Capítulo 1

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—Jack Hyde, 25 años. —leo el último informe que Welch mandó—. ¿Que mierdas hace un fulano de 25 con una niña de 18?

Lanzo la colilla del cigarrillo al piso para apagarlo y volver a leer las hojas en mis manos. Lo que sé hasta ahora de la sobrina de Welch es que es una niña mimada que conoció a un imbécil con pinta de chico malo y escapó con él.

Mi primera idea era que seguramente estarían en algún motel de mala muerte, pero les he seguido el rastro a través de las cámaras de la ciudad y la autopista hasta Great Falls en Montana... Más de 10 horas desde Seattle.

—Maldito imbécil —gruño encendiendo otro cigarrillo—. ¿Quieres pasar desapercibido? No debiste comprar un puto auto clásico color amarillo.

Reviso las placas del auto en el sistema de registro vehicular y encuentro de nuevo su jodido nombre. Además tiene cargos por portación de arma y una riña en un bar. Tomo el móvil para informarle a Welch de mi posición.

—Esto será pan comido. —le digo apenas toma la llamada.

—¿Seguro?

—Están en Montana, el imbécil tiene cargos en este Estado y no es muy listo de su parte volver.

—¿Que hay de mi sobrina?

—No la he visto aún, pero apuesto lo que quieras que en este momento están en un asqueroso bar hasta el culo de borrachos.

Levanto la vista hasta el local frente a mi, su apariencia rústica no impide que el lugar se encuentre abarrotado a pesar de ser un miércoles por la noche.

—No jodas esto, Grey. Necesito a esa chiquilla idiota de vuelta en una pieza, y de ser posible, con su virtud intacta.

—Eso no puedo asegurarlo, Welch. No sé qué trampas habrá usado este imbécil para convencerla de huir con él. Tal vez ya no hay nada qué salvar.

Me río, haciendo que el jefe del departamento suelte un bufido ruidoso. Le echo otro vistazo a la foto del pelirrojo y la chica de los ojos azules antes de entrar al bar.

—Llamaré a la policía para que tengas refuerzos.

—¿Quieres llamar la atención de la prensa? Creí que habías dicho que fuera discreto.

—¿Entonces puedes hacerlo tú solo?

—¿Dudas de mi? ¿Crees que no puedo hacerlo?

—Bien. Llámame cuando la tengas.

Corta la llamada y vuelvo a guardar el móvil en el bolsillo para terminar tranquilamente mi cigarrillo. Sé lo que tengo qué hacer para deshacerme del fulano y espero que tratar con la jodida chiquilla sea menos difícil.

Saco de la guantera mi Beretta para ponerle el cargador, espero no dispararle a nadie pero no dudaré en usarla si las cosas se ponen difíciles. La escondo en mi pechera bajo la gabardina y salgo de mi auto hasta el jodido bar.

El amplio estacionamiento está lleno de camionetas, cerca de la carretera. El olor a alcohol y mierda me causa nauseas antes de que pueda entrar, así que apresuro el paso hasta la barra.

—Un whisky. —le pido al cantinero.

Me mira de arriba a abajo un segundo, luego se gira por la botella y un vaso de cristal que pone delante de mi. Pone dos cubos de hielo y vierte el líquido ambarino hasta la mitad.

—¿Has visto a esta chica por aquí? —le enseño la pantalla de mi móvil y él vuelve a mirarme fijamente. Bastardo. Abro un poco la gabardina para mostrarle la placa que llevo enganchada en la correa de la pechera.

—Al fondo. —señala con la cabeza—. Con un grupo de motociclistas.

Deslizo un billete sobre la barra para que lo tome rápido. Se aleja de mi y giro sobre la barra para terminar mi trago mientras busco al grupo de idiotas que el cantinero señalo.

¿Y cómo no notarlos? Hacen un jodido escándalo jugando póquer, bajo una nube de humo de sus cigarros. Tres chicas se encuentran en esa misma mesa y espero que una de ellas sea la que busco.

Me muevo hacia el extremo de la barra para observarlos mejor y cruzo algunas palabras con un tipo a mi lado que está tan borracho que no deja de reír.

—Hola, cariño. —una mujer rubia de cabello corto se recarga en el borracho para mirarme—. ¿Buscas compañía?

—Jenny, no molestes a mi amigo. —el hombre la empuja—. Estamos bebiendo.

—Lo sé, Tom, pero él parece aburrido de ti y yo podría entretenerlo un rato. —sonríe y el color rojo en sus labios me parece exagerado.

—No me interesa. —le gruño—. Ve a entretener a alguien más.

Vuelvo mi atención al grupo de la esquina y puedo ver a una chiquilla de piel pálida susurrarle algo a un pelirrojo con una coleta. Ambos se levantan de sus sillas y él mira hacia una escalera de madera.

—¿Que hay allá arriba? —le pregunto a la mujer.

—Las habitaciones, cariño, ¿Quieres ir?

—Te pagaré si me haces un favor... —ella asiente y se acerca más a mí—. Necesito que distraigas a todos.

—¿Cómo? —chilla con las cejas arqueadas.

—Piensa en algo, maldita sea. —le muestro el billete—. Pero hazlo rápido.

Me arrebata el billete para ir hacia el otro extremo del bar, un pequeño escenario mal iluminado con un par de micrófonos que sorprendentemente funcionan.

—¿Quién quiere un concurso de camisetas mojadas? —pregunta y los gritos masculinos no se hacen esperar—. Señoritas... ¿Quién quiere ganar tragos gratis?

Miro de nuevo hacia la pareja que sube las escaleras y por la forma de caminar de ambos sé que estoy en lo correcto. Están hasta el culo de alcohol y esto podría ser realmente fácil o demasiado complicado.

Camino a las escaleras y subo rápido para no perderlos de vista. Los escucho reír por el pasillo hasta desaparecer en la última habitación, no alcanzan a cerrar la puerta porque la empujo con mi hombro.

—Buenas noches.

El imbécil me mira con el ceño fruncido y también lo hace la sobrina de Welch está sentada en la cama matrimonial con expresión de sorpresa.

—Lamento interrumpir la diversión, pero tengo que llevarme a la chica.

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