen delante suyo. No se trata de la Guardia Secreta apresando a los castores por resguardarla, sino la imagen misma de la esperanza que actúa como bálsamo sobre el cáustico frío.

Ahí se encuentra la Señora Castor en lo que parece ser el recibimiento de los dos hijos de Adán y las dos hijas de Eva, que son guiados por el Señor Castor. Lo que sería felicidad se convierte en preocupación por parte de los castores, que al verla, apremian a todos a que entren a refugiarse.

Obnubilada, Sylph no es capaz de percibir que algo más se remueve en el ambiente. Las cañadas rugen y los ríos hacen crujir el hielo de las cascadas congeladas, mientras que el aire de primavera comienza el deshielo, aún lejos del dique.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro