Capítulo 27

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—¿Sabes qué me gustaría hacer? Poder besar tu mandíbula y sentir lo áspero de tu barba en mi cuello.

Gruño de aprobación.

—Dejaré de afeitarme.

—También me gustaría besar tu pecho, tus abdominales perfectos, y...

—Mierda, ¿Haz hecho esto antes?

—¿Qué? —dice manteniendo el tono inocente de su voz.

—Nena, no te hagas la tonta. ¿Haz tenido sexo telefónico antes, si o no?

—No, mi amor. Solo contigo.

Oh.

Vuelvo a concentrarme en el sonido de su voz, pero aún tengo algunas preguntas en mente.

—¿Cómo es qué...? —ella me interrumpe antes de que termine la frase.

No es que esto requiera una ciencia exacta, pero incluso el tono seductor de su voz suena perfecto con el momento. Y yo pregunto por simple curiosidad.

—¿Quieres saber? —se ríe—. He estado viendo algunos videos en internet.

—Mierda, Cerecita, no deberías estar viendo porno. —reclamo, pero sale como un jadeo—. No cuando puedo imaginarte viéndolo y tocándote.

—Eso hago, amor, cuando pienso en ti.

—Carajo. —ni siquiera noté cuando moví la mano por dentro del pantalón de chandal.

Me voy a ir al infierno por caer en la tentación de Ana cuando sabía que no debería tocarla, primero cuando creí que era sobrina de Welch, luego por ser hija de un maldito corrupto como Steele. Y lo peor es que ni siquiera eso me detiene de excitarme con el recuerdo.

—Me quité el camisón para estar más cómoda porque tengo calor y mis pechos son tan suaves...

Puedo sentir la tensión acumulándose y tengo que bajarme el pantalón para darle un respiro a mi miembro. Él también está feliz de escuchar a la chiquilla seductora.

—Ay, mierda... gimo bajito—. Sigue hablando.

Cierro mis ojos con fuerza mientras ella sigue hablando de cómo sus manos curiosas tocan su abdomen y llegan hasta su punto más sensible, arrancándole un chillido de excitación.

—Estoy cerca.

Gruño bajito con el teléfono presionado entre mi oreja y el hombro, mis manos sobre mi erección subiendo y bajando sin importarme la cerveza derramada sobre el sofá.

—Yo también, amor. Quisiera que fueras tú y tu... —un pitido suena en el teléfono evitándome escuchar a Ana.

—¿Qué? —la llamo, pero otro pitido me deja sordo... Luego otro—. ¿Qué mierda?

El teléfono cae de mi hombro y rebota en el sofá, así que lo tomo para ver el motivo de la interrupción.

*¿Ya acabaste?*

*¿Y ahora?*

*¿Dejaste de masturbarte con las fotos de tu novia desnuda?*

—Jodido Luke, pedazo de mierda. —gruño con la excitación cayendo en picada.

—¿Christian? —Ana jadea en el teléfono, seguramente escuchó todo el movimiento—. ¿Qué fue eso?

— ¡El puto Luke! —gruño frustrado y con las bolas azules—. ¡Voy a arrastrar su jodido culo por todo Seattle cuando le ponga las manos encima!

*¿Jefe?*

—Nena, vamos a tener que dejarlo justo ahora porque voy a cometer un homicidio, ¿Está bien?

—Sí. —se ríe—. Saluda a Luke de mi parte.

Termino la llamada con Ana y marco inmediatamente el número de ese pequeño bastardo arruina momentos.

—¡Eww! —chilla cuando contesta—. ¿Por lo menos te lavaste las manos?

—¡Eres un imbécil!

—¿Por qué? Te di 40 minutos antes de marcar. Ya sabes, 30 para que descansaras y 10 para tus cochinadas...

—¡Ven para acá en este momento y trae la jodida cerveza! Arruinaste mi noche y ahora vas a traerme alcohol y pizza para cenar.

—Mierda. —susurra—. ¿Y yo soy la novia quejumbrosa? ¡Oh! No me lo digas... —ahora se ríe—. ¡No terminaste! ¡Por eso suenas como el puto duende gruñón que vive bajo el puente!

—¡Vete a la mierda!

Cuelgo sin querer escuchar más sus estupideces y voy directo al baño por otra ducha... Una muy fría ducha.

Me tomó seis cervezas y media pizza perdonar a Luke por ser tan entrometido, como si yo me metiera en sus líos de faldas.

Una semana más en la aburrida estación de policía de Seattle termina y nos preparamos para salir. Aún resguardamos los documentos bajo llave, pero todo está más tranquilo desde que instalaron la puerta con clave al pie de las escaleras.

—¿En qué piensas, jefe? —Ethan llama mi atención.

—En la detención de hoy. Es el tercer cargamento que los azules interceptan en las últimas dos semanas.

—¿Y eso es malo? —pregunta Sawyer.

—No, pero es extraño. —señala el rubio.

—¿Por qué?

—Porque Welch no nos ha pedido que lo investiguemos. Armas largas entrando a la ciudad ¿Y a nadie le importa? —agrega Leila.

—Esto ya no es una coincidencia, me temo que se está volviendo un tema recurrente que se está manteniendo oculto. Tal vez lo que no quieren es causar pánico entre las personas.

Paso la mano por la pequeña barba que me he dejado crecer mientras pienso en las repercusiones de esto. Entiendo que Welch no quiere mala prensa, ¿Pero no investigar? No parece algo que deberíamos dejar pasar.

—Pensaremos en ello el lunes. —Luke encoge los hombros—. Hoy es día de tragos. ¿Vienen?

Ethan y Leila asienten, caminando por delante de Sawyer hacia la salida. Yo camino detrás de él revisando mi móvil.

—¿Vienes? —se detiene para mirarme.

—No.

—¿Por qué no? ¿Tienes planes?

—Métete en sus asuntos, entrometido. —le gruño y él sonríe.

El imbécil no pierde la oportunidad de recordarme la grandiosa interrupción de mi encuentro con mi Cerecita.

—Christian, ¿A dónde vas?

—A otro lado. —camino hasta mi auto—. Ve a joderle el día a alguien más.

—Ya me disculpé, ¡Olvídalo, hermano! —lo escucho venir detrás de mí—. Anda, no me dejes tirado con ese par de tortolitos.

Señala hacia el otro lado de la acera, pero Ethan y Leila ya se han subido a su auto ignorando completamente nuestro drama.

—Voy al cine, ¿Quieres venir? —él asiente—. Entonces cierra la jodida boca y súbete al auto.

Conduzco hasta la plaza comercial y nos detenemos en la taquilla del cine para que compre los boletos. Luke decide hacer una parada en la dulcería como un jodido niño por caramelos y nachos.

—¿Quieres algo?

—Un refresco.

Miro impaciente el reloj y lo apresuro por el pasillo hasta la sala dos. Las luces ya están apagadas y los créditos iniciales se proyectan en la pantalla.

—¿Qué película vamos a ver?

—La que sea. —le gruño intentando ver en la oscuridad.

—¿Cuál película elegiste? Espero que por lo menos sea clasificación +21.

—Cierra la boca y siéntate. —lo guío por una fila de butacas vacías y señalo.

—Hermano, voy a patearte si elegiste una mierda para chicas.

Me giro para mirar su ceño fruncido, así que no me pierdo su reacción cuando sus ojos se mueven hasta la chica sentada en la fila delante de nosotros, una pequeña castaña que le sonríe.

—¡Ana!

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