35.

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35-

Para mi sorpresa, Kevin me llevó de nuevo al pequeño claro en el que habíamos estado la primera vez que yo había montado en su moto, tan asustada.
El río cruzaba la hierba fresca y el viento soplaba con suavidad, templado. Era uno de esos momentos perfectos.

Kevin y yo comenzamos a caminar, siguiendo la dirección del río. Entre broma y broma, él agarró mi mano con toda naturalidad y mi pecho se hinchó de una extrema felicidad mientras paseaba junto al hombre más fascinante que había conocido.

—¿Qué ha ocurrido esta mañana en la comisaría? —preguntó él, de pronto.

Yo apreté un poco los labios. La verdad es que mi capacidad para fingir y actuar había aumentado considerablemente desde que había llegado allí.

—Nada… papeleo, ya sabes.

Él asintió, mientras seguíamos caminando.

—¿Te han preguntado sobre la reunión con los Red Dragons?

Mentirle me ponía nerviosa, y fui consciente de que, en ese momento, estaría sintiendo que mi mano comenzaba a sudar.
De la manera más disimulada que pude, me solté de su mano un momento y arranqué una margarita del suelo, centrando en ella mi mirada.

—No —dije escuetamente.

Kevin suspiró, aliviado, y yo me sentí aún más agobiada. Pero… si todo iba bien no había nada que temer, ¿verdad?

—Tengo que empezar a buscar una forma de mandar a mi padre lejos antes de que se produzca la intervención de la policía, necesito que esté a salvo.

—Nosotros tenemos un programa de protección de testigos que… —propuse, esperanzada.

Kevin alzó las manos, como deteniéndome.

—No, no. Quiero hacer esto a mi manera —dijo—. Yo me ocuparé de todo.

Seguimos caminando pausadamente y yo, tras oler la inodora margarita tres o cuatro veces más, finalmente la tiré a las aguas cristalinas del río.

—Es curioso lo mucho que te estás preocupando por tu padre —comenté—. No quiero meterme donde no me llaman, pero él… cree que no le aprecias demasiado.

Kevin bajó la cabeza.

—¿Qué has oído? —su voz fue dura, intimidatoria.

Lo miré, mordiéndome el labio. Su cabello brillaba, resplandeciente bajo la luz del sol, pero sus ojos se habían oscurecido de un momento a otro. Supe que el momento había llegado, Kevin y yo íbamos a hablar. Por fin.

—Nessie me ha contado lo de tu hermano —dije, en un susurro casi inaudible.

Kevin evitó mirarme.

—Imagino que si alguien tiene derecho a hablarte de él, esa es Nessie —su voz sonó amarga.

Simplemente hice que se detuviera y posé mi mano sobre su pecho.

—¿Por eso decidiste venir a la policía? —musité—. ¿Por Dylan?

Tras unos segundos de insistencia, Kevin dejó de evitar mi mirada a toda costa y por fin centró sus ojos azules en los míos, dejándome entrever todo su dolor acumulado. No podía creer que una vez hubiera creído que simplemente era un temerario y un inmaduro.

—Creo que si voy a hablarte de esto —comenzó—. Lo mejor será empezar desde el principio…

A unos metros de nosotros divisamos un árbol cuya sombra se proyectaba de manera muy apetecible sobre el verde campo, así que nos sentamos allí. Kevin apoyó su espalda en el árbol y yo me coloqué delante de él, situándome entre sus piernas y apoyándome en su pecho. Me encontraba nerviosa, por fin iba a escuchar toda la verdad en lo referente a ese tema…

Su voz surgió, firme. Como si hubiera pensado mil veces en cómo podría contarlo.

—Cuando cumplí diez años, mi padre fue elegido como nuevo presidente de Los Tigres, tras la muerte de Vincent, el anterior jefe del club.

“Mi madre nos había abandonado unos meses antes, sabiendo que algo como esto sucedería, pero aun así, mi padre aceptó el cargo y se convirtió en el cabecilla de todos.

Dylan y yo éramos dos niños y ambos soñábamos con convertirnos en valientes tigres algún día.
Fue en esa época cuando el club de los Red Dragons se trasladó aquí desde Florida. En un primer momento quisieron hacer negocios con Los Tigres, sólo cosas sencillas: algunas armas, hierba, joyas…

El club estaba de acuerdo, hasta que las cosas comenzaron a complicarse, llegando al punto en el que Los Tigres de L.A. eran tan sólo una extensión más de los Red Dragons, que éstos usaban a placer. Querían absorber al club y obligarnos a ser parte de ellos.

Cuando esto sucedió yo ya había crecido y era un tigre, así que me negué a dejar a mi club indefenso y decidí apoyar la completa independencia de nuestra banda. Nosotros no buscábamos enriquecernos sino simplemente vivir en familia y ser felices. Nunca fuimos ángeles, pero la violencia y los asesinatos por drogas de los Red Dragons no tenían nada que ver con nosotros.

Casi todos apoyamos a mi padre en su negativa, menos algunos miembros que querían dedicarse a traficar con cosas más fuertes para ganar más dinero y Angus, que en esos momentos aún era el vicepresidente del club.

Mi padre se enfrentó a ellos, rechazándolos completamente. Esto provocó un período de peleas y luchas muy intenso. Todos decían que se avecinaba una guerra entre bandas, y cada día parecía estar más claro que acabaría sucediendo.

Dylan sólo tenía diecisiete años y para él, Nessie era lo más importante del mundo. Ella había logrado cambiarle poco a poco, así que Dylan había dejado atrás sus sueños de entrar en el club, tenía pensado largarse con ella, estudiar y vivir de otra manera, sin bandas ni peligros.

Entonces, todo fue extremadamente sencillo para los Red Dragons: si mi padre no iba a ayudarlos, deberían sustituirlo, forzarle a dejar la presidencia. Mi padre ya no era un vengador, sino alguien tranquilo que, constantemente, evitaba los problemas…

Tenía dos cosas valiosas, nosotros, por lo que decidieron arrancarle una de ellas y después, simplemente, observarlo marchitarse.
Se las apañaron para engañar a Dylan… ni siquiera sé exactamente qué ocurrió, pero a la mañana siguiente tuve que ver el cadáver de mi hermano de diecisiete años, con el símbolo de los Red Dragons grabado en la piel mientras oía los desgarrados gritos de Nessie, tan amargos como el profundo odio que comenzaba a nacer en mí.

Mi padre no tuvo la culpa, él hizo lo correcto, sin saber que eso ocurriría.
Enseguida dejó la presidencia, al igual que también abandonó a Los Tigres todo lo que le fue posible, todos sabemos que un tigre nunca deja de serlo completamente.

No tardó en ser sustituido por Angus, que prometió mil veces que la venganza llegaría y los Red Dragons pagarían por lo que le había ocurrido a Dylan… Pero la venganza nunca llegó y yo me cansé de esperar…

Los odiaba a todos, cada vez que me miraban con lástima y me animaban a “superar” la muerte de mi hermano pequeño, pero ninguno de ellos movió un solo dedo para hacer justicia con lo que había ocurrido y, finalmente, decidí ser yo quien actuara…”

—Lo demás… ya lo has visto —dijo al acabar su historia.

No pude responder, tenía la garganta rasposa y un nudo enorme me la atenazaba.
Cuando Kevin me miró, se quedó sorprendido al encontrar gruesos lagrimones resbalando por mis mejillas.

—Nada que yo pueda decir va a arreglar tan sólo un poco todo eso —dije con voz entrecortada.

Kevin no sonrió, simplemente me acercó a él con fiereza y se quedó a tan sólo dos centímetros de mis labios.

—Hasta que tú llegaste, Lana —susurró, tan bajo que me pregunté si realmente había dicho eso—. Yo también había muerto junto a Dylan.

Y acto seguido, con deliberada lentitud, Kevin devoró mis labios, secándome las lágrimas con sus propias mejillas.

Antes de que pudiera reaccionar completamente, él ya había hecho de las suyas y me encontraba desnuda ante él. La sola visión de su pecho al descubierto, con sus tatuajes repartidos de manera uniforme por su piel, me provocó un fuerte estremecimiento.

Kevin acarició mi espalda con suavidad, apretándome contra su cuerpo firmemente y haciéndome sentir su estado de salvaje excitación.

Gemí mientras me acariciaba la parte interior de los muslos, y yo mordisqueé la sensible piel de su cuello, maravillándome al ver que Kevin cerraba los ojos, intentando controlar sus instintos más animales. Me sentía extrañamente poderosa, deseaba que Kevin sintiera lo mismo que él provocaba en mí.

Cuando abrió los ojos, vi que estaban oscurecidos por la pasión y yo podía sentir en sus candentes labios la silenciosa promesa de que me haría enloquecer de placer.

Tumbada en el cálido suelo, con su peso sobre mí, me sentía demasiado afortunada. Algo así no podía ser verdad, ¿no?

Con una sonrisa juguetona succioné la piel de su cuello.

—Joder, Lana…

Le miré atentamente a los ojos.

—¿Qué pasa?

Kevin volvió a gemir con voz grave y se alejó un poco de mí. Yo me mostré confusa unos segundos, pero entonces él volvió a hablar.

—Que me vuelves loco.

Enarqué una ceja.

—¿Y eso no es bueno?

—Lo que yo quiero hacerte no es bueno…

Su voz me dejó en blanco unos segundos y sentí cómo mi boca se secaba de repente. Como anticipándose a mis pensamientos, Kevin comenzó a masajear con suavidad uno de mis pechos mientras besaba el otro lentamente. Enterré mis dedos en su cabello rubio y su lengua bajando por cada centímetro de mi piel me provocó espasmos, que me recorrieron completamente. Antes de que pudiera darme cuenta, sus labios llegaron hasta mis muslos y besó suavemente mi fina piel.

Sin darme cuenta, abrí las piernas, y él compuso una de sus sonrisas torcidas antes de comenzar a acariciarme en esa parte tan sensible de mí con dos de sus dedos. Éstos quedaron humedecidos y, acto seguido, Kevin los introdujo en mi interior bruscamente, provocándome un nuevo espasmo de doloroso placer repentino. Sentí cómo, de pronto, estaba aún más húmeda.

Su expresión era indescifrable cuando su lengua empezó a acariciarme pausadamente, haciéndome sufrir una exquisita condena y yo sólo pude cerrar los ojos, abandonándome a esa sensación.

Durante las siguientes horas hicimos el amor de forma salvaje, sabía que Kevin me necesitaba cada vez que sentía la desesperación de sus roces y el anhelo de sus besos.

Mientras sentía el cuerpo de Kevin junto al mío bajo la generosa sombra de ese árbol, supe que no quería separarme de él.
Nunca.

*Dedicado a MJ_ divergente por la simple razón de que es demasiado <3*

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