vi. La revelación de una profecía.

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❛LA REVELACIÓN DE UNA PROFECÍA❜

                            El agua comienza a escurrir de sus ropajes, conforme caminan hacia el verdor de la primavera, siendo Rho la autora tras dicho suceso. El agua hace remolinos al desprenderse de ellos, yendo por los aires hasta unirse con las plantas, cuyas hojas pronto están cubiertas por perlas líquidas. El espectáculo es silencioso por parte de la ninfa, mas la vegetación parece regocijarse con ello, reaccionando en su trayectoria con lo que semeja ser un jolgorio, proveniente de figuras incorpóreas.

De repente, no están sumidos más en el misticismo del evento, sino que son espectadores de cómo aquellas criaturas, unas con la naturaleza, van despertando, en reacción al silencioso llamado de Amphirho. Los árboles despabilan, sacudiéndose la nieve restante y revelando botones de flores rosados ansiosos por florecer, cosa que pasa en cuestión de segundos; por la rapidez, pétalos se desprenden de ellos, mas quedan suspendidos en el aire, danzando hasta formar las figuras ninfales de las llamadas hamadríades, vinculadas solo a un tipo de árbol, en este caso, los cerezos.

Las ven volar a su alrededor, saludando con parsimonia. Lucy deja escapar una risa asombrada, cuando siente la caricia de una de ellas en su mejilla. Los saludos, que parecen darles la bienvenida a la Narnia de antaño, solo cesan cuando Rho las llama, apartándose un poco del resto del grupo.

—Busquen a las demás —dice, con autoridad y voz que pretende ser calma. No obstante, Sylph percibe tintes de preocupación en ella; está atenta a los movimientos de la misteriosa oceánide, temiendo que en cualquier momento desaparezca de su vista, sin antes contestar a las preguntas que comienza a formular en su cabeza—, las amenazas siguen latentes... Reúnan a las suyas, y a cualquiera que se topen, en el Prado Danzarín... Espero unirme a ustedes en unos días.

Las hamadríades aceptan en silencio, abrazando a la océanide y partiendo hacia el sur. Sylph le da la espalda apenas termina de hablar, dispuesta a continuar y actuar como si no hubiera escuchado nada; sin embargo, se está impacientando, hallándose molesta por desconocer sobre lo que rodea a las que debería de llamar hermanas. Piensa que todo sería más fácil de haber nacido antes del invierno, así sabiendo las dinámicas de su comunidad, sus secretos... Mira a Areti, aún sintiendo rastros del enojo por su discusión, y espera que sus dichos sobre Rho sean ciertos e intente cumplir, tardíamente, su papel como mentora de ninfas.

Conforme retoman el viaje, el verdor del bosque, vibrante y acompañado de nuevos aromas y sensaciones, se abre paso junto a ellos, cuya marcha inicia el deshielo. Sylph jamás había presenciado tal escenario y piensa que jamás dejará de maravillarse. Salen de la arboleda de cerezos y se enfrentan por completo al esplendor de los robles y fresnos, caminando sin cesár, inmersos en el pacífico paraje, donde no parece transcurrir el tiempo.

No obstante, cuando ven a lo lejos los rayos de sol colarse e iluminar el sotobosque, la marcha para súbitamente, haciendo al grupo trastabillar.

La razón es Rho, que habiéndose adelantado, detuvo al Señor Castor con su brazo. Confundidos, ven a la jovencita, cada vez menos azul, señalar el suelo del pequeño claro delante. Ahí, la nieve restante se derrite con particular prisa y ven cómo brotan plántulas doradas del suelo, formando un manto acolchado.

—Alseides —explica Rho, acercándose con cautela, procurando evitar las plántulas que, poco a poco, desarrollan follaje maduro y pequeños botones de flores—. Es difícil saber cuándo son nuevas, dado que tienden a renovarse... Pero yo conozco estas flores. Son las prímulas de Ianthe.

Es así como proceden a observar a las prímulas florecer, enfrentándose a la nieve que cede a la cálida brisa. Areti anima a Lucy a tocar las doradas florecitas antes de que el fulgor desaparezca, habiendo notado su maravilla por el brillo que despiden. La niña las acaricia, riendo alegre y contagiando a sus hermanos mayores.

Lo hace justo a tiempo, pues en medio de éstas, cuya renovación le da a Rho la señal inequívoca de la liberación próxima de Narnia, el resurgimiento de una ninfa se da ante sus ojos. Se queda sin aliento brevemente, con la tardía realización de que otro pilar para erigir Narnia se está alzando a sus pies, representando la vida tras el letargo del invierno. Rho mira de reojo a la hamamélide, el primer pilar, que se apresura a desviar la mirada cuando es atrapada; ella es, por otro lado, la vida que persiste en el invierno.

—¡Ianthe! —exclama Areti, una vez la alseide, mayor a ella pero de mirada más infantil a la de Rho, se alza de entre las prímulas. La susodicha, de cabellos rubios como los pétalos de sus flores, sonríe de manera instantánea y acepta el abrazo—, ¡Has despertado!

—¡Me quedé atrapada ahí! —dice, con voz cantarina y juguetona. Sus ojos se alternan entre la niña con la que vivió su vida y los nuevos en ella, sintiendo ansiedad del porvenir—. ¿Cuánto tiempo...?

—Cien años —contesta Rho, llamando su atención. La sonrisa de Ianthe se torna avergonzada, que la portavoz comparte—. Intenté llegar a ti cuando quedé atrapada en mis propias aguas. Los hijos de Adán y las hijas de Eva han sido nuestros salvadores.

Ianthe, muda, se limita a asentir, con una alegría que se renueva pese a la ansiedad. Eso no evita su posterior ceño fruncido, ante una lenta realización—. Falta un hijo de Adán... ¿O acaso no presté bien atención al oráculo?

—Lo recuerdas bien —dice Areti, separándose—. Pero la Bruja Blanca tiene al otro... Vamos camino a la Mesa de Piedra.

—Para haber dormido cien años, todo está yendo muy rápido —murmura Ianthe, acercándose al resto del grupo. Da una torpe reverencia a Peter, Susan y Lucy, que se limitan a sonreír y presentarse; los castores no se quedan atrás, siendo los siguientes. Su atención es, no obstante, acaparada sin remedio por la silenciosa desconocida—. ¿Eres una ninfa? ¿De qué tipo?

Sylph da un respingo y yergue la espalda, encorvada por el peso de la capa de malla—. Soy Sylph, una hamamélide.

La alseide no logra ocultar su asombro, desmesurado, mas por un gesto de Rho, intenta recomponerse rápido. No pasa desapercibida para ella la seriedad con la que la océanide obra después, por una molestia contenida.

Tras la presentación, no requieren una invitación formal para saber que la alseide se une al viaje. Una vez la ninfa está lista, habiendo tenido que buscar una corta espada enterrada en el suelo, emprenden el camino nuevamente.

El sol flaquea a sus espaldas cuando se postran delante de otro cuerpo de agua y, sintiendo sus piernas y plantas de los pies quemar del viaje ininterrumpido que llevaron desde la adición de la alseide, se permiten sentar al borde del río, ancho y de cauce tranquilo.

—A partir de los Vados de Beruna, el camino es corto —dice Rho, señalando el río, con los ojos entrecerrados intentando dilucidar el paradero de sus sobrinas, que no encuentra en la inmediatez de las aguas—, si no les molesta que los lleve en el agua, el viaje será más corto y menos cansado por esa vía... Aunque me temo que mi largo sueño no fue suficiente para apasiguar mi agotamiento... Podemos descansar aquí por esta noche...

—Eres muy amable, jovencita —dice el Señor Castor—, pero yo puedo seguirte el paso con mi nado. No tendrás que llevarme.

Rho asiente, con una sonrisa—. Tal vez hasta me gane —musita—. Areti, ¿Podrías armar un refugio? Ianthe, ayúdale a ocultarlo... —ordena, asumiendo un liderazgo que Sylph notó, no fue difícil para nadie ceder. Como si la océanide leyera su mente, la castaña voltea a mirarla—. Sylph, ¿Me acompañarías a conseguir comida?

Interpretando aquella pregunta como una puerta abierta a externar sus dudas, asiente.

—¡Nosotros haremos la fogata! —dice la Señora Castor.

Y antes de que sean capaces de alejarse por la orilla del río, una voz apurada, masculina, se alza—. ¿Necesitan compañía?

—No te preocupes, hijo de Adán, cuida el fuerte —tranquiliza Rho, iniciando la caminata sin mirar atrás, para no dar paso a una insistencia.

Sylph piensa que lo alejó mejor de lo que ella lo haría, a la vez preguntándose si acaso laborar para un rey la habrá entrenado. Niega para sí, siguiendo a la oceánide.
























                            Tras un rato vagando para alejarse del variopinto grupo, tiempo en el que la luz de la luna comienza a predominar, la mente de Sylph la traiciona, debido al silencio de la otra ninfa. Se siente impaciente, molesta al rememorar lo poco que sabe de sí misma, evidenciado en la profecía que le contó Areti y que ahora piensa, todos deben saber menos ella. Al aproximarse Rho al río, donde logra ver matas de hierbas danzando con el agua del borde, Sylph da un paso al frente, lista para dejar atrás la ignorancia.

—Háblame de la profecía.

Su voz suena más alto de lo que pretende. Rho da un respingo, girando sobre su eje para encararla. Se ve sorprendida, mas aquello no detiene esa voz en su cabeza que clama que la trata de tonta, que ella finge demencia.

—¿Disculpa?

—De nada sirve ignorarme... —dice, con resentimiento impregnado en la voz. No le gusta no comprender las situaciones, no le gusta tener más dudas que respuestas ahora que no es la única ninfa en la tierra, así como tampoco le gusta no ser partícipe de la complicidad de ese trío que parece conocer los secretos del universo—, Areti ya me dijo sobre la profecía... Sobre los pilares que ayudarán a erigir Narnia de nuevo... Yo soy uno de ellos, ¿No es así?

Ahora la molestia parece invadir a Rho, cuyo mohín no puede ocultar—. No es algo que ella debía divulgar a la ligera... Es más, ni siquiera debía revelarlo sin consultar —sentencia, severa. Larga un suspiro, viendo hacia el cielo, como si invocara respuestas o serenidad—. Pero es cierto.

—¿A qué te refieres con eso? —insiste.

Rho la mira sin expresión, presa de su propio enojo como para inmutarse del suyo.

—Es una larga historia —Inicia. Señala un área cerca del río, seca y despejada, invitándola a sentarse. Al ver la renuencia de la hamamélide, toma asiento primero, dejando caer sin cuidado su lanza al lado—. Para ello debo saber algo primero: ¿Qué tanto sabes sobre el rey Penda? Fue un buen rey, imposible no conocer lo mínimo.

Sylph extingue un bufido incrédulo antes de que brote por su garganta, notando que la joven habla en serio. No puede dilucidar entre si eso se trata de una prueba importante para determinar si le son revelados los secretos ninfales o no, o si se trata de una nimiedad para confundirla.

—Penda I, el Pagano... —contesta, viendo en los ojos insistentes de la océanide la importancia de ahondar en su respuesta—. No sé si fue un buen rey. Las historias solo dicen que Narnia perdió bajo su mando contra la Bruja Blanca... También he escuchado que le dicen el Incapaz.

Amphirho asiente, con la mueca de alguien que vio venir tales palabras.

—¿Y sabes por qué lo apodaron el Pagano? —Ante la expresión de hastío de Sylph, añade—: Esto es importante para entender las implicaciones de la profecía. Habla, Sylph.

—Penda dio la espalda a Narnia... Perdió la fé y entregó el reino a la Bruja Blanca... —La hamamélide nota que el rostro de la ninfa del agua se endurece; curiosa, se aventura a adivinar cuál es el hecho que la enfurece—. Porque fue incapaz de proteger a su país.

Acierta. Rho deja escapar un gruñido ante el final, que sustituye por una risa desganada al voltear a verla de nuevo. Sylph entiende que ella lo veía venir. Su enojo mengua, solo ante la observación de que ambas son más similares de lo que cree; si es como piensa, no duda que las respuestas venideras serán satisfactorias.

—No fue así, no precisamente —Rho relame sus labios, ordenando sus pensamientos—. Antes de él, hubo una retahíla de pésimos reinados y, por lo tanto, de pocas ninfas. Es un hecho innegable que nacemos en una tierra donde ésta es tratada con respeto, donde hay algo bueno que podemos mejorar; somos, por así decirlo, indicadoras de los tiempos de bonanza, de esperanza... Cuando él asumió el trono, dio un paso atrás en todos los decretos crueles de sus antepasados e hizo una purga de sus desaciertos... La naturaleza y los propios narnianos volvieron a ser un objetivo primordial, porque la ninfa que lo crió le enseñó bien sobre su importancia... Y entonces fue recompensado, porque lo bueno recibe bondad a cambio, y así comenzaron a nacer las ninfas a montones... Él notó la diferencia entre una tierra asolada por la injusticia y una acompañada por nosotras, vio nuestra importancia y, deseando mantener los buenos tiempos de su lado, se casó con Cynewise, una mujer mitad ninfa.

Amphirho toma una pausa. Su rostro, iluminado por la luz de la luna, adquiere un brillo propio conforme recuerda ese tiempo; sin embargo, éste no perdura. Sylph sabe que el cuento en cualquier momento dejará de ser bonito.

—Éramos muchas y, aún así, éramos como desconocidas —revela, con una sonrisa melancólica—. Cuando nací, ninguna me recibió. En cambio, me hallaron, criaron y educaron los centauros; pero apenas las estrellas se movieron y revelaron mi destino, me dejaron partir. Al irme traté de remediar la desunión y creo que lo hice bien, dado que Penda notó el cambio, la armonía... Mandó a buscarme y, junto a otras ninfas, quiso aunar a Narnia con nuestra ayuda... Nos llamó las forjadoras de reinos y hacedoras de reyes... Nos dio cobijo durante la campaña, nos hizo parte de su consejo... Lo que yo no sabía, al menos no por boca de él, es que poco a poco dejó de creer en Aslan.

La miró con intensidad, con dureza. Sylph se encogió de hombros, con el conocimiento de la gravedad en el asunto. Aunque nacida en medio del invierno, en la tiranía de la Bruja Blanca donde creer en ninfas, la Navidad o la mismísima esperanza está prohibido, sabe por boca de los animales y criaturas parlantes que Aslan es el único al que teme la Bruja. Cualquiera con sentido común guardaría respeto y sería reservado con respecto al Gran León, un ser supremo.

—Hacía mucho que nadie veía a Aslan —dice, bajando la voz, en confidencia—. Él vio cómo batallaba Narnia día con día en mantenerse de pie y jamás acudió, ni siquiera ante la nueva paz... Pareció natural que dejara de llamarlo y, en cambio, nos hablara a nosotras de las inquietudes del reino... —Sylph distingue que la océanide mezcla entre líneas su opinión propia de la situación. Al ser espectadora de la sinceridad, siente de su corazón desprenderse un peso extra, el de haber tenido las mismas dudas sobre el Gran León en el que, se supone, debería confiar—. Pero entonces llegaron los primeros signos del frío y nos enfrentamos a algo que no podíamos vencer tan fácil. Ante ello, Cynewise le pidió rezar a Aslan, pero él se negó, confiando en nosotras, y alegó que era cuestión de volvernos a agrupar para hacer frente al inicio de todo esto... Mas no importó cuántas ninfas hubiera, porque la Bruja apareció sin nada que la detuviera. Nada contuvo su magia.

—Incluso ahora, teniendo a los hijos de Adán y Eva, suena imposible dar batalla —comenta la hamamélide.

Rho asiente—. Cynewise volvió a insistir y nos pidió retroceder en el apoyo a Penda, argumentando que sin nuestro respaldo, él rezaría a Aslan y todo mejoraría... —Una sonrisa furtiva aparece en su rostro, producto de una diversión culposa—. Bueno, no lo hicimos... Teníamos confianza y, además, vimos a los primeros lobos cambiar de bando y atacar, así que no podíamos dar la espalda a Narnia... Penda ignoró su petición, clamando que si a Aslan le importara, no habría dejado libre a la Bruja... Y tampoco nos dejaría desamparados. Al final, todo fue fútil... Ella avanzó en el terreno y las profecías llegaron, lo que no es buena señal jamás. El oráculo era resguardado por una crénide, que son náyades de las fuentes, cerca de Cair Paravel... Me llamó cuando se anunció la llegada de los salvadores, hijos de Adán e hijas de Eva, y oídos externos llevaron la noticia a Cynewise, que arribó al lugar. Ella sabía bien que ese era el anuncio de la derrota de Penda y quería saber su destino. Pero el oráculo no cumple caprichos y, cuando resplandeció de nuevo, no fue para advertirle que moriría intentando huir.

—Sino que dio la profecía de los pilares —completa Sylph para sí, perdiendo el aliento por un segundo.

—Cuando la crénide bebió el agua, reveló que una ninfa nacería en la adversidad, señal de que las ninfas, forjadoras de reinos y hacedoras de reyes, resurgirían —Asintió—, siendo los pilares que levantarían una nueva Narnia, más esplendorosa... Un pilar sería la vida que persiste en el invierno, otro sería la vida que resurge tras la adversidad, uno más sería la fuente que da la vida misma y otro, el que da cobijo y protección a ésta... Anda, une las piezas.

Con seguridad, Sylph pronuncia—. Yo, la vida en el invierno; Ianthe, la vida que resurge; tú, la fuente de la vida; y Areti, la que la resguarda —Ve asentir a su igual, pero no hay rastro de alegría por la unión de los cabos.

—Las tres estábamos presentes —revela—. Pareció maldición lo que una vez se sintió como bendición... Y también se sintió como una... Porque al escucharlo, Cynewise tomó una daga y me apuntó... Dijo que ya habíamos hecho suficiente daño y que, mientras fuera reina, la profecía no sería diseminada... No fue difícil; la crénide jamás recordaría lo que el oráculo reveló a través de ella y nosotras tres decidimos callar... Penda cayó en batalla poco después y Cynewise fue abatida en medio de su escape... Aún recuerdo cuando me enteré de sus apodos: solo confirmé que guardar la información fue la mejor decisión... Antes de caer dormidas, las tres repasamos los eventos y, si bien la bonanza era innegable con nuestra incidencia, también lo era el hecho de que decreció conforme Penda dejó de honrar a Aslan, cuando lo desafió, por más inocentes que parecieran ser sus acciones. Determinamos, junto con otras ninfas de la campaña a las que carcomía la culpa, que perduraríamos mientras controlaremos nuestros pasos, mientras siguiéramos rindiendo respetos a Aslan.

—Parece difícil cumplir con la profecía teniendo tanto en contra —admite la castaña, cuyo cabello a la luz de la luna despide destellos flamígeros. Rho asiente, con una sonrisa pequeña.

—Y pese a ello, es imperativo que la cumplamos...

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