Capítulo 52

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—¿Lo identificaste?

—Si, jefe. Dimitri Volkov, ingresó al país hace un año y no tiene antecedentes.

—¿Ruso? Vaya. Habría jurado que era un cartel mexicano. ¿Nada de delitos previos?

—O es un santo o un maestro de la discreción.

—¿Alguna relación con Steele o lo que está pasando?

Puedo ver por el rabillo del ojo a Ana incorporándose para escuchar mas sobre su papá.

—Nada aún, jefe. Solo se sabe que forma parte de un pequeño grupo al sur de la ciudad y ya estamos tratando de identificarlos a todos.

—Bien, encárgate de eso y llámame con las novedades.

Guardo el móvil en el bolsillo y vuelvo a sentarme en la silla junto a ella. Estoy más tranquilo después de llamar al capitán Abernathy para solicitar el resguardo del hospital.

—Ve a dormir, Christian. Te ves cansado.

—Estoy bien. —me paso la mano por el rostro e intento ahuyentar el cansancio—. Quiero estar aquí contigo.

—Amor...

Las palabras de Ana son interrumpidas por el sonido de la puerta siendo abierta, sin darnos tiempo de reaccionar hasta que Raymond Steele se detiene a nuestro lado.

—¡Annie!

—¡Papá!

Raymond se inclina para abrazar a su hija cuando nota los vendajes cubriendo su hombro, así que estira la mano para acariciar su mejilla.

—Dios, Annie, me diste un susto. ¿Estás bien?

—Si.

—Ella está bien, señor Steele.

Puedo verlo tensarse por mis palabras, enderezándose para mirarme con mucho más que furia en sus ojos.

—¡Tú! ¡Sabía que eras problemas para mi hija!

—Señor, yo no...

—¡Cierra la maldita boca, chico! —me enfrenta—. ¿Qué mierda hacia mi hija en tu apartamento?

—Papá, escucha... —le hace una seña para que la mire.

—Es mi novia, señor Steele. —digo como si eso aclarara todo.

— ¡No puedes mantenerte tú mismo a salvo! ¿Por qué crees que voy a confiarte a mi hija?

—Es adulta. —gruño con los brazos cruzados.

—¡Es mi niña! ¡No una puta que llevas a casa para la noche!

—¡Papá! —chilla Ana avergonzada.

—Señor, con todo el respeto, usted no puede venir a...

—¡Claro que puedo, pequeña mierda! ¡Ni siquiera sabes en donde te metiste! ¡Estarás muerto pronto y no dejaré que mi hija muera contigo!

—¿De qué habla?

—¿Lo ves? Eres un imbécil que ni siquiera sabe con lo que está lidiando.

Presiono mis labios con fuerza porque en esto tiene razón. No sé  a qué me enfrento y eso me está costando la mitad de mi equipo.

—Annie, vístete. Te vas a Georgia con tus tías en este maldito instante.

—¡No! ¡Papá!

—Si. Lo harás hasta que los jodidos rusos resuelvan el asunto de las armas y toda la demás mierda que tienen. No estoy preguntando.

—No me voy. —frunce el ceño.

—¿Y que piensas hacer? ¿Quedarte aquí a cuidarle la espalda? —me señala—. ¡Este imbécil ni siquiera sabe quien intenta deshacerse de él!

—¿Usted si? —decido intervenir—. ¿En qué está metido, senador? ¿Eliminarme es parte de su trato? ¿Por eso Dimitri Volkov estaba en mi apartamento?

Presiona sus dientes con fuerza y puedo ver la tensión en su mandíbula antes de contestar.

—No tenías que meter la puta nariz en mis asuntos y Welch va a pagar por esto. Lo único que me importa ahora es que la vida de Annie está en riesgo por tu estupidez.

—No me voy a ir, papá. —Ana se cubre más con las mantas—. ¿Quieres mantenerme a salvo? Coopera con Christian para detenerlos porque no voy a dejarlo.

Los pensamientos corren rápido dentro de mi cabeza pero no dejo que Steele me vea dudar.

—Si los jodidos rusos no acaban contigo, lo haré yo. —gruñe su amenaza—. Pero si mi Annie resulta lastimada de nuevo, acabaré con todo lo que te importa.

Se gira y sale de la habitación dando un portazo que hace sobresaltar a Ana. Permanecemos en silencio por unos segundos procesando lo que acaba de pasar cuando una tercera voz se escucha.

—¿Christian? ¿Estás bien? ¿Se la llevó?

¿Qué?

Saco el móvil del bolsillo de mi camisa para ver la llamada aún activa con Leila.

—¿Lay? ¿Escuchaste todo?

—Cada palabra. —casi escucho la risa en su voz—. Y lo que es mejor, lo grabé.

—Eres una maldita genio. —suspiro—. Eso debe contar como una confesión.

—Ya estoy haciendo copias y enviándolas a diferentes dispositivos. Esta es la conexión que necesitabas de Steele con los rusos.

—Gracias Leila. Te veré más tarde en la oficina.

Ahora sí me aseguro de terminar la llamada y guardo el móvil, pensando en las palabras de Steele sobre el peligro a mi alrededor.

—Nena, creo que tu padre tiene razón.

—¿De qué hablas?

—Sobre ti estando en riesgo por mi culpa. Y ahora todo mundo sabe que eres mi novia, así que acabo de pintar un blanco en tu espalda.

—Christian, no te atrevas.

—No voy a enviarte a Georgia, Cerecita. —sonrío y me acerco para sentarme a su lado—. ¿Alguna vez has visitado Detroit?

—¿Qué?

—Estaba pensando en que podrías ir a conocer a mis padres mientras resuelvo el caso.

—¿No quieres que te ayude?

—Estás herida y necesitas reposo, por lo menos dos semanas y creí que te gustaría conocer a tus suegros.

—¿Hablas en serio? —sus ojos azules brillan de emoción.

—Si, lo hago. Incluso creo que deberías llevar a Luke y a su madre, así no viajas sola.

Su pequeño ceño se frunce con la mención de mi amigo.

—¿A quien intentas proteger? ¿A Luke o a mí?

—Ambos. —sonrío—. No estés celosa, Cerecita. Confío en Luke y él se asegurará que nada te pase.

—No estoy segura de querer dejarte solo, Christian. Siento que intentas deshacerte de mi mientras haces que te maten.

—Oh, no. No puedo morir tan pronto porque el jodido rubio saltaría sobre ti tan pronto como exhale mi último aliento.

—Eso no es cierto. —empuja mi hombro y suelta una risita—. Pero si me gustaría mucho conocer a tus padres.

—Y ellos estarán encantados de conocerte. Tal vez puedas hablar con mi madre sobre algunos detalles importantes... Como una boda.

Su mirada se fija en la mía por un instante, la veo pasar saliva pero nada sale de su dulce boca.

—¿Una boda? —intenta parecer tranquila pero el rubor cubre su rostro.

—Si. Creo que deberías casarte conmigo cuando todo esto termine.

—Pero... —arquea las cejas, luego frunce el ceño; hace un puchero con la boca y termina por presionar sus labios mientras asiente—. Si quiero.

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