Prefacio

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Hace 8 años.

Mi amigo se me acerca en aquel bar, parece entusiasmado.

—¡Daniel! —me llama.

—¿Qué sucede?

—Ella te está mirando —señala a una chica rubia y hermosa —parece una mujer de alta sociedad. Tú puedes ¡Encárala, Tigre!

—No vine aquí para ir tras las piernas de una mujer, déjame en paz —sueno bien borde, pero es que las mujeres siempre me siguen como acosadoras, no es mi culpa tener ojos azules. Ni soy un espécimen raro de hombre, para que vengan a usarlo como trofeo.

—Hola ¿Están hablando de mí? —No he movido ni un dedo y ya vino. Giro a verla y sonríe—. Te gustaría jugar un rato. —Se acerca directo a mis labios, pero yo la esquivo.

—Vamos, hombre, será divertido —ofrece mi amigo.

—No tengo ganas.

—Te pagaré —ella dice directo.

¿Acaba de decir lo que creo que acaba de decir?

—¿Disculpa? —la miro desconcertado.

—Un millón por una noche —continúa sonriendo como si no fuera nada.

Pero, en los momentos de mi mala economía y encima teniendo deudas muy grandes ¿Quién se negaría? Admitámoslo, no soy un hombre muy decente ¿o sí?

10 meses después.

Abro la puerta de mi casa y frente a mí, me encuentro con un hombre, de traje oscuro y con una beba que parece de días. En efecto, ese sujeto dice que solo tiene veintisiete días de haber nacido.

—¿Disculpa? ¿Y qué tengo que ver yo con esta niña? —Lo miro desconcertado.

—Es su hija, la señorita Ricoy dice que usted debe hacerse cargo.

—¿Qué dijiste? —Me sorprendo al oírlo—. Disculpa, pero...

Me entrega a la niña.

—Su nombre es Katerina y es lo único que dice la señorita Ricoy que va a darle, ahora el problema es suyo.

¿Problema? ¿Llamó a la niña problema?

—Pero es que... —No entiendo nada—. ¿Cómo sabe que soy el padre? —Admito que tiene mis ojos, pero eso no demuestra nada.

—Aquí tiene. —Me entrega un papel que dice "prueba de paternidad: Positiva"—. La señorita sabía que usted iba a dudar, así que mandó a hacer esto.

—¿Y cómo consiguió mi ADN?

El sujeto sonríe con maldad.

—Con el dinero se puede hacer cualquier cosa. Por cierto, dijo que le encantaría repetir.

Le cierro la puerta en la cara y me quedo tildado, luego miro a la beba.

—¿Y qué hago ahora yo contigo?

Acerco mi dedo a su manita y un extraño sentimiento de paternidad me arrolla ¿Por qué lo digo? Una sonrisa se me pega en el rostro.  

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