Capítulo 5 (e)

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Breve e intenso capítulo.

Solo digo una cosa antes de que empecéis: se avecina días tormentosos...

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Amoos

Una de las ventajas de los depredadores es que pueden estar tranquilos. Saben que nadie los va a cazar, pues son ellos los encargados de llevar a cabo ese papel. Y eso era exactamente lo que sentía en aquella madrugada fría. Sentía la calma, tan ansiada, de la que gozan habitualmente los depredadores pues, en aquellos instantes, yo era uno de ellos: un depredador cazando a su presa.

Había olvidado lo que se sentía al tener el control. Había olvidado lo bien que sentaba tener el poder, pues hacía mucho tiempo, que no tenía la oportunidad de ser aquel temible lobo feroz que tanto es odiado en los cuentos de hadas...

Así pues, lleno de calma, caminé con lentitud hacía la mesa llena de objetos a escasos metros de mí. Observando sin remordimientos todas las herramientas llenas de sangre, dejé sobre su superficie la navaja ensangrentada que acababa de utilizar.

Sobre la mesa, además de los utensilios de tortura, también descansaba un bol lleno de agua transparente y tibia. Tras sumergir mis manos , teñidas de rojo, cogí la toalla gris que descansaba junto al bol de agua rosada. Con ella traté de quitar de mis manos la sangre que pudiera quedar. No lo hice porque sintiera culpa, o porque gotas rojas de sangre resbalasen por mi brazo hasta caer al suelo. No. Lo hice, porque no soportaba la idea de tener su aroma en mis manos más del tiempo necesario.

Tras dejar mis manos lo más limpias que fui capaz, tiré sobre la mesa la toalla. Echando la cabeza hacía atrás, cerré los ojos unos segundos. Desde la noche del incidente, había sido incapaz de poder conciliar el sueño. Cansado, me senté en la silla situada frente al maniatado Arthur. Desde donde estaba lo analicé. Este inconsciente, tenía la cabeza ladeada y colgando. De sus labios colgaba una mezcla, de babas y sangre, que con lentitud le resbalaba por la barbilla. Los brazos, en alto y encadenados por las muñecas al techo, eran lo que impedían que cayera al suelo como un saco.

Con los codos descansando sobre mis rodillas, apoyé mi barbilla en mis manos pensativo. Pasando mi lengua por los labios fantaseé en las infinitas posibilidades de tortura que me quedaban bajo la manga. No sentía remordimientos. Verlo colgando frente a mí, como un cuadro, me hizo creerme un artista. Sin duda era uno de los mejores. Mis trazos eran firmes y decididos. No me temblaba el pulso, pues no sentía nada. Mis utensilios eran las ensangrentadas armas que descansaban a mi derecha. ¿Y la pintura? ¡Oh que bella era la pintura roja que brotaba por su pecho, espalda y brazos!

La vibración de mi móvil, escondido en mi bolsillo trasero, me obligó a borrar la sonrisa que cubría mi rostro. En la pantalla se podía leer el único mensaje que tenía:

—Acabamos de salir del hospital. Vamos hacía casa. Llegamos dentro de poco.

No me molesté en responder a Anabel. Me interesaba más, contemplar la sangre de Arthur deslizarse desde su pecho hasta la arena del suelo. Cuando volví a meter en mis pantalones el móvil, un nuevo mensaje llegó. Gruñendo, miré de nuevo la pantalla:

—Débora no está bien, Amoos. Te necesita.

Y de repente la realidad me golpeo. Como siempre fue un golpe duro. Sin piedad. Justo en el corazón. Donde más dolía. Ese mensaje fue más que suficiente para recordarme que no era invencible, que tenía cosas a las que temer y que, hasta el depredador más poderoso, tenía puntos débiles.

Saliendo de aquella celda, oscura y apestosa, me dirigí a mi habitación. Antes de meterme en la ducha, para eliminar cualquier rastro de su olor o sangre, respondí el mensaje de Anabel:

—Piso 2.

Como el cobarde que era, no la recibí en la entrada cuando llegó. La contemplé desde la ventana, de mi habitación destrozada, mientras subía con dificultad los escalones de la entrada. Tampoco me digné a entrar en la habitación, abarrotada del segundo piso, donde sabía que la habían dejado. Avergonzado, me llevo varios minutos atreverme a bajar y llegar hasta la puerta de su habitación. 

Sin saber que hacer, si llamar a la puerta o entrar, me quedé en silencio unos segundos tratando de descifrar si estaba despierta o no. Su corazón acelerado respondido mis dudas. Oculto bajo mi forma lobuna, incapaz de poder mirarla de otra manera, entré cabizbajo. 

No me atrevía a mirarla, porque sabía que solo hacía falta una sola mirada suya, para que mis labios le confesarán todos mis pecados. Y no podía permitirme eso. No después de lo que había hecho, ni sabiendo todas las cosas que iba a hacer. Así pues, en un intento de proteger mis pecados, me arrastré como un lobo silencioso hasta sus brazos en busca del perdón.

Diez minutos después de que sus ojos se cerrarán, yo continuaba despierto mirándola descansar. La imagen de Débora dormida a mi lado me transmitió la paz que necesitaba para poder relajarme. Notar su respiración suave y tranquila, me calmo el alma.

No era la primera vez que la contemplaba dormir. Hacía meses que, siendo lobo, la contemplaba desde su ventana. Podía pasarme horas, y horas, mirando su pecho subir y bajar con suavidad, pero esta era la primera vez que la podía contemplar tan de cerca en mi forma lobuna.

Tan adorable como siempre, su mano en sueños buscó mi presencia. Y así pasé las siguientes horas, contemplando como su mano se cerraba sobre mi pelaje, como si temiera que desapareciera de repente a pesar de que eso no iba a suceder jamás. Hipnotizado por la calma de su rostro, y sin apenas darme cuenta, los ojos se me fueron cerrando hasta que inevitablemente, acabé dormido.

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''Hay veces que uno no es consciente de que puede tener días malos, después de mucho tiempo sin sufrir por ellos.'' 

Silvia Brotons.

¿Quién perdona a Amoos y quién no? ¿Os da miedo su oscuridad?

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