Capítulo 6 (e)

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Débora Tate

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Débora

 —Dos semanas y cuatro días más tarde—

Nunca me ha gustado la frase: 'el tiempo lo cura todo'. Siempre me ha parecido una verdad vacía que trata de ocultar la más grande de las mentiras. Eso que los amigos te venden cuando estas triste. Esa medicina popular, engañabobos, que todos se obligan a creer. Supongo que en gran medida solo es una excusa para salvaguardar la poca fe o esperanza que te pueda quedar. Una excusa para seguir luchando al pie del cañón cada día.

Si bien es cierto que el tiempo cura, no siempre es capaz de sanar las heridas invisibles. Esas que afectan al alma, mente y corazón. En definitiva: las importantes y más dolorosas. Lo que si consigue sanar es lo superficial. En esa materia el tiempo es una experta. Lo hace constantemente, y me atrevería a decir, que apenas es consciente de ello.

Cada día, cada hora, cada minuto y segundo, son suficientes para crear cambios. En un inicio se tratan de cosas insignificantes. Casi invisibles para el ignorante ojo humano. Variaciones de las que apenas te das cuenta, que los días provocan en tu rostro o cuerpo, pero que a largo plazo toman forma. Ya sea en forma de esas canas que cubren tu cabello con el paso de los años, o de las arrugas que se forman en tu piel al envejecer.

Los primeros días no me moví de la cama. Me dediqué a ver la televisión o leer más libros de los que pudiera soñar. También fui bendecida por la visita de los policías. Nótese el sarcasmo. Aquella tarde en la que entraron en la que era mi habitación, me vi bombardeada por más preguntas de las que podía responder, y más información de la que pudiera digerir. Al final, después de responderles y comprender que no tenían ni idea del paradero de mi padre, Catalina acabó echándolos a patadas de la casa al darse cuenta de que estaba a punto de entrar en shock de nuevo.

Al día siguiente llegó una visita más agradable. Abigail y Tatiana pasaron la tarde conmigo en la cama. No me preguntaron qué había pasado. Seguramente estaban al tanto de los detalles ya que los medios de comunicación no cesaban de hablar sobre mi historia. Así pues, nos la pasamos viendo películas e ignorando los golpes que decoraban mi rostro. No pude estar más agradecida.

También recibí la visita de Tabita y Nathaniel. Llegaron con las manos llenas de regalos y comida. Me trajeron una manta, tan suave, que parecía un trozo de nube. También me llevaron varios de mis libros y ropa. Tabita no dejaba de soltar lagrimitas en silencio, que rápidamente trataba de limpiar con el pañuelo arrugado en su mano. Nathaniel por su parte, se dedicó a examinar la habitación. Tenía el ceño fruncido y la mandíbula apretada, incapaz de mirarme a la cara sin apretar los puños lleno de ira... 

No estuvieron más de tres horas debido a sus negocios, pero agradecí el gesto. Al despedirse, Nathaniel se agachó para poder abrazarme y, mientras sus manos acariciaban con cuidado mi espalda, le susurré las palabras que sabía necesitaba oír: 'Estoy viva gracias a tus clases de lucha Nathaniel... gracias'. Inmediatamente, noté como una de sus manos, apartaba con rapidez la lágrima que se le había escapado. Antes de que se separará de mí, besé su mejilla agradecida.

Como iba diciendo, el tiempo genera cambios, que en su mayoría son superficiales y un tanto indetectables. Pero ese no fue mi caso. Yo tan solo necesité una semana. Para mí fue suficiente eso. En solo siete días fui consciente de los cambios que el paso del tiempo provocaba en mi cuerpo. Una semana después de salir del hospital, y como había vaticinado la doctora, mi cuerpo empezó a sanar.

Los primeros signos de recuperación llegaron con el quinto día. Ese día fue la primera vez que me atreví a sentarme en la cama sin ayuda de nadie. A partir de aquel momento, los cambios fueron llegando vertiginosamente.

El sexto, salí de la habitación y comencé a dar cortos paseos por los pasillos.

El séptimo día llegó con un nuevo logro. Fue la primera vez que me atreví a mirarme en el espejo del baño. Lo hice mientras Anabel llenaba la bañera con agua tibia para ayudarme a ducharme. Mientras el agua caía a mis espaldas, yo analicé los daños. Me sorprendió ver que los moratones estaban casi curados y apenas los podía ver. En mi cara solo quedaba un pequeño corte en mi ceja derecha, y el rastro de lo que había sido un gran moretón en mi pómulo. Recuerdo pensar: 'Así que esta es la magia que es capaz de hacer la medicina y el tiempo cuando se combinan...' Luego me fijé en mis ojos tristes y me di cuenta de que no tenían tanto poder como para sanar ciertas cosas.

Al día siguiente volvió a venir Abigail a visitarme. Esta vez sólo fuimos ella y yo. Pasamos la tarde dando vueltas por los jardines de la mansión. También nos dedicamos a hablar de todo. Bueno, al menos ella. Me contó las novedades sobre mi caso que había visto en los medios de comunicación y también como todos en la Academia me mandaban saludos. Me informó que, a pesar de todo, y para mi gran sorpresa, continuaba siendo la suplente de Sharon para el espectáculo. Eso me alegró aquella mañana grisácea de abril.

Antes de salir de la casa, Abigail me ofreció una habitación en su casa, pero rechacé la oferta. Me sentía más segura en aquella inmensa mansión llena de guardias sobrenaturales... Claro está, no le dije ese detalle.

La segunda semana en la casa Moore me la pase de un lado a otro de la casa. Un día en la cocina con Larisa, una mañana en el jardín con Thomás, una tarde de cine con Anabel, un día de paseo con Catalina... En resumen: siempre acompañada de algún miembro de la familia, pero nunca de Amoos. 

Sorprendentemente se las apañó para desaparecer todos los días. Siempre que preguntaba a alguien dónde estaba, tenían una excusa preparada. Si no eran una reunión en su despacho, era un viaje a la capital por unos días debido a unos negocios. El único momento que compartíamos era la noche. Cuando creía que estaba dormida, se colaba en mi habitación para dormir conmigo. Yo para evitar que se escapase, fingía dormir.

Así que, tras dos semanas, estuve a punto de tirar la toalla y dejar de preguntar. Asumí que, por el momento, aquella iba a ser nuestra nueva dinámica.

De nuevo llegó el domingo. Aquella mañana me desperté con el ruido de la puerta de la habitación cerrándose. Todavía adormilada, me di cuenta de que Amoos acababa de salir. Sin poder contenerlo la curiosidad se iluminó como un árbol de navidad en mi mente. Tenía que aprovechar este momento. Necesitaba saber dónde se escabullía todos los días.

Con sumo cuidado, salí sin hacer ruido del dormitorio. Asomándome por el hueco de las escaleras lo vi llegar al primer piso. Agudizando mi vista y oído, me di cuenta de que salía por la puerta trasera de la casa. Rápidamente, bajé los escalones que me quedaban. Antes de abrir la puerta, pegué mi oreja a la madera, en un estúpido intento de adivinar si andaba cerca. Al no escuchar nada, salí. Frente a mí no había nada, solamente el jardín donde solía pasar las tardes leyendo. Con el ceño fruncido, salí hasta el césped sin importarme el hecho de ir descalza. A pesar de que sabía que se me había vuelto a escapar, me obligué a mirar por todo.

Nada.

Amoos había vuelto a desaparecer.

Al entrar de nuevo en la casa, me juré descubrir lo que sucedía. Aquella noche dejaría de fingir estar dormida. Había llegado el momento de enfrentarse al lobo.

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¡Uyyyyy esto ya empieza a cobrar forma!

¿Quién piensa igual de Débora? ¿El tiempo realmente lo cura todo?

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