26- El asesino de la rue Morgue.

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"Una rareza del carácter de mi amigo no sé cómo calificarla de otro modoconsistía en estar enamorado de la noche. Pero con esta bizarrerie, como con todas las demás suyas, condescendía yo tranquilamente y me entregaba a sus singulares caprichos con un perfecto abandono".

Los crímenes de la rue Morgue, Edgar Allan Poe [*] .

  Contemplando los cadáveres descompuestos de Madame L'Espanaye y su hija, Madamoiselle Camille L'Espanaye, me arrepiento de ser tan condescendiente con todas las brillantes ideas de mi muy querido amigo Auguste Dupin.

  Y esto sucede porque, por más que aprieto el pañuelo perfumado contra la nariz, me inundan los vapores dulzones y agusanados de la muerte, que penetran sin piedad por mis fosas nasales.

  Auguste no parece enterarse de este hedor insoportable. Igual que horas antes, cuando recorríamos la vivienda de las fallecidas en la rue Morgue, dedica el tiempo a analizar cada detalle en silencio, sin mirarme siquiera.

  Por supuesto que estar aquí, en el depósito de cadáveres a esta hora de la tarde, significa un pequeño milagro. Vivimos encerrados a cal y canto. Sólo para nosotros y sin contacto con el mundo exterior. Leyendo, conversando, diseccionando las noticias o disfrutando de nuestro particular amor.

  Siempre me han gustado las mujeres y al principio me costó aceptar la atracción que sentía por, en aquel entonces, Monsieur Dupin, mi compañero de piso. Tanto, quizá, como su forma de vida nocturna.

  Debo reconocer que en un primer momento me resultó extraño vivir como las lechuzas. Recorrer las calles de París nosotros dos solos, por la noche, como si fuéramos los únicos habitantes de la ciudad. Al principio apenas rozándonos y, con el paso de los meses, del brazo. Cerrar los postigos de las ventanas durante el día era lo más enigmático. Me parecía un desperdicio realizar todas nuestras actividades a la luz de las bujías. Pero, poco a poco, los ojos grises de Auguste, enmarcados por la cabellera negra, fueron para mí el mundo. Y, más tarde, el universo entero.

ᅳNo le deis más vueltas, nos enamoramos de las almas de las personas y ellas no tiene sexo ᅳme dijo Dupin un día, sin que pareciera venir a cuento, en la época en la que negaba mis sentimientos.

ᅳ¿Y eso? ᅳle pregunté, molesto.

  Siempre tiene la irritante costumbre de adivinar mis divagaciones mentales, pero deseaba que esas ideas en especial siguieran ocultas para él. Un hombre enamorado de otro hombre, ¿cómo podía sucederme eso a mí?

ᅳQue yo también os amo ᅳexpresó de manera sencillaᅳ. Sé que se espera de nosotros que sigamos los dictados de las convenciones sociales. Dos hombres no pueden enamorarse. Lo dicen con la excusa de que es algo contrario a la Naturaleza, pintándola como si fuese una tirana. Yo os amo y sé que vos también me amáis.

  Permanecí en silencio, deseando estar en la calle y que un carruaje me pasase por encima, para no tener que hablar. Sin embargo, cuando Auguste se acercó a mí y me empezó a besar en los labios por vez primera, me percaté de que todo se encontraba en su sitio. Me dejé llevar por la pasión y jamás sentí remordimientos.

ᅳNo os distraigáis ᅳexpresa mi amigo, devolviéndome al olor pestilente y los cuerpos destrozadosᅳ. Necesito que observéis bien todos y cada uno de los detalles.

  Seguimos contemplando los cadáveres brutalmente mutilados diez minutos más y luego abandonamos el depósito.

ᅳ¿Y? ᅳlo interrogo, curiosoᅳ. ¿Sabéis quién es el asesino?

ᅳOs dije que después de ver la vivienda y los restos estaría en condiciones de deciros quién es y, efectivamente, puedo revelar su identidad.

ᅳ¿Quién ha sido? ᅳle pregunto enseguida.

ᅳLa policía jamás podría dar con él. Están desorientados por el estado desastroso de la habitación y por cómo se hallaba incrustado el cuerpo de Camille en la estufa a leña, con la cabeza hacia abajo. Piensan que tiene un origen sobrenatural y me temo que ésa es la verdad.

  Al escuchar sus palabras me estremezco. ¿Auguste, mi Auguste, pronunciaría aquello hasta ahora impronunciable entre nosotros?

ᅳNo temáis, amado amigo, no he sido yo ᅳmanifiesta, para él siempre soy un libro abierto o, como suele decir, llevo una ventana abierta en mi pechoᅳ. Pero sí es cierto lo que estáis pensando y creo que es hora de que lo admitamos. Soy un vampyr. Pero uno inofensivo, que cree en el poder analítico de la mente, incluso para contener la naturaleza sedienta de sangre de la criatura que vive dentro de mí. Sí soy un vampyr, pero me niego a ser el asesino de otro ser humano. Estoy seguro de que en el tiempo que llevamos juntos, os he demostrado que soy capaz de amaros. Os amo, jamás lo dudéis... Estos asesinatos son obra de otro vampiro. He podido olerlo en la vivienda y también aquí. Hay que detenerlo antes de que llame la atención sobre mí.

ᅳSobre nosotros ᅳexpreso, abrazándolo con fuerza y hurgando en sus ropas y en su boca.

  Le desabrocho el pantalón, mi pantalón, los bajo desordenadamente, siento su piel rozándome, también. En este rincón oscuro de una callecita cualquiera de París, una vez más, lo hago mío. El sexo aleja el horror de saber que el encuentro con el asesino está más cerca.

  Todavía con la ropa por el suelo, ya saciados, seguimos abrazados. No deseamos separarnos. La brisa cálida nos acaricia. Cada recoveco de la ciudad guarda un recuerdo especial y el aroma de nuestra pasión.

ᅳDebemos seguir ᅳsusurra, acomodándose la vestimenta mientras yo hago lo mismoᅳ. El vampyr se aproxima, te huele a ti. Creo que ha sido convertido recientemente, de lo contrario sabría que ninguno puede acercarse aquí.

ᅳ¿Por qué? ᅳsólo atino a preguntar.

ᅳPorque París lleva dos mil años siendo mío y así seguirá ᅳme aclara, contundenteᅳ. Poneos debajo de la farola y no tengáis miedo. Yo estaré muy cerca, os protegeré.

  Resulta innecesario que os comente que eso de servir como carnada de un vampiro hambriento no es lo mío. Auguste estaba en lo cierto: lo veo aparecer enseguida.

  Me contempla sin parpadear, con esos ojos rojos que intimidan y una sonrisa maligna en el rostro. Aunque se supone que la comida no habla, soy muy educado y me siento en la obligación de expresar:

ᅳMucho gusto, Monsieur...Monsieur... Ya que no me decís vuestro nombre, ¿al menos deseáis intercambiar conmigo las noticias del periódico? Los crímenes de la rue Morgue son un buen tema de conversación. ¿Habéis oído acerca de ellos? Pero si queréis hablar de otra cosa, por mí encantado.

  Cuando se me está por tirar encima, para destrozarme igual que a Madame y Madamoiselle L'Espanaye, Auguste abandona su escondite. Salta sobre él, le clava una estaca en el pecho y le corta la cabeza. ¡¿Este héroe es mi querido Auguste?!

ᅳ¡Ay, vos y vuestras salidas inoportunas! ᅳmanifiesta él, riendo a carcajadasᅳ. Ahora a eliminar las pruebas. Quememos a este vampyr  y luego a casa.

  Y yo lo sigo, como siempre. Claro que, desde esta noche, tengo la intención de pedirle a Auguste Dupin que me transforme en vampiro: deseo ser igual que él... Y estar con él para siempre.

[*] El escarabajo de oro y otros cuentos, Diario El País, Madrid, 2004, página 62.  

Unos crímenes tan horrendos que tenían horrorizados a los habitantes de la ciudad.

https://youtu.be/85_2bfiS24k




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