I. Perfecta.

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(+) Hija de Ares: Lalisa/Lisa.

°°°

Cada estocada era evadida por la ágil muchacha, sus rápidos movimientos sorprendieron a su padre gratamente, él pensaba que el fruto de los constantes entrenamientos empezaba a notarse mucho más los últimos días y eso lograba ponerlo de buen humor.

Lalisa todavía no lograba comprender esa emoción que Ares tenía en su mirar cada vez que ella podía contraatacar o esquivar, pero no podía evitar sentirse orgullosa de su propio trabajo; siendo alguien que se ponía nerviosa cuando era halagada por su belleza y habilidades, no le incomodaba en absoluto que aquel dios expresara su conformidad con su esfuerzo resaltando lo buena que se había vuelto para la lucha.

Lo único que lograba escucharse eran sus pasos apresurados, el choque de las espadas y doradas armaduras que con el tiempo iban desgastándose, ni siquiera los pocos presentes de aquella práctica eran capaces de generar algún tipo de ruido que distrajera a padre e hija.

La joven retrocedió soltando un bajo quejido, el sudor deslizándose por sus mejillas, su rápida respiración y sus músculos completamente cansados no fueron un impedimento para volver a lanzarse sobre el dios que rápidamente la esquivó.

─ Concéntrate. ─ Demandó el mayor. ─ Lo estás haciendo bien.

Y esas simples palabras sirvieron como un estímulo para que su hija asintiera, tomando el valor de hacer lo que había estado practicando a escondidas para sorprender a su padre. Inhaló con fuerza mientras empuñaba con ambas manos su espada, cuando estuvo lo suficientemente cerca cambió la posición y sostuvo con una mano el gran objeto moviéndolo rápidamente intentando herirlo.

Ares se extrañó ante la muy notoria intención de su hija y sonrió confiado. Predecible. Pensó. Sin embargo, todo rastro de tranquilidad se esfumó cuando sintió una gran punzada en su abdomen, sus brazos quedaron en el aire dejando caer su propia arma. Sorprendido, bajó la mirada encontrándose con un cuchillo atravesando esa zona con facilidad, ni su tan amada armadura había sido lo suficientemente resistente al afilado metal. El combate había finalizado cuando cayó de rodillas, derrotado por primera vez. Sus discípulos reunidos jadearon ante la sorpresa, observando con verdadera fascinación a la hija de su maestro que se mantenía serena.

─ Factor sorpresa. ─ dijo como si nada, estando poco preocupada por la herida que sanaría en un par de horas. ─Prestaste atención al arma equivocada.

─Correcto... bien. ─ Ambos se sonrieron mutuamente y la joven extendió su brazo para ayudarlo a colocarse de pie nuevamente. ─ Mejor dicho, tú prestaste atención a todo lo que te dije. Debo de ser sincero, no creí que lo tomarías en cuenta. ─ Lalisa se encogió de hombros mientras hacía una señal a uno de los discípulos de su padre para que se encargara de volver a ordenar el área de entrenamiento. ─ No es tu estilo.

─¿Mi estilo? ─ Preguntó confundida arrugando su entrecejo.

─ Lo discutiremos después. ─ Respondió dando pequeñas palmadas al hombro de su hija. ─ Necesito recuperarme. - La joven asintió sin intención de objetar, todavía tenía algo que hacer y ese día en especial el entrenamiento había durado más de lo habitual. ─ Por cierto...─llamó instantes antes de que su hija se alejara. ─También hablaremos sobre eso. ─señaló el pequeño cuchillo que todavía goteaba su propia sangre.

Lalisa alzó su amada arma recién adquirida y sonrió. ─Regalo de Chronos... pero forjada por Hefesto.

Ares entrecerró sus ojos. ─Hefesto enfurecerá si sabe que fue para ti.

─Lo sé. ─Ambos rieron al imaginarse la reacción que tendría, era bien sabido que los dos se mantenían en la lista negra del dios. ─ Padre, cuide de su herida.

El mayor asintió y se alejó de ahí siendo seguido por sus pupilos que peleaban para estar entre las primeras filas.

La lluvia no era ningún impedimento para la joven. Caminaba con tranquilidad entre todos los humanos que corrían a salvaguardarse de las frías y gruesas gotas que caían esa noche sobre la ciudad. Tal vez su vestimenta era muy anticuada para la época en la que se encontraba, pero el ser invisible ante los ojos mortales le permitía usar su oscura capa favorita mientras que la capucha de esta cubría su cabeza dejando unos pequeños mechones libres; regalo de su padre hace unos cientos de años que todavía conservaba.

No es que sintiera verdadera fascinación por el mundo mortal, pero le resultaba agradable conocer cada lugar que componía el dominio de Zeus y otros dioses; ese interminable palacio que servía como su hogar sobre los cielos llegaba a aburrirla y, cuando ni el entrenamiento que su padre le impartía era suficiente para liberarla del disgusto, solía escaparse por un par de horas para divagar en calles europeas, sus favoritas.

Se detuvo en una parada de autobús, no porque estuviese cansada y ese era el único lugar con una banca disponible, más bien, la discusión de una pareja llamó su atención. Se sentó en silencio aun sabiendo que no podía ser vista y se cruzó de brazos observando como la mujer golpeaba el pecho del muchacho mientras le reclamaba algo.

─ ¡¿Cómo pudiste?! ¡Era mi mejor amiga!

La joven abrió su boca sorprendida y se levantó para colocarse al lado del par. ─ Eso no se hace. ─ Comentó observando al chico con atención, esperando la reacción de este.

─ ¡Habíamos terminado! ¡Deja de golpearme!

Habían terminado, mortal... ¿por qué tanto drama? ─Cuestionó esta vez a la chica mientras ladeaba su cabeza intentando comprender la frustración de la mujer.

─ ¡Oh! ¡¿Entonces es mi culpa que te acostaras con ella?!

Tu amiga tampoco es una santa. - Opinó. ─ ¿Hay algún tipo de código con los amigos? ─ Se preguntó a sí misma. ─ Tal vez sí... debería de apuntarlo.

Disfrutando de problemas mortales, ¿mmh? ─ Hablaron tras ella haciéndola sobresaltarse.

La joven giró rápidamente encontrándose con la sonrisa de una bella y perfecta mujer. Su boca se secó y asintió lentamente volviendo a atender al par que no paraba de discutir. No pudo evitar ponerse nerviosa cuando la mayor caminó hasta posarse a su lado y apoyó la cabeza sobre su hombro.

¿Qué haces aquí? ─ Preguntó después de un largo rato.

¿Esa es la forma de hablarle a tu diosa?

─ Solo es extraño. A ti no te gusta este lugar, odias mezclarte con ellos.

─ Estás tú aquí, ¿no es suficiente para que ahora me guste?

La menor ocultó una sonrisa, satisfecha ante esa respuesta. ─ ¿Quieres regresar?

─ O podemos quedarnos un rato más, nunca hacemos algo que a ti te guste.

Lisa dejó de prestar atención a esa pareja para girarse y verla con una expresión confundida, pero con gran disposición a pasar las siguientes horas en compañía de su diosa.

¿Quién lo diría?

Afrodita, dotada de una hermosura inexplicable, aquella que con una simple mirada y una sutil sonrisa tenía a quien quisiera besando sus pies, se encontraba entre los brazos de su amante, preguntándose si se habían equivocado en nombrarla a ella como la diosa de la belleza.

─ ¿Te sientes cómoda? ─cuestionó Lisa mientras recargaba su espalda en el tronco del gran árbol.

─La verdadera pregunta es; ¿cómo no estarlo? ─respondió con una sonrisa, acomodándose entre las piernas de la menor y así poder recostarse sobre ella, apoyando su cabeza en el pecho de Lalisa.

El amor, a su perspectiva, poseía una definición compleja que los mortales no podían comprender y, siendo sincera, desde hacía mucho tiempo ella empezaba a dudar de sus propios conocimientos. Lisa era la única razón. No lograba comprender la facilidad con la que esa joven había robado su atención, convirtiendo su estado de ánimo en euforia total cada vez que pasaban tiempo juntas, dejando de ser solo un "capricho" a ser su mayor prioridad. Los detalles que envolvían a la menor la convertían en un ser perfecto para sus ojos, desde su gran determinación, valentía y coraje, hasta los adorables lunares que adornaban su hermoso rostro y su sonrisa aniñada que pocos tenían el agrado de conocer.

Probablemente esa palabra se ajustaba perfectamente a su situación; esos sentimientos eran inadecuados para una diosa casada.

Pero, ¿qué podía hacer? Ares se había encargado de crear a un ser hermoso capaz de robarse el corazón de cualquiera que se tomara el tiempo necesario para conocerla.

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