Capítulo 3

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—Necesito una habitación con dos camas separadas.

El hombre detrás del mostrador arquea una ceja antes de mirarme de arriba a abajo y a la chiquilla a mi lado.

—Esto es un motel, amigo — señala el letrero detrás de él que indica el precio de $10 dólares la hora—. Aquí no hay camas separadas.

Genial.

—Entonces dame la habitación con la cama más grande. — gruño dándole los billetes.

Él mira de nuevo a la niña a mi lado, mira discretamente el teléfono sobre su escritorio y vuelve a mirarme con el ceño fruncido.

—Solo vamos a dormir. — aclaro.

—Eso dicen todos... —pone el llavero sobre el mostrador—. Habitación número 12, en el segundo piso.

Tomo la llave y la mano de la chiquilla para salir de ahí gruñendo un par de maldiciones. No sé si el efecto del alcohol está bajando, pero Ana está un poco más dócil.

Empujo la puerta de la habitación y enciendo las luces. El lugar es bastante sencillo y luce limpio, las paredes con el papel tapiz en color vino me resulta excesivo para la vista.

—Ve a dormir. —le señalo la cama.

—¿Y tú no vas a dormir? —se mordisquea una uña.

— Voy a vigilar un poco. —miento.

—¿Vigilar, qué? Aquí no hay nadie. —camina hasta la cama tamaño king size y se sienta en medio—. Ven a dormir conmigo.

—No. Descansa tú, yo voy a sentarme aquí un rato.

Me siento en el sofá junto a la ventana  y mantengo las manos firmes sobre mis rodillas.

Tengo que llevarla de vuelta a Seattle, tengo que llevarla de vuelta a Seattle...

Pero ella parece tener otros planes porque se acerca y se sienta en mi regazo, con una pierna de cada lado de mi cadera.

—Eres muy guapo, ¿Ya te lo había dicho? —se ríe y besa mi mandíbula—. ¿Cómo dijiste que te llamas?

—No te lo dije. —intento apartarla de mi rostro.

—¿Te digo una cosa? —pestañea con un gesto seductor—. Pensaba entregarle mi virginidad a Jacky, pero tú eres más atractivo.

—No me interesa, cerecita. — sostengo sus manos para que dejen de revolverme el cabello—. No me van las niñas.

—Dejaré de ser una niña cuando tomes lo que te ofrezco.

Mierda.

—Estás ebria. ¿Seguro que así querías que fuera tu primera vez? Ahora que lo pienso, soy un maldito héroe por salvarte de ese imbécil. —la empujo con más fuerza para que se levante—. Habrías tenido sexo con tu noviecito y luego él habría huido sin dar las gracias.

Sus manos se apoyan de nuevo en mis hombros y bajan por mi pecho cuando cae de rodillas frente a mi.

—¿Lo ves? Eres mi héroe, déjame agradecerte...

—Ve a dormir, no estoy de humor para tus niñadas.

No quiero ser brusco, pero tiene que alejarse antes de que acabe con mi paciencia. Resiste, me digo a mi mismo, lo único que tengo que hacer es resistir seis horas más.

—Basta. —la sujeto del antebrazo y la arrastro hasta la cama—. Duérmete de una jodida vez antes de que pierda los estribos.

Se sienta en medio de la cama cruzando los brazos bajo el pecho con un gesto de fastidio. Jodido berrinche de la niña, ¿Es que su padre no le enseñó modales?

Después de unos minutos, se deja caer de espaldas y se cubre la cara con la almohada. Solo cuando creo que se quedó dormida, es que me pongo cómodo en el sofá y cierro los ojos unos minutos.

—Hueles muy bien. —escucho una risita—. ¿Qué será? ¿Tabaco y loción de afeitar?

¿Qué mierda?

Abro los ojos de golpe para encontrar a la jodida chiquilla de nuevo sobre mi regazo, sus pequeñas manos desabotonando mi camisa.

—¡Dije que basta!

Me levanto de un brinco, lanzándola sobre su trasero contra el piso. Sin darle tiempo para reaccionar, la tomo del brazo y la llevo de vuelta a la cama.

—¡Me lastimas! —chilla forcejeando.

—Así aprenderás a seguir una jodida orden. —saco las esposas del bolsillo del saco y le pongo una sobre la muñeca izquierda—. Ahora quédate quieta, cerecita, porque necesito dormir un par de horas antes de conducir de vuelta.

Engancho el otro extremo a la cabecera de hierro de la cama, lo suficientemente larga para que ella pueda dormir con el brazo estirado sobre su cabeza.

—¡Quítame esto! ¡Quiero ir al baño!

—Eso debiste pensar antes. —vuelvo a sentarme en el sofá—. Ahora cierra la boca y duerme.

La veo tratar de liberarse tirando de su brazo, pero luego de un rato desiste y se queda dormida. La cama es enorme y la jodida silla incomoda después de un rato, así que me aseguro de que esté profundamente dormida antes de deslizarme a un lado.

No duermo mucho, solo un par de horas me basta para recargar energía antes de conducir de vuelta con la fastidiosa chiquilla que obviamente no sabe cómo llamar la atención.

Me despierto temprano para ir a una tienda cercana a traer dos botellas de agua, algunos panecillos y aspirinas. Antes de entrar a la habitación y despertarla, llamo a Welch.

—Tengo a la niña. —le digo apenas contesta—. ¿A dónde tengo qué llevarla?

—Te enviaré la dirección de un restaurant a las afueras de Seattle, ahí haremos la entrega.

—Bien. Pero me debes una grande, ¿Escuchaste? Esta jodida niña no es más que un dolor de cabeza.

—Solo entrégamela y vuelves a tus putos asuntos.

Welch corta la llamada, recordándome que no debo perder más tiempo en este maldito lugar. Voy dentro de la habitación, libero a la chiquilla y la empujo adormilada al baño.

—No pienso pararme en la carretera para que mees... ¿Escuchaste?

—¡Déjame en paz! ¡Grosero! ¿Cómo te atreves a tratarme así?

—Te dejaré en paz, ¡Por fin estamos de acuerdo en algo!

Subo las bolsas al auto y espero por ella en la puerta de la habitación por si intenta escapar. Supongo que madrugar no es lo suyo, porque sale furiosa y se acomoda en el asiento trasero sin mirarme.

—Por fin, un poco de paz. —sonrío y cierro su puerta con el seguro.

El camino de vuelta es menos pesado y más rápido que el de ida, así que acelero un poco sobre el límite de velocidad hasta que veo la entrada a Seattle. El mensaje de Welch me envía a un local de comida rápida sobre la carretera.

—¿Estás lista, niña? —la miro por el retrovisor.

—No.

—No me importa. —sonrío—. Ya no eres mi problema.

Estaciono junto al auto de Welch, y más allá se encuentra un auto de lujo. Abro la puerta trasera para bajar a la chiquilla y entregarla a su tío, pero el chofer del otro auto se apresura a tomarla por el brazo.

—¿Éste quien es? —pregunto.

—Nadie que te importe, ahora ve a descansar. Te veo más tarde en la estación, Grey.

Welch sube a su auto y yo le doy un último vistazo a la chiquilla, que sonríe mientras la llevan hasta el lujoso audi negro. Lanza un beso en mi dirección antes de desaparecer dentro del auto.

—Se acabó.

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