Estamos reunidos con mi hermana en la cocina, mientras Katty juega con sus primas en la habitación.

—Me estoy quedando sin un peso, Beatriz.

—Pídele un adelanto a tu jefe.

Bufo.

—Ya lo hice, y me dijo que no. Por eso vine aquí, necesito que cuides a Katty, voy a ver si consigo algún trabajo extra.

—Claro Dani, puedes contar conmigo —me sonríe.

Le agradezco, la saludo, voy hasta mi princesa, le doy un besito en la frente y me retiro rápido de allí. El tiempo es oro.

Gasto mis momentos libres y no consigo nada. La frustración me empieza a perseguir. Miro la hora, ya es tarde, mañana debo levantarme temprano y no puedo dejarle a Katty todo el día a Beatriz.

Antes de buscarla, voy al supermercado. Observo los precios, hay cosas que no puedo comprar, suspiro.

—Hola Daniel —me saluda la cajera que siempre me atiende en la góndola —¿Hoy no llevas los caramelos que le gustan a Katty? —sonríe y los señala —está de oferta la bolsa grande.

Cierto, se lo prometí, pero ni de oferta me alcanza, ni tampoco para comprar la bolsa chica. Miro mi billetera y suspiro.

—No, hoy...

—Yo los quiero —una voz melodiosa se escucha detrás de mí. Me giro, la despampanante morocha está detrás de mí —son deliciosos —sonríe y me sonrojo.

Al salir me los entrega.

—Parecías en un aprieto.

—Sí, gracias. ¿Vives por aquí? Nunca te había visto por el barrio.

—Me acabo de mudar. Por cierto, soy Helen ¿y tú?

—Daniel —sonrío.

—Ha sido un gusto, Daniel —me guiña el ojo y se retira.

Estoy encandilado.