Helen

Los días pasan volando, no sé ni cuando fue que me enfermé. Estoy sentada en la sala de espera, para ver los resultados de unos exámenes de rutina en el hospital. Un hombre se sienta a mi lado y me mira de manera lasciva, lo cual me asquea, pero no digo nada, sólo lo ignoro.

—Eh ¿No eres Helen?

Me sorprendo y lo miro. Me doy cuenta, he estado con este hombre antes. Maldita sea, giro la vista y lo vuelvo ignorar, sonrojada.

—¡Sí! Eres Helen —me recuerda y bufo. Pone su mano en mi pierna —¿Aun brindas tus servicios? —sonríe de manera pícara y me levanto de la silla.

—No, ya no hago esa clases de trabajos —exclamo avergonzada.

¡Que se vaya!

—Pero... —agarra mi mano ¡Maldición! ¿No se cansa? ¡Ya le dije que no! Por culpa de estos acosadores me fui de mi barrio ¿Qué es lo que no entienden de qué no lo hice por gusto? ¡Me tienen harta! —ven —insiste —tengo mucho dinero.

—Dije que no, suéltame —no me importa ese dinero ¡Que me suelte!

—Ávila Helen —llama el doctor, logro zafarme del loco y entrar al consultorio —¿Quiere que llame a seguridad? —me pregunta apenas me siento al ver mi rostro.

—Me haría un gran favor —suspiro cansada.

Marca el número de recepción y le indica lo sucedido a quién lo atiende. Luego regresa a mí y sonríe.

—Olvidemos los malos momentos y vamos a las buenas noticias. Estás perfecta —dice levantando mis estudios.

—¿De verdad? —Sonrío —¡Qué bien! —me lo pienso —entonces... ¿Por qué son los mareos?

—¿No lo sabes? —Se sorprende —pensé que lo sabías.

—¿Saber qué? —lo miro confundida.

—Felicidades, estás embarazada.

—¡¿Qué?! —me sonrojo —no puede ser.

—Es —afirma y sonríe el médico de nuevo —¿Algún problema? Siempre pensé que querías ser madre —pregunta por mi expresión.

Sí, tengo un problema. Tiene nombre y apellido.

Crista Ricoy.

No estaba en el contrato acostarme con Daniel, yo me hundí solita y Crista va a matarme.