II. Verdaderas intenciones.

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(+) Chronos: Dios del tiempo y personificación del mismo. Omnipresente.

°°°

Una relación pasajera entre un dios y un mortal no es difícil de ver, ni mucho menos es un pecado merecedor de algún castigo cruel. El verdadero problema surge cuando los sentimientos van más allá del deseo y lujuria, cuando un ser superior tienta su suerte y se relaciona de más con un humano.

En el plano inmortal no existe alguien que desconozca la historia de Lalisa y la guerra que se libró cuando ella cayó enamorada de una bella mujer coreana, poniendo en jaque la tranquilidad que se había llevado por millones de años sobre el Olimpo. La pequeña hija de Ares, junto a su espada y armadura, se enfrentó a todo un batallón enviado por El Concilio. Con una sola regla impuesta: Si derrotaba a todos, era perdonada.

Todos observaron con verdadera fascinación y asombro las habilidades de la joven; uno a uno los soldados iban cayendo y ella, con el que parecía su último aliento, derrotó al único en pie: Ezio, hijo de Atenea. El cual, gracias a la intervención de su madre, pudo sobrevivir a la ira de la azabache.

Para la actualidad, nadie podía olvidar ese desliz de la joven, es por ello que se negaban a la recomendación de Ares.

–¡Abran los ojos!–Ares se levantó golpeando la mesa con su puño, completamente exasperado. –Mi hija es perfecta, ¡déjenla competir!

Todos los miembros del Concilio se miraron entre sí sin poder creer lo que el dios pedía.

–Sabes que ella no puede hacerlo. –Dijo Hefesto dejando ver una sonrisa. –Alguien que rompe las reglas no es candidato para el puesto.

–¿Es eso o tienes miedo a que ella derrote a todos sus hijos y discípulos? –Esa pregunta logró callarlo, Ares volvió a tomar su sitio e intentó relajarse –Lalisa se ha estado esforzando, y aprendió de su error... dejen que participe.

Afrodita, quien se había mantenido al margen de la discusión, deseaba intervenir a favor de la menor. Las palabras de Ares no eran ninguna mentira, ella misma había comprobado el esfuerzo que la menor le ponía día con día a los duros entrenamientos que recibía. Mientras todos discutían la nula posibilidad de la participación de la joven en el torneo que se avecinaba, Afrodita levantó su brazo para llamar la atención.

–¿Por qué no? –Cuestionó –Zeus, tú pusiste las reglas y no hay ninguna que prohíba la participación de Lalisa por un error de hace muchísimos años. –Ladeó su rostro, sabía que los reclamos no tardarían en llegar por lo que se levantó de su asiento y desfiló hasta la salida de ese gran salón. –Impartan la justicia que tanto presumen y no hagan menos a quien no lo merece. Y ya que la reunión terminó, me retiro.

Los demás miembros se quedaron boquiabiertos, Ares sonrió y Hefesto gruñó ante la inoportuna intervención de su esposa.

–Ahora vemos quién lleva los pantalones en el matrimonio, eh. –Hermes codeó a su hermano con la única intención de molestarlo.

–Silencio. –Zeus por fin se levantó y captó la atención de su grupo. El gran e imponente dios se paseó por la sala intentando hallar una solución mientras acariciaba su perfecta barba. –¿Qué tiene ella para ofrecernos?

–Todos sus servicios y fidelidad, por supuesto. –Ares respondió, como si hubiese practicado para ese momento.

–Por favor, Zeus, sabes que esa niña jamás podrá ser pura. Que sea hija de Ares no le quita su parte-

–¡Cállate!

Hefesto alzó sus manos cuando, en menos de un parpadeo, tenía la espada de Ares apuntando su garganta. –Sabes que digo la verdad...

–No te permito hablar de mi hija. Ensucias su nombre con solo mencionarla.

–Ares. –llamó Zeus, logrando que su hijo se calmara y alejara. –De acuerdo. Lalisa participará, pero deberá seguir cualquier orden y demostrar que es merecedora de una oportunidad como esta.

Todos exclamaron sorprendidos, todos menos Hera y Ares; la primera porque siempre acataba las órdenes de su esposo y el segundo porque la felicidad lo embriagó; no había nada mejor que ver el horrible rostro de Hefesto molesto, lo hacía más feo de lo normal.

°°°

(+) Zante, Grecia.

Sobre un acantilado cubierto de vegetación y envuelto en tranquilidad absoluta se encontraba la pelinegra sentada, intentado seguir con solo su mirada el rápido orbe de luz que parecía jugar con ella. La joven agradeció la oportuna llegada de uno de sus pocos amigos, sin él presente probablemente estaría martirizándose por la respuesta del Concilio sobre su participación; ella sabía que no era muy bien aceptada desde su único error, y tenía ciertas dudas sobre la capacidad de convencimiento de su padre.

–Oh, pequeña ¿ya te enteraste? Noticia de hace un segundo aproximadamente –una alegre voz masculina se escuchó.

Lalisa entornó los ojos hacia esa pequeña esfera que iba de aquí para allá demostrando su felicidad. –Yo no soy tú, Chronos.

–Lo siento. –y cuando menos se lo esperó, la menor tuvo a su lado a un apuesto hombre que le sonreía con amabilidad y le extendía una manzana; fruta favorita de ambos. –Ares lo consiguió, te aceptaron para que participes. –Lalisa esbozó una pequeña sonrisa antes de limpiar con su manga el delicioso fruto. –No te ves tan emocionada.

–Lo estoy. –Dio una mordida y luego dirigió su mirada al mar frente a ella, perdiéndose por breves segundos en la inmensidad de este. –Claro que lo estoy, pero también estoy nerviosa. No quiero decepcionar a papá.

El dios se detuvo a pensar mientras detallaba el perfil de la menor. Para él, que conocía al derecho y al revés la historia de la joven, no hallaba razón suficiente para que ella se sintiera de ese modo. Los torneos realizados, por muy difíciles que fueran, no los consideraba gran obstáculo para la chica.

Chronos se irguió mientras apoyaba ambas manos sobre sus rodillas. –Si Ares hizo tanto alboroto para que te aceptaran, entonces confía en ti lo suficiente. No lo decepcionarás...–quiso proseguir con su monólogo pero intuía la llegada de alguien más, alguien que le robaría la atención de Lalisa.

Ambos se levantaron de inmediato cuando ligeras pisadas se escucharon tras ellos.

–¡Felicidades, Lisa! ¡Podrás participar!

La menor no tuvo tiempo de responder, apenas y pudo mantener el equilibrio cuando Afrodita se lanzó a sus brazos, rodeando su cuello y besándola con euforia. Sus párpados se ampliaron y sus brazos quedaron al aire sin estar segura de abrazarla.

Por su parte, Chronos rió ante la adorable reacción de su pequeña amiga. El dios esperó unos segundos y al comprobar que Lalisa no podía salir de su asombro, su mano tomó el cuello de la diosa y la jaló sin mucho problema hacia atrás.

–Deja que respire. –comentó con una sonrisa divertida. –No me molesta su jueguito de tiernas amantes, pero mírala, está como idiota.

Afrodita frunció el entrecejo y puso ambas manos sobre su cintura. –Tú fuiste el primero en decírselo, ¿verdad? Al menos deja que yo sea la primera en darle un premio. –dijo con reproche.

Él se encogió de hombros. –No puedo evitarlo... –Para dar énfasis a sus próxima palabras se desvaneció y apareció al otro lado de Afrodita. –Estoy en todo lugar... –Volvió a desaparecer y, esta vez, se posó tras Lisa –En todo momento. –Hizo saltar a la menor ante el pequeño susto, provocando que Afrodita golpeara su hombro con poca fuerza. –Por cierto, tu padre te está buscando. Y tú, eres muy valiente al golpearme.

–Déjate de juegos. –Amenazó la diosa cruzándose de brazos.

–Debo irme. –La menor interrumpió la próxima pelea que esos dos iban a tener, aunque deseaba que se llevaran mejor, era imposible si ambos poseían el mismo nivel de orgullo. Besó la frente de Afrodita, quien no dudó en quejarse por el poco cariño que estaba recibiendo, y finalmente se despidió de Chronos con un simple movimiento de mano.

–En su campo de entrenamiento, búscalo ahí. –Recomendó el mayor.

Para cuando estuvo frente a su padre nuevamente, este tenía una expresión de emoción en su rostro que llegó hasta asustarle; no es que Ares fuese el más frío, pero estaba acostumbrada a una imagen seria que pocas veces lucía una sonrisa.

–¿Me necesitas?

–Estoy seguro que ya te dieron las buenas noticias. –Su hija asintió. –¿Qué opinas?

–Lo lograré... –Su poca determinación no convencía al mayor pero por esta vez lo dejó pasar.

Ares se paseó por el lugar y sin previo aviso lanzó su espada a la menor quien retrocedió, levantando una capa de polvo a su paso.

Lalisa nunca había sido capaz de cargar con la pesada arma de su padre, aunque lo intentó, sus brazos cedieron y la punta del gran metal cayó al suelo haciendo eco por todo el lugar.

–Todavía no puedes.

–P-Perdón...

–Quiero que participes con ella.

Lisa dejó caer el pesado metal ante la sorpresa, no le importó dejarla tirada y se acercó a grandes pasos a su padre, ¿había enloquecido? Con tan solo intentar cargarla ya hacía un gran esfuerzo.

–Imposible.

–Lalisa. –el mayor posó ambas manos sobre los hombros de su hija y se inclinó para estar a su altura. –Necesito que ganes... ahora es cuando no puedes mostrarte débil, ¿lo entiendes? Te quiero ver ascender y que nadie vuelva a cuestionar tus habilidades.

La menor apretó sus labios y desvió su mirada hasta la espada a unos pocos metros. –No puedo, manejar tu arma solo me hará más lenta... deja que lo haga a mi modo.

Ares negó. –Necesitas la mía. Y es por eso que desde mañana tu entrenamiento será más duro. Quiero que descanses el resto del día y te prepares.

–Pero padre...

–Es una orden, hija.

Y lo que el dios ordenaba, se hacía. Su hija bajó la cabeza y asintió ganándose unas palmaditas sobre su hombro.

–Por cierto, tampoco te quiero distraída, como con viajes innecesarios al mundo mortal o... rostros hermosos en cuerpos perfectos. –Ares alzó su mano para callar las palabras de la menor. –No es necesaria una explicación. Lo sé, pero te pido discreción si no quieres que Hefesto te odie más de lo que ya lo hace.

–No me distraeré. Ella no... no significa nada para mí. –Dijo con seriedad intentando creerse sus propias palabras. –Con permiso.

Cuando Ares vio alejarse a su hija, suspiró, no sabía lo fácil que era convencerla de algo.

–Gran trabajo.

El dios escuchó una nueva voz en el aire mientras se dirigía a recoger su pesada espada.

–Ya te estabas tardando.

–Quería asegurarme de que lo hicieras.

–Que abandones tu propio reino significa que te importa.

–Gracias a tu ayuda, este pronto también será mi reino.

Cuando el dios de la guerra tomó su arma y se giró, volvió a encontrarse con el señor del inframundo. Hades lo miraba fijamente y con cierta complicidad.

–¿Dices que tu hija nos servirá?

–Ella estando de nuestro lado seremos invencibles.

Hades no pudo evitar que su curiosidad saliera a flote. –¿Qué tan fuerte es como para escudarte en ella?

–Lo suficiente como para ganar ese estúpido torneo, y cuando sea ascendida y reconocida como una diosa, te aseguro que no habrá nadie que pueda enfrentarnos.

–Suenas convencido a que una niña puede ganarle a Zeus. –Ambos iniciaron un recorrido por todo el campo, convencidos de que se mantenían a salvo de curiosos cercanos.

–Le he enseñado lo suficiente. –Respondió encogiéndose de hombros. –Te daré tu reino y me desharé de todos los que me ven como menos, piensan que en algún momento los traicionaré... –Los dos dioses se miraron y rieron. –Que lo haré gracias a su desconfianza. Ellos se lo buscaron.

–¿Estás seguro que es por eso? ¿No tiene nada que ver con la madre de tu hija? –Hades dirigió su mirada hasta el camino que había tomado la muchacha y el silencio de Ares le confirmó sus sospechas. La ayuda del guerrero era por simple venganza. Estúpidas o no sus razones para querer ayudarlo, igual le servía.

–Nos vemos, Hades.

Ambos se separaron regresando a sus respectivas labores, ignorando por completo la presencia de dos inoportunos cerca. Uno de ellos volviendo a tomar su forma favorita como halo de luz y el otro, completamente aterrado, corriendo hasta el trono de Zeus.

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