XXIV. El nacimiento de Lisa.

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aquí tienen una breve explicación sobre el nacimiento de Lisa, sí.

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«Mientras Gea dormía engendró a Urano, el cielo estrellado, teniendo la misión de ser una morada segura y eterna para los dioses. Urano contempló tiernamente a su madre desde las elevadas cumbres y derramó una lluvia fértil sobre sus hendiduras secretas, naciendo así las hierbas, flores y árboles con los animales y las aves, que formaron como un cortejo para cada planta. La lluvia sobrante hizo que corrieran los ríos y al llenar de agua los lugares huecos se originaron así los lagos y mares, todos ellos identificados con el nombre de Titanes: Océano, Ceo, Crío, Hiparión, Lápeto, Crono; y Titánides: Temis, Rea, Tetis, Tea, Mnemósine y Febe; de ellos descendieron los demás dioses y hombres

Zeus atesoraba la extensa historia sobre la creación del universo, sin embargo, todavía quedaba una pequeña parte que no terminaba de gustarle: Los hombres. El dios tenía sus creencias firmes, y una de ellas era lo detestables que podían llegar a ser los seres humanos; la madre Gea se había equivocado gravemente en dejarlos vivir bajo su protección. Para su fortuna, existía el Olimpo, su lugar de descanso y meditación, donde podía caminar entre seres como él –algunos siendo sus propios hijos- con poder, inteligencia y talentos únicos.

Esa mentalidad superior y gran orgullo serían la razón principal por la que uno de sus hijos se revelaría más adelante.

Las relaciones entre un dios y un mortal no estaban prohibidas, estos seres supremos tenían la libertad de estar con quien les plazca siempre y cuando no se involucraran más de lo necesario. Porque, era obvio, los humanos solo servían como una vaga distracción.

Y Ares estaba de acuerdo con eso... por un tiempo.

Para el gran guerrero era extraño sentir algo más que solo lujuria por una mujer, y aunque le costó aceptarlo, terminó cediendo a ese sentimiento que lo embargaba de felicidad cada vez que tenía a la tailandesa entre sus brazos. Amaba y era amado, sin prejuicios, sin restricciones. Y mientras los años pasaban, el deseo por tener a su amada siempre a su lado incrementaba considerablemente, lo suficiente como para querer dejarlo todo y huir.

—Puedes tener a quien tú quieras, ¿deseas un consejo? Olvídate de esa mujer si no quieres molestar a Zeus.

Su padre, el todopoderoso, mantenía una actitud elitista donde dejaba a los humanos como simples pasatiempos, despreciables, sucios y cobardes. Enterarse que alguien amenazaba con perturbar el equilibrado sistema que el Olimpo mantenía lo enfurecería, sobre todo si ese alguien se trataba de Ares.

Y, probablemente, el miedo hacia la reacción de Zeus podría haberlo controlado sino fuera por la inesperada llegada de un bebé. De su bebé. El primer hijo que deseaba reconocer, amar y proteger.

Para el nacimiento todo estaba preparado y con la ayuda de Hades conseguiría escapar sin sobrellevar la ira del dios del trueno.

— Entre los montes hay un santuario abandonado, he preparado todo y uno de mis discípulos ya está trasladando a tu chica para que pueda dar a luz. — Hades dijo mientras daba una señal a su pequeña ayudante para que trajera el regalo que había preparado para el bebé. — Debo decirte que disfruto cuando retan a Zeus, pero esto es algo grave, ¿lo sabes? Cuando mi hermano se entere de que tú estás por desaparecer va a enfurecer.

Ares quiso responder pero una molesta y pequeña esfera de luz lo interrumpió, cruzaba de un lado a otro queriendo llamar su atención, logrando exasperar a ambos. No pasó mucho tiempo cuando fue convirtiéndose en un hombre apuesto que sonreía de forma burlona hacia los dos dioses.

— ¿Es que se perdió mi invitación a esta pequeña reunión? — Chronos preguntó mientras estiraba su ropa y acomodaba la corona dorada sobre su cabeza.

El dios sabía a la perfección todo lo que sucedía a su alrededor y gracias a su única regla había decidido no interceder por ningún bando. De hecho, le resultaba hasta gracioso que el gran señor Zeus fuese retado por uno de sus hijos. Para Chronos todo pudo haber sido divertido hasta que, por primera vez la noche anterior, miró el futuro de los hombres diferente al que ya conocía. En este había esperanza, vida.

—Ahora mismo Apolo y Artemisa se dirigen hacia el lugar donde planeas traer a tu hijo al mundo.

Ares dio un paso hacia adelante y tomó con fuerza el cuello del dios, quien solo pudo reír y luego desvanecer para volver a hacer acto de presencia tras él, Chronos se inclinó y sopló sobre la nuca del guerrero. — Buh. — Esquivó el nuevo intento de Ares por atraparlo y su divertida expresión cambió a una más seria. — ¿Quieres salvarlos? Es mejor que te vayas ahora.

Hades extendió su brazo deteniendo a Ares y miró con los ojos entrecerrados al intruso. — ¿Cómo saber si no estás de lado de mi hermano? — Preguntó. — ¿Cómo saber que no es una trampa?

—Estoy de lado de mi curiosidad. — Aclaró mientras se balanceaba de atrás hacia adelante. — Tuve ciertas... visiones. Y hay algo que todavía no se esclarece, así que he decidido ayudarte por esta vez. Ares, amigo mío, si deseas ignorar mi advertencia llegarás tarde y solo encontrarás cadáveres. — Su forma de hablar era tan tranquila que parecía no importarle estarse jugando con dos vidas inocentes, lo que era cierto, Chronos solo se preocupaba por sí mismo.

Ares miró preocupado a Hades y este se limitó a asentir, fue entonces que un relincho llamó la atención de los tres. La pequeña ayudante llevaba consigo a un caballo, fuerte y elegante. Chronos entornó los ojos al ver a la niña pero se limitó a saludarla con la mano como si la conociera de toda la vida.

—Llévale este regalo a tu hijo. — Habló el rey del Inframundo. — Es especial ya que podrá ser su compañero de vida. No importa cuántos años pasen. — Hades juntó sus manos tras su espalda. — Es mejor que te apresures. Todavía dudo de la palabra de este... — Señaló a Chronos que fingió no escucharlo y suspiró. — Pero es mejor prevenir.

Los dos dioses vieron a Ares alejarse.

—Hija. — Corrigió Chronos llamando la atención del otro. — Será una niña.

La tormenta que se desataba esa noche era una mala señal, Ares lo sabía, su padre estaba haciendo acto de presencia y muy probablemente enviaba una advertencia para que se arrepintiera de sus planes. Su cuerpo entero estaba envuelto por una mala sensación, tanto que por un momento detuvo su camino solo para respirar con profundidad y armarse de valor para enfrentar a cualquiera que se atreviera a dañar a su familia.

Necesitaba llegar a tiempo, necesitaba ver a la mujer que amaba y a su hijo, asegurarse de que estuvieran bien. Sus manos apretaron las cuerdas doradas del caballo y las agitó para que este se apresurara.

No sabía cuánto tiempo había pasado cabalgando, pero al llegar al lugar que Hades le había indicado su corazón se estrujó. No le dio tiempo al caballo para que se detuviera cuando el dios saltó para acercarse al santuario.

Un fuerte dolor se instaló en su pecho y en su cabeza cuando sus pies chocaron con los cuerpos de tres personas. Miró a su alrededor y entre los árboles un lobo y un caballo ambos con pelaje blanco lo observaban en silencio, el dios tragó saliva al saber que sus dueños se hallaban allí. El charco de sangre no lo inquietó, para nada, lo que hizo que su cuerpo se paralizara ante el terror fue el grito de una mujer que provenía del interior. «No, por favor.» Cuando por fin pudo reaccionar ya se encontraba corriendo hacia la fuente de ese grito. A lo lejos podía escuchar el murmullo de dos personas, haciendo que su búsqueda fuera más fácil. Atravesó los largos y oscuros pasillos de ese santuario hasta llegar al salón principal, y fueron sus temblorosas manos las encargadas de empujar la enorme puerta de madera.

Todo su mundo se vino abajo cuando supo que había llegado tarde. La mujer que tanto amaba se encontraba sobre el suelo, con una daga en su pecho a la altura de su corazón y su bebé yacía en los brazos de Apolo envuelta en una manta blanca.

— Ella te esperaba a ti. — Dijo Apolo con una sonrisa. — Ni pensar que por esto ibas a traicionar a Zeus. — Fingió que bostezaba y caminó hacia Ares. — Es una hermosa niña, felicidades, pero es una verdadera lástima que no viva lo suficiente.

La desesperación y el dolor invadieron a Ares cuando el llanto de su pequeña llegó a sus oídos y aunque lo intentó, no pudo evitar que Apolo atravesara con una daga el pecho de la menor haciendo que el lugar quedara en un agónico silencio. Había sido un acto cruel que desató la ira de Ares. El suelo bajo sus pies se hundió y algunas piedras se elevaron cuando un grito lleno de cólera e impotencia escapó de su garganta.

Un trueno resonó.

Y el tiempo se detuvo.

Ares parpadeó lentamente cuando Chronos hizo acto de presencia entre todo ese caos. Un ser que traía tranquilidad a ese precipitado momento. El Dios caminó entre los dos hermanos que permanecían inmóviles y con gran cuidado separó a la pequeña de las manos de Apolo. Su palma se posó sobre el pecho de la menor y trató de sanarla, sin embargo, incluso si la herida iba cerrándose no miraba ninguna mejoría, los signos vitales de la menor eran casi nulos. Apretó sus dientes y miró a Ares.

— Todavía tienes tiempo. — Dijo mientras entregaba la niña a su padre.— Fuera.

— ¿Por qué haces esto?

— No lo hago por ti. — Miró hacia Apolo. — Que quede claro.

Ares asintió sin tomarse el tiempo de ofenderse, aunque sus brazos temblaban tomó el cuerpo de la bebé. Estaba sosteniendo a lo más preciado en el universo, su universo, no pudo evitar besar la fría frente de su hija mientras un nudo en su garganta impedía que respirara con normalidad. — Estarás bien... — Susurró para luego mirar el cuerpo sin vida de la mujer a unos metros.

— Ella ya no tiene salvación. Pero tu hija sí. — Chronos se desesperó sintiendo que perdía poco a poco el control del tiempo. — Vete, ¡ahora!

Ares no esperó a una nueva orden, apretó con delicadeza a su hija contra su pecho y salió de ahí.

Chronos regresó su mirada hacia los dos hermanos que volvieron a la normalidad una vez dejó de controlar el paso del tiempo.

Si le preguntaban sobre el futuro del mundo él habría respondido con una sola palabra: destrucción. Zeus resultaría vencedor de una pelea injusta contra los humanos. Inevitablemente la existencia del hombre llegaría a su fin y los dioses tendrían la libertad de gobernar sobre la tierra. Y estaba bien, a Chronos no le importaba realmente, aunque sabía que era inapropiado que un ser supremo abuse así de su poder no deseaba entrometerse. Sin embargo, la última visión del mundo que tuvo la noche anterior, mostraba algo completamente diferente a lo ya planeado. Una fuerte joven cabalgando para salvar a todos, luchando y esparciendo esperanza a la humanidad.

Por lo que Chronos había decidió ayudar a Ares no porque sintiera que era lo correcto, sino porque deseaba saber qué tan fuerte era esa pequeña como para no haberla previsto desde muchos meses atrás.

Miró a Apolo que enfurecido tomó sus flechas y siguió a Ares, aunque intentó detenerlo, Artemisa se lo impidió.

— Apresúrate. — Dijo la diosa. — Yo me encargo de este traidor.

— Yo nunca firmé un acuerdo con ustedes.

La diosa sonrió burlona. — Veamos si después de enfrentarte a mí sigues diciendo lo mismo...

— Lo siento. — Chronos miró hacia atrás por sobre su hombro. — Tengo cosas más importantes. — Cuando intentó transformarse, Artemisa lanzó una flecha obligándolo a esquivarla, fue allí donde ella aprovechó para lanzar unas cadenas hacia el dios.

— Esto me lo dieron para Ares pero es mejor que lo use contigo.

Chronos quiso burlarse de ese intento por detenerlo, volvió a querer transformarse y por primera vez se preocupó al no conseguirlo. Miró la fuerte atadura alrededor de sus muñecas y las cadenas brillaron haciéndolo caer de rodillas. Toda su fuerza iba perdiéndose, sentía que su propia esencia era consumida poco a poco. Tragó saliva y miró de nuevo hacia la salida.

Ares temblaba de pies a cabeza, sus dientes chocaban entre sí y temía soltar el débil cuerpo de su hija. No sabía con exactitud si eran las gotas de lluvia o sus propias lágrimas las que resbalaban por sus mejillas e impedían su visión, pero deseaba que se detuviera, solo le dificultaba más su trabajo. Miró hacia atrás y no había nadie tras él, eso era una buena señal.

La primera flecha rozando su brazo lo hizo apretar los dientes con fuerza, su tranquilidad duró muy poco, ya no estaba solo. No se molestó en mirar hacia atrás, los detalles dorados de la flecha eran inconfundibles. Necesitaba alejarse y perderlo de vista pero nada de lo que hacía funcionaba. Cada vez que creía haberse perdido entre los árboles, una nueva flecha le anunciaba que su cazador no se rendía. Inclinó su cuerpo hacia adelante y volvió a agitar la cuerda. No lograba comprender por qué se empeñaban tanto en querer acabar con su hija, y empezaba a creer que no se trataba de un simple capricho y odio de su padre, Zeus, hacia los humanos. — Vamos... compañero. — Pidió al caballo. — Por fav-

Sus palabras fueron interrumpidas cuando un fuerte dolor se alojó en su espalda haciendo que perdiera el control del animal y este lo botara. Apolo lo había alcanzado y su fuerza fue la suficiente para atravesar su armadura. Ares jadeó envolviendo con sus brazos el cuerpo de su hija para evitar que se golpeara. El galope cercano de un caballo más lo inquietó, rápidamente se levantó y aunque intentó volver sobre el lomo del animal no pudo hacerlo.

— ¡Te encontré! — Gritó Apolo que saltaba del animal y con gran destreza sacaba su propia espada de la funda amarrada a su cintura.

Ares parpadeó lentamente sintiendo el cálido líquido carmesí resbalando por su espalda. Esa herida le dolía, sin embargo, no tenía el tiempo suficiente para quejarse. Apolo decía muchas cosas que el otro dios no prestaba atención, si era sincero, desde que lo conocía no lo soportaba ni un poco, por lo que su parloteo sobre ser mejor que él pasaba a segundo plano. Lo único que le preocupaba era la salud de la pequeña, y si no hubiera sido por Apolo intentando apuñarlo, habría seguido mirando ese inocente rostro con gran ternura.

Lo evadió rápidamente y soltó un quejido cuando toda su espalda se llenó de dolorosas punzadas. Exhaló por la boca y alzó la mirada.

— Déjala. — Dijo Apolo volviendo a guardar su espada, de todas sus armas esa era su menos favorita. — Déjala sobre el suelo y terminemos con esto.

Ares no deseaba cuestionarse sobre lo que debía hacer o no. Lo único que necesitaba era salvar a su hija y si eso implicaba acabar con la existencia de Apolo, lo haría. Lentamente fue retirándose la túnica que lo protegía y con esta envolvió el pequeño cuerpo de su hija. La miró con ternura, acariciando su cabecita con su suavidad mientras sentía la atenta mirada del otro dios a su espalda.

Incluso si su alma estaba siendo desgarrada ante el dolor que le causó la muerte de su amada, estaba dispuesto a seguir de pie solo para defender su última oportunidad de ser feliz. La dorada armadura que lo cubría salió a la luz y se giró.

Su mano libre la llevó a la empuñadura de su espada.

— ¿Crees que me importa descubrir quién es mejor ahora? A la primera oportunidad que tenga, esa niña morirá.

— No tienes que descubrir nada. — Replicó Ares. — Venciéndote, ahora mismo, herido y con una sola mano, demostraré que jamás pudiste superarme.

Apolo ladeó una sonrisa y bufó. Estiró su mano y contó las flechas que le quedaban. Tres. Para él eran suficientes: una en el pecho, otra en el brazo y la última en la pierna; con eso podía incapacitar aún más a Ares.

— Como quieras. — Apolo sacó su primera flecha y apuntó. Sabía que si usaba la fuerza necesaria podría alcanzar su objetivo. Sin embargo, antes de poder hacer su tiro una fuerte brisa lo obligó a cubrirse y retroceder unos cuantos pasos, un quejido escapó de sus labios cuando su rostro y varias partes de su cuerpo empezaban a recibir pequeños pero profundos cortes gracias al vigoroso viento.

Ares abrazó a su hija protegiéndola del frío, sin comprender los gritos de Apolo. Y como si de un ser celestial se tratara, miró a Hades aparecer entre los árboles mientras montaba el caballo más grande y atemorizante que pudo haber visto en toda su vida, sobretodo porque solo eran huesos los que trotaban en su dirección.

Hades se inclinó hacia adelante e incendió la hoz que llevaba en una de sus manos para luego lanzarla en dirección de Apolo.

Sonrió satisfecho cuando su arma atravesó uno de los muslos del Dios y lo vio caer de rodillas.

— Esta es una entrada triunfal. — Se alabó a sí mismo cuando saltó de su hermoso caballo, Levi. Sus pisadas eran fuertes y decididas, alzó su mano y la hoz regresó a él.

Cuando Apolo alzó su rostro sólo pudo ver el velo negro -que Hades siempre llevaba sobre su cabeza- ondear gracias al fuerte viento que azotaba esa noche. Se levantó y retrocedió. Relamió sus labios intentando verse confiado pero la sangre que brotaba de cada una de sus heridas no ayudaba a su propia calma.

— Acabemos con todo esto, ¿quieres? — Hades alzó su hoz y de nuevo la encendió, ignorando por completo el mínimo ardor que su mano sufría. — ¿Deseas enfrentarte a mí? — Apolo no respondió. — Eso creí. — Se puso de cuclillas y hundió su arma sobre la tierra húmeda, sabiendo muy bien que ya no había nada de qué preocuparse.

— No he terminado aquí. — Se dio media vuelta y subió a su propio caballo para poder desaparecer de ahí, no sin antes jurarse a sí mismo que esos dos pagarían las consecuencias de su humillación.

Ares dejó escapar un cansado suspiró y olvidándose por completo del agradecimiento que sentía hacia Hades bajó su mirada hacia el cuerpo muy bien abrigado. Deseaba besar y abrazar a esa pequeña, decirle que pronto estaría bien, sin embargo, al acercar dos de sus dedos al cuello de su hija todas sus alarmas volvieron a encenderse.

— No tiene pulso... — Dijo con voz quebrada. — La lluvia se intensificó y sintió cómo su corazón acelerado dolía más de lo que creía posible. Lentamente alzó su cabeza y, que Hades evadiera su mirada, solo confirmaba el desastre que se estaba llevando a cabo en su vida. Mejor dicho, el desastre en el que se convertía su vida al perder lo único que le quedaba. Sus piernas flaquearon y sus rodillas golpearon con fuerza la tierra.

Hades tragó saliva, el dolor y la angustia podían ser palpables en el ambiente. Era la primera vez que sentía compasión por alguien y era solo por los fuertes sollozos que Ares emitía junto a su abatida expresión. No se atrevió a decir nada, se limitó a dejar que el dios llorara su perdida. Su mirada se desvió a otra dirección y se inclinó para tomar su hoz cuando miró la sombra de una persona acercarse. Rápidamente la encendió con fuego y alumbró hacia el recién llegado.

Era Chronos. Su aspecto no era el mejor, el rostro impecable y alegre que solía llevar todo el tiempo ahora lucía cansado y adolorido. Avanzó lentamente y no le importó interrumpir el duelo con el que Ares se afrontaba. — Tiene salvación... dámela.

El guerrero abrazó a su hija llevándola a su pecho sin querer dejarla. Odiaba que trataran a su niña como un objeto que podía pasar de mano en mano.

— ¡Te dije que ella tiene salvación! — Gritó completamente irritado cuando Ares se arrastró lejos de él. Le resultaba incómodo ver a tan fuerte hombre comportarse como un completo asustadizo, alejándose mientras negaba reiteradas veces. Cerró los ojos y respiró profundo. — ¿Pueden confiar en mí?

Hades se acercó al pobre padre que seguía negándose a las peticiones de Chronos y se arrodilló frente a él. — Tal vez no en él. — Dijo suavemente. — Pero en mi sí. Si él dice que todavía podemos hacer algo, debe tener sus razones.

Ares, todavía sintiendo que no debía hacerlo, entregó a su hija.

Dios bendiga a nuestro rey.

Es un día de luz brillante.

Adoremos su triunfo.

El primer rayo solar llegó, y junto a este, el brillo en los ojos de una recién nacida.

La tormenta había acabado.

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