Oh

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Cielo, infierno.

Un tema controversial que ha permanecido en constante debate desde siempre.

¿Realmente existe un paraíso para los bienaventurados y un infierno para los caídos?

Su familia afirma que sí. Pero él no está seguro. Nunca estuvo apegado a dichas creencias sobre una deidad suprema que rige a todos con mandatos divinos.
Se mantuvo así por varios años y probablemente continúe de esa manera durante muchos más. Él está bien con su forma de vivir, gozando día a día sin preocuparse por un juicio final, porque para ser sinceros, ¿qué diantres iban a juzgarle?

Todos decían que era como una blanca paloma, y según la tía Koo, él ganaría un pase directo al paraíso de no ser por su incredulidad, que al parecer era el único pecado que ha estado cometiendo.

Nuevamente, Jae Beom pone en duda las palabras de sus allegados. Él no se ve como una blanca paloma, no es un santo y jamás lo será. No es tan pulcro como ellos piensan que es, aunque básicamente no ha hecho nada malo.

Es un hombre adulto que goza una vida buena. La relación con sus amigos es maravillosa y la que mantiene con su familia también lo es, a pesar de no compartir sus ideales. Ahora, en cuanto a al ámbito amoroso, Jae Beom prefiere dejarlo intacto. Lo intentó varias veces pero jamás pudo conseguir que naciera en él la necesidad de mantener un trato serio y eso es algo que no se puede forzar. Más allá de eso, a Jae Beom le va bien, más que bien. Su trabajo le permite ganar más plata de la necesaria así que se puede permitir ciertos lujos, sólo sus gustos más culposos porque a él no le va presumir lo material, al fin y al cabo son cosas que no caen en lo primordial. Además, tiene constantes luchas internas, como que si un reloj de lujo es mejor que donar dinero para los perros de la calle, o si un auto deportivo le satisface más que una carta en donde le agradezcan su noble contribución al centro de preservación de especies endémicas.

Puede sonar absurdo para la mayoría, pero no puede evitar la pequeña sensación de culpa que lo molesta, como en esos momentos. Viendo la brillante cruz de plata con incrustaciones de piedra caribeña, Jae Beom piensa que fue una compra innecesaria y está seguro que Mark ya está harto de verle haciendo muecas arrepentidas en medio de su mini bar.

Su amigo realizaba fiestas en casa cada vez que podía y Jae Beom estaba obligado a ir a cada una de ellas, incluso cuando ese ambiente le provocaba incomodidad.

—Lamento interrumpir tu gran lucha interna, pero si sólo viniste a quedarte sentado mientras observas tu brillante dije de manera culposa, entonces puedes regresar a tu casa. No te detendré.

—Disculpa.

—¿Por qué lo compraste? Sabes que terminarás deshaciéndote de él de todas formas.

Cuando la vio detrás de la vitrina, se había visto muy bien, pero ya no piensa lo mismo ahora que la tiene entre sus dedos. Y no es porque la cruz tenga un significado, es sólo una simple cruz diminuta que no tiene relación con nada. No sabe qué le motivó a gastar unos miles por ella, pero lo hizo.

—Creí que me lo merecía.

—Mereces ciertos caprichos, Jae Beom. Así como mereces este break, el cual no estás disfrutando.

Jae Beom miró alrededor. Todos parecían disfrutar el momento, él era el único aguafiestas del lugar.

—¿Por qué no bebes algo? Después podrías ir por alguien dispuesto a pasarla bien.

—No estoy seguro.

—Vamos. Algo debes hacer además de quedarte sentado. 

Mark tenía razón. ¿Qué sentido tenía quedarse ahí toda la noche si no disfrutaba? Jae Beom mandó sus pensamientos sin sentido a otra parte con ayuda del alcohol y consiguió que su cuerpo se aflojara lo suficiente como para dejar de preocuparse por los desconocidos que se movían a su alrededor. El anfitrión de la fiesta no podía quedarse pegado a él, por lo tanto, luego de cuarenta minutos en los cuales compartió bebidas con Mark, se vio obligado a buscar la compañía de un desconocido. No hubo más que una charla sin sentido que le causó gracia, quizás como efecto del alcohol que estuvo consumiendo con la esperanza de embriagarse. Sin embargo, después de dos largas horas Jae Beom seguía estando cuerdo, pero con una sed inmensa.

Dejó a la rubia y fue en busca de agua fría. No se preocupó por la mujer ya que la vio adentrarse entre la maraña de cuerpos que bailaban pegados, donde seguramente iba a conseguirse una nueva compañía.

Jae Beom no la quería. En algún punto entre la una y las dos, le llegó la necesidad de estar solo. Parecía algo imposible cuando el lugar tenía gente por todas partes yendo de aquí para allá, gritando en vez de hablar y riendo cual locos. El pensó en la zona que podría estar menos concurrida y se propuso ir hacia allá una vez que terminara la botella de agua que había cogido.

Jae Beom se tomó su tiempo. Debido a que el lugar se tornó bochornoso, optó por abrir todos los botones de la chaqueta y sentarse en la barra de la cocina desierta cuando vio a alguien salir de la habitación contigua a la principal.

Resulta un poco irónico saber que lo único predecible de la vida, es que es impredecible. Por su mente jamás pasó la idea de que su vida podría cambiar de un momento a otro de manera significativa. Tendría que suceder algo verdaderamente especial como para que eso pasara, y Jae Beom no tenía la mínima idea de cuán especial ese momento era.

Nunca se había fijado en los hombres, al menos no de esa manera pero por alguna razón aquél pelinegro que bajaba las escaleras se robó toda su atención.
Pronto, se quedó con la mente en blanco y sin saber qué hacer cuando el chico se adentró a la cocina.

Su cabello negro estaba ligeramente enmarañado y por la expresión de molestia que hizo al abrir el refrigerador, supo que había estado durmiendo. Debió suponer que continuaba somnoliento ya que ni siquiera había volteado hacia su dirección. El chico vestía jeans claros, una playera negra y calcetines del mismo color. Nada que pudiera impresionar y aún así él se había quedado clavado observándolo de pies a cabeza. Sin embargo, cabe la posibilidad de que la ropa no sea lo que le resulte curioso, si no el hecho de que este hombre es verdaderamente precioso.
Por cada vez que le escudriñó con la mirada, Jae Beom sintió cómo esa rara sensación de cosquilleo incrementó aún cuando el chico estaba de espaldas.

Sus manos picaban por tocar la curva de su espalda baja hasta culminar en su trasero. Es increíble que Jae Beom piense en esas cosas y lo sabe perfectamente. ¿Por qué se sentía tan atraído?

Le vio remover las cosas en busca de algo que no encontró y cuando finalmente se dio la vuelta, aquella mirada sorprendida chocó con la suya. Podría jurar que durante el breve instante en el que se mantuvo sumergido en ella, Jae Beom olvidó su propio nombre.
Podía escuchar el bombeo fuerte en su pecho donde saltaban chispas hacia todas direcciones, junto con una especie de fuerza que lo empujaba hacia él.

¿Qué mierda estaba pasando?

Por un momento se quedaron así, mirándose fijamente sin parpadear hasta que el pelinegro divisó la botella en su mano, entonces supo el por qué de su presencia en la cocina.

—Toma.

Jae Beom le tendió la botella y aunque al principio dudó, el chico se acercó para aceptar su ofrecimiento.

Le han dicho desde siempre que su mirada gatuna además de atrayente, también llega a ser extraña en ciertas ocasiones y que su seriedad causa que las personas se pongan nerviosas. Jae Beom no pudo evitar sonreír al pensar que ese podría ser el motivo por el cual el pelinegro parecía querer salir corriendo igual que una presa, porque Jae Beom se veía exactamente como un depredador vigilando cada uno de sus movimientos.

—Gracias.

De un tono cálido y suave, la voz del hombre resultó grácil al oído. Como si de terciopelo se tratara, sentía las ganas de envolverse de pies a cabeza.

Su necesidad por permanecer solo desapareció y en su lugar nació el deseo por ser acompañado, no por cualquiera, por éste chico solamente. De pronto, su lado racional regresó a flote y Jae Beom sintió pánico por cada tramo de su piel cuando se dio cuenta de lo que había hecho. Su curiosidad resultó inmensa y aunque su intención fue saber sólo un poco, terminó por indagar más allá de lo que había esperado, y fue así cómo todo terminó siendo un caos para él.

Porque fue el mismo Jae Beom quién soltó las riendas y permitió que Park JinYoung se acercara. No sabe en qué momento terminaron sentados en la barra compartiendo una botella de vino, hablando sobre muchas cosas que sonaban interesantes pero que al fin y al cabo sólo estaban posponiendo lo que entre ellos crecía a pasos agigantados.
Era algo grande y significativo. Era una bruma tremenda, una que jamás había sentido por otra persona. No podía quitar la mirada de esos ojos marrones que se iban oscureciendo minuto a minuto. Una sed irracional amenazaba con derribarlo cada vez que los labios contrarios acaparaban su atención, eran bonitos y de apariencia suave pero al mismo tiempo tan obscenos que su mente había volado sola, creando escenarios que ni en sus más oscuros sueños pudo haber imaginado.

Entonces se dio cuenta de la situación en la que estaba envuelto y por primera vez le encontró significado al fruto prohibido. Park JinYoung era la definición del mismo.

La respiración se le cortó cuando la mano del pelinegro rozó su muslo. Pensó que había sido accidental pero luego de tres roces seguidos supo que no había sido así. Se mantuvo sereno por fuera, aunque por dentro se estaba removiendo entre sus propios pensamientos embarrados en paranoia que empeoraron con la llegada de las caricias sutiles. Los dedos de JinYoung recorrieron toda la extensión de su brazo hasta culminar en su cuello, donde descubrió la pequeña cruz de plata escondida debajo de su ropa.

Para ese momento Jae Beom se encontró temblando. Maldita sea, el había temblado cuando los delicados dedos del chico tocaron el collar, rozando su piel mientras admiraba el centro de la piedra semipreciosa de color azul.

Después, la mano de JinYoung cubrió la suya y comenzó a jugar con sus dedos, tras ese mínimo contacto su cuerpo se estremeció por completo y Jae Beom deseó mucho más.

Pudo sentir cómo su interior albergaba una flama pequeña que amenazaba con destruir todo a su paso.
Llegado a ese punto se vio al borde de la desesperación, su mente jugó de manera cruel con él y una voz  retorcida habló sin parar. Lo torturó de la peor manera, poniendo ideas en forma de pecado que jamás serían suyas. Después de todo no había sido tan ajeno a las creencias de su familia.

"La tentación no es pecado, ceder ante ella sí lo es".

Las comisuras de sus labios se tensaron en una sonrisa amarga al comparar a JinYoung con un demonio disfrazado de un ser celestial que salió desde las sombras para incitarlo a perderse en la tentación. Había oído un millón de veces lo que aquello traía consigo; la condena del espíritu.

"Las tentaciones relacionadas con la inmoralidad sexual, son las que producen consecuencias terribles".

¿Desde cuándo se había preocupado por el bien y por el mal? Jae Beom no cree en una deidad, sus reglas no se aplican a él. ¿Entonces de qué se preocupa? Esas consecuencias no llegarán a él. No obstante, ¿puede alguien caminar sobre las brasas o tocar el fuego sin quemarse la piel?

Todos saben la respuesta, incluso cuando no han pasado por un momento crítico lleno de inmoralidad como ese.

En sus veintiséis años de vida, Jae Beom jamás se había cuestionado la manera en la que debía vivirla, hasta que éste chico pecaminoso entra en ella. Park JinYoung aparece de la nada con su aura irresistible y hace que todo tiemble desde los cimientos. Y por más que intenta poner resistencia, Jae Beom pierde la batalla. La tentación no es más que una trampa que puede poner en peligro a alguien ingenuo, inexperto o confiado. Alguien como Jae Beom, un simple mortal que se convirtió en presa fácil.

Supo que estaba jodido en el momento exacto en el que JinYoung acercó sus labios, dejando que su aliento acariciara su oreja y que el aroma del más dulce tormento lo embriagara. Ni siquiera el alcohol consumido logró confundir tanto sus sentidos.

Al ver que estaba siendo apresado, hizo todo lo posible por librarse con la poca fuerza de voluntad que le quedaba. Jae Beom lo intentó.

Pero la carne es débil, y terminó por comprobarlo de primera mano.

—¿Quieres subir?— fue una simple pregunta que podía pasar con un sentido ingenuo ante cualquiera que la escuchara, pero Jae Beom sabía que estaba bañada en sátira. Esa voz acaramelada ocultaba un sacrificio detrás. Trató de leer su expresión mezclada con tonos de nerviosismo y sonrojos pintados en esa cara angelical. —Podemos ir a un lugar más íntimo, si-si quieres.

Bien, de todas maneras él ya está condenado a caer. 

Todo es tan borroso a partir de ese momento, no recuerda las palabras que salieron de su boca, lo único que sabe es que aceptó. Jae Beom estaba en medio de la habitación a oscuras a punto de desnudar al jovial pelinegro que lo llevó al límite y prometía mostrar el camino prohibido de las inhibiciones del lado equivocado.

Malditas sean las leyes divinas que toman a Jae Beom por un idiota desprevenido y juegan con sus pensamientos. 

Cada uno es probado al ser provocado y cautivado por su propio deseo. 

Oh, la beffa della vita.

Jae Beom no podía creer que su deseo más profundo hubiera surgido desde las penumbras y tomado la forma de la restricción más baja hasta convertirse en un hombre cincelado a la perfección, igual que una obra de arte. No quiere arruinarla con sus manos, pero tampoco puede apartarlas, en especial cuando JinYoung suspira complacido ante el contacto y le sonríe de esa manera tierna.

¿Por qué detenerse entonces? De todas formas, él ya está jodido.

.

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Oh, beffa della vita; Oh, la burla de la vida.

He llegado con una nueva historia super corta.

Espero lograr mi cometido con esto. Sin nada más que decir por el momento, disfruten.

#PrideMonth

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