4. Cristalofobia (Radiante)

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Piso 1.

Se cierran las puertas del ascensor. Es un día normal.

La mujer tiene la vista fija en el panel. No se atreve a mirar a otro lado.

No con la tensión encima.

Ha llegado al trabajo 15 minutos tarde.


Piso 10.

El ascensor se abre por primera vez.

Entra un hombre gordo y bajito, mientras que dos muchachas muy jóvenes salen parloteando en voz baja, con claros cuchicheos alegres.

La mujer no se atreve a ver al exterior.

Por alguna razón, no se siente cómoda viendo las ventanas.


Piso 20.

La afable dama de mayor edad y dulces ojos miel ingresa y saluda con cortesía, tal y como lo hace todos los días.

Todos le contestan. La mujer demora un poco.


Piso 30.

La mujer siente mareos cuando la puerta se abre y el hombre bajito sale.

No es capaz de apartar la vista del panel del ascensor.

No es capaz de ver las ventanas.


Piso 42.

"Hoy es un día precioso." Comenta la señora de ojos miel, intentando mantener la conversación entre las ahora únicas dos ocupantes del cubículo de metal. "El cielo está muy despejado. El sol ingresa radiante por las ventanas, ¿no crees?"

La mujer solo atina a sonreír débilmente. Para ella, no es un buen día en absoluto.


Piso 43.

Su acompañante la mira con preocupación genuina.

Le pregunta si está bien.

No lo está. De repente tiene un mal presentimiento.

¿Cómo podría responder sinceramente sin sonar como si estuviera loca?


Piso 51.

Se vuelve a abrir el ascensor.

Ahora entran dos hombres elegantemente trajeados que curiosamente están de buen humor.

Esta zona tiene ventanales amplios que reflejan la luz de la mañana. Ambos hombres alaban la belleza de ese día.

Pero ella solo quiere llorar.


Piso 60.

La mujer recuerda a su hijo.

Un adorable niño que quiere ser aviador de grande.

A él le habría encantado ver el panorama de la ciudad desde esa altura.

Y a ella, tal vez le habría hecho bien tenerlo consigo en ese momento.


Piso 73.

La siguiente vez que se abre el ascensor, ella se da la vuelta.

Empieza a sentir vértigo. Por primera vez en toda su vida, el miedo la atenaza.

Por primera vez, las ventanas le parecen tan frágiles como una hoja de papel.


Piso 77.

"Linda, si te sientes mal deberías ir al doctor." recomienda la otra fémina, cada vez más preocupada por su estado.

Ella agradece, aunque sabe que no puede. Aunque esté muriendo por irse a casa. Tiene demasiado trabajo por hacer.


Piso 78.

La mujer palidece.

Acaba de recordar que su oficina da cara a un enorme ventanal, con una vista envidiable a toda la ciudad.


Piso 83.

La dama deja el ascensor, después de recomendarle que se tome el día. 

Ella quiere decir algo, pero no puede.

Apenas consigue murmurar un "tenga cuidado, señora Jones".

Se vuelve a cerrar el ascensor.


Piso 92.

No lo aguanta más.

En cuanto las puertas se abren ella abandona el ascensor.

Llegará tarde, pero prefiere subir las escaleras en vez de sofocarse entre el panel y esas malditas ventanas.

O tal vez, inconscientemente, solo quiere hacer tiempo.


Piso 100.

Es un día normal.

Y ella finalmente llegó al trabajo, aunque 15 minutos tarde.

Se sienta en su escritorio, comienza a redactar sus informes, sin poder mantener la concentración. Sin poder dejar de ver las ventanas de cuando en cuando, maldiciendo la hora en la que movió su escritorio para estar más cerca de la vista, del sol, y ahora, del enorme abismo que se extiende bajo sus pies.

Ese no había sido su día de suerte, en absoluto.

O tal vez lo era, y decidió ignorarlo.

Tal vez, el que la alarma no sonase a tiempo porque su pequeño hijo había decidido jugar al relojero el día anterior no era coincidencia.

Tal vez, el que todos los buses de transporte público estuvieran tan saturados, obligándola a esperar y finalmente, a rendirse y tomar un taxi, no era coincidencia.

Tal vez ese día, y solo ese día, ella había sentido esa incomodidad observando las grandes ventanas que normalmente pasaban desapercibidas para ella por alguna razón.

Tal vez debió escuchar a la señora de ojos miel, e irse a casa.

Tal vez tuvo una oportunidad... pero no lo sabía.

Tal vez, ni siquiera con todas las supuestas señales habría tenido la oportunidad de saberlo.

Pero ahora ya no importaba. El tal vez ya no tenía valor.

Todo perdió su valor de un momento a otro, todos dejaron de trabajar de un momento a otro, y en segundos, el día tan bellamente despejado se transformó en un infierno ardiente de gritos y escombros, presenciado por todos, prevenido por nadie.

Y las ventanas...

Esas ventanas que tanto terror le habían causado a un inicio. Las mismas ventanas que reflejaron el azul puro de la mañana, y que ahora lucían manchadas de hollín y polvo, fueron testigos silenciosas de todo. De las largas horas de horror y pánico que se vivieron dentro. De las vidas que poco a poco iban sellando sus destinos. Y ni siquiera ellas pudieron contar la verdad, porque junto con todo lo demás, fueron sepultadas después del desastre.

El desastre que se dio en un día normal. ¿Porque lo era, verdad?

Solo era un 11 de septiembre común y corriente...

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