Capítulo 2

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—¿Quién mierda eres tú? —gruñe el pelirrojo tambaleándose.

—Soy un aguafiestas, lo sé, pero me enviaron por la chica así que te sugiero que te apartes.

El idiota apenas puede mantenerse en pie.

—No me asustas, pequeño imbécil. —se acerca a mí y su asqueroso aliento me golpea el rostro—. No te tengo miedo.

—Tal vez no a mi, créeme, soy el menor de tus problemas. —saco un cigarrillo de la cajetilla y lo enciendo tranquilamente—. El problema es que tomaste algo que no es tuyo y ahora la policía viene por ti.

—¿Qué?

—La familia de la chica, —señalo a la chiquilla—. Saben quién eres y dónde están. La policía de Montana no debe tardar en llegar.

Señalo hacia la ventana de la habitación para enfatizar mi punto y el ebrio imbécil se tambalea hasta ella para mirar hacia afuera.

—¡Tú los llamaste!

—No. —doy una honda calada a mi cigarro—. Yo solo quiero llevarme a la chica, lo que sea que te ocurra me importa una mierda.

—¿Vas a seguirme?

—No... Si yo fuera tú, ya estaría corriendo por mi puta vida.

El pelirrojo no me cree y no lo culpo. Creyó que la chica era un pedazo de carne fresco que podría coger sin problemas, y de pronto tiene a la policía sobre él.

—¿Jacky? —la chiquilla sobre la cama lo llama—. ¿Qué está pasando?

—Tengo que irme, primor.

—¿Por qué? —chilla de nuevo.

Decido intervenir.

—Tu príncipe azul tiene asuntos pendientes con la Ley, y no quiero ni pensar en los años que van a cargarle por tener sexo con la sobrina de un policía.

—No la he tocado. —balbucea —. Ella no es mi puto problema.

—Entonces corre.

Le sonrío y él no lo piensa para salir de la habitación ante la mirada atónita de la sobrina de Welch, intenta llamarlo de nuevo pero el pobre bastardo baja la escalera como si fuera un alma que lleva el diablo.

—¿Quién eres tú? ¿Por qué asustaste a Jacky?

—Escúchame bien, niña. Tengo que llevarte de vuelta a Seattle así que será mejor que muevas ese pequeño culo hacia mi auto.

Sus ojos azules brillantes por el alcohol me miran de arriba a abajo antes levantarse y caminar hacia mi.

—¿Jacky va a volver?

—No. Acaba de dejarte botada a mitad del país, ebria y a tu suerte. —acaricia las solapas de mi abrigo con sus pequeñas manos.

—Qué imbécil, pero él se lo pierde. —pega la nariz a mi cuello para olerme—. Por otro lado, tú eres más lindo que Jacky... ¿Cómo te llamas?

—Soy nadie. —la aparto porque casi me tira el cigarrillo de los labios—. Carajo, niña, ¡Apartate!

—Mucho gusto, nadie, llámame Ana.

Sus manos descienden por mi torso hasta detenerse en el cinturón de mis pantalones. ¿De verdad piensa seducirme?

—Estás ebria, pequeña tonta, será mejor que te busquemos una botella de agua y un par de aspirinas.

—¿No podemos conocernos un poco más? —sonríe pero sus ojos lucen cansados.

—Mierda, no. Lo único que quiero de ti es llevarte de vuelta y quitarme a mi jodido jefe de encima.

—¿Papá te envío por mi?

—No me importa quién te busca, lo que quiero es regresarte y volver a mi vida.

—No, gracias... —intenta de nuevo con la hebilla del cinturón—. Quisiera divertirme un rato primero.

—No, no. —aparto sus manos y las sostengo juntas—. He dicho que nos vamos ahora.

Tiro de ella hasta salir de la habitación y luego hacia las escaleras en completo silencio, y más le vale a la niña no hacer un jodido escándalo.

—¡Chupitos! —chilla cuando pasamos junto a la barra.

—No, dije que...

Tironea sus manos hasta que se libera y corre a la barra.

—¡Hey! ¡Dame un trago! —le dice al cantinero y él me mira con nerviosismo.

—Lo siento, cariño, pero no creo que tengas la edad suficiente.

—¡Dame el trago! —golpea la barra con sus pequeños puños—. Me serviste unos hace rato.

—No. —él levanta las manos—. Se los dí a tu amigo, lo que él haya hecho con ellos no es mi asunto.

—No me hagas perder más el tiempo. —la sujeto con un brazo de la cintura—. Camina.

Por fin camina hacia la puerta sin resistirse, o por lo menos creo que lo hace hasta que el grito del cantinero me hace detenerme.

—¡Oye! ¡No pagaste por eso!

Giro la cabeza para mirarla y ella baja rápidamente la botella de vodka en sus manos. ¿En qué jodido momento tomó la botella? ¿De quién?

—¡Mierda, niña! —lanzo la botella y se estrella contra el piso—. ¿Que carajos te pasa?

—¡No quiero volver! ¡No me lleves! ¡Haré lo que sea, lo que tú quieras!

Se lanza contra mi y se sostiene con fuerza de mi cuello, haciendo que mi rostro se acerque al suyo. Está intentando besarme pero su estado de ebriedad la vuelven lenta.

—Sube al puto auto porque estás haciendo una escena—. Gruño arrastrándola.

—¡No quiero ir! ¡Por favor!

Patalea mientras la lanzo al asiento de atrás y trabo los seguros de la puerta antes de correr al lado del conductor. Ni siquiera me molesto en ponerme el jodido cinturón.

—¡No! —patea el respaldo de mi asiento.

—Mierda... ¡No me patees!

—¡Déjame ir!

—No.

—¡Si! —se asoma por en medio de los asientos delanteros—. ¡Déjame bajar!

Estira los brazos para tomar el volante, provocando que gire bruscamente en el camino saliendo completamente de la carretera.

—¡Maldita sea, vas a matarnos!

—¡Pues que así sea!

—¿Estás loca? No quiero morir, niña idiota.

Se lanza por en medio de los asientos y se sitúa a mi lado, está tan ebria que es imposible lidiar con ella en este momento. Sin mencionar el jodido riesgo que corro con ella en mi puto auto.

—Escucha. —la señalo con la cajetilla de cigarros en mi mano—. Voy a suponer que tu falta de cooperación se debe al alcohol en tus venas, así que vamos a parar en algún hotel y mañana continuaremos hasta Seattle.

Ella no dice nada, pero de todas formas no me importa su opinión. Tres kilómetros más adelante, el letrero rojo neón ilumina la fachada del local en la orilla de la carretera.

Un Motel.

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